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Apuntes sobre el monismo estético, Apuntes de Filosofía

Apunte sobre las principales generalidades y características del monismo estético para la filosofía.

Tipo: Apuntes

2015/2016

Subido el 26/01/2016

chicamorena
chicamorena 🇲🇽

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José Vasconcelos y la superación del cientificismo positivista.
Monismo estético y conocimiento emocional
Palabras clave: teoría del conocimiento, emoción, positivismo, pensamiento latinoamericano
Key words: knowledge´s theory, emotion, positivism, latinoamerican trought
En el siglo XIX con el auge del capitalismo y la necesidad real de aumentar la producción no es de extrañar
que la ciencia se haya visto acelerada hacia una serie de descubrimientos y de estudios exhaustivos que
tienen como resultado la ruptura con la concepción anterior de aprehender sistemáticamente la totalidad: el
Todo comienza a ser desglosado en un sinnúmero de objetos de estudio que parcelan el conocimiento,
dando origen de esta manera, o desarrollando en algunos casos, a una cantidad proporcional de ciencias
particulares, de esta manera los profesionales dedicados a las mismas comienzan a superespecializarse. La
filosofía reparte entre las ciencias sociales emergentes sus intereses de otrora quedando como una
ciencia particular más, pero con sus atávicas pretensiones de descubrir los límites del conocimiento
humano y superarlos, si es posible. No obstante las condiciones propias de la época tiñen de características
especiales a este pensamiento que va a surgir en medio del aumento de la competencia capitalista, de la
enajenación causada por el raudo ritmo de ascenso de las condiciones económicas, políticas y sociales de
un sistema que se iba afianzando para pronto llegar a su fase superior, sumado al cultivo de la
individualidad burguesa en pugna con estas situaciones, sostenido por y sosteniendo al romanticismo como
movimiento espiritual artístico y literario. Por su parte, el acelerado desarrollo de la ciencia debido a las
exigencias de la producción, como ya queda explicado- sumado a la asunción de un agnosticismo kantiano
sin nóumeno, sentó las bases de un cientificismo que primará en el clima intelectual de la época bajo la
forma del positivismo.
El positivismo en sus diferentes manifestaciones se caracterizó por el énfasis en lo científico, entendiéndolo
como los métodos, categorías y fundamentos propios de las ciencias naturales, pero conjugándolo con la
creencia en la incognoscibilidad esencial del mundo. O sea, lo que está al alcance de nuestra posibilidad
cognoscitiva va a ser los fenoménico y su concatenación, si las causas últimas no pueden ser conocidas por
nosotros resulta inútil intentar aprehenderlas. Reducir lo fenoménico a un conocimiento científico,
verificable, experimental y útil, basándose en los hechos y en las leyes a las que están sujetos: tal es el afán
del positivismo, dejando fuera de esta manera niveles axiológicos, éticos y artísticos, pero de alguna forma
creando este culto a la ciencia como una religión en sí misma.
1
Sin embargo, el pensamiento positivista en
nuestras tierras sería una forma de desterrar dogmas religiosos y estructuras obsoletas, inculcando,
además de una búsqueda manera estrictamente científica, nuevos conocimientos que nos permitieran
alcanzar el “progreso” que “rutilaba” en otras naciones, tomadas por esa época como ejemplo a seguir.
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Esta sin dudas, sería una de las mayores limitaciones de las que adolece el positivismo en general: su
marcado carácter etnocéntrico, que en las circunstancias latinoamericanas podría ser nefasto por perpetuar
una especie de conciencia colonizada.
No es de extrañar que a principios del siglo XX surgiera una pléyade de pensadores, que si bien educados
bajo las mejores luces del positivismo se propusieron superarlo en los aspectos desdeñados por el
cientificismo positivista, haciéndolo con una clara conciencia latinoamericana que no se limitara a ser tal y
que desde su propio carácter regional lograra la universalidad.
Como afirma Pablo Guadarrama este grupo se caracterizó por el intento de superar el reduccionismo
positivista, que hiperbolizaba el conocimiento científico, dejando fuera planos axiológicos, éticos, estéticos y
religiosos del ser humano, llegando en ocasiones a caer en un biologicismo exagerado que redundaba en
posturas racistas y reaccionarias. Este esfuerzo estuvo orientado entonces contra las herramientas que el
positivismo había intentado canonizar: un logicismo extremo y su característico empirismo.
3
Entre estos que
han sido mal llamados “padres fundadores de la filosofía latinoamericana” por Francisco Romero - criterio
luego asumido por Carlos Beorlegui en su obra “Historia del pensamiento filosófico latinoamericano. Una
búsqueda incesante de la identidad”- podemos citar pensadores de la talla de José Enrique Rodó, Alejandro
1
Basta recordar la religión positiva de Comte y la concepción spenceriana de la religión y la ciencia como maneras de
“acceder” al misterio. V. Nicolás Abbagnano. “Historia de la filosofía.” Editorial Félix Varela, La Habana, t. III, s. Comte,
pp 134- 136; s. Spencer, pp 165-166.
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“El positivismo intentó ser en América Latina el fundamento filosófico necesario para el completamiento de la
modernidad en la región.” Pablo Guadarrama. “Positivismo y antipositivismo en América Latina.” Editorial Ciencias
Sociales. La Habana, 2004, p.15
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V. Ibídem, pp. 3- 4
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José Vasconcelos y la superación del cientificismo positivista.

Monismo estético y conocimiento emocional

Palabras clave: teoría del conocimiento, emoción, positivismo, pensamiento latinoamericano Key words: knowledge´s theory, emotion, positivism, latinoamerican trought

En el siglo XIX con el auge del capitalismo y la necesidad real de aumentar la producción no es de extrañar que la ciencia se haya visto acelerada hacia una serie de descubrimientos y de estudios exhaustivos que tienen como resultado la ruptura con la concepción anterior de aprehender sistemáticamente la totalidad: el Todo comienza a ser desglosado en un sinnúmero de objetos de estudio que parcelan el conocimiento, dando origen de esta manera, o desarrollando en algunos casos, a una cantidad proporcional de ciencias particulares, de esta manera los profesionales dedicados a las mismas comienzan a superespecializarse. La filosofía reparte entre las ciencias sociales emergentes sus intereses de otrora quedando como una ciencia particular más, pero con sus atávicas pretensiones de descubrir los límites del conocimiento humano y superarlos, si es posible. No obstante las condiciones propias de la época tiñen de características especiales a este pensamiento que va a surgir en medio del aumento de la competencia capitalista, de la enajenación causada por el raudo ritmo de ascenso de las condiciones económicas, políticas y sociales de un sistema que se iba afianzando para pronto llegar a su fase superior, sumado al cultivo de la individualidad burguesa en pugna con estas situaciones, sostenido por y sosteniendo al romanticismo como movimiento espiritual artístico y literario. Por su parte, el acelerado desarrollo de la ciencia – debido a las exigencias de la producción, como ya queda explicado- sumado a la asunción de un agnosticismo kantiano sin nóumeno, sentó las bases de un cientificismo que primará en el clima intelectual de la época bajo la forma del positivismo. El positivismo en sus diferentes manifestaciones se caracterizó por el énfasis en lo científico, entendiéndolo como los métodos, categorías y fundamentos propios de las ciencias naturales, pero conjugándolo con la creencia en la incognoscibilidad esencial del mundo. O sea, lo que está al alcance de nuestra posibilidad cognoscitiva va a ser los fenoménico y su concatenación, si las causas últimas no pueden ser conocidas por nosotros resulta inútil intentar aprehenderlas. Reducir lo fenoménico a un conocimiento científico, verificable, experimental y útil, basándose en los hechos y en las leyes a las que están sujetos: tal es el afán del positivismo, dejando fuera de esta manera niveles axiológicos, éticos y artísticos, pero de alguna forma creando este culto a la ciencia como una religión en sí misma. 1 Sin embargo, el pensamiento positivista en nuestras tierras sería una forma de desterrar dogmas religiosos y estructuras obsoletas, inculcando, además de una búsqueda manera estrictamente científica, nuevos conocimientos que nos permitieran alcanzar el “progreso” que “rutilaba” en otras naciones, tomadas por esa época como ejemplo a seguir.^2 Esta sin dudas, sería una de las mayores limitaciones de las que adolece el positivismo en general: su marcado carácter etnocéntrico, que en las circunstancias latinoamericanas podría ser nefasto por perpetuar una especie de conciencia colonizada. No es de extrañar que a principios del siglo XX surgiera una pléyade de pensadores, que si bien educados bajo las mejores luces del positivismo se propusieron superarlo en los aspectos desdeñados por el cientificismo positivista, haciéndolo con una clara conciencia latinoamericana que no se limitara a ser tal y que desde su propio carácter regional lograra la universalidad. Como afirma Pablo Guadarrama este grupo se caracterizó por el intento de superar el reduccionismo positivista, que hiperbolizaba el conocimiento científico, dejando fuera planos axiológicos, éticos, estéticos y religiosos del ser humano, llegando en ocasiones a caer en un biologicismo exagerado que redundaba en posturas racistas y reaccionarias. Este esfuerzo estuvo orientado entonces contra las herramientas que el positivismo había intentado canonizar: un logicismo extremo y su característico empirismo. 3 Entre estos que han sido mal llamados “padres fundadores de la filosofía latinoamericana” por Francisco Romero - criterio luego asumido por Carlos Beorlegui en su obra “Historia del pensamiento filosófico latinoamericano. Una búsqueda incesante de la identidad”- podemos citar pensadores de la talla de José Enrique Rodó, Alejandro

(^1) Basta recordar la religión positiva de Comte y la concepción spenceriana de la religión y la ciencia como maneras de

“acceder” al misterio. V. Nicolás Abbagnano. “Historia de la filosofía.” Editorial Félix Varela, La Habana, t. III, s. Comte, pp 134- 136; s. Spencer, pp 165-166. (^2) “El positivismo intentó ser en América Latina el fundamento filosófico necesario para el completamiento de la

modernidad en la región.” Pablo Guadarrama. “Positivismo y antipositivismo en América Latina.” Editorial Ciencias Sociales. La Habana, 2004, p. (^3) V. Ibídem, pp. 3- 4

Korn, Antonio Caso, Carlos Vaz Ferreira y José Vasconcelos – a quien está dedicado este estudio-; todos ellos significaron una superación del positivismo siempre en función del logro de la autenticidad del pensamiento latinoamericano. La reacción positivista que protagonizaron no fue una crítica superficial o un intento de cubrir espacios dejados vacíos por el positivismo, como los valores morales o los artísticos, sino que fue un esfuerzo consciente y cuidadoso de establecer bases epistemológicas diferentes a las establecidas por sus antecesores para la obtención de un conocimiento que concebían más completo, superando así reduccionismos y logicismos vacuos. El logro de este propósito era concebido como la mejor manera de articular un pensamiento propio y auténtico, con una dimensión claramente política, humanista y universal^4. Consideramos que este fin se revela en la conformación de teorías del conocimiento que recorrerán todas sus obras, nutriéndose de manera especial de fuentes irracionalistas europeas y por supuesto entronizando a la intuición y a la emoción por encima de lo racional. De aquí se desprenden varias preguntas: ¿es este antipositivismo latinoamericano un calco del irracionalismo europeo? ¿Acaso su origen responde a las mismas condiciones? Esta razón, ¿va a ser impugnada en sí misma o en su formalismo positivista que termina negándola? ¿Hemos de acercarnos con el mismo arsenal terminológico a nuestros pensadores con que consideramos a los de otras latitudes? El presente ensayo intenta aproximarse a algunas repuestas – otras rebasan este trabajo y precisan una investigación más detallada- , basándose en el caso particular de José Vasconcelos. José Vasconcelos nucleó su producción alrededor de tres obras fundamentales en las cuales dividió su sistema: Tratado de metafísica (1929), Ética (1932) y Estética : clasificación desde la cual podemos observar su clara intención de superar las concepciones positivistas, esencialmente críticas de cualquier intento metafísico y desdeñosas de lo que no fuese “científico”, como la moral y el arte. En cada uno de estos libros se evidencia, también, su preocupación patente de elaborar una teoría del conocimiento que intentó alejar por igual del hegelianismo, del positivismo y de otras corrientes que le fueron contemporáneas, como la fenomenología. Las influencias en Vasconcelos son muchas y muy variadas, como Plotino y la filosofía hindú, pero los investigadores coinciden en resaltar la huella de Bergson como la más profunda, de ahí se desprende que a veces se establezca a priori un injustificado signo de igualdad entre ambos. Tal es el caso de Beorlegui, quien basándose en la crítica de Gaos considera al pensador mexicano como un retorno a Bergson, negando la fenomenología y el existencialismo – de los que el mismo Vasconcelos está permeado, según él- cuando estas corrientes ya habían superado al vitalismo.^5 Sin embargo, aunque es evidente que Beorlegui conoce bien la biografía de Vasconcelos, en cuanto a la crítica de su pensamiento filosófico se basa fundamentalmente en el criterio de Gaos y no demuestra mucho manejo de la obra del pensador, lo cual se traduce como cierta inconsistencia en sus tesis. Tales son los riesgos de beber exclusivamente de fuentes secundarias. No obstante el energetismo vitalista bersogninano presente en la idea del elan vital, sin dudas fue la base que Vasconcelos encontró para su sistema, considerándolo como el punto de partida desde el cual era posible la superación de los anteriores esquemas científicos mecanicistas y biologicistas. Así lo afirma en su Ética y se cita in extenso : El concepto fundamental del universo va también dependiendo no solo de la apreciación individual, según el temperamento, sino también de la actividad científica predominante en cada época. Los físicos nos habían acostumbrado a la idea de un mundo mecanizado, según la ley de las propiedades de la materia. Ahora predomina el concepto biológico del mundo como crecimiento y desarrollo. Seguramente ninguno de estos conceptos es exclusivamente exacto. El mundo no es mecánico, porque lo más importante está a muchas leguas de la mecánica; tampoco se parece a la vida, porque la vida verdadera está muy por encima de la biología. El mundo no es un mecanismo ni un desarrollo, sino un estado latente de consumaciones. La trama de un tránsito que nos lleva de lo no logrado a lo logrado, de la muerte a la eterna vida. Su objeto no se consuma en ninguno de los procesos parciales, pero sí opera como un haz de posibilidades múltiples en que cada partícula tiende a realizarse más allá de su ley propia.^6

(^4) Tal y como afirma Carlos Beorlegui: “… una filosofía que tiene como horizonte utópico una sociedad justa,

democrática y respetuosa de los individuos, solo puede fundamentarse y apoyarse en unas ciencias humanas críticas…” V. Carlos Beorlegui. “Historia del pensamiento filosófico latinoamericano. Una búsqueda incesante de la identidad.” Universidad de Deusto, Bilbao, 2006. Segunda edición, p. 426. (^5) Ídem.

(^6) Vasconcelos, José. “Ética.” Ediciones Botas, México, D.F., 1939, segunda edición, pp. 48- 49

cuanto ser absoluto, quedándose así en la misma posición kantiana de que nuestro conocimiento solo se puede limitar a lo fenoménico.^12 Es en su Estética donde Vasconcelos se muestra más decididamente religioso y vemos de manera más clara que además del vitalismo bersogniano bebe de fuentes más antiguas, especialmente de Plotino y su doctrina de las emanaciones que considera validada por la ciencia contemporánea^13 : “Todo es ser y todo, para ser, participa de una misma substancia, solo que no en el mismo grado ni en la misma cualidad, sino disminuida y esplendorosa, según su cercanía del ser absoluto.” 14 Perfila así una doble fluencia, ya esbozada en la Ética , planteando que esta Substancia única se divide en dos corrientes: una orientada hacia la desintegración y la nada, mientras que la otra asciende desde los fenómenos materiales hacia el ser mismo^15 : …este proceso –aquí entra mi hipótesis- no se produce por masas, mecánicamente, sino por individuaciones, estructuralmente… Una estructura (…) es el punto inicial del proceso de reversión que tiene por meta final el retorno al Ser Absoluto; llámolo así por no abusar del nombre de Dios.^16

Tales estructuras, que son el átomo, la célula y el alma, que ya había tratado en la Ética, aunque sin conceptuarlas como estructuras^17 , son individuaciones que toman de la substancia lo necesario, transformándola en función de sus propios propósitos – aquí ya encontramos un principio recurrente en su obra que como ya lo veremos, pese a sus críticas lo acerca a la fenomenología: la intención-, cuyo fin es “la tarea reconstructiva del espíritu”^18. Nuestros conceptos sobre ellas serían sencillamente la manera de captarlas en su dinámica constante, de organizarlas, por ende solo tienen una función formal, no tienen existencia propia, y si los desligamos de ellas pierden su sentido por completo, sumergiéndose así en la corriente negativa del fluir substancial^19. Tal es, como comprobaremos más adelante, un leit motiv , en Vasconcelos: el conocimiento de índole racional por sí mismo es vacuo, de la misma manera que cualquier abstracción surgida de él, ya que le pensamiento puro es una mera apariencia lógica.^20 Vale aclarar que esto también el pensador mexicano lo hace extensivo a los valores, así afirma: “…la abstracción más ilustre, por ejemplo, la justicia, tiene menos realidad, menos existencia, si la observamos sola, abstractizada, que la última partícula de polvo del desierto.”^21 Estamos de esta manera ante una realidad, si bien reconocida como objetiva, incognoscible, puesto que “incluye al mundo y lo desborda”^22 y deja solo a nuestra disposición lo fenoménico, “un arreglo de energía activa”^23 , bidireccional, tal como nosotros mismos. ¿Qué es entonces el conocer? Vasconcelos responde: Conocer es identificar esencias y diferenciar atributos; identificación después de la disociación y ordenación necesarias para la misma posterior identificación. Es entonces en un absoluto que sostiene y orienta todos los procesos parciales, donde debemos buscar la unidad

(^12) “La substancia particularizada por nuestra mente, encarnada en espíritu, intelectualizada, es ya otra cosa distinta

de la substancia amorfa, extraña a la conciencia. Nosotros conocemos nuestra representación del objeto, nuestra ficción objeto; no conocemos la realidad, sino la imagen que de ella nos forja la mente: el consorcio objeto- representación que nos construyen los sentidos, con los datos extraídos del ambiente, según las normas de nuestra idiosincrasia.” Ib., p. 76 (^13) V. José Vasconcelos. Estética. Ediciones Botas, México, 1945, tercera edición, p. 13 (^14) Ibídem, p. 16 (^15) Ib., p. 17. Para Vasconcelos el reconocimiento de esta doble fluencia es fundamental a la hora de considerar qué es

el conocimiento: “Lo que la realidad nos revela es una regularidad en función de cambio, una dinámica siempre en proceso. La fijeza no está sino en nuestras hipótesis formales mentales. (…) La operación del conocer consiste entonces en cohonestar, para efectos diversos, las dos corrientes: la de la sustancia fenomenal que marcha en círculo con desperdicio y disgregación, y la dinámica de espíritu que está en nosotros y tiende a crecer con el uso.” Ib., p. 28 (^16) Ib., p. 16 (^17) V. nota 8 (^18) Ib., p. 18 (^19) “El ser cuaja en átomos, células, almas, nunca en conceptos. La creación, en su eterna urdimbre, es una existencia

viva que se desenvuelve en órdenes, especies y géneros; pero la energía se da en átomos, células, almas. La vestidura de esta biótica se llama forma, idea, valor.” Ib., p. 34 (^20) Ib., p. 29 (^21) Ib., p. (^22) Vasconcelos, José. “Ética.” Ediciones Botas, México, D.F., 1939, segunda edición, p. 61 (^23) Ib., p. 78

indispensable al conocimiento. Pero los procesos que conducen a este absoluto se nos van dando según las distintas maneras en que nos aproximemos a los objetos, sea con la inteligencia, sea con la voluntad, o más tarde, con el gusto estético.^24

Tenemos aquí varios derroteros que nos guiarán por la teoría del conocimiento concebida por el pensador mexicano: el proceso de identidad y diferencia; los diferentes modos de aproximación a la realidad, el intelectivo, el volitivo y el estético. Este proceso mismo de identificar y diferenciar, en Vasconcelos, no es exclusivo de la mente, sino mucho anterior en la escala biológica, podríamos decir , que es propio de la vida corporeizada; por ejemplo, en el acto de una ameba de envolver con sus pseudópodos un corpúsculo y asimilarlo o rechazarlo ya Vasconcelos encuentra conocimiento.^25 Por tanto esta manera de “conocer biológico”, inherente a la vida misma es un acto de identificación y diferenciación, donde la voluntad se traduce en “función estimativa”, o sea juicio de valor, resultando el origen mismo de la ética, como vemos desligándola así por completo de cualquier tamiz racional y donde se revela la posición vasconceliana ante la aproximación intelectual a la realidad como prácticamente innecesaria. No obstante, de una manera explícita, Vasconcelos no llega a una conclusión tan osada sino que, si bien para él conocer solo por la razón es un error puesto que esta maneja ideas, “el fantasma de la cosa, no la cosa misma” lo considera un necesario paso previo, instrumental, al conocimiento ético- estético, reconocido abiertamente como el modo superior de conocer. Así afirma: El mundo de los objetos es un mundo lógico o casi lógico: sus proceso se acomodan casi exactamente a las leyes y a las fórmulas de nuestros razonamientos. Ciencia y razón son todavía términos equivalentes. Los objetos nos devuelven nuestra propia razón cuando descubrimos sus constantes. Y aunque el ajuste entre razón y experiencia no sea perfecto, se puede aceptar como válida la correspondencia de un mundo a otro: del mundo del objeto y el mundo de la idea. Ahora bien, lo más importante no está en la correspondencia de un orden que parece hecho como correlativo de otro, razón y objeto, si no precisamente en la inexactitud de esa correspondencia.^26

Resulta chocante la relación indistinta y ambivalente que Vasconcelos establece entre razón y experiencia, a primera vista vulgar, pero en realidad es totalmente intencional el desmedro de ambas en función de un tercer método que supere esas inexactitudes que encuentra en lo racional y lo empírico, en su correspondencia con el orden de las cosas, correspondencia que si fuera exacta llevaría a dos postulados: o el mundo objetivo sería una creación racional, o las ideas serían la suma milenaria de la experiencias acumuladas por la especie y por ende valederas. Vasconcelos, consecuentemente, las niega a ambas, pues si reconociera que estas propuestas metodológicas cumplen su cometido a plenitud, la suya propia carecería de sentido^27 , colocándose entonces por encima de concepciones de clara raigambre hegeliana, tanto como del empirismo básico de cualquier forma asumida por el positivismo. De cualquier manera es interesante notar que, a pesar de todo, Vasconcelos no rompe por completo con el positivismo al describir el acto del conocimiento en tres momentos, que no necesariamente están desligados, a los que denomina casos:  Caso A: la observación descubre leyes (la impronta positivista aquí es clarísima).  Caso B: además de la observación entra en juego el juicio mediante el cual se juzga si la cosa es buena o mal, útil o inútil, introduciéndose en el dominio de la época.

(^24) Ib., p. 73 (^25) “Desde que tomamos en cuenta esta operación orgánica, ya no podemos hablar de conocimiento como un simple

proceso de la mente. En el conocimiento intervienen los ciliolos, el instinto, la voluntad, la mente y, todavía más allá, la imaginación, la emoción estética. Conocer es entonces, y como lo afirmamos en la Metafísica, coordinar elementos para organizar la energía y para impulsarlas hacia maneras siempre ascendentes, trascendentes. La palabra trascendente no es, en este caso, una mera expresión verbal, sino una designación justa del proceso; la amiba, al captar para nutrirse, realiza no solo la operación concreta de alimentarse, sino que, a través de ella distingue formas y cualidades y trasciende la mera tarea de nutrirse.” Ib., p. 85 (^26) Ib., pp. 99- 100 (^27) “…no está la raíz del conocer ni en el raciocinio ni en el experimento, sino en un sistema que supone la existencia de

ese “ens”, personalidad, dato esencial, de donde proceden los diversos intentos de exploración, investigación y conocimiento, que se llaman método empírico método racional, método instintivo, voluntario, estético. Con los tres últimos construimos nosotros el sistema de conocer de la emoción.” Ib., pp. 100- 101

conocer se tiñe de emoción. Desde que actúa, la emoción discierne la intención, así como la inteligencia discierne las formas de la sensación. Se piensa siempre con sentido y con significado y no en abstracto.^39

Esta emoción, elemento distintivo de la suma forma de conocimiento, el “conocer emocional”, cuando sigue fines precisos, se revela como ética y cuando se limita a “ser con alegría” es estética^40 , aunque Vasconcelos la considera inseparable de la inteligencia. Donde esta relación se vuelve más notoria es en la imagen considerada como el culmen del conocimiento, entendiendo a este como el acto sintético de “comprensión totalizante” y, además, creador, genético^41 : La imagen está más allá de la abstracción: es la abstracción, pero con un tinte con un “cuanta de ser”. No basta con la inteligencia, ni es la inteligencia quien otorga el “fiat” a la imagen súbitamente creada. (…) El impulso creador de la imagen es entonces emotivo: la misma vida está hecha de la substancia de la emoción. La emoción crea y la inteligencia contribuye a dar a la imagen una determinación perdurable mediante la forma; pero la emoción, que es el ser, sigue alentando o inventando, rebasando las formas. La mera abstracción es forma muerta, en tanto que la imagen posee vida y, con ella, el poder de progresión.^42

De esta forma Vasconcelos pretende superar el conocimiento puramente racional, considerado como simple esquema formal de las cosas, presentando la emoción como principio y fin del acto de conocer, considerado como la apoteosis del mismo en tanto operación activa a la imagen, mediante la cual no solo aprehendemos al mundo sino que también nos reunimos monísticamente con él y lo recreamos, acercándonos así a la misma esencia divina creadora. El camino hacia la mística y el arte, desde aquí, está desbrozado; no es sorprendente que su monismo se autodenomine estético ni que dedique tanta atención a estas esferas del espíritu en sus obras pero como hablar de las concepciones vasconcelianas sobre las mismas rebasa las intenciones de este trabajo dejemos que él mismo resuma su concepción sobre el conocer: El conocimiento se inicia en el ser con el principio de identidad, se organiza en seguida en las funciones intelectuales, se descompone en sensaciones, formas, ideas; en seguida se vuelve impulso y se dispersa en los apetitos y los quereres; finalmente, en la estética, que es el dintel de la mística, el conocer retorna al ser, y así se cierra el ciclo trino.^43

Concluyendo, en la teoría del conocimiento de Vasconcelos se encuentra como principio la incognoscibilidad última del ser, en el cual se identifican el objeto y el sujeto, concebido además como una substancia – reconocida en la Estética como Dios mismo- que incluye y rebasa tanto a la materia como a lo ideal, del cual emana estructuras o individuaciones que conforman los diferentes planos de la realidad; siendo esta aprehensible esencialmente solo por el conocimiento emocional. Esto, sumado a la búsqueda de una “tercera vía”, filosófica y política^44 ; el papel puramente instrumental otorgado a la razón y la elevación del conocer emocional como la única manera de conseguir la posesión de una realidad desbordante, que concluye recreándose en la mística y el arte lo inscribe en los rasgos generales de la

(^39) Ib., pp. 84- 85 (^40) Vasconcelos, José. “Ética.” Ediciones Botas, México, D.F., 1939, segunda edición, p. 111 (^41) Ib., p. 114 (^42) Ib., p. 112. Es importante destacar que Vasconcelos considera que la imagen es también intencional. Así en la

Estética señala: “…conocer es relacionar impresiones. Pero la sensación ha de convertirse en imagen para que sea posible establecer cualquier género de relación. La imagen no es calca de la realidad, sino elección del dato que de ella nos interesa… La imagen es entonces, no solo el signo abstracto de una realidad exterior, (aunque a veces sea solo un signo), será también el aspecto de la realidad que no interesa por el momento.” Vasconcelos, José. Estética. Ediciones Botas, México, 1945, tercera edición, p. 70 (^43) Ib., p. 119 (^44) “La ciencia moderna evoluciona hacia una mística. El concepto económico, retrasado en el binomio capitalismo-

comunismo de los materialistas, tendrá que ser superado también; y de su mismo caos saldrá una doctrina igualitaria espiritualista.” Ética, p. 80

tendencia irracionalista del pensamiento contemporáneo.^45 Pero el propio carácter intencional que le otorga al conocimiento^46 obliga a hacer algunas precisiones. En primer lugar, en América Latina, el irracionalismo surge a principios del siglo XX, como una reacción antipositivista, intentando superar a los pensadores anteriores que vieron en el positivismo una manera de superar limitaciones presentes en nuestras tierras, asumiéndolo en muchos casos con todas las posibles consecuencias etnocéntricas que podía conllevar. Los integrantes del grupo que se ha mencionado no intentaron una anulación completa de lo ya conseguido sino ampliar una estrecha concepción cientificista para de esa manera “actualizar” el pensamiento latinoamericano, homologándolo de alguna forma con el europeo y el norteamericano. Esto no fue un intento inconsciente ni ingenuo. Negarlos de antemano o etiquetarlos sin al menos conocerlos no es una solución acertada; que el desconocimiento de las labores del pensamiento en nuestras tierras es también hasta cierto punto una manera tácita de reconocerle un carácter mimético, haciéndonos pasar, por ende como incapaces de producciones espirituales auténticas, lo cual desde un punto de vista político siempre será contraproducente. En el caso particular que ocupa la presente investigación Vasconcelos elabora todo su sistema en función de lograr una base filosófica propia que, desde su mismo carácter regional consiga la universalidad, como una vía de proteger a la América del sur del Bravo contra la asunción de ideas ajenas que terminaran haciéndola colonias culturales, desidentificándola, intención que concluye siendo un intento de resistencia política. En su contexto histórico concreto – diferente del europeo y el norteamericano- al se imponía la búsqueda de una filosofía auténtica cuyo propósito real, aunque quizás no reconocido con ese grado de conciencia, era preservar a Latinoamérica de la voracidad imperialista que ya se imponía, fin político en realidad que lo aleja de otras formas de irracionalismo que legitiman variantes más desarrolladas de capitalismo. Las soluciones ofrecidas, por muchas razones – entre ellas la ignorancia olímpica sobre todo lo que tuviera que ver con la economía política- se limitaron a un ámbito cultural, pero eso no hace menos loables los esfuerzos. Vemos así que el “conocer emocional” de Vasconcelos -cuyo misticismo no se tradujo en una postura quietista ante su realidad-, colocándose por encima del etnocentrismo cientificista típico del positivismo, intenta aprehender la identidad latinoamericana, cierto que en abstracto, y defenderla de la penetración extranjera, desde las limitaciones propias del pensamiento más en boga de la época, mostrándose así como una etapa más del pensamiento latinoamericano que busca su autenticidad, ensaya medios – a veces ajenos- e intenta dar respuesta a las preguntas que surgen de las condiciones reales que le dan origen.

(^45) V. Georg Lukács. “El asalto a la razón.” Estudios. Instituto del Libro, La Habana, 1967. (^46) “Conocer, entonces es poner todo lo que existe en estado de trásito hacia una superior manera de existencia.”

Ética, p. 67