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La maleta escolar ABC: Un viaje por la memoria colombiana, Summaries of Modern History

Este artículo periodístico explora la historia de la maleta escolar abc, un ícono de la cultura colombiana que ha acompañado a generaciones de estudiantes. A través de entrevistas con personas que han usado la maleta y con el fabricante, el autor traza un recorrido por la evolución del producto, desde sus inicios hasta su presente. El artículo también reflexiona sobre la importancia de la maleta como símbolo de la identidad nacional y como objeto que evoca recuerdos y emociones.

Typology: Summaries

2016/2017

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PREMIO DISTRITAL DE CRÓNICA DISTRITAL CIUDAD DE BOGOTÁ
ESTA MALETA ES MÍA
Por: Sigismund Alexander Stachel
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PREMIO DISTRITAL DE CRÓNICA DISTRITAL CIUDAD DE BOGOTÁ

ESTA MALETA ES MÍA

Por: Sigismund Alexander Stachel

ESTA MALETA ES MÍA

“Aquí lo tiene –diré- échele un vistazo. Y también diré: Existe una razón para que cada libro, hasta los que no son muy serios, tengan la forma de una maleta”. Serguei Dovlátov. La maleta.

En Colombia hay millones de sanchos panzas. Piensan con el estómago, practican una religiosidad burda, maltratan habitualmente a sus mujeres, se ponen camisetas amarillas pretendiendo ser el jugador 12 y lo que más les gusta es el billete. Afortunadamente para nuestra pobre sociedad surgen unos pocos quijotes que emprenden aventuras empresariales. Rafael Molano y el ponqué Ramo; Hernán Poveda y las galletas rellenas Herpo; Hipólito Pinto y las gaseosas Hipinto; el químico Reinaldo Irragori y la Pony Malta; Jorge Garcés y la kola granulada Tarrito Rojo; o también Luis Alberto Suárez, quien como mensajero hizo todas las vueltas pequeñas pero decisivas para que naciera la compañía Sofasa y de allí surgiera el amigo fiel: el Renault 4. Y claro, don Manuel Moreno, quien hace más de 50 años fabrica este marrón baúl de los recuerdos: la maleta escolar ABC.

Para dar con quién la hacía, comencé preguntando en su local a doña Odilia, a mano derecha del Pasaje Rivas, sobre la carrera décima; luego hablé con los octogenarios hermanos Mendoza, Santiago y Ernesto, en su almacén de la calle 14. Busqué pistas por la Avenida Caracas, en los almacenes de maletas de la 58, donde el señor Aponte, como viejo ladino de Guateque, me dio tres vueltas y terminé despistado preguntando en la curtiembre de los Suárez en San Benito, por allá en la calle 59 sur.

la Cambridge Satchel Company que está registrada como casa comercial del rey, honor que comparte con el Té Lipton, la moda de Mulberry y los autos Morris Mini-Cooper.

Incluso las maletas se han unido al mundo del espectáculo; la marca británica Zatchels (con Z) se enorgullece en su sitio web www/zatchels/com: “Estamos viendo las mochilas de los hombres para primavera-verano 2014 en las pasarelas y a algunos podemos verlos divirtiéndose: David Beckham, Justin Timberlake, Kanye West, Jay Z, Ryan Gosling y Liam Hemsworth”. Así que un diseño que originalmente era una bolsa de cuero para salvaguardar las biblias de los monjes que trataban de convertir al catolicismo a los salvajes escoceses, es hoy un artículo very fashion.

“Hace unos diez u once años estábamos haciendo investigación para nuevos productos - agrega Blas Tovar– y dimos con un lugar en el centro donde vendían la maleta ABC. Nosotros la comprábamos y llevábamos a un puesto en la venta dominical, cerca de la plaza principal de Usaquén. Pero teníamos problemas de calidad con los herrajes y los clientes nos pedían que se las arregláramos. Me dieron una maleta muy dañada y yo se la llevé al señor del almacén. Y claro, pedí mi garantía de cambio. Pero el tipo estaba, no sé, de malas pulgas ese día. Yo le insistía en que me la reparara. El señor se fastidió tanto que en un momento tomó el teléfono y se comunicó directamente con el fabricante. Tenía tanta piedra que no se percató que yo memoricé el número. Imagínese: después de tanto tiempo, cuando nadie quería decirme dónde era la fábrica ni quién era el fabricante, yo de pronto, zas, tuve el teléfono del propio”. Así dio el diseñador Blas Tovar con don Manuel, en una modesta casa lote en un barrio de clase media y en vecindad a la iglesia de Santa Marta, que todos los martes, por obra y gracia del profesor Salomón, se convierte en San Trancón.

I

Se creería que esta maleta excepcional debería producirse en una enorme factoría pero uno se topa con una fachada que carece de avisos. Un pequeño timbre es la única señal para que abran la puerta que está en medio de dos locales: uno de metalmecánica y otro de mecánica nacional. Canela, una perra vieja que late echada sobre lo que fue una carpa, da la bienvenida con uno o dos ladridos de mero trámite. La casona nunca tuvo una época de esplendor. Tan solo es un sitio para trabajar, sin las vanidades de otras marroquinerías y las rigurosidades de la seguridad industrial.

En el primer piso del taller de don Manuel, como en cualquier taller de cuero o de calzado, hay profusión de afiches del seleccionado nacional de fútbol, un par de hojas recortadas con trigueñas descueradas de la última página de El Espacio y en su pared principal está una Cristina Aguilera en la misma pose de Marylin Monroe en una memorable PlayBoy, pero con una enorme guitarra azul que obviamente no le cubre nada que ella no quisiera mostrar al silencioso Ernesto, que no interrumpe su labor de desbastar el cuero.

Se recorre el taller en medio de un organizado desorden con trozos de cuero y carnaza, clichés, retales y marcos de madera. Incluso, hay una nevera Haceb aparentemente intacta sobre la que se apilan bultos de herrajes, unas estanterías con arrumes de periódicos, cosedoras en desuso, desbastadoras y dos rígidas prensas ensambladas en Hamburgo hacia

  1. Estas prensas las consiguió poco a poco don Manuel: una en un remate de chatarra en la Imprenta Nacional y la otra llego por un cambio de maquinaria en los talleres gráficos

viejo teléfono color crema y se dispone a despachar las preguntas de cualquier idolatra de la ABC.

  • Si le parece comencemos la historia con usted. ¿Dónde nació, don Manuel, en Bogotá?
  • Si como no.
  • ¿En qué parte de la ciudad?
    • En la calle 33 A número 4 - 51.
    • Déjeme pensar, don Manuel…
    • Se lo digo así como para que me vaya teniendo respeto…
    • ¿La Perseverancia?
    • Exactamente. Allá donde se jugaba bolas con las cabezas de los policías.

Y don Manuel suelta una suave risa socarrona. El fabricante de la maleta ABC es un cachaco de 83 años que sin ser obeso parece tan bien cosido a su ropa como un balón de cuero de Monguí. Tiene un corto bigote blanco y habitualmente luce enfundado en una camiseta polo, con pantalones planchados y zapatos bien lustrados. Escucha bien antes de comenzar a hablar y habla pensando y desconfiando de su interlocutor. Y siempre está listo para soltar un chascarrillo, como buen hijo de “La Perse”.

La Perseverancia surgió en los lotes que eran de un pobre hombre – sonríe Don Manuel– que era dueño desde los paredones del San Bartolomé de La Merced hasta la calle 26, y de la carrera quinta hasta la carrera primera. Don Luis Vega, ese pobre viejecito, en asocio con

don Leo Koop, desenglobó más de 300 varas para vendérselas a los obreros de la nueva fábrica de Bavaria y a particulares.

Allí el papá de don Manuel compró un lote de 4 x 7.50 metros por 60 pesos de contado y una hipoteca de 90 pesos, y construyó una familia. Con el tiempo su mamá organizó un almacén y tenía prósperos negocios de confecciones de ropa. De otro lado su papá compró buses y los afilió a la Cooperativa Coobuses. “Digamos que alcanzó a tener unos ocho buses y no sabía manejar”, recuerda el señor Moreno mientras despacha un café con leche.

II

En 2012 los curadores Londoño Vega y Londoño Vélez presentaron en la Biblioteca Luis Ángel Arango la exposición “Los niños que fuimos”. En esta recapitulación de los infantes colombianos se exhibieron dos interesantes piezas: al lado de la clásica lonchera metálica, había una maleta tipo Satchel. Es un bolso escolar con dos hebillas y un hermoso óvalo en su tapa, con una ilustración victoriana de liebres y conejos muy tiesos y muy majos disponiéndose a tomar el té. La otra pieza histórica es una fotografía de Rafael Mesa tomada en Medellín hacia 1940. La imagen congela a dos niñas de siete u ocho años. Tienen sus uniformes y la mirada atenta y triste de quienes padecían el rigor escolar de la hegemonía goda. Pero lo importante es que las dos aferran con sus manitas sendos maletas escolares tipo satchel. El bolsillo exterior luce una textura escocesa cerrada con una tercera hebilla y las manijas no parecen de cuero sino de un plástico de los años 30, la bakelita. Esas son las únicas huellas visibles de los antecesores nacionales de las maletas escolares ABC.

liquidación, comenzaran a ensamblar maletines escolares, bolsos y carteras. Don Manuel Moreno ya los conocía y había hecho negocios con el señor Segismundo. “Yo antes había trabajado con un amigo de apellidos Niño Amézquita, que era ingeniero de la Nacional en un almacén que nos cedió mi mamá - recuerda Don Manuel-, el almacén Tolima de la calle 12 numero 10-64, donde vendíamos billeteras, carteras y portapapeles en cuero. Después sociedad con Gustavo Castro en 1969. Él requería capital para su marroquinería y le aporté unos 75.000 para empezar. Gustavo Castro ya venía haciendo la maleta ABC, aunque no se quien la hizo antes que él. Continuamos unos meses hasta que la sociedad se acabó y él estuvo un tiempo con la maleta hasta que se dedicó a otras vainas”.

Don Manuel tenía una empleada, que era cuñada de Castro, y un sábado cualquiera le dijo:

“Manuelito, sumercé, que hay un señor que me encargo una maleta de esas ¿le puedo llevar la suya, la más grande? Llévelas a ver cuál le gusta si la pequeña o la grande. Y la maleta grande de 40 x 28 cms fue mi éxito más grande. En esa época salía a $ 7.50 y se vendía a 12 pesos con derecho a dejársela a 1 0 pesos al parroquiano. Y me decían:

  • ¿y en mitad?
  • sumercé, que pena, es que si yo le vendo la mitad ¿Qué hago con la otra mitad de la maleta?
  • no, que si le doy la mitad de su precio…
  • a menos de diez pesos no se la vendo.

Y así decentemente las vendí, había días que vendía 60 0 70 pesos y poco a poco se comerciaban cantidades de maletas ABC porque como decía mi mama – que fue una comerciante muy hábil- "es mejor tener hartos poquitos que pocos muchos”.

III

Después de ocho años de unión libre, sentí que la había perdido. Sé que nada es eterno, pero tenía la certeza de que ella siempre estaría al alcance de mi mano. También sé que los que me vieron caminando con ella, o cuando íbamos en algún atestado bus de Trasmilenio, la miraban como quien mira a la mujer del prójimo, hombres y por qué no, mujeres en especial de más de 40 años.

La perdí en ese viaje en avión. En vez de estar pendiente de ella me uní dócilmente al rebaño que se levanta cuando la azafata dice que sigamos sentados, la misma grey que enciende angustiada sus celulares y que me empujó por la escalera para descender en la pequeña terminal aérea de Pasto.

Pasamos a la sala de equipajes y entonces caí en cuenta que no tenía a mi media mitad. En ese instante su vida y mi vida pasaron ante mis ojos como una película. El Liceo Edeval y ella con la cartilla de lectura Charry y cinco cuadernos marca Ibérica; la biblioteca del Colegio Abraham Lincoln y ella esperándome en el mostrador de miss Erazo; la valiente reacción cuando se arrojó sobre Bohórquez, el “matón” del grado quinto, con un knout-out fulminante. Entregarla, forzado por mi mamá, cediéndosela a mi primo Robertico, y la misteriosa desaparición durante una excursión a la mina de Nemocón.

La maleta ABC es un modelo que es único por su prolijo estampado. De una parte el respaldo de la maleta tiene grabado un zoológico de lectores. Sobre un alfabeto de letras voladoras leen el ratón Mickey, el pato Donald y Cat in the Hat (el gato con sombrero) con igual avidez lectora también están el elefante, la ardilla, un avestruz, el tío conejo y Leo, el león que lee. En esta festiva incitación al vicio de la lectura no hay lagartos porque es sabido que esos solo leen las invitaciones para colarse a los eventos. Y tampoco delfines, ya que con el tiempo se ratificó que ellos no leen nada y menos de los proyectos de ley que después tratan de aprobar.

En la tapa delantera hay tres grabados. Uno que remeda sobre el bolsillo exterior el rotulo “pertenece a”. Según Blas Tovar, en los modelos europeos era una fina hoja de latón o cuero fino para colocar allí el marbete con los datos del dueño de la maleta. En el fondo está estampada una lámina con un teatrito de títeres y sobre la tapa principal su impronta única y exclusiva: las tres primeras letras: la A verde aguamarina; la B, rojo bermellón y la C, azul cobalto. Es un sello con calor y presión que marca el cuero y que es indeleble en la retina de quienes la conocieron y usaron en su niñez.

Don Manuel la ha fabricado década a década con casi el mismo grupo original de operarios, primero en el taller de la carrera 11 A, cerca del hospital de La Hortúa, luego en el Restrepo, en una casa del papa de Gustavo Castro donde empezó a acreditarse la marca y a venderse cientos de ellas y desde hace más de 40 años en la bodega, entre Palermo y Galerías. Nunca tuvo almacén. Jamás le hizo publicidad en prensa o radio.

Hacerla es un proceso dispendioso que mezcla el arte con la técnica. Se debe pintar el cuero para que tomé ese tono marrón madera. Cortarla, coserla y ensamblarla es dispendioso. El solo pintar las figuras de la tapa delantera implica 16 manos de pintura al duco y terminar los detalles, como los ojos del conejo de la suerte que sonríe a lado de la letra A, o las pupilas de Paco o Luis, los sobrinos del pato Donald, es una tarea minuciosa con pincel de pelos de camello que Ruth termina con devoción de miniaturista.

La ABC tiene tres formas de portarla. Llevarla al hombro con correa como la usaba uno de los protagonistas de la recordada serie de televisión “Décimo grado” y que se le conoce como cargarla a la bandolera. La segunda es cargarla a la espalda mediante dos correas como la uso el niño, disfrazado de castor , en un memorable comercial de la casita roja del banco Davivienda y la otra es asirla con su manija con lo cual la ABC se vuelve una extensión más del cuerpo y del hombre.

La maleta llegó a todas partes de Colombia. La red de cacharrerías entregaba lotes de maletas desde San Victorino hasta diferentes ciudades. En Manizales la vendían en la Central, una miscelánea vecina al legendario Café Osiris. En Neiva se vendía en el tradicional almacén de don Carlos Cedeño o en “El Palacio de la Maleta”. En Cartagena la vendían en una tienda de turcos por los lados de La Matuna y en Medellín, en los comercios cerca de la avenida El Palo, según lo recuerda en su blogger de cultura y estética urbana, el maestro Carlos Múnera. En su momento cumbre un vendedor viajero, don Raúl Barrios, recorría todo el país con su representación acompañada de artículos de empresas de gran prestigio: Mesacé, Capriani, Vélez y otras.

También Luz Miriam Gutiérrez en cuanto la vio me dijo que aún la tenía en casa de su padre, que la maleta había sido su fiel compañera en el Colegio Distrital Santa Elenita y que si me parecía bien, ella podría colocarse de nuevo su uniforme de colegiala y posar para una foto con la ABC. No quise alentar ese viaje de añoranza porque lo asocié con esas imágenes de japonesas o postizas colegialas que navegan en las aguas del deseo en la red.

V

Cuando llegó el siglo XXI la maleta ABC comenzó a perder presencia. Otros compañeros de escuela ya se habían retirado. Por ejemplo, en 1982 Cecilia Charry dejó de publicar la “ cartilla para la enseñanza simultánea de la lectura y escritura Charry” , que desde 1917 se imprimía junto con La alegría de leer de Quintana. También se habían extinguido los cuadernos de la fábrica Ibérica. Languidecían los tenis de marca Croydon , caía en desuso la regla de madera con renglón de latón y en el 2000, el tablero verde de cemento o madera ya se había rendido ante el tablero de acrílico; la lonchera metálica por la de plástico reforzado. Pero don Manuel, con persistencia, seguía ensamblando las maletas sin modificar sustancialmente la fórmula original. De lo contrario sería como un Chocorramo redondo y relleno de crema chantilly o un Renault 4 con caja de velocidades al piso.

Hacia el año 99, don Manuel tenía tan pocos pedidos - estaba tan lleno de existencias- cuenta Manuel Antonio, “que mi papá un día se emberracó con los proveedores acosándolo, con las facturas de servicios, con los clientes que la querían a precio de ganga, y decidió cerrar la puerta de su fábrica”. En la familia y trabajadores se pensó que si sería el final de la historia de la ABC.

Manuel Antonio, de 42 años, es la segunda generación de hacedores de la maleta ABC. No la recuerda con cariño. En casa de marroquinero las carteras son de tela.

“A mí no me gustaba. Si. La usé en el jardín infantil Merceditas, pero no me gustaba. En parte porque como la fábrica en el Restrepo era pequeña y mi papá traía maletas y más maletas y ocupaba cuartos en nuestra casa, aquí en Teusaquillo, en La Magdalena, eso era mamon”.

Sin embargo desde hace ocho años él se involucró poco a poco en la fábrica y aunque don Manuel aún conserva su trono ya la sucesión está resuelta. Ahora viaja a donde sus hermanas en Estados Unidos y Canadá, se queda en casa como si fuera un pensionado más y va de vez en cuando a ver qué pasa en el taller o simplemente habla con sus vecinos en la oficina alterna a la fábrica, la cafetería La 51.

Manuel hijo no volvió a gustar de la maleta sino cuando ya cursaba sus estudios de veterinaria y como se especializó en equinos, lo lógico era empezar a hacer aparejos para indóciles caballos de paso. Y como quien ajusta los huecos de una correa, la ABC lo fue anudando. Empezó a desenvolverse en el mercadeo de la maleta, desarrolló y mantiene un grupo en Facebook ( mi maleta ABC ); también comenzó la era de los portales de internet como Mercado Libre.com, en blogs o en twitter (abcmaletas&marroquin). Pactó un sesudo estudio de mercadeo y administración contratado con la Universidad de Los Andes y empezó a experimentar con variaciones a la opera maestra.

Esas nuevas direcciones no parecen necesarias porque la maleta escolar ABC ya esta clasificada como una especie endémica por la ciencia de la colombiología. Reside en la

No hay semana en la que no se venda una -dice Marcos- el vendedor del almacén de la caracas con la calle 57 y agrega que “viene gente de muchas partes, más que todo personas de treinta a cuarenta años”. Es una señal inequívoca de que la ABC goza de salud, aunque la den por enferma las abusivas fábricas chinas o coreanas que traen cientos de morrales escolares en containers completos y que suben a lomo de tractomula desde Buenaventura o Cartagena y luego se desparraman en almacenes y andenes, en especial durante las temporadas escolares. En la economía del contrabando, el lavado de activos y el rebusque con los útiles escolares, esta mercancía que compite deslealmente con la perenne ABC, es otra muestra de la patria de los sanchos y los quijotes.

En el renacimiento de la ABC también juega la nostalgia, debidamente desodorizada e higiénicamente empacada, que emplean a veces la publicidad y el mercadeo. La multinacional EUCOL, que es la licenciataria de los paraderos públicos de buses, eufemísticamente llamados amoblamiento urbano, la colocó entre dos gruesos vidrios, en 2008, cuando su cliente Telecom quería mostrar la diferencia entre una maleta cargada de útiles y un morral con un modem de internet, desconociendo que nadie carga un ABC para estar conectado en WIFI. No obstante en la medición la campaña tuvo una gran recordación. Para eso existen los smartphones, más inteligentes que los publicistas. En otra ocasión un hábil publicista la entrego en una emisión del programa “Muy Buenos días” del canal RCN al agridulce presentador Jota Mario Valencia cuando este menciono que la había usado de niño. También hace poco la multinacional de investigación de mercadeo Raddar adquirió para un evento de lanzamiento mil maletas y se las obsequió a los participantes en un encuentro mundial de branding.

VI

El colegio Calasanz de Bogotá, en la calle 175, está en un sector donde están asentados más de 22 colegios. Si bien fue fundado en 1949 por la orden religiosa de las Escuelas Pías, su sede norte data de 1983. Es un colegio bilingüe, con unos 1300 estudiantes, entre niños y niñas de clase media. En la era de los exclusivos morrales Tottos, las maletas de rodachinas, los morrales con panel solar incorporado, de las manos libres, de los lujosos samsonite , los desechables sintéticos, las imitaciones de cuero, las lonas que resisten el uso y el abuso e incluso esos padres y estudiantes han escuchado que en Estados Unidos se usan morrales reforzados con Kelvarl y que pueden ser usados como chalecos antibala por si hay una masacre en las aulas, a pesar de todo se puede ver, a un niño que entra a una aula del siglo XXI con una maleta ABC.

Isaac López Castro tiene seis años. Su padre Ramiro tuvo una maleta ABC cuando en la década de los 80 estudiaba con los frailes franciscanos en el colegio Virrey Solís. Luego conoció y se casó con Lina y llegó Laura Sofía y, después, en 2008, Isaac. Como ahora todo es más veloz, el hijo de Ramiro entró al jardín de infantes en 2010 y qué mejor regalo -pensó su padre- que una maleta ABC.

“La conseguí por Internet, el mismo modelo pero con algunos cambios – se entusiasma Ramiro- pero él era muy pequeñito para usarla. Así que solo hasta este año que entró a transición, y que tiene seis años, puede llevarla al colegio”.

Su hermana, ya en bachillerato en el mismo colegio, usa a manera de cartera, una mini maleta ABC. Son al parecer los únicos que la emplean en el colegio de los Escolapios y