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Análisis de las migraciones hacia Argentina y de las habitaciones en la década 1880
Tipo: Resúmenes
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Hacia 1880, al calor del liberalismo europeísta, el acelerado proceso de metropolización y la oleada inmigratoria, se hace crítico el problema de la vivienda de los sectores populares en las principales ciudades argentinas, particularmente en Buenos Aires.
Por diversas causas, se produce el éxodo de las clases pudientes del sector sur del casco histórico, acentuándose la segregación social y comenzándose a diferenciar netamente el habitar de los diferentes grupos.
Las pésimas condiciones sanitarias de la ciudad tuvieron fuerte incidencia en esa relocalización habitacional. En 1867 habían aparecido algunas señales de alarma, cuando los soldados que regresaban de la Guerra del Paraguay trajeron el cólera a la ciudad. Esto se agravó en los tres años posteriores con epidemias sucesivas de tifus, viruela y difteria, que dejaron miles de muertos, afectando a los barrios centrales de San Telmo y Monserrat, al sur de la Plaza de la Victoria, compartidos por viviendas burguesas y de trabajadores humildes. Pero el hecho más impactante fue la epidemia de fiebre amarilla de 1871. Ante la muerte de decenas de miles de personas, el pánico se apoderó de la población y la clase pudiente se mudó a zonas altas, abandonando los viejos caserones coloniales, presuponiendo que el foco era la suciedad de los conventillos donde se hacinaban los inmigrantes recién llegados... Díez años más tarde, sin embargo, científicos cubanos descubrirían que el verdadero portador y propagador de la fiebre amarilla era un mosquito.
A estas circunstancias se agregó el constante aumento de clase trabajadora en el casco céntrico, el surgimiento de la zona comercial elegante a lo largo de la calle Florida (al norte de la Plaza), el afán de diferenciarse y el reajuste de los modelos residenciales
símbolos, pequeñas historias, hábitos, creaciones artísticas, luchas vecinales y todas aquellas manifestaciones de la vida cotidiana develadas en el escenario arquitectónico del conventillo.
Tipologías. Desde la perspectiva social, el conventillo se constituyó en el tipo habitacional más significativo, que si por un lado daba cuenta de la faz más inhumana del liberalismo con la desprotección de la clase trabajadora, el hacinamiento en tugurios céntricos de cuartos estrechos sín luz ni aire, pésimas instalaciones sanitarias y alquileres abusivos; por otra parte se constituía en un espacio cultural integrativo, de alta sociabilidad, donde convivían polacos, italianos y españoles con criollos del interior, compartiendo fiestas, comidas y luchas reivindicativas, generando nuevas expresiones estéticas, musicales y de lenguaje (como el sainete, el tango y el lunfardo).
Era en Buenos Aires y Rosario (3), la versión criollo - napolitana del "slum" británico, reproducido con el mismo nombre en Santiago de Chile y Montevideo, como cortiço en São Paulo (4), como vecindad en México (5) y como mesón en Zacatecas.
Sus antecedentes más directos los encontramos en los corrales de vecinos sevillanos, con habitaciones alrededor de un patio dispuestas en más de un nivel, o en una versión local no tan estructurada: los cuartos para renta de la época del Virreynato del Río de la Plata.
En Argentina, su auge coincidió con la fuerte oleada inmigratoria de fin del siglo XIX.
Según Scobie, la cabeza de serie habrían sido dos conventillos de 30 piezas cada uno, construidos en 1867 por comerciantes italianos en Corrientes entre Talcahuano y Uruguay, multiplicándose el tipo de tal forma que en 1880 ya alcanzaban al 15% de la vivienda urbana (6). En una fecha tan temprana como 1871, el diario La Prensa comentaba la generalización del "sistema de construir en pequeños terrenos gran cantidad de habitaciones hechas con materiales de poco costo y de tales condiciones que produzcan un alquiler de 3 a 4%", lo que representaba una recuperación de la inversión en dos años y medio. (7)
Los hubo de dos tipos: los de rezago (8) y los de nuevo diseño. Los primeros aparecieron como adaptación de antiguas "casas chorizo" o casonas de patios, obsoletas o muy deterioradas, ubicando en cada cuarto una familia. Los segundos, que ya en 1880 constituían el 17 % fueron construidos por especuladores urbanos en base a una máxima explotación del lote, disponiendo una serie de habitaciones (de aproximadamente 4 x 4 x 4 ms.) para una familia en cada una de ellas, alrededor de un espacio abierto central y común: el patio del conventillo, donde lavaderos y sanitarios se agrupaban en batería. Podían tener dos niveles, en cuyo caso las escaleras sabían colocarse a mitad del patio.
Estos últimos son la versión más generalizada del tipo denominado conventillo, el cual en el cambio-de-siglo no aparece con clasificación precisa en la documentación oficial. Algunas veces, como en los censos de 1887 y 1904, no se lo define explícitamente; otras veces se lo menciona ocasionalmente con ese nombre (censos de 1869 y 1895) y frecuentemente se lo denomina casa de inquilinato. Pero si nos atenemos al citado censo municipal de 1904, podríamos establecer tentativamente, que tanto el número de habitantes (en la enorme mayoría superior a treinta) (9) como la disposición de las habitaciones en torno a un patio, con servicios comunes, caracterizan al conventillo; confirmado esto por su difundida aceptación en el habla popular.
Otro subtipo, en una o dos plantas, fue el de los conventillos chorizo, con distribución similar a los anteriores pero a simple crujía, dando sus habitaciones a patio lateral.
Estos aparecieron, en gran medida, debido a la densificación urbana operada durante el proceso de metropolización, en el cambio-de-siglo; momento en que se produjo un alza del valor de la tierra urbana, sobre todo en el área céntrica y barrios aledaños (entre 1886 y 1887 subió un 30/40%). Esto originó un reparcelamiento de las manzanas, estrechándose los lotes hasta frentes mínimos.
Al calor de esta especulación, que perseguía el máximo aprovechamiento del predio y la mayor renta de la inversión inmobiliaria, la arquitectura iba quedando condicionada en sus tipologías a la vez que redefinia el paisaje urbano. Esta fragmentación, que también se dió superponiendo plantas en altura, llegó a su máxima expresión en la vivienda para los sectores populares; afectando en particular las condiciones de habitabilidad de los conventillos.
techo. En general se lo revestía con tablas, aunque en el caso de La Boca lo más frecuente es la chapa de cinc ondulada colocada horizontalmente. Esta tecnología popular es de rápido montaje y no requiere mano de obra especializada, debido al uso de herramientas simples y a una ornamentación en base a elementos intercambiables, normalizados en los "pattern-books" o catálogos editados en Estados Unidos de América. Fundamentalmente se desarrolló en enclaves y centros de afluencia súbita de mano de obra (navales, cementeros, salitreros, petroleros, bananeros, azucareros, etc.), como versión local de las "company-towns". Tal los casos de Chacabuco y Sewell en Chile; Tampico y El Oro en México; Quiriguá en la frontera hondureño - guatemalteca; Cerro de Pasco en Perú; o incluso capitales, como Belize City, San Salvador y San José de Costa Rica.
Muy emparentada con los casos que estamos analizando, otra tipología de vivienda colectiva que se desarrolló a comienzos del siglo XX fue la casa de vecindad, derivada del partido conventillo, con un patio común de funciones más diversas, y en vez de contar con un cuarto por familia con derecho a uso de lavadero y retretes comunes, cada unidad de vivienda tenía 2 cuartos, cocina y baño incorporado, más un patiecito propio.
Tipos similares se encontraban en Alemania, Inglaterra, Italia y Rusia. También en Sevilla con la denominación casa de vecinos (como evolución de los ya citados corrales de vecinos) y en México, como otra variante de vecindad muy difundida en el Primer Cuadro (especialmente en el barrio de Tepito), con unidades más complejas donde el patiecito se denomina "azotehuela" y que, al igual que en Buenos Aires, derivarán sustituyendo el patio común por un pasillo.
El habitat del inmigrante: hacinado, insalubre y costoso. En cualquiera de sus versiones, el conventillo fue, mayoritariamente, la vivienda de los inmigrantes.
Algunas cifras nos pueden mostrar más cabalmente el incremento inmigratorio, sus ocupaciones y su relación con este tipo habitacional.
En la década de 1880 ingresaron a Argentina 649.000 inmigrantes, que prácticamente se duplicaron en la década posterior, cuando arribaron 1.142.000. Esa masa fue absorbida en gran parte por las ciudades, llegando a tener Buenos Aires -según
el censo de 1887- un 53% de extranjeros. En ese mismo año el 27% de la población vivía en conventillos (pico de la década), donde un 72% de sus moradores eran europeos de origen rural, en condiciones de hacinamiento creciente.
Estos ocupantes, en una notoria mayoría italianos, debieron incorporarse a tareas urbanas. Si nos atenemos a los datos del Censo Nacional de 1869, en los conventillos del casco céntrico (Distrito I), más de la mitad de las mujeres trabajaban y lo hacían como sirvientas, planchadoras, lavanderas o costureras; mientras la mayoría de los hombres eran peones y el resto se ocupaba de trabajos especializados (eran zapateros, sastres, empleados y en gran número obreros de la construcción).
Veamos el incremento de conventillos y su población durante tres décadas del cambio-de-siglo:
1880: 1.770 conv. = 24.023 cuartos = 51.915 hab. = 2.2 hab/cuarto 1883: 1.868 conv. = 25.645 cuartos = 64.156 hab. = 2.5 hab/cuarto 1887: 2.835 conv. = s/d. = 116.167 hab. = s/d. 1895: 2.249 conv. = 37.603 cuartos = 94.743 hab. = 2.5 hab/cuarto 1905: 2.297 conv. = 38.405 cuartos = 129.257 hab. = 3.4 hab/cuarto 1907: 2.500 conv. = s/d. = 150.000 hab. = s/d. (Fuentes: Dr. Guillermo Rawson, Censos Generales de la Ciudad de Buenos Aires y Departamento Nacional del Trabajo)
No obstante, cabe destacar que si bien aumentan los conventillos y las personas alojadas en ellos, a principios del siglo XX comienza a bajar la proporción de conventillos sobre el total de viviendas de la ciudad -sobre todo a partir de 1904- llegando en 1919 a constituir el 2% del total de edificios de vivienda; mientras la proporción de habitantes de conventillos sobre la población total, bajaba del 27% en 1887 al 14.5% en 1904 y al 9.8% en 1919 (según los Censos Municipales de 1887 y 1904, las Memorias del Departamento Ejecutivo de los Conventillos de 1917 y el Censo de Conventillos de 1919).
Es interesante constatar cómo situaciones similares se presentaban en paises limítrofes.
no tienen otra ventilación que la puerta donde se entra... Hay conventillos donde se han encontrado 80 y más (camas) en un salón colocadas unas sobre otras a manera de camarotes... Allí se paga por dormir a tanto las 6 horas. En la cama caliente que deja uno se acuesta el que llega...Cada vez que ha habido epidemia es en los conventillos en donde hace furor." La persistencia de este habitar degradado hizo estragos durante la epidemia de peste bubónica de 1900 y la de viruela de 1901.
Para paliar los problemas sanitarios se dictaron sucesivas ordenanzas y reglamentos municipales como los de 1871, 1887, 1893 y 1899, aunque los propietarios se resistían a su cumplimiento. Así ocurrió con los mínimos establecidos de duchas y letrinas, llegándose a registrar desproporciones de una ducha y una letrina cada 60 personas, no cumpliéndose tampoco con la separación mínima de 4 varas entre piezas y resumideros. A su vez los patios tenían pavimentos y drenajes deficientes, mientras que la superficie y altura de las piezas se había venido achicando y pocas veces se cumplía con la ventilación Mínima de banderola y ventana, por lo que sobre el fin de siglo el municipio tuvo que aumentar las inspecciones y sanciones.(14)
A este déficit sanitario, se agregaba el aumento creciente de los alquileres, lo que a su vez alentaba el hacinamiento. La renta de una pieza que en 1870 era de 4 pesos oro, 20 años después había subido a 8 y en 1912 alcanzaba a 13 pesos oro en San Cristóbal y San Telmo, y 18 pesos oro en Catedral al Sur y Socorro; equivaliendo a cerca del 30 % del salario de un peón de albañil, 22% de un medio oficial y 15% de un artesano especializado. De acuerdo a estadísticas de la época esto significaba que una pieza llegaba a costar 8 veces más que otra similar en Londres o París. (15)
La vida doméstica. En cada una de sus piezas las familias se acomodaban y organizaban su vida doméstica como podían, en un ambiente único para dormir, comer y realizar labores, con una precaria ocupación de un sector del patio a la entrada de cada habitación, para cocinar. No siempre había cocinas comunes, siendo la situación más frecuente una repisa con cocinilla, "Primus" o un brasero de carbón en el piso junto a cada puerta; ubicándolo algunas veces en el interior (sobre todo en invierno), con el consiguiente peligro de
incendio o emanación de gases tóxicos. En conventillos más organizados se instalaban las cocinas en el patio, a manera de cuartuchos de madera junto a cada habitación.
El mobiliario consistía en una mesa, algunos bancos o sillas -generalmente de junco-, un ropero o ganchos para la ropa, algún baúl, cuadros de familia, imágenes religiosas, un farol a kerosene, catres o camas turcas (un bastidor metálico con elástico montado sobre cuatro patas de madera torneada), a veces camas superpuestas, un espejo, un aguamanil o palanganero, escupideras y, ocasionalmente, una máquina de coser. Muchos enseres se amontonaban apilados o colgados de la pared en el exterior, como bolsas de carbón, cajones de fruta, canastos, tachos, fuentones, tinas de madera, ollas, escobas, jaulas de pájaros, macetas, etc.
Pero también en algunos conventillos había piezas para grupos de hombres solos -generalmente inmigrantes solteros- cuyos mobiliarios no diferían mucho de los descriptos. Y, con un arreglo contrastante con la humildad de sus vecinos, los conocidos "cotorros" (16) o "bulines" (17), típico habitat del compadrito, ese tipo social híbrido de gaucho urbanizado y de inmigrante, frecuentemente dedicado a "cafisho" (18). Para una visión del interior de un "cotorro", nada más pertinente que la descripción de la pieza de El Cívico, famoso rufián descendiente de albanos, que de 1905 a 1908 ocupó la N°^15 del conventillo El Sarandí, en Sarandí entre Constitución y Cochabamba (parroquia de San Cristóbal):
"Algunos muebles Luis XV, con moñitos y muñecos. Almohadones pintados por amigos suyos en la cárcel. Retratos de él en profusión (cantando, bailando o en fiestas campestres). Sobre la cabecera de la cama los retratos de los padres de La Moreira (su mujer, a la que explotaba), y a los costados dos largos tarjeteros, con recuerdos de Andalucía para ella y saludos para él desde Ushuaia. En una cola de crin, peines y peinetones. Una lámpara a kerosén de gran tamaño, que El Cívico prestaba a los vecinos, cuando en el patio había 'bailongo'... En el flanco visible del ropero una costosa guitarra... en una funda de terciopelo celeste, con un pavo real bordado y debajo la palabra 'Recuerdo'; trabajo también carcelario. Sobre la cama, una policroma manta pampa, que él usaba además para los carnavales, en su disfraz de matrero. A cada lado de la cama, una alfombra floreada, y a la cabecera (hacia un costado, para que no la ocultase el mosquitero de tul blanco), una imagen de San Roque. Debajo de la almohada el cuchillo, la daga o el sable bayoneta (arma de guapos)... Dejaba dormir sobre la manta
instalado sus reales tres chinas, a las que no se les conoce oficio ni ocupación definida, porque pasan el día tomando mate y sólo al caer la tarde se dan una vueltita no se sabe por dónde..." (20). Las historias de la vida de conventillo enriquecieron la cultura popular tematizando letras de tango, novelas, ensayos, versos "atorrantes", sainetes y obras de teatro. Las referencias al "convento" o "convoy", como se lo solía llamar entre los lunfas ya bien entrado este siglo (21), son innumerables, con gran protagonismo de los hijos de inmigrante.
Entre los tangos cabe mencionar "Oro muerto" (1926), con letra de Julio Navarrine, que le canta a las "paicas" milongueras y a los pibes del patio; "Flor de fango" (1914), de Pascual Contursi, que narra el pasaje de una mina desde su cuna - que "fue un conventillo alumbrado a kerosén"- a las "farras de champán" del centro, para terminar, en su decadencia, alquilando una pieza en una "casa 'e pensión"; y del mismo autor, "Ventanita de arrabal" (1927), que describe "en el barrio Cafferata, un viejo conventillo con los pisos de ladrillo, minga de puerta cancel"; "El bulín de la calle Ayacucho" (1923), de Celedonio Flores, que evoca un "cotorrito mistongo, tirado en el fondo de aquel conventillo, sin alfombras, sin lujo y sin brillo".
Muy tempranamente aparecen descripciones del habitar en el conventillo en la novela argentina. Probablemente la primera haya sido una pintura descarnada y algo siniestra, con el protagonismo de doña Catalina -una proxeneta trotaconventos-, relatada por el Dr. Ceferino de la Calle (seudónimo de Silverio Domínguez) en Palomas y gavilanes (1886). Allí nos dice:
"La casa de inquilinato presentaba un cuadro animado, lo mismo en los patios que en los corredores. Confundidas las edades, las nacionalidades y los sexos, constituía una especie de gusanera, donde todos se revolvían, saliendo unos, entrando otros, cruzando los más, con esa actividad diversa del conventillo"... "Húmedos los patios, por allí se desparrama el sedimento de la población; estrechas las celdas, por sus puertas abiertas se ve el mugriento cuarto, lleno de catres y baúles, sillas desvencijadas, mesas perniquebradas, con espejos enmohecidos, sus cuadros almazarronados, con los periódicos de caricaturas pegados a la pared, y, ese peculiar desorden de la habitación donde duermen seis, y donde es preciso dar buena o mala colocación a todo lo que se tenga" (22).
Dentro del mismo género novelístico, cabe mencionar En la sangre (1887), de Eugenio Cambaceres.
Casi incursionando en el ensayo, hubo excelentes descripciones de las casas de inquilinato en Croquis bonaerenses (1896), de Marcos F. Arredondo, El conventillo (1918), de Luis Pascarella, comentando las penurias del inmigrante, a los que habría que agregar la amarga visión que aparece en La casa por dentro (1921), de Juan Palazzo.
Los que poetizaron la vida del conventillo son legión. Hasta Evaristo Carriego pocos eran los poetas que se habían ocupado de interpretar el mundo popular. Carriego, durante la primera década de este siglo que se va, abre el campo con la serie El alma del suburbio, seguida por La canción del barrio. A él le siguieron Fernández Moreno, que le cantó a "esos solemnes caserones/que transformó el azar en conventillo", y, con una acentuada protesta social, Alvaro Yunque (Arístides Gandolfi Herrero), quien, en sus Versos de la calle (1924) da gran protagonismo a los inquilinatos. Del mismo modo, ya en el primer libro de Raúl González Tuñon (El violín del diablo, 1926) encontramos los hermosos "Poemas del conventillo".
Por su parte, el sainete (derivado del sainete criollo de la primera mitad del siglo XIX) y el grotesco, se constituyeron en las principales dramatizaciones del habitar popular urbano. Mientras el grotesco se presentaba como un drama intimista, el sainete se desarrollaba como un género tragicómico de lenguaje coloquial en el escenario del babélico patio del conventillo y la infaltable milonga. En este género cabe señalar a dos autores: Carlos M. Pacheco y Alberto Vacarezza; el primero escribió Los disfrazados y El diablo en el conventillo, mientras que el segundo se destacó por Tu cuna fue un conventillo, la comparsa se despide y una pieza paradigmática: El Conventillo de la Paloma (1929).
Del teatro citaremos un clásico de Florencio Sánchez: El conventillo (1906). De las visiones de investigadores contemporáneos, una interesante pintura de la vida cotidiana en el conventillo es la que resume Scobie:
"Por lo general la jornada se iniciaba temprano -a las 4 y 30 en verano y a las 6 en invierno- cuando los hombres se marchaban... Poco después comenzaba el ajetreo de las mujeres y los niños mayores: ponían agua o leche en el brasero, iban al mercado o regateaban en sus puertas con los vendedores ambulantes que ofrecían verduras o frutas. A las 9 los niños partían a recorrer las calles en busca
972), "El Palacio Mishio" y "El Pantano Criollo", destacados por su pobreza y precariedad.
La protesta. Uno de los conflictos sociales urbanos más importantes del comienzo de siglo tuvo caro escenario a varios de estos conventillos y fue provocado por las desastrosas condiciones de habitabilidad, situación que desembocó en la "huelga de inquilinos" de 1907, llevada a cabo por 129.000 moradores. Sus principales reclamos eran la reducción del 30% en las rentas, mejoras en las habitaciones y en la infraestructura sanitaria, eliminación del sistema represivo establecido por los reglamentos internos, limitación de atribucíones de los caseros o encargados, supresión de contratos leoninos (eliminación de los tres meses de depósito en garantía y flexibilidad en el vencimiento de los Pagos).
Por su parte el argumento de los propietarios (luego organizados en la Sociedad Corporación de Propietarios y Arrendatarios de la Capital), para justificar las rentas elevadas y la baja inversión en mejoras, era el fuerte aumento de impuestos municipales y territoriales, trasladados de inmediato a los alquileres.
El movimiento tuvo un alto poder de convocatoria y adhesión entre los vecinos, con alto protagonismo femenino y de luchadores sociales, especialmente anarquistas. La huelga duró poco más de tres meses. Se había declarado en el ya citado conventillo "Los Cuatro Diques", de Ituzaingó 279/325, con la inmediata adhesión del de Uspallata 449. El 13 de septiembre se hizo el llamado a huelga general fijando lista de reclamos y una estructura territorial con un delegado por conventillo al Comité Barrial y delegados de éstes al Comité Central, con sede en "Los Cuatro Diques". A su vez, en cada barrio se formaron Subcomités de Propaganda y de Solidaridad con los detenidos.
El territorio plegado abarcaba San Telmo, Boca, Barracas, Socorro, Balvanera y algunos suburbios; más focos en Avellaneda y Lomas de Zamora. También tuvo repercusión inmediata en ciudades como Córdoba, Bahía Blanca y Rosario ( conventillos plegados, con epicentro en los barrios La República, Talleres y Sunchales).
El 19 de septiembre ya había 400 conventillos en huelga que alojaban a 20. inquilinos y a fines de ese mes ya eran 120.000 los inquilinos plegados (80 % del total), pertenecientes a 2.000 conventillos. A principios de octubre -pico de la protesta- se formó la citada Corporación de Propietarios y comenzaron los desalojos con represión
de los bomberos, la infantería y el escuadrón de seguridad de la Policía de la Capital al mando del Coronel Ramón L. Falcón. Simultáneamente se organizó la resistencia contra caseros, propietarios y oficiales de justicia, los atrincheramiento y multitudinarias manifestaciones callejeras (entre ellas la famosa Marcha de las Escobas, con las mujeres de La Boca a la cabeza). Mientras tanto, los desalojados acampaban en las plazas y en carros ofrecidos por el gremio de carreros, de la FORA.
El 22 de octubre, en un combate a pedradas y tiros durante el desalojo del inquilinato de San Juan 677, cae asesinado de un tiro en la frente el obrero baulero Miguel Pepe, quien a sus 18 dios se convierte en mártir del movimiento; quedando varios resistentes heridos. En diciembre decayó la huelga y se disolvió el Comité Central.
En síntesis, el episodio culminó en desalojos forzosos, violencia, represión, muerte y deportaciones (aplicando la Ley de Residencia, sancionada en 1902 por el gobierno de Roca) (27).
Algunas propuestas para el habitar popular. Preocupado por la indigencia habitacional, el médico higienista Guillermo Rawson, en su Estudio sobre las casas de inquilinato de Buenos Aires, de 1884 (citado en nota anterior), a la vez que recomendaba una reglamentación municipal para las mismas, impulsaba un plan oficial de construcción de vivienda obrera, mientras que en 1900, otro higienista francés -Samuel Gacha- escribía Les logements ouvriers à Buenos Aires, donde realizaba un diagnóstico y proponía una serie de soluciones ligadas a la tipología falansterio, de Fourier. Muy cercano a estas ideas, en 1887 el Ing. Andreoni proyectaba en Uruguay el "Falansterio Montevideano", nunca construido.
Otras preocupaciones por la vivienda obrera, con diferentes proyectos, habían sido planteadas por Santiago Estrada en 1874, Alberto Navarro Viola en 1883 y los arquitectos Raymundo Batlle y Augusto Plou.
Con tipologías no muy explicitadas, pero casi siempre en la tónica de la vivienda unifamiliar, despegándose del fantasma del hacinamiento en el conventillo, se promovieron diversos conjuntos obreros, a veces asociados a una planta industrial, en general limitados al trazado de calles y pasajes. Tal el caso de Villa Alvear en Palermo
Notas: (1) James R. Scobie, Buenos Aires. Del centro a los barrios, 1870-1910, Ediciones Solar, Buenos Aires, 1986 (1a. ed. 1974), p. 171.
(2) Para un desarrollo panorámico de los modos de habitación popular en Buenos Aires, ver el abordaje que, desde la perspectiva tipológica, desarrollé en La habitación popular urbana en Buenos Aires, 1880-1945. La mirada tipológica, Crítica, N° 91, IAA, FADU/UBA, Buenos Aires, 25 sep. 1998.
(3) Cfr. Diego Armus y Jorge Enrique Hardoy, "Conventillos, ranchos y casa propia en el mundo urbano del novecientos", en Diego Armus (comp.), Mundo urbano y cultura popular, Sudamericana, Buenos Aires, 1990, pp. 153-193. Este artículo es uno de los pocos rastreos tipológicos de la vivienda popular del periodo en cuestión que hemos encontrado. En él, los autores -centrados en la ciudad de Rosario- analizan el crecimiento urbano, las características de los sectores populares y las tipologías de vivienda.
(4) Según el "Relataría da Comissão de Exame e inspeção das habitações operarias e cortiços no Distrito de Santa Efigênia", São Paulo, 1893, "el cortiço ocupa comunmente un área en el interior de una manzana: casi siempre un sector de un terreno cuyo frente está destinado a tienda. Una puerta lateral da acceso por estrecho y largo corredor a un patio de 3 o 4 metros de ancho en los casos más favorables. A este patio o área libre se abren las puertas y ventanas de habitaciones alineadas, todas del mismo aspecto, la misma construcción, las mismas divisiones internas y las mismas dimensiones. Raras veces cada 'casinha' tiene más de 3 metros de ancho, 5 a 6 de fondo y 3 a 3,50 de altura con una capacidad para 4 personas como mucho... En el patio hay una rejilla de desagüe, una canilla, un tanque de agua y una letrina" (traducción del autor). Citado en Eva Alterman Blay, Eu não tenho onde morar. Vilas operarias na cidade de São Paulo, Nobel, São Paulo, 1985, pp. 66-68.
(5) En el caso de la ciudad de México, las vecindades (también conocidas como casas de vecindad), edificadas ex-profeso para la renta, tienen una larga historia, ya que datan del siglo XVII y se las supone construidas por iniciativa de la Iglesia, quien fuera durante la Colonia el mayor propietario rentístico de inmuebles. Al respecto cabe citar a Enrique Ayala Alonso, la casa de la ciudad de México. Evolución y
transformaciones, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, México, 1996, p. 52: "La vecindad... sirve a un número bastante elevado de familias, las cuales habitan en uno o dos cuartos distribuidos alrededor de un patio de planta cuadrada o rectangular en cuyo perímetro se desarrolla un corredor porticado... en tanto que sus escasos servicios son de uso compartido y la escasez de locales propicia que los exteriores colectivos sirvan para la realización de múltiples actividades domésticas y laborales... (En un principio) sus destinatarios eran principalmente artesanos... Las unidades que se localizaban al frente de la vecindad tenían accesorias y servían como talleres o tiendas."
Esta tipología, a partir de 1880 se convirtió en una modalidad habitacional sumamente extendida.
A la luz de estas referencias, es interesante observar la similitud entre los casos porteño, paulista y mexicano, contando con datos históricos equivalentes sobre los conventillos montevideanos y santiaguinos.
(6) James R. Scobie, op. cit., p. 189. (7) La Prensa, 27 de febrero de 1871, p.l. (8) Denominación que utiliza Diego E. Lecuona al estudiar las derivaciones de las primeras tipologías colectivas de vivienda en su La vivienda de "criollos" y "extranjeros" en el siglo XIX, Editorial del Instituto Argentino de Investigaciones de Historia de la Arquitectura y del Urbanismo, Tucumán, 1984. Aquel capítulo constituyó una referencia importante para algunos de los tipos que estamos tratando.
Cabe mencionar operaciones similares en el habitat popular de otras ciudades latinoamericanas. Tal el caso de São Paulo, donde la ya citada Relación de 1893, registra "'sobrados' cuyos primitivos aposentos fueron divididos y subdivididos para alojar numerosas familias, con algunos espacios de uso común, cocinas colectivas improvisadas, unas letrinas pésimamente instaladas y estrechos corredores con iluminación insuficiente." (Traducción del autor). Citado en Eva Alternan Blay, op. cit., p. 69.
En México, por su parte, "muchas de las otrora magníficas mansiones pasaron a ser utilizadas como vecindades y por lo general cada una de sus habitaciones sirvió como una sola vivienda con muy precarias condiciones de habitabilidad." (Enrique Ayala Alonso, op. cit., p. 93).