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Resumen de la segunda conferencia de Manuel Seco.
Typology: Summaries
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Nuestra experiencia registra a menudo una palabra o un cliché de moda que antes no existía o que no sabíamos que existía, y los adoptamos e incorporamos con total naturalidad en nuestro decir habitual. A lo largo de nuestra vida se produce una constante adquisición de masa lingüística, en forma muy intensa en los años infantiles y juveniles, y de manera más paulatina en la edad madura, hasta hacerse casi o totalmente nula en la senilidad. La adquisición no sólo colectiva sino individual de los neologismos se produce en la mayoría de los casos de manera inconsciente. Pero junto a esta adquisición individual y colectiva de estos elementos lingüísticos, se produce una pérdida de otros.
La lengua, en su conjunto, está constituida por una gran masa de usos que se retienen de los estados anteriores, pero esa masa está en constante evolución. Esta evolución implica la desaparición constante de muchos elementos, cuyo lugar es también constantemente invadido por otros nuevos.
Las causas del cambio lingüístico son siempre los mismos: las necesidades de la comunicación, que a su vez están subordinadas a la evolución de la sociedad. La intensidad con la que estas causas actúan sobre las diversas fachadas del idioma es desigual. El léxico es siempre el más inmediatamente afectado, más suavemente lo es la gramática y, por último, de manera más difícilmente perceptible lo es la fonología.
El cambio lingüístico es un consecuencia de necesidades expresivas que no son iguales para cada generación y, además, el cambio no implica aniquilación de lo anterior, sino conservación selectiva de aquella parte del pasado que aún tiene alguna vigencia en el presente.
Algunos lingüistas han defendido que la lengua no sufra estos cambios, que se quede como está. El primero en adoptar esta postura fue Elio Antonio de Lebrija, que entendía (en 1492) que nuestra lengua estaba tanto en la cumbre, que más se puede temer el descendimiento de ella que más la subida.
Otros autores, en cambio, como Jerónimo de Feijoo se rebelaba contra los inmovilistas del idioma. Entendía que tratar de conservar la lengua es menguar su utilidad y querer cortar su vitalidad. Hay que aceptar como un hecho cierto el cambio lingüístico y darlo como bueno, puesto que se produce para adaptar, es decir, para hacer más apto el instrumento de comunicación a la altura de los tiempos.
El cambio lingüístico no es ruptura, sino evolución, porque cada generación, al heredar de sus padres la lengua, introduce los retoques necesarios, la adapta a las nuevas circunstancias. Pero esa adaptación sólo debe producirse en lo que sea verdaderamente necesario. La mayor parte de la herencia lingüística se conserva y pasa de una a otra generación, pero siempre aporta su toque, mayor o menor.
El papel de los celadores de la norma no ha de ser el de aduaneros que impidan la entrada de géneros prohibidos, sino de vigías que mantengan despierta la conciencia lingüística de los hablantes y les hagan reflexionar sobre su responsabilidad como miembros de la comunidad lingüística para que actúen en consecuencia. Las desviaciones respecto a la norma son más graves cuanto mayor alcance tienen los medios de comunicación. Manuel Seco se centra en los medios del periodismo hablado y del periodismo escrito.
1.3.1 El periodismo hablado (radio y TV)
El periodismo hablado, por su propia índole, ejerce sobre el individuo un influjo más directo que el escrito, pues se produce en la forma de transmisión natural del lenguaje (forma sonora).
Esto determina una percepción más sensible y menos intelectual, es decir, una mayor asimilación de las formas fónicas que de los contenidos.
El periodismo hablado más formal es el informativo. En términos generales, Seco reconoce que la fonética de los locutores es normal. Sin embargo, hay excepciones. A veces, existen consignas muy personales sobre locución emanadas de los jefes de los respectivos centros, teniendo en cuenta el peculiar ritmo y la peculiar entonación que caracterizan a alguna cadena de radio. Otras veces por exigencias del tiempo, por imprimir dinamismo al asunto, etc., la lectura de noticias se produce con una rapidez impresionante y con inflexión melódica del final de sílabas tan típico.
Otras distorsiones del sistema normal son imputables a la ignorancia particular del locutor o, tal vez, a lapsus ocasionales, que, por otra parte, casi nunca se preocupan de rectificar. Un fenómeno que se presenta con cierta frecuencia en los programas radiofónicos se refiere a las pausas interiores, cuya dislocación puede llegar a ocasionar alteración del sentido de la frase o, al menos, perturbar su comprensión.Bastante más frecuentes son las acentuaciones anormales. Por ejemplo, la palabra proveniente del francés “elite”, pronunciada por los locutores como /élite/, y que a día de hoy es ya aceptada en sus dos formas.
En los locutores se presenta una deformación profesional que tiene su origen en una virtud. El locutor considera que lo esencial de su trabajo está en la articulación de los fonemas y pone en ello especial esmero, huyendo de la pronunciación relajada del habla coloquial. Lo que ocurre es que la exageración de este cuidado lleva fácilmente al énfasis, y el énfasis lleva fácilmente al exceso. Así, se llega a encontrar una cuidada pronunciación de x en palabras que no la tienen ( texitura y cohexión ), o se pronuncian palabras como objección, inflacción, sujección…
Hay dos fenómenos en expansión que ocurren en la lengua general. El primer fenómeno es el yeísmo, que se ha expandido como consecuencia de las emigraciones rurales a las ciudades industriales, de la difusión del yeísmo de las ciudades al resto del país.
El otro fenómeno es el desdoblamiento entre acento normal y acento enfático. Lapesa indica que este desdoblamiento tuvo lugar antes en Hispanoamérica que en España. En nuestra propia lengua ha tenido presencia como rasgo de expresividad, pero para que conserve su calidad expresiva es indispensable que no haya inflación en su uso.
En cuanto a la estructura gramatical, existen varios problemas. Uno de ellos es el de la forma genérica de los nombres que designan mujer que ejerce una profesión u ocupa un cargo que históricamente ha sido realizado exclusivamente por hombres. Existen desde antiguo en la lengua formas femeninas de nombres de profesión o cargo, las cuales designan a la consorte del varón titular de tales funciones (alcaldesa, almiranta, generala, embajadora…). Junto a esta serie existen otras formas femeninas con que se designa, no a la mujer del que ocupa el puesto, sino a la propia mujer que lo ocupa: oficiala, aprendiza, ayudanta, dependienta, maestra…
En cualquier caso, existe una gran resistencia a usar la forma femenina. En un contexto donde aparece varias veces la palabra torera , se emplea también mujer torero. Seco señala también la pintoresca nomenclatura de la primer ministra, la primer ministro, la primera ministro…
En un libro feminista acerca de la discriminación sexual en el lenguaje, no se propone ninguna de esas dos soluciones, ni el uso sistemáticamente masculino ni el uso alternativamente masculino y femenino. La explicación de estas rigideces y contradicciones surge de una mentalidad lingüística pobre, no desarrollada, propia de una educación idiomática deficiente.