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Reflexiones sobre la Espiritualidad del Adviento en Comunidad - Prof. Marquett, Summaries of Religion

Una serie de reflexiones sobre la espiritualidad del adviento, enfocándose en la importancia de la espera activa, la comunión con dios y con los demás, y la construcción de una comunidad fraterna. Se exploran diferentes imágenes y metáforas para comprender la esencia del adviento, como el camino hacia la luz, el belén, el taller, el crisol, el jardín, la red, el fuego y el taller. El documento invita a la reflexión personal y comunitaria sobre la importancia de la esperanza, la fraternidad y el amor en el contexto del adviento.

Typology: Summaries

2023/2024

Uploaded on 12/05/2024

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Adviento 2024
Esperaré por ti,
Esperaré contigo.
Adviento tiempo de espera gozosa, de comunión fraterna y de apertura al Misterio.
Esperaré
Esperaré a que crezca el árbol
y me dé sombra.
Pero abonaré la espera
con mis hojas secas.
Esperaré a que brote
el manantial
y me dé agua.
Pero despejaré mi cauce
de memorias enlodadas.
Esperaré a que apunte
la aurora
y me ilumine.
Pero sacudiré mi noche
de postraciones y sudarios.
Esperaré que llegue
lo que no sé
y me sorprenda.
Pero vaciaré mi casa
de todo lo conquistado.
Y al abonar el árbol,
despejar el cauce,
sacudir la noche
y vaciar la casa,
la tierra y el lamento
se abrirán a la esperanza
Benjamín G. Buelta, sj
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Esperaré por ti,

Esperaré contigo.

Adviento tiempo de espera gozosa, de comunión fraterna y de apertura al Misterio.

Esperaré

Esperaré a que crezca el árbol y me dé sombra. Pero abonaré la espera con mis hojas secas. Esperaré a que brote el manantial y me dé agua. Pero despejaré mi cauce de memorias enlodadas. Esperaré a que apunte la aurora y me ilumine. Pero sacudiré mi noche de postraciones y sudarios. Esperaré que llegue lo que no sé y me sorprenda. Pero vaciaré mi casa de todo lo conquistado. Y al abonar el árbol, despejar el cauce, sacudir la noche y vaciar la casa, la tierra y el lamento se abrirán a la esperanza Benjamín G. Buelta, sj

Introducción: "Esperaré por ti, Esperaré contigo" El Adviento es un tiempo especial, un momento para despertar el corazón y renovar nuestra esperanza. Pero esta espera no es pasiva, no es el simple pasar de los días mirando el calendario. Es una espera viva, activa, llena de amor y gestos concretos. En este retiro queremos aprender a esperar como comunidad, recordando que nuestra esperanza no está en las cosas que hacemos o planeamos, sino en un Dios que viene a nuestro encuentro, a nuestra realidad, tal como somos y donde estamos. Este tiempo de Adviento nos invita a hacer una pausa en medio del ruido y las prisas. Nos llama a recordar que mientras el mundo se afana en "salvar la Navidad" con luces, regalos y reuniones, nosotros sabemos que la Navidad ya está salvada porque es salvación. Dios no necesita nuestros esfuerzos para venir, pero nosotros sí necesitamos prepararnos para recibirlo. « La esperanza no puede defraudar » (Rm 5,5) Esta esperanza nos impulsa a amar más, a abrir los brazos al hermano, a perdonar y a reconciliarnos. Adviento: Un tiempo para amar y vivir en esperanza Este retiro lleva por título "Esperaré por ti, Esperaré contigo" , y estas palabras nos hablan de una espera compartida, de una esperanza que no se vive en soledad. En Adviento no solo esperamos la llegada del Señor, sino que aprendemos a esperar con los demás y por los demás. Esperamos que quienes se sienten solos encuentren compañía, que los heridos encuentren consuelo, que los corazones apagados vuelvan a brillar. Y mientras esperamos, actuamos. Porque la esperanza cristiana no es pasiva, es una esperanza que camina, que siembra, que da pequeños pasos hacia la luz. El Adviento nos desafía a mirar más allá de nosotros mismos y de nuestras preocupaciones. Nos invita a encender luces en los espacios de sombra, a dar palabras de ánimo a quien lo necesita, a ser instrumentos de la paz que el mundo anhela. Esperar no es aguardar pasivamente que las cosas sucedan, sino trabajar activamente en aquello que se espera. Por eso, este tiempo litúrgico es una oportunidad para comprometernos de nuevo con los valores del Evangelio y vivirlos en nuestra comunidad, en nuestra familia y en nuestro entorno. Una espera compartida: Aprender a caminar juntos La vida comunitaria es el corazón de nuestra vida en el seminario, porque no estamos llamados a esperar solos. Así como María y José caminaron juntos hacia Belén, nosotros también estamos invitados a caminar en comunidad, apoyándonos unos a otros. El Adviento es un tiempo para fortalecer nuestras relaciones fraternas, para practicar la paciencia y la generosidad, para ser signo vivo de la presencia de Cristo en medio del mundo. Esperar en comunidad significa aprender a escuchar, a perdonar, a acompañar. Significa ser testigos de que el amor de Dios transforma nuestras vidas y nuestras relaciones. En palabras de Joseph Ratzinger: “La

Tema: Esperaré contigo:

Imágenes de comunión y fraternidad en el Adviento

Esperaré por ti

Esperaré por ti Esperaré contigo. Atento y expectante Paciente y caminante. Esperaré por ti Esperaré contigo. Abierto a las sorpresas, confiado en tus promesas. Esperaré por ti Esperaré contigo. Camino hacia Belén a dónde tú me dices ¡ven! Esperaré por ti Esperaré contigo. Con María por compañera, nuestra dulce consejera. Esperaré por ti Esperaré contigo. En el silencio de José aprendiendo de su fe. Esperaré por ti Esperaré contigo. Porque el amor espera, y sabe dar la vida entera. Esperaré por ti Esperaré contigo. Ven y no tardes tanto, mira que me agobia el cansancio. Ven, tú, nuestro consolador y ayúdanos a vivir en tu amor. Y así, abrazando nuestra cruz, ¡Caminaremos juntos a tu luz! Genaro Ávila-Valencia, sj Vivimos hoy en tiempos de relaciones frágiles y soledades hondas. Mientras avanza la globalización en muchos aspectos, emergen las diferencias con mucha fuerza. Soy distinto, soy individuo. Las diferencias se hacen notar tanto en el aspecto personal como en el social. Parecería que se ha roto la convicción de que los más de siete mil

millones de seres humanos, que poblamos el mundo, no pertenecemos a la misma especie. Las instituciones están sometidas a cambios constantes; las relaciones de afecto y vinculación parece que pierden el buen sabor de la solidez y la pervivencia en la sociedad líquida. Cambian con celeridad. Desde el comienzo, la Iglesia se ha entendido a sí misma desde la categoría comunión: trinitaria, cristológica, apostólica, jerárquica, fraterna entre los bautizados, eucarística. También el camino espiritual se propone como camino creciente de comunión con el Dios y con el prójimo. El papa Francisco recurre insistentemente a las categorías de fraternidad y de solidaridad. La historia del cristianismo representa una fuerza y esperanza de fraternidad universal. Respecto a la vida consagrada, las relaciones fraternas, en cuanto fundadas en un carisma, en un don y experiencia del Espíritu, tienen vocación de perduración simbólica y profética en la Iglesia. En nuestra cultura individualista de relaciones líquidas, la convivencia fraterna resulta difícil, pero es significativa. Recogemos algunas metáforas que muestran el dinamismo de la comunidad. Las imágenes que exploraremos a continuación nos ofrecen una guía profunda para comprender y vivir la comunión y la fraternidad desde la perspectiva del Adviento. Cada una de ellas—como una ventana al misterio de la vida comunitaria—nos invita a reflexionar sobre nuestra propia experiencia de espera y sobre cómo, juntos, podemos preparar el camino del Señor. En un mundo que a menudo fragmenta y separa, estas metáforas iluminan el valor transformador de la comunidad y nos animan a encontrar en ella un espacio de aprendizaje, acogida, trabajo, purificación, vigilancia y misión compartida. Estas figuras no solo describen, sino que también inspiran. Nos desafían a mirar con nuevos ojos nuestra vocación y nuestra pertenencia al cuerpo de Cristo. Más que conceptos, son caminos vivos que nos conducen hacia una comunión más plena, animándonos a abrazar nuestras diferencias, a descubrir la presencia de Dios en el otro y a ser testigos del amor que espera, transforma y une. Que estas imágenes nos ayuden a profundizar en el misterio del Adviento, convirtiéndolo en una oportunidad para crecer como hermanos y preparar, juntos, un Belén donde el Emmanuel pueda habitar. Escuela de evangelio La comunidad fraterna es, por excelencia, una escuela de evangelio. En ella aprendemos a vivir según la enseñanza de Jesús, no como un simple mandato, sino como un arte que se practica día a día, con la humildad de quien sabe que siempre está aprendiendo. En Adviento, esta escuela nos invita a prepararnos para recibir al Emmanuel, el Dios que viene a habitar entre nosotros, y a hacerlo en comunión con los demás. Esta espera compartida nos transforma, porque no solo nos acerca a Cristo, sino que también nos acerca al hermano. La vida no es un misterio que resolver ni un destino que enfrentar, sino un camino que recorrer. En la comunidad, cada persona aporta su historia, sus dones y su carácter único. Es como un caleidoscopio donde las diferencias no dividen, sino que embellecen el conjunto. Aprendemos que nuestras singularidades se complementan, y que juntos podemos reflejar con mayor claridad la luz de Cristo. Como nos recuerda San Pablo: “Cada uno ponga al servicio de los demás el don que ha recibido, como buenos administradores de la multiforme gracia de Dios” (1 Pe 4,10). La fraternidad evangélica es mucho más que un grupo de personas que viven juntas. Es un espacio de encuentro profundo, donde aprendemos a reconocer en el otro un reflejo del amor de Dios. En esta escuela, nuestras diferencias, lejos de ser un obstáculo, se convierten en una riqueza que nos ayuda a crecer. Cada interacción es una oportunidad para vivir el Evangelio de manera concreta, practicando el perdón, la paciencia y la generosidad. Durante el Adviento, esta dimensión comunitaria adquiere un significado especial. La espera no es pasiva ni solitaria; es un acto de amor que se vive en comunidad. Mientras caminamos juntos hacia Belén,

mantiene viva la memoria de los santos y mártires que construyeron el presente. En este espacio, nuestras pequeñas acciones cotidianas se convierten en un relato vivo de la presencia de Dios entre nosotros. Adviento nos desafía a ser creativos en nuestra misión, a descubrir nuevas formas de encarnar el Evangelio en la vida cotidiana. Cada gesto, cada palabra y cada acción reflejan la esperanza que el Emmanuel trae al mundo. En este taller, aprendemos a escuchar la voz de Dios que nos llama a salir de nosotros mismos para ir al encuentro del otro, llevando luz a quienes viven en la oscuridad. “A ti te he puesto como luz de las naciones” (Is 49,6). En Adviento, el trabajo compartido en la comunidad nos recuerda que nuestra misión es proclamar, con palabras y gestos, que el Emmanuel está cerca. Este tiempo litúrgico nos invita a renovar nuestra pasión por la misión, viviendo con gratitud el pasado, con compromiso el presente y con esperanza el futuro. “Ven, Señor Jesús” (Ap 22,20). Que este taller sea un lugar donde el Evangelio no solo se anuncie, sino que se viva plenamente. Crisol La comunidad fraterna, como un crisol, reúne la diversidad de sus miembros en un proceso continuo de transformación. Las diferencias que inicialmente pueden parecer una amenaza se convierten, bajo la luz del Evangelio, en una riqueza que purifica y enriquece. Este tiempo de Adviento nos invita a vivir nuestras diferencias como una oportunidad para crecer juntos, aprendiendo que “el amor todo lo soporta” (1 Cor 13,7). Las crisis, los desencantos y los sueños postergados forman parte de este proceso, pero en ellos descubrimos el misterio de un Dios que transforma nuestras heridas en fuente de vida. En este crisol, la convivencia comunitaria relativiza nuestras seguridades individuales y nos enseña a buscar el bien común. La diversidad de opiniones, sensibilidades y culturas no se elimina; se integra como un reflejo de la universalidad de la Iglesia. En este sentido, Adviento nos llama a dejar que nuestras tensiones sean moldeadas por el Espíritu, quien nos invita a vivir en comunión, incluso en medio de nuestras diferencias: “Así como el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, todos los miembros del cuerpo, siendo muchos, son un solo cuerpo en Cristo” (1 Cor 12,12). La vida comunitaria en el Adviento nos lleva a discernir continuamente los caminos de Dios. Las experiencias, tanto positivas como negativas, nos desafían a cuestionarnos: ¿Qué nos pide el Señor en este tiempo? ¿Cómo podemos vivir nuestro carisma de manera fecunda y relevante? Este proceso de discernimiento no busca respuestas inmediatas, sino una fidelidad profunda que se nutre de la oración, la escucha mutua y el diálogo con los signos de los tiempos. El crisol de la comunidad también nos confronta con nuestras propias limitaciones y con las de los demás, invitándonos a dejar que la gracia de Dios actúe en nuestras vidas. Como consagrados, aprendemos a dejarnos formar por la vida diaria, aceptando que los momentos de cansancio, alegría y sufrimiento son parte del camino de santidad. “La fe probada produce paciencia, y la paciencia entereza, y la entereza esperanza” (Rom 5,3-4). Finalmente, el crisol de la comunidad nos enseña que la unidad no se alcanza eliminando nuestras diferencias, sino abrazándolas como parte del diseño divino. En este tiempo de Adviento, permitamos que el Espíritu purifique nuestras motivaciones y fortalezca nuestros lazos fraternos, para que podamos ser testigos vivos de la alegría del Evangelio. “El Señor es mi fuerza y mi escudo; en Él confía mi corazón” (Sal 28,7). Que esta espera compartida nos convierta en instrumentos de paz y comunión en un mundo que tanto lo necesita. Centinela

La figura del centinela, evocada en las palabras del profeta Ezequiel (“Te he puesto como centinela de la casa de Israel” Ez 33,7), nos llama a estar atentos, con la mirada fija en el horizonte, a los signos de la llegada del Reino de Dios. En Adviento, la comunidad fraterna asume este papel, viviendo en una espera activa, abierta al futuro escatológico. Como centinelas, no nos limitamos a observar, sino que discernimos, atentos a la voz de Dios que nos habla a través de su Palabra y de los acontecimientos de nuestro tiempo. La misión del centinela no es sencilla, pues requiere paciencia, pasión y fidelidad. Vivimos en un mundo donde la inmediatez y la superficialidad amenazan con desviar nuestra atención de lo esencial. Sin embargo, el centinela no se deja arrastrar por el ruido del mundo; permanece firme en la Palabra, confiando en las promesas de Dios: “El que espera en el Señor renovará sus fuerzas, levantará alas como las águilas” (Is 40,31). Esta actitud no solo inspira a la comunidad, sino que también la convierte en signo profético para quienes buscan sentido en medio de la incertidumbre. En Adviento, la comunidad no solo vigila, sino que escucha y anuncia. Como centinelas, somos responsables de proclamar el Reino que se acerca, siendo levadura en la sociedad y fermento en las culturas donde estamos insertos. Cada cultura y cada realidad representan un desafío, pero también una oportunidad para encarnar el Evangelio. La tarea de inculturar la vida teologal nos exige preguntarnos constantemente: ¿Qué espera Dios de nosotros en este tiempo? ¿Cómo podemos ser testigos creíbles de su amor y su reino? El centinela no trabaja en solitario; es parte de una comunidad que, unida, observa y discierne. En este tiempo de Adviento, la comunidad fraterna es un espacio de discernimiento colectivo, donde las luchas, los sueños y las promesas del carisma se confrontan con los desafíos del presente. Este proceso nos ayuda a responder no solo a las necesidades inmediatas, sino también a preparar el terreno para el Reino que viene, con fidelidad a nuestra misión y creatividad en nuestras respuestas. Jardín La imagen del jardín evoca la belleza y la vitalidad de la Iglesia, un espacio diverso donde cada planta, arbusto y flor contribuyen a reflejar la riqueza del Reino de Dios. En Adviento, este jardín nos invita a reflexionar sobre cómo nuestra vida comunitaria puede ser un espacio de crecimiento y fertilidad espiritual, donde las diferencias no son una amenaza, sino una oportunidad para enriquecer el conjunto. Como nos recuerda San Pablo: “El cuerpo no consta de un solo miembro, sino de muchos” (1 Cor 12,14). El jardín no se forma por casualidad; requiere cuidado constante. Hay que sembrar, regar y esperar con paciencia el tiempo necesario para que las semillas germinen y den fruto. En Adviento, este proceso nos enseña la importancia de la espera activa, de confiar en que el Espíritu está obrando en nosotros y en nuestras comunidades, incluso cuando no vemos resultados inmediatos. “El labrador espera con paciencia el precioso fruto de la tierra” (Sant 5,7). La diversidad dentro del jardín eclesial no solo es bella, sino también necesaria. En la comunidad, esta diversidad se traduce en dones y carismas que, aunque diferentes, contribuyen al bien común. Sin embargo, como sucede en un jardín, estas diferencias pueden generar tensiones. Pero lejos de debilitarnos, estas tensiones fortalecen la vida comunitaria al enseñarnos a reconciliar, a aprender unos de otros y a crecer juntos en el amor. “Soportad los unos a los otros en amor” (Ef 4,2). Adviento nos recuerda que este jardín no es solo para nosotros; está destinado a ser un espacio que da frutos para el mundo. Cada gesto de amor, cada palabra de esperanza, cada acto de servicio es un fruto que alimenta a quienes buscan consuelo y sentido. En este tiempo de preparación, estamos llamados a cultivar la tierra de nuestras comunidades para que el Emmanuel encuentre un lugar fértil donde habitar y desde donde extender su luz.

Reino de los Cielos se parece a una red que se echa al mar” (Mt 13,47). Que nuestra vida en comunidad sea un testimonio vivo de esta red que une a la humanidad en el amor de Dios. Conclusión La Comunión y la Fraternidad como Camino de Esperanza en el Adviento El Adviento nos invita a detenernos y reflexionar sobre cómo vivimos nuestra espera del Salvador. En un mundo marcado por relaciones frágiles y una creciente soledad, las imágenes que hemos explorado—la escuela, el hogar, el taller, el crisol, el centinela, el jardín, la zarza ardiente y la red—nos ofrecen caminos concretos para vivir este tiempo en comunidad. Estas metáforas nos enseñan que la espera cristiana no es inactiva ni individualista, sino que se vive en comunión, con un compromiso profundo por crecer juntos en fraternidad y esperanza. Como seminaristas, llamados a ser signos visibles del amor de Dios, el Adviento es un tiempo privilegiado para aprender de estas imágenes. La escuela de evangelio nos invita a formarnos en el arte de vivir como Jesús, entendiendo que cada día en comunidad es una oportunidad para aprender el lenguaje del amor y la misericordia. En este espacio, nuestras diferencias no dividen, sino que enriquecen, mostrando que el Evangelio es un mensaje vivo que se adapta y transforma a quienes lo reciben. Por su parte, la imagen del hogar nos recuerda que la comunidad no es solo un lugar de convivencia, sino un espacio donde construimos un ambiente de acogida y calidez. En este tiempo de Adviento, estamos llamados a ser como la Sagrada Familia, creando en nuestras relaciones un reflejo de ese Belén donde el Emmanuel desea nacer. Cada gesto de cuidado y atención se convierte en un ladrillo que edifica un hogar donde el amor es la base, y la esperanza, el techo que nos cobija. El taller nos desafía a trabajar juntos en la misión que nos ha sido confiada. No se trata de esfuerzos individuales, sino de un trabajo comunitario donde el Gran Alfarero moldea nuestras vidas y nuestras acciones según su voluntad. Este espacio nos invita a colaborar, a aportar nuestras habilidades y a aprender de los demás, siempre con la certeza de que nuestra labor tiene un propósito que trasciende lo visible. En Adviento, el taller es el lugar donde afinamos nuestras herramientas espirituales para preparar el camino del Señor. La metáfora del crisol nos recuerda que las tensiones y diferencias que surgen en la vida comunitaria son parte del proceso de purificación. Estas experiencias, aunque difíciles, nos permiten crecer y descubrir la riqueza de nuestras vocaciones individuales y colectivas. En Adviento, este crisol nos prepara para recibir al Emmanuel con corazones humildes, purificados y abiertos a la obra del Espíritu Santo. El centinela, por otro lado, nos llama a estar vigilantes, con la mirada puesta en los signos de los tiempos y los lugares. En este tiempo de espera, somos responsables de discernir y anunciar el Reino que se acerca. La comunidad, como vigía, no solo observa, sino que actúa, proclamando con su testimonio que la salvación está cerca y que el Emmanuel desea encontrarse con cada uno de nosotros en lo cotidiano. El jardín nos invita a cuidar de nuestra diversidad, reconociendo que cada miembro de la comunidad aporta un color único al diseño de Dios. En este Adviento, estamos llamados a cultivar la paciencia y el cuidado mutuo, para que nuestras relaciones florezcan y den frutos de amor y reconciliación. La belleza del jardín comunitario radica en su diversidad, que refleja la riqueza del Reino de Dios. La zarza ardiente nos desafía a ver la santidad en el otro, reconociendo a cada hermano como un espacio sagrado donde Dios se revela. En este tiempo de Adviento, aprendemos a descalzarnos ante la vida del otro, a escuchar con respeto y a dejarnos transformar por el fuego de la presencia divina que nunca se consume. Este encuentro con el otro, en la vulnerabilidad y el respeto, nos acerca al misterio del Emmanuel que se encarna en lo sencillo y cotidiano.

Finalmente, la red nos recuerda que no estamos solos en nuestra misión. Somos parte de una Iglesia que, como una red viva, conecta nuestras vidas con la de los demás y extiende el mensaje del Evangelio más allá de nuestras fronteras. En este tiempo, estamos llamados a fortalecer esta red, a tejer relaciones de apoyo y comunión que reflejen el amor y la unidad del Reino de Dios. Cada una de estas imágenes nos revela un aspecto esencial de la vida comunitaria en el Adviento. Juntas, nos muestran que la espera no es pasiva, sino activa, y que la comunión y la fraternidad son caminos privilegiados para prepararnos para la llegada del Salvador. Que este tiempo de Adviento sea para ustedes, seminaristas, una oportunidad de profundizar en estas verdades, de crecer en el amor mutuo y de ser testigos creíbles del Emmanuel, el Dios con nosotros. Que nuestras comunidades se conviertan en espacios donde la esperanza se cultive, la fe se fortalezca y el amor se haga visible, reflejando en cada gesto, palabra y acción, la llegada del Reino que está cerca. “Ven, Señor Jesús, y encuentra en nosotros un pueblo preparado para recibirte.” Dinámica: Conversatorio en el Espíritu sobre el Texto El Adviento es un tiempo único en el que se nos invita a vivir la espera de manera activa, en comunión con Dios y con los demás. Esta espera no es pasiva ni solitaria, sino un camino compartido que nos impulsa a fortalecer nuestras relaciones y a redescubrir la riqueza de la vida comunitaria. Hoy, a través de este conversatorio, reflexionaremos sobre imágenes que nos ayudan a profundizar en nuestra experiencia de fraternidad y comunión, con el propósito de prepararnos espiritualmente para la llegada del Emmanuel. Las imágenes presentadas en el texto, como la escuela, el hogar, el taller, el crisol, el centinela, el jardín, la zarza ardiente y la red, son ventanas que nos permiten contemplar la riqueza y complejidad de la vida comunitaria. Cada una de estas figuras nos ofrece una perspectiva única sobre cómo vivir el Adviento desde el corazón de la comunidad, invitándonos a ser testigos de esperanza y amor en un mundo que necesita urgentemente estos valores. Durante este conversatorio, no solo analizaremos estas imágenes desde la razón, sino también desde el espíritu, dejando que el texto y la reflexión conjunta nos hablen a lo más profundo de nuestro ser. Se trata de un espacio de discernimiento comunitario, donde el objetivo no es debatir ni llegar a conclusiones definitivas, sino escuchar, compartir y permitir que el Espíritu Santo inspire nuestras mentes y corazones. Los seminaristas, como futuros pastores, están llamados a vivir estas realidades no solo en su formación, sino también en su misión futura. Este encuentro nos invita a preguntarnos cómo estas imágenes pueden transformar nuestra manera de vivir la fraternidad y cómo podemos encarnarlas en nuestra vocación. En este tiempo de Adviento, dejemos que esta reflexión comunitaria nos impulse a construir relaciones más fuertes, a preparar un Belén en nuestros corazones y a ser signos vivos del amor y la presencia de Cristo en el mundo. Instrucciones:

1. Preparación del Espacio Elementos necesarios: Una vela para cada grupo (símbolo del Espíritu presente). Estampitas o tarjetas (para pasar el turno de palabra). Copias impresas del texto para cada participante. Papel Kraft Gises

El estandarte, una vez terminado, será presentado como una ofrenda durante la Hora Santa que culminará nuestro encuentro. Este acto simbólico reflejará cómo, como comunidad, hemos acogido las enseñanzas del texto y del Espíritu Santo, y cómo deseamos ofrecerlas a Dios como un compromiso renovado de vivir la fraternidad y la comunión. Al participar en esta actividad, recordemos que el proceso es tan importante como el resultado. Más allá del dibujo en sí, lo significativo será el diálogo, la colaboración y el espíritu de unidad con el que lo realicen. Que este estandarte sea un signo vivo de nuestra esperanza compartida y nuestra disposición a caminar juntos hacia la llegada del Emmanuel.

  1. Cierre del Conversatorio Encendido final: Cada grupo puede cerrar con una oración espontánea o comunitaria, agradeciendo las inspiraciones del Espíritu. Compartir con la asamblea general: Los secretarios de cada grupo presentan brevemente (en 2-3 minutos) los puntos clave que surgieron en su discusión. Oración final conjunta:

La esperanza de Dios

La esperanza de Dios La esperanza de Dios no habla de utopías ni de realidades que no existen ni de mundos paralelos. La esperanza de Dios no habita en el optimismo vacío, ni en las frases hechas que no nos llevan a nada. La esperanza de Dios no la traen los mesías que anuncian catástrofes ni las ideologías que gritan y dividen el mundo en bandos. La esperanza de Dios viene a través del mensajero humilde, y del sabio que sabe mirar al cielo y al mañana, con fe en Dios y en el hombre, y con grandes dosis de amor. La esperanza auténtica la trae el Salvador. la esperanza auténtica la trae un niño llamado Dios. Por Álvaro Lobo, sj