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Resumen de la primera conferencia de Seco.
Typology: Summaries
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Según afirma Manuel Seco, la lengua es un ente en constante evolución. Trazar límites sobre lo que en ella es correcto o incorrecto sólo puede hacerse refiriéndose a determinado momento histórico.
La lengua, en su sentido más corriente, es el sistema de signos sonoros propio de cada comunidad humana. Sin embargo, tendemos a asimilar con infantil ingenuidad las fronteras lingüísticas con las políticas (las naciones); así pensamos en el francés como lengua de Francia, o el español como lengua de España.
No obstante, la correspondencia nación lengua, aunque es común, no siempre coincide. Así, aunque afirmamos que el español es la lengua de España o el francés, de Francia, también son lenguas de otros países.
Otra realidad que desmiente la correspondencia nación lengua es el fenómeno inverso del anterior: la coexistencia de dos o más lenguas en una misma nación. Unas veces en condiciones de igualdad, disfrutando todas ellas de carácter oficial; otras, ostentando tal carácter solamente una de ellas.
Dentro de los criterios geopolíticos nos encontramos con la situación de España. La lengua española, por un lado, es la lengua oficial de toda España, a pesar de la existencia de otras lenguas hermanas dentro de la nación; y, por otro lado, compartirá la oficialidad con otra lengua en determinadas CC. AA.
Sin embargo, en otros casos la solución no es tan clara. Por ejemplo, China cuenta con 6 sistemas lingüísticos principales, lo cual no es óbice para que todo el mundo hable de la lengua china como un todo unitario. En este sentido, hay que tener en cuenta un aspecto: la escritura ideográfica usada por los chinos que, a diferencia de las europeas, carece de relación con los fonemas y representan directamente los objetos.
De esta forma, y frente al inconveniente que supone el aprendizaje de varios millares de caracteres, este sistema ideográfico hace posible la perfecta comunicación escrita entre individuos que de ningún modo podrían entenderse oralmente.
En cuanto al criterio sociológico, Halliday, McIntosh y Strevens lo definen utilizando como base el concepto de comunidad lingüística. Según estos autores, una comunidad lingüística es un grupo de personas que se consideran a sí mismas hablantes de una misma lengua (así, los chinos, como hablantes de chino, se ven como comunidad lingüística; en cambio, los escandinavos no se denominan comunidad lingüística, al no considerar sus hablantes que hablen una variedad de la lengua escandinava, sino que su lengua es el noruego, sueco o finlandés).
En el mundo hispánico, se considera comunidad lingüística hispánica tanto al castellano de Soria como al de Río de la Plata. Este concepto tiene interés, porque refleja la actitud del hablante hacia su lengua y hacia su manera de usarla. La conciencia de hablar una determinada lengua implica un sentimiento de solidaridad entre todos sus hablantes y actúa de forma más o menos consciente sobre el uso individual de este instrumento comunicativo.
Curiosamente, los hispanohablantes no saben muy bien cómo se llama su lengua: ¿castellano, español, lengua estándar? La Constitución de 1978 establece: “el castellano es la lengua española oficial del Estado”, y las Cortes adoptaron el nombre de castellano para referirse a nuestra lengua. Por ello, según Manuel Seco, el término “español” resulta superfluo.
Según matiza Seco, español y castellano son ambos igualmente aceptables para el uso común. Señala que en algunas regiones se usan indistintamente, y que el hecho de que en algunas zonas peninsulares y de América se prefiera el uso de “castellano” se debe a una larga tradición. Para el caso sudamericano, hay que unir a esta causa el recelo al colonialismo. En las zonas bilingües de España, el uso casi exclusivo de “castellano” es una denominación más apropiada, pues españolas son también el gallego, el catalán o el vascuence.
Según Seco, el empleo sistemático del nombre “castellano” con negación del nombre “español” implica una inexactitud, la de suponer que la lengua oficial de España y de todas las regiones hispanoamericanas es patrimonio de una sola región. Idea falsa, pues la lengua castellana hace ya muchos siglos que no es propiedad de Castilla, sino de todas las regiones y naciones que la tienen como medio de comunicación. Sólo existen dos casos en los que lo adecuado es, precisamente, el empleo de “castellano”: uno, por exigencia de exactitud histórica y científica cuando se trata de designar la lengua que durante la Edad Media fue privativa del Reino de Castilla; y, en segundo lugar, cuando en un mismo contexto aparece esa lengua general al lado de otra lengua de España (por ejemplo, lengua vasca y lengua castellana).
La lengua, entendida como una entidad de rasgos bien definidos, constituye una abstracción, porque se está haciendo referencia a un sistema de signos, a un código de comunicación que está al servicio de una comunidad. Sin embargo, al hacerlo así, se omite conscientemente la diferencia que existe entre el sistema en sí y su utilización concreta en cada momento.
La lengua es un conjunto de posibilidades, de las que cada hablante aprovecha unas pocas en cada acto de comunicación. Se trata de una distinción que Saussure enseñó entre la lengua y el habla: “la lengua es la parte social del lenguaje exterior al individuo, que por sí solo no puede crearla ni modificarla. El estudio del lenguaje comporta dos partes: la una, esencial, tiene por objeto la lengua que es social en su esencia e independiente del individuo; la otra, secundaria, tiene por objeto la parte individual del lenguaje”.
Para cada hablante, la lengua se presenta determinada por dos coordenadas, una vertical y otra horizontal.
La coordenada horizontal es la geográfica. Por nuestra experiencia, sabemos que no son superponibles las formas del español de Andalucía, Argentina, México, etc., no por el uso individual de cada hablante, sino por la presencia de un conjunto mayor o menor de variantes. El conjunto de esas variantes se designa vulgarmente como acento (decimos que alguien habla con acento aragonés, cubano… ). Las variantes no sólo se basan en la entonación, sino que afectan a diversos aspectos del sistema fonológico, del léxico y de la gramática.
Las variedades geográficas de la geografía española están determinadas, en su mayoría, por el bilingüismo. Así, el castellano hablado por catalanes presenta rasgos fonéticos determinados (relajación de la a tónica, entonación característica, etc.), al igual que ocurre con las diferencias existentes en el castellano hablado por gallegos.
No obstante, el grado de peculiaridad que presenta el castellano en boca de españoles que tienen otra primera lengua no es más marcado que el de los españoles de otras zonas no bilingües. Así,
manifestación más elemental de los niveles de habla.
En líneas generales, se clasifican los registros en formales e informales, clasificación que debería subdividirse en muchos matices, dependiendo de las posibles situaciones de la comunicación, pero, en todo caso, el factor esencial es el interlocutor.
Cada hablante, dentro de su cerebro, tiene el sentimiento de comunidad lingüística que forma parte de nuestro instinto social. Ese sentimiento se genera sobre una noción fundamental, la norma.
Entre la lengua, sistema de signos a disposición del hablante, y el habla, utilización concreta e individual de ese sistema, se intercalan una serie de imposiciones y condiciones que la sociedad tiene establecidos, y que actúa de filtro entre lo que teóricamente se podría decir y lo que de hecho se puede decir. Por ejemplo, de acuerdo con la norma, el que vende algo se designa por un nombre con el sufijo –ero, por lo que quien vende pan sería panero , y el que vende flores sería florero , pero la norma impone el veto y manda decir panadero y florista.
La norma tiene siempre su fundamento histórico, aunque muchas veces carezca de fundamento lógico. Podemos no estar de acuerdo con ella, pero debemos someternos a ella, porque ella representa los poderes fácticos del idioma.
La primera exigencia de un sistema de normas es la eficacia de la comunicación. La diversidad de formas lingüísticas coexistentes dentro de una comunidad puede hacer defectuosa la comunicación entre los distintos miembros de la comunidad. Por ello, es necesario aspirar a una forma de lengua unitaria que sea reconocida por el conjunto de los usuarios. Esta forma de lengua de importancia vital para una comunidad lingüística recibe el nombre técnico de norma estándar , y es el medio de comunicación considerado óptimo, que prescinde de las variedades sociales o locales de cada individuo o grupo.
Los criterios existentes para determinar cuál es esa lengua modelo hacia la que deben tender los esfuerzos normativos fueron clasificados por Jespersen de la siguiente forma:
● El criterio de autoridad. Es al que apelan las personas cuando aseguran la corrección o incorrección de una forma, basándose en lo que dice el diccionario. ● El criterio geográfico. Al que recurren, por ejemplo, los que opinan que donde mejor se habla español es en Valladolid. ● El criterio literario. En él se fundan quienes proclaman el uso de los escritores del Siglo de Oro. ● El criterio aristocrático, según el cual el mejor lenguaje es el de las personas distinguidas. ● El criterio democrático. Lo único que considera es el número de los que usan una palabra o una forma. ● El criterio lógico. Juzga la corrección de una forma lingüística de acuerdo con su conformidad con las leyes universales del pensar. ● El criterio estético. Rechazan determinadas formas apoyándose en que no les gustan o suenan mal.
Todos estos criterios tienen algo positivo, aunque ninguno es válido por sí solo. El criterio democrático parece ser el favorito, porque representa el uso, según los lingüistas.
El lenguaje es un hecho humano y, como tal, sometido a la voluntad humana, no sólo a la de quien propone un uso, sino también a la de quien decide seguirlo. Lo que conduce a hablar de una dirección impuesta a la lengua.
Aunque sea deseable lograr una nivelación lingüística, es una utopía suicida pretender que esa nivelación se realice hacia abajo, hacia el nivel popular. El nivel popular de la lengua no sólo carece de unidad, sino de la precisión y del caudal indispensable para servir de instrumento de comunicación en una suciedad. Este nivel sólo es suficiente para el medio en que se usa (doméstico, familiar, coloquial).
Por tanto, la nivelación lingüística debe realizarse hacia arriba. El progreso de una nación ha de empezar por el progreso en su educación lingüística. En esta tarea, desempeña una importantísima labor el lingüista.
El especialista del idioma tiene la misión de examinarlo y analizarlo constantemente, y sus observaciones deben servir de termómetro para conocer el estado actual y las perspectivas de la lengua. Además, como usuario particularmente especializado, debe exponer públicamente su opinión para influir sobre el idioma común, en un sentido de mayor unidad y de mayor utilidad para todos los hablantes.