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cafeto en flor es un libro de miguel ibarra muy bonito y entretenido
What you will learn
Typology: Thesis
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12 CAPÍTULO I 18 18 Etnografía Del Pueblo de Atiquizaya 18 Atiquizaya, Granero de Occidente 19 El que Atiquiz-busca… Atiquiz-aya 20 Costumbres criollas del pasado 23 CAPÍTULO II 26 26 Una Fecha Humilde 26 Mi Infancia 29 CAPÍTULO III 31 31 Cuatro Años Después 31 Dos años después. Los Cañaverales en Flor. 31 Amanecer de Mayo 34 CAPÍTULO IV 38 38 Aventuras de infancia 38 CAPÍTULO V 42 42
Me recuerdo muy bien cuando por primera vez, allá en el 2001, me comentaron de la existencia de un libro raro que narraba sobre los sucesos de 1932 en el pueblo Atiquizaya, departamento Ahuachapán, en el occidente de El Salvador, lugar donde nació mi madre, María A. López Ibarra. Mi madre nació en 1936 justo 4 años después que habían ocurrido los sucesos sangrientos que dejaron una cicatriz en la memoria colectiva de una gran parte de la población salvadoreña. En 1932 en la noche del 22 al 23 de enero en diversos pueblos y ciudades de los departamentos en el occidente del país, Sonsonate y Ahuachapán, y en el departamento La Libertad en el centro de El Salvador, se levantaron entre 5000 y 7000 mayoritariamente indígenas, y algunos “ladinos”, es decir una población en su mayoría culturalmente relacionado a una identidad no-indígena, derivada de la nomenclatura colonial y pensamiento racial de descendencia negra, mulata, mestiza, y blanca etc. Cabe de mencionar que el término ladino es de origen colonial y designaba en Centroamérica al principio a indígenas que asimilaron el estilo de vida de los españoles, con el transcurso del tiempo esta denominación también subsumía toda la población no indígena en general. Después que los insurrectos, en su gran mayoría campesinos y artesanos, lograron controlar algunos pueblos y ciudades, en pocos días - a partir del 24 de enero - el ejército recuperó el control del territorio y comenzó con lo que hoy en día se recuerda como la matanza o la masacre de 1932 : durante pocas semanas, militares y paramilitares mataron entre 10 y 30 mil indígenas. En mi familia “mestiza-ladina” las portadoras de la memoria de esos sucesos fueron mi abuelita, mi madre, mi hermano, y mis tíos. Ellos me comentaron diferentes versiones sobre aquellos días que indirectamente involucran a mi bisabuelo, mi abuelo y mi abuela como personas amenazadas por un lado por la posterior del levantamiento ocurrida represión de tinte racista y cometido por el régimen militarista con sus extensos redes locales, y por otro lado por la insurrección, ya que parte de mi familia eran cafetaleros, que se sentían intimados por la insurrección influida por el clima violento de
en la región Ahuachapán y Sonsonate. Lo curioso era que observaba que en diferentes momentos del texto se revelaba que el protagonista Ibáñez en la novela se confundía repentinamente con otros nombres entre ellos también el nombre Miguel Ángel que es el nombre del autor. Según mis consideraciones esa “equivocación” apuntaba que el texto también codificaba dimensiones autobiográficas del escritor, y con los cambios de seudónimo a ortónimo me parecía que el autor quería haber dejado huellas que apuntaran a esa conclusión. Sin embargo no solamente esta circunstancia ponía énfasis en lo biográfico y localista. El apellido Ibarra es un nombre muy presente en Atiquizaya y se entrevé en la primera parte de la novela en la que los hechos narrados por Jorge Ibáñez ocurren en Atiquizaya, y pues no es en balde que el narrador inicia los aconteceres con la historia como el primer Ibarra, Antonio Ibarra, había llegado al pueblo. Y así con ese bagaje de reflexiones me fui en el 2007 al pueblo, buscando al abuelo de un amigo, Marco Antonio Cortés Toledo quien me contaba que Miguel Ángel Ibarra era fundador del Partido Comunista de la localidad, que después de la matanza tuvo que abandonar El Salvador y se fue a vivir a México. Justo estos datos corresponden esencialmente, con ciertas modificaciones, al relato literario, es decir igual como el escritor de la novela, Miguel Ángel Ibarra, el protagonista, Jorge Ibáñez, después de la revuelta, sobrevive y abandona el país y se va a México. La novela termina con la salida del Ibáñez, sin embargo en la entrevista arriba mencionado Ibarra aclara que en México, imbuido en marxismo leninismo y estalinismo, siguió dedicándose al trabajo organizativo, la lucha revolucionara y la lucha contra las dictaduras centroamericanas, fundando la Unión Revolucionaria Centroamericana (URCA) y Unión Revolucionaria Latinoamericana (URLA), donde conoció también a Miguel Ángel Asturias. En esa misma entrevista Ibarra constata explícitamente la relación entre obra literaria y vida personal. El autor cuenta que además de la novela “Cafetos en Flor”, escribió “"Pasos de Emancipación", "Mártires del Infierno Blanco" y un poemario “Rumor de Frondas”, a la pregunta si “¿[reflejaba] en sus obras la vida que llevó, que está llevando?” Miguel Ángel Ibarra responde que “[la] reflejo porque nunca tuvo otro recurso, porque nunca he sido feliz. Mi situación económica siempre ha sido dura y algunas veces terrible. Cuando llegue
a México, dormía en los tranvías y me desayunaba en la estación de Buenavista con la fruta aplastada que descargaban los trenes. Desde pequeño he sufrido una miseria y una represión brutal. De nada me ha servido todo que he luchado en la vida, nunca nadie me ha reconocido algo; nadie me ha ayudado o dado siquiera una galleta. Todo esto me hace escribir mis libros. Los escribo para sentir que vivo; ellos me hacen vivir y me siento inmensamente feliz cuando escribo algo de ellos o cuando termino pintar u cuadro”. La heteronimia en el texto, el código biográfico, la historia oral y afirmaciones del autor me provocan hacer plantear que la novela como relato de un sobreviviente del 32 muy bien puede ser denominada una novela de carácter testimonial porque comparte características enunciativas de ese “género”: el narrador es protagonista real o testigo de los sucesos que son narrados y que existe una urgencia a comunicar un problema de represión, pobreza, subalternidad, prisión, lucha de sobrevivencia y exclusión. Por consiguiente antes de que “Miguel Mármol, los sucesos de 1932” fue escrito por Roque Dalton, novela celebrada como novela testimonial por excelencia sobre el 1932, un sobreviviente del genocidio y matanza publicó en México una novela testimonial, plasmando en ella la experiencia de vida de un líder comunista regional, organizador de los campesinos en los departamentos occidentales, susodicho Miguel Ángel Ibarra, que por mucho tiempo fue olvidado en la discusión, y que debería ser incorporado en el canon de la literatura de 1932. Para ofrecer un ejemplo que fomenta esa valorización quisiera señalar al prólogo, que se puede leer como un manifiesto comunista-estalinista y que antecede los 18 capítulos del libro, y en la que queda más explícito asentado la necesidad por parte del autor de contar su “historia” a la luz de que habían surgido en el lapso de 15 años (1932 - 1947) explicaciones sobre las causas del levantamiento que según Ibarra difundían mentiras sobre los sucesos, específicamente Ibarra se refería a “Rompiendo Cadenas” de Vicente Sáenz (1933), “Sangre de Hermanos” (1936) de Rodolfo Buezo y “Revolución Comunista, Guatemala en Peligro” de Alfredo Schlesinger (1946). De cierta manera las diferentes formas intertextuales nutrían mi indagación inicial y moldeaban una aproximación a libro que giraba en torno del enfoque como la novela testimonial se correlacionaba con las investigaciones y discusiones académicas sobre los sucesos de
plantea que en El Salvador, “no hay indios ni negros” ( Ching et.al. 2009), Ibarra en Cafetos en Flor no solo deja claro la motivación racista de la matanza, y en algunas partes de cierta manera el protagonismo indígena en la insurrección, sino también contiene relatos que de una manera singular en la historia literaria del país, visibilicen una población de descendencia africana cuya existencia se niega y se discrimina hasta hoy en día en el país. Desde mi punto de vista ese momento de la novela es uno de los más fuertes y aportes significativas que nos permite escuchar huellas de voces silenciadas, excluidas e invisbilizadas en la historia oficial. De una manera peculiar el primer capítulo que apertura la novela y contextualiza los acontecimiento a narrar, se presenta explícitamente como “Etnografía del Pueblo de Atiquizaya” y que habla sobre la población de descendencia africana de El Salvador como parte importante del campesinado del municipio. Dentro de esa contextualización se encuentran los relatos del protagonista que se autoidentifica “Jorge, el Negro”, las morenas esbeltas de ébano y los artesanos de origen negro. La incorporación e inclusión de lo afro en la cultura e historia del pueblo se complementa con otras fuentes que hablan sobre los negros africanos de Atiquizaya que para las identidades del pueblo es se suma interés que fortalece lo local y así la diversidad. Ibarra narra desde el municipio y los cantones de Atiquizaya, de pueblos de Ahuachapán, Sonsonate y Santa Ana, Ibarra ubica su enunciación, y esa rica dimensión etnográfica contribuye a un panorama para la reconstrucción de una memoria e historia local. En el libro aparecen varios personajes y actores locales, victimas y héroes a la vez, ubicados en el abismo del olvido, campesinos, indígenas, mestizos y negros, pero también políticos y militares locales, déspotas crueles. Destaca también un encuentro con el militar Maximiliano Martínez antes de su ascenso violento al poder en el país. Se narran costumbres, tradiciones y expresiones culturales de antaño, hoy en día inexistentes. Nutrido de las grandes tendencias literarias de la época el regionalismo, realismo social, el indigenismo y de ahí, la importancia de narrar desde la historia local e identidad cultural, Ibarra incluía en su discurso que parte del mestizaje salvadoreño era lo afro, que en lo personal y familiar estaba presente. Por diversas circunstancias de la vida conocí a los nietos de Miguel Ángel Ibarra que nacieron en México, y que después de meses de comunicación,
pudimos lograr un encuentro en el marco del IV. Congreso de Historia Oral en San Salvador, El Salvador. En una de las pláticas con Neith Ibarra que también me señalaron a algunos momentos biográficos de la novela, me contaba que su abuelo mencionaba la descendencia mulata, es decir africana, de su familia por siguiente de ella. A lo mejor la reedición de ese libro contribuye a que se reconoce la descendencia africana de muchos salvadoreños independientemente de su apariencia física y fenotipo como elemento de la diversidad cultural e identitaria de El Salvador, y reconstruir el pasado y conocer el devenir histórico de la actual sociedad. En cuanto a la vida de Miguel Ángel Ibarra poco se ha escrito, mucho queda por hacer, dar a conocer autores olvidados en la literatura del país, que visualizan un patrimonio documental y cultural es una digna tarea. Ibarra cuando le pregunto su interlocutor si se consideraba un escritor marginado, respondía que no se sentía “marginado porque yo escribo para el pueblo y al pueblo le gusta lo que escribo. Yo no escribo para minorías.” Tengo la esperanza que facilitar la novela Cafetos en Flor a un mayor alcance de lectores va a abrir nuevas perspectivas, compromisos, miradas críticas, preguntas y conocimientos sobre una región, suceso que todavía cubren su sombra a miles de personas cuyos rostros, voces y vidas muchas veces son ignorados en El Salvador. Wolfgang López 22 de enero de 2015, Antiguo Cuscatlan, La Libertad, El Salvador
hagan su revolución. Con este método hacen de los ciudadanos de un país, unas tristes piltrafas humanas. Nada debe quedarse callado, en silencio. Hay que narrar todas las cosas que pasan en la vida de los seres que van cual sombras fantásticas, bajo aquellos cielos matinales, llenos de luz y horizontes y otras veces bajo cielos nocturnales, cual sonámbulos fantasmas de cuentos agoreros de supersticiosos que quieren hacer de la realidad un mito, dejando la realidad de la vida para remontarse a la alta fantasía de las nubes, sin querer enseñar a los humildes que van enredados en las madejas de la perversión, la verdad de su existencia. Gracias a que ya alguna parte de los pueblos tiene conciencia y pretende liberarse, tienen en sus lazos de fraternización, una fuerza creadora indestructible. Son gente nueva de lucha que va bajo auroras rojas, cantando el himno de la verdad. Ya han surgido seres de esos que van buscando las raíces de los incognoscido del gran todo; esos misterios que solo amparan la mentira, que es disipada por la verdad a través de lo ya conocido. Para qué vamos a decir que hay ciudades flotantes en lo infinito, cuando no nos consta y sabemos que no las hay. Es claro que esas ciudades tendrán que existir. El hombre venidero las construirá. Este mismo hombre, tal vez por antojo, hasta que se disponga a perforar el planeta; claro que esto lo hará cuando ya esté inmunizado de la muerte. O sea, cuando el hombre se imponga ante los elementos destructivos; entonces, esa materia viva y dinámica habría muerto, o viceversa, tal vez todo será más impulsivo, habrá más energía, más fuerza. Entonces el hombre será más inquieto y se adentrará más en esas empresas de investigar la verdad. Es porque él está forjado de esa savia roja que lleva en sus venas, de esa materia de fuego que tiene el mundo en su movimiento. De esa savia roja que da la sensibilidad, que causa algunas veces dolor y otras regocijo; es esa materia inquieta del mundo, que con su ritmo, da energías al hombre para su proceso creador, para que con más certeza enseñe siempre la verdad. Así es como la humanidad debe ir, con pasos siempre ciertos, realizando lo imposible para no ir por esos caminos metafísicos que solo se involucran en la necesidad de la ignorancia estúpida. Sólo las momias vivientes que apestan a cera y que son muy amantes a vestir el color carbón, son las que quieren impedir el progreso del tiempo y a encadenarlo a siglos pasados. Sólo estos estúpidos mantienen la pena de su pesadilla de la superpoblación que quieren guerras constantes y, en fin, quisieran quedarse solos en el mundo, según su egoísmo. Odian a los niños, odian todo lo que engrandece la vida.
¡Hay que luchar tenazmente en contra de estos despechados que no producen y sólo estorban! ¡Defendamos a nuestros pueblos...! ¡Condenemos las guerras...! ¡Luchemos por el bienestar de las generaciones futuras, para que los niños venideros encuentren felicidad...! ¡Qué ya el hombre reflexione y se aparte de la perversión que le fomenta el aparato de los dominantes! Entre los hombres de trabajo deben evitarse esos choques de corrientes de antipatía. Muchas veces hay seres que, al encontrarse y sin conocerse, se odian y se provocan. Por su incomprensión y falta de cultura, se prestan a la tragedia o a la agresión de uno al otro. ¿Por qué es esto? Es muy claro. Los seres que vivimos bajo el sistema capitalista, andamos con una serie de problemas en el cerebro, y todos son de carácter de miseria, de pobreza, de esa dificultad crónica, de esa enfermedad de no tener dinero. Enfermedad que no curará ningún médico, sólo la curará, para siempre, la auténtica y legítima revolución del pueblo trabajador y hasta ahí terminará esa neurastenia, esa anormalidad de nervios que hacen del mundo un manicomio universal. Esa malvada perversión que hace que la mujer honrada, por buscar el lado más fácil para vivir, se haga una prostituta y se alquile como una mula. Esta malvada perversión hace que el hombre de trabajo se degenere, buscando el lado más fácil para vivir como un vulgar ladrón, o como un profesional asesino. Todo esto es por obtener dinero, que es lo que le hace la vida más fácil al hombre. Tiene el deber y debe luchar por abolir esa malvada perversión, para que la humanidad viva como gente y no como fieras. Reflexionemos. Debemos luchar por esos millones de niños que pasan por este mundo en la intemperie, el hambre y el abandono. Su corta vida, transitoria, la llevan en entera desgracia (tal vez sean hijos de nadie, o hijos feos, o hijos del desprecio). ¡Pobres criaturas! Madres neurasténicas, se quitan el coraje que les da su miseria y su desgracia, golpeando las espalditas tiernas de esos niños indefensos. ¿Por qué esas neurasténicas no toman una macana y le dan en la cabeza al bribón del monopolio que causa su miseria? Esta es la tragedia al desnudo. Hay niños que parecen ancianitos con sus caritas serias, enflaquecidas. Se ve en sus tiernos semblantes el fatídico signo de la cruz del dolor, se dibuja en sus rasgos la tristeza, no hay sonrisas ni alegrías para ellos, todo es hostil, todo es amargo; mientras los padres, sumidos en el pesimismo e indiferencia, no quieren luchar
Por eso los niños llaman a los poetas, porque sienten la vida de ellos para que canten a los hombres morbosos, la canción de la verdad, para que surjan de sus cerebros voces radiantes y los despierte de ese triste marasmo que es regresión. Sólo así podrá haber conciencia en sus pechos recios que griten a la vida: sinceridad, felicidad y amor para los millones de niños que vengan a esta existencia transitoria a gozar de dicha y amor. ¡Luchemos porque los gobiernos de Norte América e Inglaterra no hagan más guerras! ¡Para que en vez de armamentos mortíferos, haya pan para los pueblos, para que no haya hambre y miserias! ¡Para que haya abundancia y vida barata! ¡Luchemos contra la guerra, exterminemos a los imperialistas para que haya paz firme y duradera! Dispénseme lector, si me he equivocado al escribir este libro, pero quiero que comprendas que sólo el que no acciona y no hace nada, no se equivoca. El no equivocarse, se distingue del haberse equivocado, que es acción y rectificación. Pero espero de ti, lector, que me juzgues y sólo así sabré, si me he equivocado. NOTA: Expongo estas breves líneas a todos los trabajadores de mi país y de América, sobre la revolución de 1932. Se han escrito tres libros que carecen de una verdadera información sobre los sucesos de esos días. Los autores de dichos libros estaban en la luna cuando se desarrolló nuestra revolución. Si estos señores hubieran investigado los hechos más a fondo, de un modo sincero y más honesto, sin balanceos, ni servilismos lacayunos, tal vez sus libros merecerían algún crédito. Pero han sido escritos con documentación falsa, y por lo tanto, nuestros camaradas deben estar alertas y no dejarse sorprender, ni confundir, con las provocaciones de esos libros. Si critico eso, es para poner en claro que la historia de la Revolución de nuestro país no está escrita y quien tendrá que escribirla es el Partido de vanguardia de los obreros y campesinos. Una comisión de hombres competentes que hayan participado en dichos acontecimientos o que se documenten en las verdaderas fuentes de dicho movimiento, sin más interés que servir a su pueblo y orientarlo. Escribir sobre la Revolución de 1932 no es cosa fácil y menos debe estar encomendado a atorrantes oportunistas de corte burgués y barrigas elásticas, rabiosos anticomunistas que se procuran sus chuletas a costa de la miseria y sangre de nuestros pueblos. Allí tenemos, por ejemplo "Rompiendo Cadenas", que da la razón al tirano Martínez, por la carnicería que hizo de un pueblo indefenso, oprimido, desesperado, que se subleva por el hambre. Está visto, bien claro, que la miseria causa el hambre en cualquier pueblo de la tierra donde haya monopolios opresores. Y es allí donde surge la revolución, ya se llame
comunista o como quieran llamarla. No es importada de Moscú, como muchos estúpidos creen. "Sangre de Hermanos", o sea, el truco de un vividor que pretendía servir al pueblo, pero en realidad lo que quería era sacarle dinero al tirano. Hay otro aventurero chantajista que anduvo sorprendiendo con parte de los archivos de la revolución, y quien no pudiendo sacar lucro por medio de su venta, decidió publicar un libro mendaz y lleno de provocaciones, ayudado por fascistas guatemaltecos, emboscados en el aparato estatal. No es extraño que el libraco de referencia que se titula "Revolución Comunista", "Guatemala en Peligro", sea toda una provocación y una delación descarada. Su servilismo hacia los amos retrógrados, nos retrata al polizonte fascistoide. Así como estos, surgirán más, pero ya nuestros pueblos saben quiénes son sus enemigos. Miguel Ángel Ibarra
tarde va a hacer ventarrón y así es: lo hay. Cuando los ríos, al amanecer, se ven como si de ellos se levantan nubes blancas, dicen: ahora llueve, y todas estas predicciones les salen tan ciertas, que muy rara vez se equivocan. También conocen la botánica, pues el monte que los rodea es su farmacia con la que se curan sus enfermedades. Después de sus trabajos, acostumbran a hacer comentarios de lo que pasa en el país y en el extranjero. Esta gente es la madera afro-americana que surgió del inhumano comercio que hacían los bandidos traficantes de esclavos, transportando nativos de África a nuestro continente. Atiquizaya, Granero de Occidente Atiquizaya es un pueblo agrícola de tierras muy fértiles y fecundas, se cosecha en ellas todo lo que se siembre. Abundan las frutas, legumbres, cereales, café, caucho. Éste último, si lo cultivaran a gran escala, sería un filón de riqueza. Si cultivaran el añil, el algodón y el limón cuyo jugo es de tanta importancia actualmente en todos los laboratorios de México y Norte América, serían nuevas fuentes de riqueza para nuestro país. Lamento profundamente que estas tierras estén acaparadas por latifundistas de Ahuachapán, o sea, mezcla de alemanes aventureros que se han comprado las señoritas de las familias ricas de este lugar, en sus giras por Europa. Se han visto casos en los cuales en estas familias, donde ha predominado la mezcla de estos europeos aventureros, tengan algún ancestro escapado de las prisiones de Cayena. Los originarios componentes de esas familias han desaparecido y sólo han quedado grupos de colonizadores nórdicos, que tienen metido hasta los huesos la cultura de los júnkers imperialistas alemanes. Muy claro se ve en las firmas que controlan los fideicomisos del café, en bancos. Por ejemplo: Vonderbeck, Borggiaglio, Sprengel, Smeet, Los Bendix, los Arangos, Nossiglas y otros más. Todas estas familias son socias de los grandes monopolios que tienen absorbida la riqueza del occidente. Estos señores consideran a nuestro país como una colonia, en la cual se creen con amplios derechos de hacer y deshacer, debido a la tolerancia de los gobiernos que han pasado a través de nuestra historia. Ven al pobre trabajador peor que a un animal, porque en sus perros finos y caballos pura sangre, se esmeran con cuidados y delicadezas. Cuando nuestros campesinos quieren cultivar algunos dos medios de tierra, se las dan arrendada. Hay que saber que el medio se compone de diez tareas, y estas de diez brazadas en cuadro; y el campesino, al recibir la cosecha de su cultivo, da tres fanegas de maíz de censo. La fanega se compone de dos redes grandes, que tienen un cupo de quinientas mazorcas de las más floridas. Entonces, el pobre campesino, da tres mil de las mejores mazorcas de su cosecha, que le ha costado inmensos sacrificios, y él se queda con
el resto del maíz más degenerado, el vulgarmente conocido como "Mulquite", de donde a duras penas le sale la semilla que gastó en su cultivo. Allá por el mes de noviembre, en los patios de las haciendas, se forman grandes cerros de maíz que van a los graneros del amo. Él, muy orgulloso, se levanta por las mañanas, estirando su largo pescuezo a través de las grandes extensiones de terreno, extensiones usurpadas a nuestros humildes y miserables campesinos. A esta pobre gente la obligan a trabajar en los cultivos de la hacienda; para poderle dar un trecho de tierra, recibe inmensas tareas de quince brazadas en cuadro, para ganar miserables 50, 30, y 25 centavos. Empieza su labor a las 5 de la mañana y la termina a las dos y cinco de la tarde. Le dan un famoso desayuno, compuesto de dos chengas (tortillas), que llevan encima un puñado de frijoles rellenos de basuras y gorgojos, chorreándoles el mugroso caldo por el codo. Y para ser merecedor de esta miserable ración, tienen que llevar un fuerte tercio de leña maciza al patio de la hacienda, en donde recibe una ficha sucia que hay que entregar al mayordomo, que se encuentra con una cara de vinagre. A los campesinos de Atiquizaya y nuestro país en general, los han convertido en unas acémilas; viven en una miseria que ha sido para ellos eterna, porque ningún gobernante de la nación se ha preocupado por mejorar las condiciones de vida de ese gran pueblo laborioso. Y algunos presidentes que han surgido algo democráticos, la pandilla canalla los ha asesinado, como sucedió con el ex Presidente democrático, el Dr. Manuel Enrique Araujo, por hacer algunas reformas. Unas de ellas fueron la creación de la Junta de Conciliación y la Ley del Trabajo de 1911, y así llegó la nefasta y criminal oligarquía de los Meléndez, Quiñones, Molina, a poner en la presidencia al ilustre Dr. Pío Romero Bosques. Creyeron que él sería su instrumento, y se equivocaron. Este hombre dio altas libertades democráticas, aún con errores que para el futuro de nuestro país, resultaron serios. Los intelectuales tuvieron responsabilidad, pues cegados por el chambismo, no quisieron ver el atolladero en que quedó nuestro pueblo, sumido en la sanguinaria y criminal dictadura de los sabuesos del cepillo Maximiliano Hernández Martínez. Esto fue por aceptar al hombre de cabeza "DE SUMZA", Arturo Araujo, que sólo servía para obedecer órdenes de los altos prelados fieles al Vaticano y a los 'trust' de azúcar del London Bank. El que Atiquiz-busca… Atiquiz-aya Este dicho se oye de cuando en cuando en muchas gentes. Parece mentira, pero es una verdad. Cuando se trata de alguien de Atiquizaya por bien, se encuentra a una notable persona, y cuando se le trata a la mala, se encuentran ahí pantalones.