Docsity
Docsity

Prepare for your exams
Prepare for your exams

Study with the several resources on Docsity


Earn points to download
Earn points to download

Earn points by helping other students or get them with a premium plan


Guidelines and tips
Guidelines and tips

Doctrina Social de la Iglesia: Justicia Social y Paz, Schemes and Mind Maps of Church History

Este documento explora la doctrina social de la iglesia católica, ofreciendo una visión profunda de la enseñanza de la iglesia sobre la justicia social, la paz, la dignidad humana y la responsabilidad social. Se analizan las principales encíclicas y documentos de la iglesia, incluyendo 'pacem in terris' y 'gaudium et spes', para comprender la visión católica sobre la construcción de una sociedad justa y armoniosa.

Typology: Schemes and Mind Maps

2024/2025

Uploaded on 02/06/2025

no-estoy-aqui
no-estoy-aqui 🇺🇸

2 documents

1 / 203

Toggle sidebar

This page cannot be seen from the preview

Don't miss anything!

bg1
Pensamiento Social Cristiano Una nueva voz…
COMPENDIO DE LA DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA
PONTIFICIO CONSEJO “JUSTICIA Y PAZ”.-
(Traducción y transcripción para uso privado)
* * * * * * * * *
“A Juan Pablo II, maestro de doctrina social, testigo evangélico de justicia y de paz”
* * * * * * * * *
DOS CARTAS
1.- DE LA SECRETARÍA DE ESTADO
Vaticano, 29 de junio 2004
N. 559. 332
A su Eminencia Reverendísima
CARD. RENATO RAFFAELE MARTINO
Presidente del Pontifico consejo
Justitia et Pax
Ciudad del Vaticano
Señor Cardenal:
En el curso de la historia, y en particular en los últimos cien años, la Iglesia nunca ha renunciado
según las palabras del Papa León XIII– a pronunciar «la palabra que le corresponde» acerca de las
cuestiones de la vida social. Continuando con la elaboración y la actualización de la rica herencia de
la Doctrina Social Católica, el Papa Juan Pablo II ha publicado, por su parte, tres grandes encíclicas –
Laborem exercens, Sollicitudo rei socialis, Centesimus annus-, que constituyen etapas fundamentales
del pensamiento católico sobre el argumento. Por su parte, numerosos Obispos, de todas las partes del
mundo, han contribuido en estos últimos tiempos a profundizar la doctrina social de la Iglesia. Otro
tanto han hecho numerosos estudiosos, en todos los Continentes.
1.- Era, pues, indispensable que se proveyese a la redacción de un compendio de toda la materia,
presentando en modo sistemático los puntos principales de la doctrina social católica. De esto se ha
hecho cargo el Pontifico Consejo «Justicia y Paz», dedicando a la iniciativa un intenso trabajo a lo
largo de los últimos años.
pf3
pf4
pf5
pf8
pf9
pfa
pfd
pfe
pff
pf12
pf13
pf14
pf15
pf16
pf17
pf18
pf19
pf1a
pf1b
pf1c
pf1d
pf1e
pf1f
pf20
pf21
pf22
pf23
pf24
pf25
pf26
pf27
pf28
pf29
pf2a
pf2b
pf2c
pf2d
pf2e
pf2f
pf30
pf31
pf32
pf33
pf34
pf35
pf36
pf37
pf38
pf39
pf3a
pf3b
pf3c
pf3d
pf3e
pf3f
pf40
pf41
pf42
pf43
pf44
pf45
pf46
pf47
pf48
pf49
pf4a
pf4b
pf4c
pf4d
pf4e
pf4f
pf50
pf51
pf52
pf53
pf54
pf55
pf56
pf57
pf58
pf59
pf5a
pf5b
pf5c
pf5d
pf5e
pf5f
pf60
pf61
pf62
pf63
pf64

Partial preview of the text

Download Doctrina Social de la Iglesia: Justicia Social y Paz and more Schemes and Mind Maps Church History in PDF only on Docsity!

Pensamiento Social Cristiano Una nueva voz…

COMPENDIO DE LA DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA

PONTIFICIO CONSEJO “JUSTICIA Y PAZ”.-

(Traducción y transcripción para uso privado)

“A Juan Pablo II, maestro de doctrina social, testigo evangélico de justicia y de paz”

DOS CARTAS

1.- DE LA SECRETARÍA DE ESTADO

Vaticano, 29 de junio 2004 N. 559. 332 A su Eminencia Reverendísima CARD. RENATO RAFFAELE MARTINO Presidente del Pontifico consejo ―Justitia et Pax‖ Ciudad del Vaticano Señor Cardenal: En el curso de la historia, y en particular en los últimos cien años, la Iglesia nunca ha renunciado – según las palabras del Papa León XIII– a pronunciar «la palabra que le corresponde» acerca de las cuestiones de la vida social. Continuando con la elaboración y la actualización de la rica herencia de la Doctrina Social Católica, el Papa Juan Pablo II ha publicado, por su parte, tres grandes encíclicas – Laborem exercens , Sollicitudo rei socialis , Centesimus annus -, que constituyen etapas fundamentales del pensamiento católico sobre el argumento. Por su parte, numerosos Obispos, de todas las partes del mundo, han contribuido en estos últimos tiempos a profundizar la doctrina social de la Iglesia. Otro tanto han hecho numerosos estudiosos, en todos los Continentes. 1.- Era, pues, indispensable que se proveyese a la redacción de un compendio de toda la materia, presentando en modo sistemático los puntos principales de la doctrina social católica. De esto se ha hecho cargo el Pontifico Consejo «Justicia y Paz», dedicando a la iniciativa un intenso trabajo a lo largo de los últimos años.

Me complazco, por ello, de la publicación del volumen Compendio de la doctrina social de la Iglesia , compartiendo con Usted la alegría del ofrecerlo a los creyentes y a todos los hombres de buena voluntad, como alimento de crecimiento humano y espiritual, personal y comunitario. 2.- La obra muestra cómo la doctrina social católica tiene también el valor de instrumento de evangelización (cfr. Centesimus annus , 54), porque pone en relación la persona humana y la sociedad con la luz del Evangelio. Los principios de la doctrina social de la Iglesia, que se fundamentan en la ley natural, se ven confirmados y valorizados, en la fe de la Iglesia, por el Evangelio de Cristo. Con esta luz, se invita al hombre, ante todo, a descubrirse como ser trascendente, en todas las dimensiones de la vida, incluida la que se refiere a los ámbitos sociales, económicos y políticos. La fe lleva a su plenitud el significado de la familia que, fundada en el matrimonio entre un hombre y una mujer, constituye la célula primera y vital de la sociedad; ella, además, ilumina la dignidad del trabajo que, en cuanto actividad del hombre destinada a su realización, tiene la prioridad sobre el capital y constituye un título de participación en los frutos que produce. 3.- El presente texto resalta además la importancia de los valores morales, fundados en la ley natural escrita en la conciencia de cada ser humano, que está por lo mismo obligado a reconocerla y a respetarla. La humanidad pide hoy una mayor justicia al afrontar el vasto fenómeno de la globalización; siente viva la preocupación por la ecología y por una correcta gestión de las funciones públicas; advierte la necesidad de salvaguardar la conciencia nacional, sin perder de vista, sin embargo, el camino del derecho y la conciencia de la unidad de la familia humana. El mundo del trabajo, profundamente modificado por las modernas conquistas tecnológicas, ha alcanzado extraordinarios niveles de calidad, pero, lamentablemente, registra también formas inéditas de precariedad, de explotación y hasta de esclavitud, dentro de las mismas sociedades así llamadas ―opulentas‖. En diversas áreas del planeta, el nivel de bienestar sigue creciendo, pero aumenta también amenazadoramente el número de los nuevos pobres y se alarga, por diversas razones, el abismo entre los Países menos desarrollados y los Países ricos. El libre mercado, proceso económico con lados positivos, manifiesta también sus límites. Por otra parte, el amor preferencial por los pobres representa una opción fundamental de la Iglesia, y ella la propone a todos los hombres de buena voluntad. Se advierte así que la Iglesia no puede dejar de hacer oír su voz sobre las res novae , típicas de la era moderna, porque a ella corresponde invitar a todos a prodigarse para que se consolide cada vez con mayor firmeza una auténtica civilización, orientada hacia la búsqueda de un desarrollo humano integral y solidario. 4.- Las actuales cuestiones culturales y sociales involucran sobre todo a los fieles laicos, llamados, como recuerda el Concilio Ecuménico Vaticano II, a ocuparse de las cosas temporales ordenándolas según Dios (cfr. Lumen gentium , 31). Se comprende así la importancia fundamental de la formación de los laicos, a fin de que con la santidad de su vida y la fuerza de su testimonio contribuyan al progreso de la humanidad. Este documento trata de ayudarlos en su misión cotidiana. Además, es interesante hacer notar cómo muchos de los elementos aquí recogidos aparecen compartidos con otras Iglesias y Comunidades Religiosas, así como por otras Religiones. El texto ha sido elaborado para ser utilizado no sólo ad intra , es decir, para los católicos, sino también ad extra. En efecto, los hermanos en comunión con nosotros por el Bautismo, los seguidores de otras Religiones y todos los hombres de buena voluntad pueden extraer de ellos fecundos puntos de reflexión y un impulso común para el desarrollo integral de todos los hombres y de todo el hombre.

Ciudad del Vaticano, 2 de abril del 2004, Memoria de San Francisco de Paula. RENATO RAFFAELE CARD. MARTINO Presidente Giampaolo Crepaldi Secretario

COMPENDIO DE LA DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA

INTRODUCCIÓN.- UN HUMANISMO INTEGRAL Y SOLIDARIO

a) Al alba del tercer milenio 1 .- La Iglesia, pueblo peregrino, se adentra en el tercer milenio de la era cristiana guiado por Aquél que es «el gran Pastor de las ovejas» ( Hebreos 13,20): Él es la «Puerta Santa» (cfr. Juan 10,9) que hemos atravesado durante el Gran Jubileo del año 2000.^1 Jesucristo es el Camino, la Verdad y la Vida (cfr. Juan 14,6) : contemplando el Rostro del Señor, confirmamos nuestra fe y nuestra esperanza en Él, único Salvador y meta de la historia. La Iglesia sigue interpelando a todos los pueblos y a todas las Naciones, porque sólo en el Nombre de Cristo se da al hombre la salvación. La salvación que el Señor Jesús nos ha ganado, y por la que ha pagado «un alto precio» ( I Corintios 6,20; cfr I Pedro 1,18–19), se realiza en la vida nueva que los justos alcanzarán después de la muerte, pero atañe también a este mundo, en los ámbitos de la economía y del trabajo, de la técnica y de la comunicación, de la sociedad y de la política, de la comunidad internacional y de las relaciones entre las culturas y los pueblos: «Jesús vino a traer la salvación integral, que abarca al hombre entero y a todos los hombres, abriéndoles a los admirables horizontes de la filiación divina».^2 2 .- En este inicio del tercer milenio, la Iglesia no se cansa de anunciar el Evangelio que dona salvación y libertad auténtica también en las cosas temporales , recordando la solemne recomendación dirigida por san Pablo a su discípulo Timoteo:«Predica la Palabra, insiste a tiempo y a destiempo, reprende, amenaza, exhorta con toda paciencia y doctrina. Pues vendrá un tiempo en que los hombres ya no soportarán la doctrina sana, sino que, arrastrados por sus propias pasiones, se harán con un montón de maestros por el prurito de oír novedades; apartarán sus oídos de la verdad y se volverán a las fábulas. Tú, en cambio, sé prudente, soporta los sufrimientos, realiza la función de evangelizador, desempeña a la perfección tu ministerio» ( 2 Timoteo 4, 2–5). (^1) Cfr. NMI. , 1. (^2) RM. , 11.

3 .- A los hombres y mujeres de nuestro tiempo, sus compañeros de viaje, la Iglesia les ofrece también su doctrina social. En efecto, cuando la Iglesia «cumple su misión de anunciar el Evangelio, enseña al hombre, en nombre de Cristo, su dignidad propia y su vocación a la comunión de las personas; y le descubre las exigencias de la justicia y de la paz, conformes a la sabiduría divina».^3 Esta doctrina tiene una profunda unidad, que mana de la Fe en una salvación integral, de la Esperanza en una justicia plena, de la Caridad que hace a todos los hombres hermanos en Cristo : es una expresión del amor de Dios por el mundo, que Él ha amado tanto «que entregó a su Hijo único» ( Juan 3, 16). La ley nueva del amor abarca toda la humanidad y no conoce fronteras, pues el anuncio de la salvación en Cristo se extiende «hasta los confines de la tierra» ( Hechos 1,8). 4 .- Descubriéndose amado por Dios, el hombre comprende su propia dignidad trascendente, aprende a no contentarse consigo mismo y a salir al encuentro del otro en una red de relaciones cada vez más auténticamente humanas. Los hombres renovados por el amor de Dios son capaces de cambiar las reglas, la calidad de las relaciones y las estructuras sociales: son personas capaces de llevar paz donde haya conflictos, de construir y cultivar relaciones fraternas donde hay odio, de buscar la justicia donde domina la explotación del hombre por el hombre. Sólo el amor es capaz de transformar de modo radical las relaciones que los seres humanos establecen entre sí. Dentro de esta perspectiva, todo hombre de buena voluntad puede vislumbrar los amplios horizontes de la justicia y del progreso humano en la verdad y en el bien. 5 .- El amor tiene ante sí un inmenso trabajo al que la Iglesia quiere contribuir con su doctrina social, que concierne a todo el hombre y se dirige a todos los hombres. Existen muchos hermanos necesitados que esperan ayuda, muchos oprimidos que esperan justicia, muchos desocupados que esperan trabajo, muchos pueblos que esperan respeto: «¿Cómo es posible que, en nuestro tiempo, haya todavía quien se muere de hambre; quien está condenado al analfabetismo; quien carece de la asistencia médica más elemental; quien no tiene techo donde cobijarse? El panorama de la pobreza puede extenderse indefinidamente, si a las antiguas añadimos las nuevas pobrezas, que afectan a menudo a ambientes y grupos no carentes de recursos económicos, pero expuestos a la desesperación del sin sentido, a la insidia de la droga, al abandono en la edad avanzada o en la enfermedad, a la marginación o a la discriminación social... ¿Podemos quedar al margen ante las perspectivas de un desequilibrio ecológico , que hace inhabitables y enemigas del hombre vastas áreas del planeta? ¿O ante los problemas de la paz , amenazada a menudo con la pesadilla de guerras catastróficas? ¿O frente al vilipendio de los derechos humanos fundamentales de tantas personas, especialmente de los niños?».^4 6 .- El amor cristiano impulsa a la denuncia, a la propuesta y al compromiso con proyección cultural y social, a una efectiva actuación, que apremia, a cuantos sienten en su corazón una sincera preocupación por la suerte del hombre, a ofrecer su propia contribución. La humanidad comprende cada vez con mayor claridad que se halla ligada por un destino único que exige asumir una responsabilidad en común, inspirada por un humanismo integral y solidario ; ve que esta unidad de destino está muchas veces condicionada y hasta impuesta por la técnica o por la economía y se percibe la necesidad de una mayor conciencia moral que oriente el camino común. Asombrados por las múltiples innovaciones tecnológicas, los hombres de nuestro tiempo desean ardientemente que el progreso se oriente al verdadero bien de la humanidad de hoy y de mañana. (^3) CEC. , 2419. (^4) NMI. , 50–51.

10 .- El documento se propone como un instrumento para el discernimiento moral y pastoral de los complejos acontecimientos que caracterizan nuestro tiempo; como una guía que inspira, en el ámbito individual y colectivo, conductas y opciones tales que permitan mirar al futuro con confianza y esperanza ; como una ayuda a los fieles sobre la enseñanza de la moral social. De él podrá surgir un compromiso nuevo, capaz de responder a las exigencias de nuestro tiempo, adaptado a las necesidades y los recursos del hombre, pero sobre todo, el anhelo de valorar, en una nueva perspectiva, la vocación propia de los diversos carismas eclesiales en orden a la evangelización de lo social, porque « todos los miembros de la Iglesia son partícipes de su dimensión secular».^9 Por último, el texto se propone como motivo de diálogo con todos aquellos que desean sinceramente el bien del hombre. 11 .- Los primeros destinatarios de este documento son los Obispos, que encontrarán las formas más adecuadas para su difusión y su correcta interpretación. En efecto, pertenece a su « munus docendi » enseñar que «según el designio de Dios Creador, las realidades terrenas y las instituciones humanas se ordenan a la salvación de los hombres y, por eso, pueden contribuir no poco a la construcción del Cuerpo de Cristo».^10 Los sacerdotes , los religiosos y las religiosas y, en general, los formadores encontrarán en él una guía para su enseñanza y un instrumento de servicio pastoral. Los fieles laicos , que buscan el Reino de Dios «ocupándose de las realidades temporales y ordenándolas según Dios»^11 encontrarán en él luces para su compromiso específico. Las comunidades cristianas podrán utilizar este documento para analizar con objetividad las situaciones, clarificarlas a la luz de las palabras inmutables del Evangelio, recabar principios de reflexión, criterios de juicio y directrices para la acción.^12 12 .- Este documento se propone también a los hermanos de otras Iglesias y Comunidades Eclesiales, a los seguidores de otras religiones, así como a cuantos, hombres y mujeres de buena voluntad, están comprometidos en el servicio al bien común : quieran acogerlo como el fruto de una experiencia humana universal, colmada de innumerables signos de la presencia del Espíritu de Dios. Es un tesoro de cosas nuevas y antiguas (cfr. Mateo 13,52), que la Iglesia quiere compartir, para agradecer a Dios, de quien desciende «toda dádiva buena y todo don perfecto» ( Santiago 1, 17). Constituye un signo de esperanza el hecho de que hoy las religiones y las culturas manifiesten disponibilidad al diálogo y adviertan la urgencia de unir los propios esfuerzos para favorecer la justicia, la fraternidad, la paz y el crecimiento de la persona humana. La Iglesia Católica une en particular su propio compromiso al que ya llevan a cabo en el campo social las otras Iglesias y Comunidades Eclesiales, tanto en el ámbito de la reflexión doctrinal como en el ámbito práctico. Con ellas, la Iglesia Católica está convencida de que de la herencia común de las enseñanzas sociales custodiadas por la tradición viva del pueblo de Dios se derivan estímulos y orientaciones para una colaboración cada vez más estrecha en la promoción de la justicia y de la paz.^13 (^9) CHFL , 15. (^10) CONC. VAT. II, ChD, 12. (^11) CONC. VAT. II, LG , 31. (^12) Cfr. OA , 4. (^13) Cfr. CONC. VAT. II, GS. , 92.

c) Al servicio de la plena verdad del hombre 13 .- Este documento es un signo del servicio de la Iglesia a los hombres y mujeres de nuestro tiempo , a quienes ofrece el patrimonio de su doctrina social, según aquel estilo de diálogo con el que el mismo Dios, en su Hijo unigénito hecho hombre, «habla a los hombres como amigos (cfr. Éxodo 33,11; Juan 15, 14–15) y trata con ellos (cfr. Baruc 3,28)» para invitarlos y recibirlos en su compañía».^14 Inspirándose en la Constitución pastoral « Gaudium et spes », este documento coloca como eje central de toda la exposición al hombre «en su unidad y totalidad, con cuerpo y alma, corazón y conciencia, inteligencia y voluntad».^15 En esta tarea, la Iglesia «no se mueve por ninguna ambición terrena. Sólo desea una cosa: continuar, bajo la guía del Espíritu, la obra del mismo Cristo, quien vino al mundo para dar testimonio de la verdad, para salvar y no para juzgar, para servir y no para ser servido».^16 14 .- Con el presente documento, la Iglesia quiere ofrecer una contribución de verdad a la cuestión del lugar que ocupa el hombre en la naturaleza y en la sociedad, escrutada por las civilizaciones y las culturas en las que se expresa la sabiduría de la humanidad. Hundiendo sus raíces en un pasado con frecuencia milenario, éstas se manifiestan en formas de religión, de filosofía y de genio poético de todo tiempo y de todo Pueblo, ofreciendo interpretaciones del universo y de la convivencia humana y tratando de dar un sentido a la existencia y al misterio que la envuelve. ¿Quién soy yo? ¿Por qué la presencia del dolor, del mal, de la muerte, a pesar de tanto progreso? ¿De qué valen tantas conquistas a costa de un precio, no raras veces, insoportable? ¿Qué hay después de esta vida? Estas preguntas fundamentales caracterizan el recorrido de la existencia humana.^17 A este respecto, se puede recordar la exhortación « Conócete a ti mismo », esculpida en la entrada principal del templo de Delfos, como testimonio de la verdad fundamental según la cual el hombre, llamado a distinguirse entre todos los demás seres creados, se califica como hombre , precisamente en cuanto constitutivamente orientado a conocerse a sí mismo. 15 .- La orientación que se imprime a la existencia, a la convivencia social y a la historia depende, en gran parte, de las respuestas que se den a las preguntas sobre el lugar del hombre en la naturaleza y en la sociedad, a las que el presente documento pretende contribuir. En efecto, el significado profundo de la existencia humana se revela en la libre búsqueda de la verdad, capaz de ofrecer orientación y plenitud a la vida, búsqueda a la que estos interrogantes apremian incesantemente a la inteligencia y la voluntad del hombre. Esos interrogantes expresan la naturaleza humana en su nivel más alto, porque involucran a la persona en una respuesta que mide la profundidad de su empeño con la propia existencia. Además, se trata de interrogantes esencialmente religiosos : «Cuando se indaga « el porqué de las cosas » con totalidad en la búsqueda de la respuesta última y más exhaustiva, entonces la razón humana toca su culmen y se abre a la religiosidad. En efecto, la religiosidad representa la expresión más elevada de la persona humana, porque es el culmen de su naturaleza racional. Brota de la aspiración profunda del hombre a la verdad y está en la base de la búsqueda libre y personal que el hombre realiza sobre lo divino».^18 (^14) CONC. VAT. II, DV ., 2. (^15) CONC. VAT. II, GS. , 3. (^16) CONC. VAT. II, GS. , 3. (^17) CONC. VAT. II, GS. , 10. (^18) Discurso en la Audiencia general del 19 de octubre de 1983, 2.

PRIMERA PARTE «La dimensión teológica se hace necesaria para interpretar y resolver los actuales problemas de la convivencia humana» ( CA 55)

CAPÍTULO PRIMERO.- EL DESIGNIO DEL AMOR DE DIOS A LA

HUMANIDAD

I.- LA ACCIÓN LIBERADORA DE DIOS EN LA HISTORIA DE ISRAEL

a) La cercanía gratuita de Dios 20 .- Toda experiencia religiosa auténtica, en todas las tradiciones culturales, comporta una intuición del Misterio que, no pocas veces, logra captar algún rasgo del rostro de Dios. Dios aparece, por un lado, como origen de lo que es , como presencia que garantiza a los hombres, socialmente organizados, las condiciones fundamentales de vida, poniendo a su disposición los bienes necesarios para ella; en cambio, por otro lado, aparece también como medida de lo que debe ser , como presencia que interpela el actuar humano, tanto en el ámbito personal como en el social, acerca del uso de esos mismos bienes en su relación con los demás hombres. En toda experiencia religiosa, pues, se revelan importantes tanto la dimensión del don y de la gratuidad , captada como algo que subyace a la experiencia que la persona humana hace de su existir junto con los demás en el mundo, como las repercusiones de esta dimensión sobre la conciencia del hombre, que se siente interpelado a administrar en forma responsable y convival el don recibido. Testimonio de todo esto es el reconocimiento universal de la regla de oro , con la que se expresa, en el ámbito de las relaciones humanas, la interpelación que le llega al hombre de parte del Misterio: «Todo cuanto queráis que os hagan los hombres, hacédselo también vosotros a ellos» ( Mateo 7, 12).^23 21 .- Sobre el fondo de la experiencia religiosa universal, compartido de diversas formas, se destaca la Revelación que progresivamente hace Dios de Sí mismo al pueblo de Israel. Esta Revelación responde, de manera inesperada y sorprendente, a la búsqueda humana de lo divino, gracias a los acontecimientos históricos, puntuales e incisivos, en los que se manifiesta el amor de Dios por el hombre. Según el libro del Éxodo , el Señor dirige a Moisés estas palabras: «Bien vista tengo la aflicción de mi pueblo en Egipto, y he escuchado su clamor en presencia de sus opresores; pues ya conozco sus sufrimientos. He bajado para librarle de la mano de los egipcios y para subirle de esta tierra a una tierra buena y espaciosa; a una tierra que mana leche y miel» ( Éxodo 3, 7-8). La cercanía gratuita de Dios, a la que alude su mismo Nombre, que Él revela a Moisés, « Yo soy el que soy » ( Éxodo 3,14), se manifiesta en la liberación de la esclavitud y en la promesa, que se convierte en acción histórica, de la que se origina el proceso de identificación colectiva del pueblo del Señor, a través de la conquista de la libertad y de la tierra que Dios le dona. 22 .- A la gratuidad de la acción divina, históricamente eficaz, la acompaña constantemente el compromiso de la Alianza, propuesto por Dios y asumido por Israel. En el monte Sinaí, la iniciativa de Dios se plasma en la Alianza con su pueblo, al que le da el Decálogo de los mandamientos revelados por el Señor (cfr. Éxodo 19–24). Las «diez palabras» ( Éxodo 34,28; cfr. Deuteronomio 4,13; 10,4) «expresan las implicaciones de la pertenencia a Dios instituida por la Alianza. La (^23) Cfr. CEC. , 1789.

existencia moral es respuesta a la iniciativa amorosa del Señor. Es reconocimiento, homenaje a Dios y culto de acción de gracias. Es cooperación con el designio que Dios se propone en la historia».^24 Los diez mandamientos, que constituyen un extraordinario camino de vida e indican las condiciones más seguras para una existencia liberada de la esclavitud del pecado, contienen una expresión privilegiada de la ley natural. «Nos enseñan al mismo tiempo la verdadera humanidad del hombre. Ponen de relieve los deberes esenciales y, por tanto indirectamente, los derechos fundamentales inherentes a la naturaleza de la persona humana».^25 Connotan la moral humana universal. Recordados también por Jesús al joven rico del Evangelio (cfr. Mateo 19,18), los diez mandamientos «constituyen las reglas primordiales de toda vida social».^26 23 .- Del Decálogo deriva un compromiso que implica no sólo lo que concierne a la fidelidad al único Dios verdadero, sino también las relaciones sociales dentro del pueblo de la Alianza. Estas últimas están reguladas particularmente por lo que ha sido llamado el derecho del pobre. «Si hay junto a ti algún pobre de entre tus hermanos, en alguna de las ciudades que Dios te da, no endurecerás tu corazón ni cerrarás tu mano a tu hermano pobre, sino que le abrirás tu mano y le prestarás lo que necesite para remediar su indigencia» ( Deuteronomio 15, 7-8). Todo esto vale también con respecto al forastero: «Cuando un forastero resida junto a ti, en vuestra tierra, no le molestéis. Al forastero que reside junto a vosotros, le miraréis como a uno de vuestro pueblo y le amarás como a ti mismo, pues forasteros fuisteis vosotros en la tierra de Egipto. Yo, Yahveh, vuestro Dios» ( Levítico 19, 33–34). El don de la liberación y de la tierra prometida, la Alianza del Sinaí y el Decálogo están, pues, íntimamente unidos por una praxis que debe regular el desarrollo de la sociedad israelita en la justicia y en la solidaridad. 24 .- Entre las múltiples disposiciones que tienden a concretar el estilo de gratuidad y de participación en la justicia que Dios inspira, la ley del año sabático (celebrado cada siete años)^27 y la del año jubilar (cada cincuenta años) se distingue como una importante orientación , si bien nunca plenamente realizada, para la vida social y económica del pueblo de Israel. Es una ley que prescribe, además del reposo de los campos, la condonación de las deudas y una liberación general de las personas y de los bienes: cada uno puede regresar a su familia de origen y recuperar su patrimonio. Esta legislación indica que el acontecimiento salvífico del éxodo y la fidelidad a la Alianza representan no sólo el principio que sirve de fundamento a la vida social, política y económica de Israel, sino también el principio regulador de las cuestiones relativas a la pobreza económica y a la injusticia social. Se trata de un principio invocado para transformar continuamente y desde dentro la vida del pueblo de la Alianza para hacerla conforme al designio de Dios. Para eliminar las discriminaciones y las desigualdades provocadas por la evolución socioeconómica, cada siete años la memoria del Éxodo y de la Alianza se traduce en términos sociales y jurídicos, de modo que las cuestiones de la propiedad, de las deudas, de los servicios y de los bienes, adquieran su significado más profundo. 25 .- Los preceptos del año sabático y del año jubilar constituyen una doctrina social «en germen».^28 Muestran cómo los principios de la justicia y de la solidaridad social están inspirados por la gratuidad (^24) CEC. , 2062. (^25) CEC., 2070. (^26) VS , 97. (^27) Cfr. Éx 23, Deut 15, Lv 25. (^28) Cfr. TMA , 13.

Señor» ( Lucas 4, 18–19; cfr. Isaías 61, 1–2). Jesús se sitúa, pues, en la línea del cumplimiento, no sólo porque lleva a cabo lo que había sido prometido y era esperado por Israel, sino también, en un sentido más profundo, porque en Él se cumple el acontecimiento decisivo de la historia de Dios con los hombres. Jesús, en efecto, proclama: «El que me ha visto a mí, ha visto al Padre» ( Juan 14,9). En otros términos, Jesús manifiesta tangiblemente y de manera definitiva quién es Dios y cómo se comporta con los hombres. 29 .- El amor que anima el ministerio de Jesús entre los hombres es el experimentado por el Hijo en su unión íntima con el Padre. El Nuevo Testamento nos permite penetrar en la experiencia que Jesús mismo vive y comunica del amor de Dios, su Padre, Abbá, y, por tanto, en el corazón mismo de la vida divina. Jesús anuncia la misericordia liberadora de Dios en relación con aquellos que encuentra en su camino, comenzando por los pobres, los marginados, los pecadores, e invita a que le sigan porque Él es el primero que, de manera del todo singular, obedece al designio de amor de Dios como su enviado al mundo. La conciencia que Jesús tiene de ser el Hijo expresa precisamente esta experiencia originaria. El Hijo ha recibido todo, y gratuitamente, del Padre: «Todo lo que tiene el Padre es mío» ( Juan 16,15). Él, a su vez, tiene la misión de hacer partícipes de este don y de esta relación filial a todos los hombres: «Ya no os llamaré siervos, porque un siervo no sabe lo que hace su amo. Os llamo amigos, porque os he dado a conocer todo que aprendí de mi Padre» ( Juan 15,15). Reconocer el amor del Padre significa para Jesús inspirar su acción en la misma gratuidad y misericordia de Dios, generadoras de vida nueva, y convertirse así, con su misma existencia, en ejemplo y modelo para sus discípulos. Éstos están llamados a vivir como Él y, después de su Pascua de muerte y resurrección, a vivir en Él y de Él , gracias al don sobreabundante del Espíritu Santo, el Consolador que interioriza en los corazones el estilo de vida de Cristo mismo. b) La revelación del Amor trinitario 30 .- El testimonio del Nuevo Testamento, con el asombro siempre nuevo de quien ha quedado deslumbrado por el inefable amor de Dios (cfr_. Romanos 8,23_ ) , capta en la luz de la revelación plena del Amor trinitario, ofrecida por la Pascua de Jesucristo, el significado último de la Encarnación del Hijo y de su misión entre los hombres. Escribe san Pablo: «Si Dios está con nosotros ¿quién estará contra nosotros? Dios, que no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará con Él graciosamente todo lo demás?» ( Romanos 8, 31–32). Una expresión parecida usa también san Juan: «Así se manifestó el Amor de Dios entre nosotros. No somos nosotros los que hemos amado a Dios, sino que Él nos amó primero y envió a su Hijo como víctima por nuestros pecados» ( I Juan 4,10). 31 .- El Rostro de Dios, revelado progresivamente en la historia de la salvación, resplandece en plenitud en el Rostro de Jesucristo Crucificado y Resucitado. Dios es Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo, realmente distintos y realmente uno, porque son comunión infinita de amor. El amor gratuito de Dios por la humanidad se revela, ante todo, como amor fontal del Padre, de quien todo procede; como comunicación gratuita que el Hijo hace de este amor, volviéndose a entregar al Padre y entregándose a los hombres; como fecundidad siempre nueva del amor divino que el Espíritu Santo infunde en el corazón de los hombres (cfr. Romanos 5, 5).

Con las palabras y las obras y, de forma plena y definitiva, con su muerte y resurrección,^30 Jesucristo revela a la humanidad que Dios es Padre y que todos estamos llamados por gracia a hacernos hijos suyos en el Espíritu ( cfr. Romanos 8, 15; Gálatas 4,6 ) y, por tanto, hermanos y hermanas entre nosotros. Por esta razón la Iglesia cree firmemente que «la clave, el centro y el fin de toda la historia humana se hallan en su Señor y Maestro».^31 32 .- Contemplando la gratuidad y la sobreabundancia del don divino del Hijo por parte del Padre, que Jesús ha enseñado y atestiguado entregando su vida por nosotros, el Apóstol Juan capta el sentido profundo y la consecuencia más lógica de esta ofrenda : «Queridos, si Dios nos amó de esta manera, también nosotros debemos amarnos unos a otros. A Dios nadie le ha visto nunca. Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros y su amor ha llegado en nosotros a su plenitud» ( I Juan 4, 11-12). La reciprocidad del amor es exigida por el mandamiento que Jesús define nuevo y suyo: «como Yo os he amado, así amaos también vosotros los unos a los otros» ( Juan 13, 34). El mandamiento del amor recíproco traza el camino para vivir en Cristo la vida trinitaria en la Iglesia, Cuerpo de Cristo, y transformar con Él la historia hasta su plenitud en la Jerusalén celestial. 33 .- El mandamiento del amor recíproco, que constituye la ley de vida del pueblo de Dios,^32 debe inspirar, purificar y elevar todas las relaciones humanas en la vida social y política : «Humanidad significa llamada a la comunión interpersonal»,^33 porque la imagen y semejanza del Dios trino, «que el género humano lleva consigo desde ‗el principio‘ son la raíz de todo el ‗ ethos ‘ humano... cuyo vértice es el mandamiento del amor ».^34 El moderno fenómeno cultural, social, económico y político de la interdependencia, que intensifica y hace particularmente evidentes los vínculos que unen a la familia humana, pone de relieve una vez más, a la luz de la Revelación, «un nuevo modelo de unidad del género humano, en el cual debe inspirarse en última instancia la solidaridad. Este supremo modelo de unidad , reflejo de la vida íntima de Dios, Uno en Tres Personas, es lo que los cristianos expresamos con la palabra ‗ comunión‟ ».^35 III. LA PERSONA HUMANA EN EL DESIGNIO DE AMOR DE DIOS a) El Amor trinitario, origen y fin de la persona humana 34 .- La revelación en Cristo del misterio de Dios como Amor trinitario está unida a la revelación de la vocación de la persona humana al amor. Esta revelación ilumina la dignidad y la libertad personal del hombre y de la mujer y la intrínseca sociabilidad humana en toda su profundidad : «Ser persona a imagen y semejanza de Dios comporta también existir en relación al otro ‗yo‘»,^36 porque Dios mismo, Uno y Trino, es comunión del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. En la comunión de amor que es Dios, en la que las tres Personas divinas se aman recíprocamente y son el Único Dios, la persona humana está llamada a descubrir el origen y el fin de su existencia y de la historia. Los Padres Conciliares, en la Constitución Pastoral « Gaudium et spes » enseñan que «el Señor Jesús, cuando ruega al Padre que todos sean uno, como nosotros también somos uno ( Juan (^30) Cfr. CONC. VAT. II, DV , 4. (^31) CONC. VAT. II, GS.. , 10. (^32) Cfr. CONC. VAT. II, LG , 9. (^33) MD , 7. (^34) MD , 7. (^35) SRS. , 40. (^36) MD , 7.

engaño de las visiones puramente inmanentistas del sentido de la historia y de las pretensiones de autosalvación del hombre. 39 .- La salvación que Dios ofrece a sus hijos requiere su libre respuesta y adhesión. En esto consiste la fe, por la cual «el hombre se entrega entera y libremente a Dios»,^40 respondiendo al Amor sobreabundante que proviene de Dios (cfr. I Juan 4,10) con el amor concreto a los hermanos y con firme esperanza, «pues fiel es el autor de la Promesa»( Hebreos 10, 23). El plan divino de salvación no coloca a la persona en un estado de mera pasividad o de minoría de edad respecto a su Creador, porque la relación con Dios, que Jesús nos manifiesta y en la cual nos introduce gratuitamente por obra del Espíritu Santo, es una relación de filiación: la misma que Jesús vive con respecto al Padre (cfr. Juan 15–17; Gálatas 4, 6–7). 40 .- El carácter universal e integral de la salvación, ofrecida en Jesucristo, hace inseparable el nexo entre la relación que la persona está llamada a tener con Dios y la responsabilidad frente al prójimo, en cada situación histórica concreta. Es algo que la universal búsqueda humana de verdad y de sentido ha intuido, si bien de manera confusa y no sin errores; y que constituye la estructura fundante de la alianza de Dios con Israel, como lo atestiguan las tablas de la Ley y la predicación profética. Este nexo se expresa con claridad y en una síntesis perfecta en la enseñanza de Jesucristo y ha sido confirmado definitivamente por el testimonio supremo del don de su vida, en obediencia a la voluntad del Padre y por amor a los hermanos. Al escriba que le pregunta: «¿cuál es el primero de todos los mandamientos?» ( Marcos 12, 28), Jesús responde: «El primero es: Escucha, Israel: El Señor, nuestro Dios, es el único Señor, y amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón , con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas. Y el segundo es éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No existe otro mandamiento mayor que estos» ( Marcos 12, 29–31). En el corazón de la persona humana se entrelazan indisolublemente la relación con Dios, reconocido como Creador y Padre, fuente y cumplimiento de la vida y de la salvación, y la apertura al amor concreto hacia el hombre, que debe ser tratado como otro yo, aunque sea enemigo (cfr. Mateo 5, 43– 44). En la dimensión interior del hombre radica, en definitiva, el compromiso por la justicia y la solidaridad, para la edificación de una vida social, económica y política conforme al designio de Dios. c) El discípulo de Cristo cual nueva criatura 41 .- La vida personal y social, así como el actuar humano en el mundo están siempre acechados por el pecado , pero Jesucristo «padeciendo por nosotros, nos dio ejemplo para seguir sus pasos y, además, abrió el camino, con cuyo seguimiento la vida y la muerte se santifican y adquieren nuevo sentido».^41 El discípulo de Cristo se adhiere, en la fe y mediante los sacramentos, al misterio pascual de Jesús, de modo que su hombre viejo , con sus malas inclinaciones, está crucificado con Cristo. En cuanto nueva criatura, es capaz mediante la gracia de «caminar en una vida nueva» ( Romanos 6,4). Es un caminar que «vale no solamente para los cristianos, sino también para todos los hombres de buena voluntad, en cuyo corazón obra la gracia de modo invisible. Cristo murió por todos, y la vocación suprema del hombre en realidad es una sola, es decir, la divina. En consecuencia, debemos (^40) CONC. VAT. II, DV , 5. (^41) CONC. VAT. II, GS.. , 22.

creer que el Espíritu Santo ofrece a todos la posibilidad de que, en la forma de sólo Dios conocida, se asocien a ese misterio pascual».^42 42 .- La transformación interior de la persona humana, en su progresiva conformación con Cristo, es el presupuesto esencial de una renovación real de sus relaciones con las demás personas: «Es preciso entonces apelar a las capacidades espirituales y morales de la persona y a la exigencia permanente de su conversión interior para obtener cambios sociales que estén realmente a su servicio. La prioridad reconocida a la conversión del corazón no elimina en modo alguno, sino, al contrario, impone la obligación de introducir en las instituciones y condiciones de vida, cuando inducen al pecado, las mejoras convenientes para que aquéllas se conformen a las normas de la justicia y favorezcan el bien en lugar de oponerse a él (cfr. Lumen gentium 36)».^43 43 .- No es posible amar al prójimo como a sí mismo, y perseverar en este propósito, sin la determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien de todos y de cada uno, porque todos somos verdaderamente responsables de todos.^44 Según la enseñanza conciliar, «quienes sienten u obran de modo distinto al nuestro en materia social, política e incluso religiosa, deben ser también objeto de nuestro respeto y amor. Cuanto más humana y caritativa sea nuestra comprensión íntima de su manera de sentir, mayor será la facilidad para establecer con ellos el diálogo».^45 En este camino es necesaria la gracia, que Dios ofrece al hombre para ayudarlo a superar los fracasos, para sacarlo de la espiral de la mentira y de la violencia, para sostenerlo y animarlo a que vuelva a tejer, con disponibilidad siempre renovada, una red de las relaciones auténticas y sinceras con sus semejantes.^46 44 .- También la relación con el universo creado y las diversas actividades que el hombre dedica a su cuidado y transformación, a diario amenazadas por la soberbia y por el amor desordenado de sí mismo, deben ser purificadas y perfeccionadas por la cruz y por la resurrección de Cristo. «El hombre, redimido por Cristo y hecho, en el Espíritu Santo, nueva criatura, puede y debe amar las cosas creadas por Dios. Pues de Dios las recibe y las mira y respeta como objetos salidos de las manos de Dios. Dándole gracias por ellas al Bienhechor y usando y gozando de las criaturas en pobreza y con libertad de espíritu, entra de veras en posesión del mundo como quien nada tiene y es dueño de todo: Todo es vuestro; vosotros sois de Cristo, y Cristo es de Dios ( I Corintios 3, 22–23)».^47 d) Trascendencia de la salvación y autonomía de las realidades terrenas 45 .- Jesucristo es el Hijo de Dios hecho hombre en el cual y gracia al cual el mundo y el hombre alcanzan su auténtica y plena verdad. El misterio de la infinita cercanía de Dios al hombre, que se realizó en la Encarnación de Jesucristo y que llega hasta el abandono de la cruz y la muerte, muestra que lo humano cuanto más se contempla a la luz del designio de Dios y se vive en comunión con Él, tanto más se potencia y libera en su identidad y en la misma libertad que le es propia. La participación en la vida filial de Cristo, hecha posible por la Encarnación y por el don pascual del Espíritu, lejos de mortificar, tiene el efecto de liberar la verdadera identidad y la consistencia autónoma de los seres humanos, en todas sus expresiones. (^42) CONC. VAT. II, GS.. , 22. (^43) CEC. , 1888. (^44) SRS. , 38. (^45) CONC. VAT. II, GS.. , 28. (^46) Cfr. CEC. , 1889. (^47) CONC. VAT. II, GS.. , 37.

puramente intramundana del progreso son contrarias a la verdad integral de la persona humana y al designio de Dios sobre la historia. IV. DESIGNIO DE DIOS Y MISIÓN DE LA IGLESIA a) La Iglesia, signo y salvaguardia de la trascendencia de la persona humana 49 .- La Iglesia, comunidad de los que son convocados por Jesucristo Resucitado y lo siguen, es «signo y salvaguardia del carácter trascendente de la persona humana».^54 Ella «es en Cristo como un sacramento, o sea, signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano».^55 Su misión es anunciar y comunicar la salvación realizada en Jesucristo, que Él llama «Reino de Dios» ( Marcos 1,15), es decir, la comunión con Dios y entre los hombres. El fin de la salvación, el Reino de Dios, incluye a todos los hombres y se realizará plenamente más allá de la historia, en Dios. La Iglesia ha recibido «la misión de anunciar y establecer el Reino de Cristo y de Dios e instaurarlo en todos los pueblos, y constituye en la tierra el germen y el principio de ese Reino».^56 50 .- La Iglesia se pone concretamente al servicio del Reino de Dios, ante todo anunciando y comunicando el Evangelio de la salvación y constituyendo nuevas comunidades cristianas. Además, «sirve al Reino difundiendo en el mundo los «valores evangélicos», que son expresión de ese Reino y ayudan a los hombres a escoger el designio de Dios. Es verdad, pues, que la realidad incipiente del Reino puede hallarse también fuera de los confines de la Iglesia, en la humanidad entera, siempre que ésta viva los «valores evangélicos» y esté abierta a la acción del Espíritu, que sopla donde y como quiere (cfr. Juan 3,8); pero, además, hay que decir que esta dimensión temporal del Reino es incompleta si no está en coordinación con el Reino de Cristo, presente en la Iglesia y en tensión hacia la plenitud escatológica».^57 De ahí deriva, en concreto, que la Iglesia no se confunda en modo alguno con la comunidad política ni esté ligada a ningún sistema político.^58 Efectivamente, la comunidad política y la Iglesia, en su propio campo, son independientes y autónomas, aunque estén ambas, a título diverso, «al servicio de la vocación personal y social del hombre».^59 Más aún, se puede afirmar que la distinción entre religión y política y el principio de la libertad religiosa, que gozan de una gran importancia en el plano histórico y cultural, constituyen una conquista específica del cristianismo. 51 .- A la identidad y misión de la Iglesia en el mundo, según el proyecto de Dios realizado en Cristo, corresponde «una finalidad escatológica y de salvación, que sólo en el siglo futuro podrá alcanzar plenamente».^60 Por eso, la Iglesia ofrece una contribución original e insustituible con la solicitud que la impulsa a hacer más humana la familia de los hombres y su historia y a erigirse en baluarte contra toda tentación totalitaria, mostrando al hombre su vocación integral y definitiva.^61 Con la predicación del Evangelio, la gracia de los sacramentos y la experiencia de la comunión fraterna, la Iglesia «cura y eleva la dignidad de la persona, consolida la firmeza de la sociedad y (^54) CONC. VAT. II, GS.. , 76. (^55) CONC. VAT. II, LG , 1. (^56) CONC. VAT. II, LG , 5. (^57) RM , 20. (^58) CONC. VAT. II, GS.. , 76; CEC., 2245. (^59) CONC. VAT. II, GS.. , 76. (^60) CONC. VAT. II, GS.. , 40. (^61) Cfr. CEC., 2244.

concede a la actividad diaria de la humanidad un sentido y una significación más profundos».^62 En el ámbito de las dinámicas históricas concretas, la llegada del Reino de Dios no se puede captar desde la perspectiva de una organización social, económica y política definida y definitiva. El Reino se manifiesta, más bien, en el desarrollo de una sociabilidad humana que sea para los hombres levadura de realización integral, de justicia y de solidaridad, abierta al Trascendente como término de referencia para el propio y definitivo cumplimiento personal. b) Iglesia, Reino de Dios y renovación de las relaciones sociales 52 .- Dios, en Cristo, no redime solamente la persona individual, sino también las relaciones sociales entre los hombres. Como enseña el apóstol Pablo, la vida en Cristo hace brotar de forma plena y nueva la identidad y la sociabilidad de la persona humana, con sus consecuencias concretas en el ámbito histórico: «Pues todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús. En efecto, todos los bautizados en Cristo os habéis revestido de Cristo: ya no hay judío ni griego; ni esclavo ni libre; ni hombre ni mujer, ya que todos vosotros sois uno en Cristo Jesús» ( Gálatas 3, 26–28). Desde esta perspectiva, las comunidades eclesiales, convocadas por el mensaje de Cristo Jesús y reunidas en el Espíritu Santo en torno al Resucitado (cfr. Mateo 18, 20; Lucas 24, 46–49), se proponen como lugares de comunión, de testimonio y de misión y como fermento de redención y de transformación de las relaciones sociales. La predicación del Evangelio de Jesús induce a los discípulos a anticipar el futuro renovando las relaciones recíprocas. 53 .- La transformación de las relaciones sociales responde a las exigencias del Reino de Dios, pero no está establecida de una vez por todas en sus determinaciones concretas. Más bien se trata de una tarea confiada a la comunidad cristiana, que la debe elaborar y realizar a través de la reflexión y la praxis inspiradas en el Evangelio. Es el mismo Espíritu del Señor, que conduce al pueblo de Dios y a la vez llena el universo,^63 el que inspira, en cada momento, soluciones nuevas y actuales a la creatividad responsable de los hombres,^64 a la comunidad de los cristianos inserta en el mundo y en la historia y por ello abierta al diálogo con todas las personas de buena voluntad, en la búsqueda común de los gérmenes de verdad y de libertad diseminados en el vasto campo de la humanidad.^65 La dinámica de esta renovación debe anclarse en los principios inmutables de la ley natural, impresa por Dios Creador en todas y cada una de sus criaturas (cfr. Romanos 2, 14–15) e iluminada escatológicamente por Jesucristo. 54 .- Jesucristo «nos revela que «Dios es amor» (I Juan 4,8) y nos enseña que «la ley fundamental de la perfección humana y, por consiguiente, de la transformación del mundo es el mandamiento nuevo del amor. Así, pues, a los que creen en la caridad divina les da la certeza de que abrir a todos los hombres los caminos del amor y esforzarse por instaurar la fraternidad universal no son cosas inútiles».^66 Esa ley está llamada a convertirse en medida y regla última de todas las dinámicas conforme a las que se desarrollan las relaciones humanas. En síntesis, es el mismo misterio de Dios, (^62) CONC. VAT. II, GS.. , 40. (^63) CONC. VAT. II, GS.. 11. (^64) Cfr. OA , 37. (^65) Cfr. RH , 11: Justamente los Padres de la Iglesia veían en las distintas religiones como otros tantos reflejos de una única verdad como gérmenes del Verbo, los cuales testimonian que, aunque por diversos caminos, está dirigida sin embargo en una única dirección la más profunda aspiración del espíritu humano, tal como se expresa en la búsqueda de Dios y al mismo tiempo en la búsqueda, mediante la tensión hacia Dios, de la plena dimensión de la humanidad, es decir, del pleno sentido de la vida humana. (^66) CONC. VAT. II, GS.. , 38.