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Introducción y explicación de la arquitectura en Argentina y Buenos Aires
Tipo: Guías, Proyectos, Investigaciones
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El siglo XIX en Argentina había estado marcado por la guerra. A la guerra de Independencia había sucedido una guerra civil que parecía no tener fin, drenando los recursos del país, tanto económicos como humanos, casi hasta el agotamiento. En el ’80 se pone fin a éstos conflictos y se abre una nueva situación: se conforma el Estado Argentino Moderno. Para ello Buenos Aires se había constituido como capital, subordinando a las provincias del interior, y Roca (con la ayuda de nuevas tecnologías: el remington y el tendido de líneas telegráficas) había resuelto el "problema" del indio (en 1878, siendo ministro de Guerra, Roca señalaba ante el Congreso: «...la raza más débil (el indio), la que no trabaja, tiene que sucumbir al contacto de la mejor dotada, ante la más apta para el trabajo» [cit. en R. Molas: 3]
Con la eliminación del indio, se han ampliado enormemente las áreas rurales explotables para ganadería y agricultura, se han extendido las líneas férreas (con su tendido convergente en la Capital, producto y a la vez posibilitante del dominio territorial con centro en Buenos Aires) y se ha construido el puerto (1889) necesario para la vinculación con Europa. El aumento de la producción y su exportación (centralizada en pocas manos) dieron las posibilidades económicas de una transformación sin precedentes [V. Jitrik; Ramos; Romero], y en pocos años, en medio de un proceso vertiginoso la generación del ’80 cambia al país.
Para ello se definieron también las instituciones políticas, y las formas adoptadas (desde las formas sociales hasta las políticas e institucionales) fueron lógicamente europeas. Así se fue construyendo un país en función de su intercambio (desigual) con una Europa en pleno desarrollo capitalista.
La generación del ’80 demostró en este proceso una enorme capacidad de dirección y una extraordinaria habilidad para dar respuesta a los problemas que se van presentando. Eso los obliga a actuar en todos los campos, desde el político hasta el cultural, haciéndolos enciclopedistas y desarrollando una enorme capacidad de adaptación, tanto en lo personal como en las teorías y mecanismos aprendidos fundamentalmente en Europa para ser aplicados a la realidad del país.
Para posibilitar éste proyecto se había adoptado una intensa política inmigratoria bajo el lema de "Gobernar es poblar". Pero los contingentes (mayoritariamente italianos y españoles) no tuvieron destinos preestablecidos y, obstaculizada su incorporación a la producción rural por la propiedad latifundista, vastos sectores se afincaron en las ciudades ejerciendo distintos oficios.
Hay quienes definen la actitud de nuestra èlite gobernante por la copia sin más de lo europeo; pero ésta característica no es suficiente cuando se trata de explicar las particularidades que definieron su proyecto y terminan, muchas veces, ellos mismos por copiar las categorías europeas para explicar la realidad argentina. «Ninguna acción transculturadora, por sistemática que sea, produce únicamente lo que persigue: la resistencia, la reticencia, o la sola heterogeneidad del mundo social sobre el cual se ejerce bastan para provocar los desajustes, los desvíos o las formaciones culturales derivadas que no entraban en los proyectos» [ALTAMIRANO: 8]
Lo que marca al proyecto del '80 no es la copia sin más, sino la decisión de pertenecer al mundo europeo: para ellos (como para los europeos), la comunidad universal es Europa («El espíritu positivo inaugura definitivamente una forma de religión: la religión positiva, la religión de la humanidad, que es la adoración de los resultados del hombre europeo» [Caveri: 141]). Pero ni Europa es la comunidad universal y modelo de todo desarrollo, ni la pretensión de ser europeos es realizable. El positivismo y el liberalismo copiados no pueden dar cuenta por sí solos del proyecto del '80, de las medidas adoptadas. Las teorías han debido sufrir un proceso de transformación por esas clases dirigentes, para poder ser su instrumento eficaz, cobrando un nuevo significado, construyendo un campo cultural que debemos considerar en su originalidad. (¿Cómo pueden sectores terratenientes enarbolar teorías que surgieron para posibilitar el desarrollo capitalista, industrial de la burguesía europea, en lucha contra la aristocracia?)
Una clave la da el "arielismo", que junta éstas ideologías con el elitismo. «Racionalmente concebida, la democracia admite siempre un imprescriptible elemento aristocrático, que consiste en establecer la superioridad de los mejores, asegurándola sobre el consentimiento libre de los asociados.» dirá Rodó en su "Ariel", y advierte: «Necesario es temer, por ejemplo, que ciudades cuyo nombre fue un glorioso símbolo en América, que tuvieron a Moreno, a Rivadavia, a Sarmiento (...) puedan terminar en Sidón, en Tiro, en Cartago.» [RODO: 53] Es necesario aclarar que ese destino que se temía y rechazaba, era el que simbolizaba Estados Unidos, con su desarrollo capitalista, y que veían en germen en la actitud de la pequeña burguesía predominantemente inmigrante. La discusión estaba planteada contra los valores que promovía el desarrollo capitalista mundial: «La concepción utilitaria, como idea del destino humano, y la igualdad en lo mediocre, como norma de la proporción social, componen, íntimamente relacionadas, la fórmula de lo que ha solido llamarse, en Europa, el espíritu del americanismo.» [Rodó, 35]
Es así que Santomauro ve al positivismo que practicó la oligarquía como «ingenuo y confuso (...) sirvió tanto al progresismo liberal como a la reacción conservadora», a lo que agrega Iglesia: «El pensamiento científico fue así instrumento para dar coherencia al liberalismo político y económico cuyas contradicciones eran evidentes: libertad económica que amparaba la rapiña y el robo efectuado por los más poderosos; liberalismo republicano practicado con fraudes electorales y contubernios políticos» [Iglesia, a: 82]
Estaban definiendo cuáles iban a ser las leyes de ese campo cultural, la escala de valores que determinaría las legalidades y las exclusiones. Ellos eran los dueños de las tierras (siendo las tierras, los frutos de las tierras, la principal riqueza) y a diferencia de las clases dominantes europeas, su poder no provenía de la industria (el riesgo, el cálculo económico, esa "ética del trabajo y del ahorro", las virtudes spencerianas, capitalistas, las que defendió en un momento Sarmiento). Venía por generaciones de administrar tierras heredadas, vivían del cobro de rentas inmobiliarias, y consecuentemente despreciaban el trabajo manual.
Simultáneamente estaban enlazados con Europa (especialmente con Francia e Inglaterra), porque eran exportadores y porque allí veían todo lo que ellos anhelaban: el bienestar, el progreso con todos sus frutos al alcance del bolsillo. Así llegan a sentirse
europeos en el exilio, y quieren traer Europa a Buenos Aires. Pero ¿qué es Europa para ellos? Hay necesariamente un proceso de recorte y selección, influidos por la seducción del refinamiento, una preocupación exagerada por las formas.
«El formalismo inspiró una imagen de la nación según la cual su desarrollo consistía fundamentalmente en la adquisición de una forma institucional dentro de la cual deberían conjugarse todas las fuerzas de la sociedad.»[ROMERO: 150] Esta preocupación por lo formal se alimenta también del modernismo literario (Lugones, etc.), que con su preocupación por el refinamiento de las formas «en lugar de desenmascarar al poder, corroboró las furias de la clase tradicional contra los sectores de recién llegados: ya sean "mercaderes de la industria", "clase media pretenciosa" o "laboriosos sudras con paciencia y sin palabras"» [VIÑAS: 44]
No es la industria, el esfuerzo, el desafío; es el placer, el ocio, el buen vivir, el culto por las formas refinadas, que los diferenciaba de la 'masa' de inmigrantes y define su identidad. Estas circunstancias hacen que recorten cuidadosamente lo europeo para armar una Europa a su gusto y conveniencia, y es ésta imagen falsa la que tratan de materializar, y a raíz de la cual es que decíamos que la simple crítica de la "copia de Europa" resulta insuficiente para entender la producción de éste período.
Entonces mal pueden copiar a Viollet-le-Duc, o el esfuerzo que marca a la Europa de la época por adecuar la tradición arquitectónica a la industria, por racionalizar esa tradición. La biblioteca Saint Geneviève de Labrouste estaba terminada en 1850. La Torre Eiffel está levantada en 1889. Es también significativo en muchas sentidos, que no se viera la experiencia de la Escuela de Chicago, que entre 1880 y 1900 edifica el Loop con grandes edificios de oficinas, almacenes, producto sobre todo del realismo comercial del empresariado norteamericano, siendo el esfuerzo destinado a la reconstrucción inferior al requerido para transformar Buenos Aires en la misma época. [v. Asencio; Russel-Hitchcock] Pero si allí se construyeron edificios destinados a la actividad económica, aquí lo que caracteriza la producción fueron lujosas residencias y edificios representativos del Estado.
En éste contexto, eligen como figura paradigmática a J-L.Ch. Garnier (1825- 1898), autor de la Opera de París (inaugurada en 1875) «gloria de la arquitectura francesa del siglo XIX, aurora del nuevo género artístico» -como dirá Eduardo Le Monnier,donde? autor entre otras de la residencia de Fernández de Anchorena (actual Nunciatura) -representante de una arquitectura donde lo fundamental es la representación, que deja de lado la preocupación por la racionalidad, la industria, la ciencia (sea constructiva o arqueológica) y habla exclusivamente del disfrute y de los ritos y las ceremonias de la alta sociedad parisina. Y el ejemplo de Garnier es importante porque se trata de la manifestación del Segundo Imperio, cuando «París se convierte otra vez en capital de Europa, pero no en centro del arte y la cultura como antes, sino en metrópoli del placer, en ciudad de la ópera, de la opereta, del baile, de los boulevares, los restaurantes, los grandes almacenes, las exposiciones mundiales y los placeres corrientes y baratos» [Hauser] Apuntamos de paso que sintomáticamente Argan, en "El arte moderno", donde se propone «explicar en qué medida, y a través de qué procesos, las artes visuales han contribuido a formar la ideología y el sistema cultural de la sociedad moderna» ni nombra a Garnier, a la par que se explaya sobre Eiffel.
Es necesario ver las transformaciones producidas en la ciudad para poder analizar la arquitectura promovida, ya que ambas son parte del mismo proceso de transformación de Buenos Aires en capital, lo que significaba dotarla de todas las características simbólicas y representativas necesarias para ser "una gran ciudad europea", como la definiera Clemenceau en su visita al país en 1910.
Norte en cambio, "los nuevos ricos, las fortunas nuevas". En un lado las viejas casas de tres patios; en el otro los palacetes que imitan la arquitectura francesa o italiana de esos días [...] La avenida de las Palmeras, en Palermo, y el paseo de la Recoleta en las proximidades de la iglesia del Pilar, constituyen los ámbitos preferidos para ostentar los lujosos carruajes y despertar la admiración o la envidia de los transeúntes» [R.Molas: 20]
Florida y San Martín pasan a ser casi exclusivamente calles de comercios y oficinas. En 1887 habían quedado incluidas en la ciudad Flores y Belgrano, producto de la expansión de casas quintas.
En el sur, hacia el Riachuelo, proliferan los conventillos sobre la base de las residencias vacías a raíz del desplazamiento de sus antiguos ocupantes hacia el norte. De cualquier modo, la ciudad no tiene habitaciones suficientes para albergar a su creciente población, apareciendo como contracara de la nueva metrópolis un fenómeno de hacinamiento nunca visto antes, que no solo provoca preocupación en los sectores tradicionales que se ven "invadidos", sino «la falta de higiene y alimentación adecuada unida al deficiente nivel sanitario de la ciudad incrementa enfermedades características, el cólera de 1877, enfermedades venéreas (típicas de hacinamiento y falta de cultura y prejuicios), alcoholismo, diarreas infantiles, etc., que comienzan a hacer estragos y preocupan a los dirigentes.» [Jitrik: 90]
El Boletín del Departamento Nacional del Trabajo describe en 1912 un conventillo, ocupado por 22 familias (118 personas) en 35 habitaciones, lo que da un promedio de 3,3 personas por cuarto; en 1913 el promedio se eleva a 3,7 personas por cuarto. [cit. en Roulet: 36]
Desde el punto de vista de los sectores dominantes, esta situación trae una amenaza: «en la vida de la ciudad hay tal solidaridad entre sus habitantes bajo el punto de vista higiénico -sostiene el informe Piñeiro- que no se concibe la salubridad del palacio del potentado sin la del albergue del proletario» [cit. en Liernur, e: 15]
Esta nueva realidad hace que adquiera gran importancia todo lo relativo a la sanidad (y la higiene social va desde la construcción de hospitales hasta las medidas policiales). «En 1887 sólo la tercera parte de las 33.390 casas de la capital disponen de agua potable, y son precisamente la de los sectores más acomodados. El resto de la población debe conformarse con la que se vende por las calles o que recogen en los viejos pozos y cisternas, por lo general contaminados... (Censo general...1889). Por otro lado la mayor parte de los baños no dispone de inodoros, y están ubicados en el fondo de los solares, lejos de las habitaciones y con el preciso fin de que no contaminen con sus olores a la casa.» [R. Molas: 21]
«En un segundo momento, cuando el inmigrante que se ha quedado en Buenos Aires cede en su temor y su angustia y de algún modo se instala en su trabajo, va escapándose del ghetto del sur, en los alrededores del Riachuelo, y ayuda a crear el "barrio", esa realidad urbanística tan porteña, desconocida en la época de Tejedor. El barrio es una realidad social y urbanística, es decir que allí vive un tipo de gente determinado en un marco que va tomando forma; en cuanto a éste último aspecto hay que decir que, contrastando con el tipo de arquitectura de la zona norte propiciada por los grandes intendentes, la construcción es híbrida, generalmente planta colonial con galería o doble patio y fachada italiana, un símil de cocoliche; tiene azotea y la fachada es modulada, dividida en partes iguales cada una de las cuales está trabajada con molduras que difieren de casa a casa aunque todas sigan esta línea general; como las molduras están hechas sobre ladrillo tienen escaso relieve, en lo cual se diferencian de sus modelos; los constructores ponen en las molduras toda su fantasía y su subjetividad; el conjunto se completa con balaústres de columnas, típicamente italianas» [Jitrik: 91]
«¡Cómo habían cambiado en veinte años las cosas en Buenos Aires! (...) ...los salones se habían transformado; el gusto, el arte, la moda, habían provocado una serie de exigencias sin las cuales la vida social era imposible. Los cómicos españoles de antaño ya no entretenían como veinte años atrás; la aldea de 1862 tenía muchos detalles de ciudad; se iba mucho a Europa; las mujeres cultivaban las letras. (...)No era chic hablar español en el gran mundo; era necesario salpicar la conversación con algunas palabras inglesas, y muchas francesas, tratando de pronunciarlas con el mayor cuidado, para acreditar raza de gentilhombre. En fin, yo, que había conocido aquel Buenos Aires en 1862, patriota, sencillo, semitendero, semicurial y semialdea, me encontraba con un pueblo con grandes pretensiones europeas, que perdía su tiempo en flanear^1 en las calles...» [Lucio V. López, La gran aldea]
En el paso de la aldea a la gran urbe en un corto lapso, es necesario ver cómo vivían estas familias tan solo una generación antes: Huret señala:
«Todo eso no estaba instalado muy lujosamente, me decía una de las damas de la sociedad actual. En lo de mi abuelo, uno de los porteños más ricos, el comedor y un dormitorio tenían unos pocos muebles, las otras piezas, donde dormían mi madre y mis tías no tenían más muebles que unos catres. No había chimeneas, para los días fríos, bastaban los braseros.» (cit. en Iglesia)
Pero ¿Que es lo que hace que cuando las familias patricias se mudan al norte no repitan la tipología de casa de patios y prefieran el «hotel»? ¿Qué ha cambiado en el gusto para que esto sea así? ¿Cuál era el tipo de vida que las hacía preferibles? ¿Qué cambios se obligan a hacer los usuarios para habitarlos?, ¿Qué cosas abandonan, relegan?
Se ve que a todas estas preguntas no se puede responder con la simple formulación de la «copia de lo europeo».
La sociedad se complejiza, y con ella la ciudad. Como dice Lecuona: «Una de las claves para entender la vivienda colonial surge de la contraposición de las formas de la vida usuales para las familias y las posibilidades que ofrecía la ciudad para su desarrollo habitual. La familia tenía un funcionamiento elaborado y complejo. (...) La ciudad, en cambio, tenía toda la sencillez y poca elaboración del asentamiento reciente. (...) Existe la misma diferencia profunda entre la baja calidad de un espacio urbano sencillo pero intensamente usado, y la elaboración de un espacio interior de la vivienda de alta calidad ambiental.»
Los sectores dominantes, la "gente decente", "culta", va inscribiendo en la ciudad sus nuevos ritos. Quienes reparten su vida entre París y Buenos Aires necesitan de palacios pero también de lugares de esparcimiento y encuentros sociales comparables a los europeos, y construirán su ciudad de veraneo en Mar del Plata, sus quintas, y en la ciudad el teatro, donde las ceremonias previas en el hall (lugar de encuentro donde ver y ser vistos, donde los espectadores se transforman en actores) constituyen un espectáculo que rivaliza en importancia con las obras representadas, y donde hombres y mujeres, si no son casados, asisten por separado, de acuerdo a las normas sexuales (la pruderie victoriana) de los sectores dominantes. Normas que actúan también en el "club", «...un templo donde se practica un culto masculino;
(^1) Del francés «fláner»: callejear
Los primeros dos puntos implican un cambio importante en la relación con la ciudad. El primer patio de la casa colonial «funcionaba como un trozo de calle que se introducía en la vivienda...» según Lecuona. En el palacio el jardín separa de la calle, y permite al alejarse dar la perspectiva necesaria para mostrarse a sí misma.
En la relación exterior-interior se funden el paso de lo rural a lo urbano y una valoración de lo natural y la ciudad. ¿Qué es afuera?, ¿cómo se ingresa?, ¿cuáles son las secuencias?
El Hotel En el hotel se presupone el ingreso desde un coche, en la casa de patios caminando. El ritual de ingreso en el hotel es ceremonioso, se van atravesando lugares de representación, y los lugares privados e íntimos están en otra planta. Hay una estricta separación entre lo que se muestra y lo privado. En el hotel no hay casi lugar para vivir “en familia”, los lugares privados son departamentos independientes para los distintos miembros de la familia; la privacidad individual en la casa de patios casi no existe (no hay lugar para el secreto ni individual ni familiar). Situación que es leída luego, en el caso de la casa chorizo, desde los habitantes del hotel como promiscuidad, lugar propenso a la mezcla (de actividades, de edades, de sexos).
Sobre la relación del hotel con el exterior es interesante ver lo que decía Pablo Hary en su Curso de Teoría de la Arquitectura en el año 1916:
«Lástima grande que la carestía a veces injustificada de nuestros terrenos y la mediocridad relativa de nuestras fortunas hayan desterrado de nuestras composiciones arquitecturales el magnífico, y discreto a la vez, preámbulo, constituido por el patio o jardín al frente, que aísla la vida íntima y social de la mansión del ruido callejero.
« ¿Puede haber contraste más ridículo, vulgar y penoso que el ofrecido por un iluminado portón por el que se engolfan brillantes toilettes a la vista de harapientos mirones, agolpados en la acera de enfrente para satisfacer una curiosidad rara vez benévola?»
Y culpa de la situación a «...una inocente vanidad y restos de tradiciones de la gran aldea inadmisibles ya dentro del agitado crisol en que vivimos.»
En el programa del hotel, Hary lo resume en Recepción, Habitación privada y Servicios; no existiendo, como dijimos antes, lugares con la escala y el destino de reunir a la familia.
Recepción: a) Patio sobre el frente (al que conviene agregar una bajada cubierta o marquesina); b) Vestíbulo y portería (espacio de transición, con el aspecto algo frío de la arquitectura exterior, al que hay que agregar vestuarios); c) Gran escalera (un ascensor que debe “disimularse cuidadosamente entre cuatro paredes siendo inadmisible la vista directa de sus guías y cables grasientos”); d) Antecámaras (para atender asuntos comerciales o recibir a desconocidos que solicitan audiencia); e) Salones (“para el mayor lucimiento de las fiestas unas veces, o para el placer de la existencia íntima según la índole del habitante. Hay un abismo entre la recepción de un palacio romano y la de un hotel francés; otro entre éste último y la de un castillo de lord inglés”); f) Comedor (“no ha de tener menos de 5 m. de ancho, y si el hotel es de cierta importancia, 7 metros. Un comedor de 5 x 8 metros puede ser un comedor de diario para ocho o diez personas”)
Habitación privada: “Hoy como en el siglo XVIII, se agrupan las familias en apartamentos autónomos”. Cada apartamento tiene uno o dos dormitorios (“no bajar de 60 m³ para un dormitorio de una persona”) con uno o dos cuartos de vestir, baño, armarios y w.c. “Es indispensable que el sirviente pueda entrar para limpiar o preparar
el baño sin cruzar los aposentos y que el dueño pueda acceder a él directamente sin ser visto ni molestado”. Debemos agregar servicios comunes como lingerie, donde se cose y deposita la lencería y se guardan los vestido y trajes fuera de estación; pileta de lavar, filtro y calentador y un montaplatos. La habitación privada se completa con una nursery o cuarto de juegos de los niños en proximidad con una terraza bien asoleada. Puede tener sala de armas o gimnasio.
Servicio: Su núcleo es la cocina y sus anexos. Para la ubicación se prefiere en el mismo plano que el comedor “con buena luz y aire, y sin peligro de llenar la casa de olores”. La limitación de los lotes obligan a optar por ubicarla en el subsuelo o en la buhardilla. Junto a la cocina se ubican las despensas, frigorífico, carbonera y bodega de vinos y licores. De la cocina los platos pasan al office o antecámara, con armarios para guardar cristalerías y porcelanas. Además están el comedor de los sirvientes y los dormitorios: “conviene una separación absoluta entre hombres y mujeres, poniendo, por ejemplo, a aquellos en la rez de chausée y a éstas en la mansarda o piso alto, cerca de la lencería, lavado y planchado”. Completan los servicios las caballerizas y cocheras que se agrupan en torno a un patio para lavar.
Es interesante destacar el debate con los higienistas: “Aunque pese a los higienistas, hemos de poner cortinados y boiseries en nuestros aposentos afrontando así legiones de microbios menos mortales, en resumidas cuentas, que el tedio de una morada bien esterilizada”. Pero éste razonamiento no se aplica a las habitaciones de la servidumbre, donde los dormitorios “han de ser escrupulosamente limpios, aireados y soleados, y ha de evitarse en ellos todo contramarco, zócalo, moldura, susceptible de albergar polvo o insectos. En una palabra: es preciso que una blanqueada y desinfección sea cosa de pocos minutos y gasto insignificante”.
Todos estos cambios suponen un enorme trabajo de autoeducación de ese grupo, buscando distinguirse del resto de la sociedad.
En el intercambio epistolar entre Pellegrini y Cané con motivo de la inauguración del Jockey Club [1897], éste último escribe: «Te repito que esa cuestión del servicio es importante; ella da la idea de un club y enseña también los hábitos de cultura social a los que no la tienen» [cit. en Korn, p.49, cursiva mía]
La adopción de los palacios está inscripta en una estrategia mayor: la adquisición de estos “hábitos de cultura social” que requieren una educación y sacrificios:
«¿Sabes por qué me he venido? [a Río Cuarto] Por huir de mi casa donde no podía dar un paso sin romperme la crisma contra algun objeto de arte. La sala parecía un bazar, la antesala idem, el escritorio ¡no se diga!, el dormitorio o los veinte dormitorios, la despensa, los pasadizos y hasta la cocina estaban repletos de cuanto Dios crió. No había número de sirvientes que diera abasto; la luz no entraba en las piezas por causa de las cortinas; yo no podía sentarme en un sillón sin hundirme hasta el pescuezo en los elásticos; el aire no circulaba por culpa de los biombos, de las estatuas, de los jarrones y de la grandísima madre que los dio a luz. No podía comer; la comida duraba dos horas porque el sirviente no me dejaba usar los cubiertos que tenía a la mano, sino los especiales para cada plato. Aquí como aceitunas con cuchara porque me da la gana y nadie me dice nada ni me creo deshonrado.» [Wilde, “Vida Moderna”]
Los patios generaban una mayor informalidad. Los nuevos espacios imponen otra territorialidad y otros códigos en la vivienda.
Hay una mayor distancia entre ellos y los sirvientes (y esto es extensivo a los otros sectores sociales), impuestos por las nuevas formas (una menor familiaridad)
Se urbaniza la vivienda: «...los grandes patios, llenos de plantas, abrigados del sol y regados abundantemente dan la ilusión de la vida del campo» (Daireux). Los
En particular hay que tener en cuenta el racismo que generó la generación del ochenta y la ideología del arielismo. Hay una preocupación permanente por la cuestión de lo hereditario y lo racial (Cané dirá: “no hay negro que no sea comunista” “Este antagonismo entre los hombres de progreso y la raza que no ha hecho, no hace ni podrá hacer jamás nada en ese sentido, es la principal causa de la decadencia actual de Martinica” [cit. en Vázquez-Rial, p.98]) que intenta justificarse desde la ciencia dentro de la estrategia de la construcción de la nacionalidad.
Las enormes ganancias que les llegan repentinamente no son destinadas a la producción, dentro de la lógica del capitalismo, sino que se destinan a gastos suntuarios. La cultura del ahorro, base de la acumulación capitalista, es practicada por los inmigrantes y criticada por la elite argentina.
“Uno de los elementos que más notoriamente se llevan En la sangre inmigrante es, según Cambaceres, la avaricia: “Arrojado a tierra desde la cubierta del vapor sin otro capital que su codicia y sus dos brazos, y ahorrando así sobre el techo, el vestido, el alimento, viviendo apenas para no morirse de hambre, como esos perros sin dueño que merodean de puerta en puerta la basura de las casas, llegó el tachero a redondear una corta cantidad.” [Vázquez-Rial, 106]
Por lo tanto el lujo era un valor (no así la economía) y debía expresarse en las construcciones, haciendo preferibles los Luises a los neoclásicos. Pero a la vez es necesaria la discreción, que marca la diferencia. Así se va construyendo ese sincretismo que es la particular ideología de la generación del ’80, adaptando ideas del positivismo y del progresismo europeo a las necesidades de su grupo:
« Tu conoces mis ideas y sabes que solo acepto las aristocracias sociales. En las instituciones, en los atrios, en la prensa, ante la ley, la igualdad más absoluta es de derecho. Pero es de derecho natural el perfeccionamiento de la especie, el culto de las leyes morales que levantan la dignidad humana, el amor a las cosas bellas, la protección inteligente del arte y de toda manifestación intelectual. Eso se obtiene por una larga herencia de educación, por la conciencia de su misión, casi diría provisional en ese sentido. Tal es la razón de ser de la aristocracia en todos los países de la tierra, tenga o no títulos y preocupaciones más o menos estrechas. Entre nosotros existe y es bueno que exista. No lo constituye por cierto la herencia, sino la concepción de la vida.» [cit. en Onega, 56]
“Los modos culturales que cambiaron, acompañando y motivando el reemplazo tipológico de la vivienda fueron: el abandono de una vida hogareña organizada alrededor de una familia extensa que comprendía tres generaciones (mas los sirvientes), la que, como el censo de 1869 lo revela, integraba bajo un mismo techo la vida de más de un matrimonio; la formalización de las relaciones sociales que pasaron de las recepciones sencillas a las reuniones protocolares; la posibilidad de aprovisionamiento externo fácil y económico (el patio del fondo se hará jardín, no mas gallinero ni huerta, ni árboles frutales) y, por último, la tecnificación de los servicios urbanos, de transportes (tranvías, 1870), de teléfonos (1880)” [Iglesia, La vivienda opulenta, Summa 211] “El habitar no fue ya un habitar “en familia”, sino un habitar individual en medio de una familia unida por lazos legales y económicos. Los rituales familiares asignaban a cada uno un rol determinado (e inflexible). La figura del padre es autoritaria pero ausente. La función protectora de la casa pierde la calidez de la casa patriarcal y sus espacios son recordados como “muy altos”, “oscuros”, “inaccesibles”. [Iglesia, ibidem]
José Luis Romero muestra que las minorías tradicionales, constituidas en la oposición a Rosas, desarrollaron hábitos intelectuales, y consecuentemente la èlite política que gobierna desde Buenos Aires, fue también la èlite intelectual, situación que le dio gran consistencia al proyecto, pero por otro lado obstaculizó la formación de campos profesionales o intelectuales con cierta autonomía. El peso de los comitentes, en consecuencia, era relativamente alto en la toma de decisiones frente a la que podían tener los proyectistas; situación que comienza a variar en la medida que los proyectos se complejizan y requieren un conocimiento específico mayor.
La complejidad a la que nos referimos abarca fundamentalmente dos temas: el primero es el de otorgar valor simbólico a lo construido y el segundo la pericia técnica necesaria para resolver edificios en altura (ya posibilitados por el uso del hierro) e incorporar adelantos técnicos (ascensores, instalaciones sanitarias) en las obras. Mientras el primer tema está vinculado al prestigio social, el segundo aparece indisolublemente ligado a las leyes de mercado: necesidad de garantizar un beneficio aceptable en un período donde se ha producido una rápida valorización de los terrenos en la ciudad.
El primer tema era reconocido como competencia del arquitecto, pero en el caso del segundo se transforma en campo en disputa con los constructores y los ingenieros (con el agregado de que la arquitectura se enseñaba en cursos de la carrera de ingeniería y que era común la denominación ingeniero-arquitecto). La consideración del arquitecto como artista, y del arte como ornato (de parte de la sociedad pero también de los propios arquitectos por su formación) hacía que no se encontrara en óptimas condiciones de disputar ese terreno, considerándolo de menor valor. Al respecto es claro el relato de Christophersen, «la opinión corriente era que un Arquitecto era un constructor, un maestro albañil mejor trajeado, o (...) un ingeniero de tiro reducido (...) más tarde las familias argentinas hicieron sus viajes a Europa. Entonces comenzamos a tallar los jóvenes! Nosotros, que habíamos estudiado en Francia, secundados por las casas decoradoras que vinieron al país buscando nuevos mercados...» [cit. en Liernur: a, 63]
Queda fuera del campo profesional la mayor parte del parque habitacional: la construcción de conventillos y en muchos casos de viviendas de renta, que admitían soluciones tipificadas que eran resueltas por constructores y las viviendas que se realizaban por autoconstrucción en los barrios periféricos.
Estas características que van marcando la conformación del campo profesional, lo que se espera de un arquitecto, con el enorme peso que tenían los clientes política y económicamente poderosos, y para más "ilustrados", en la definición de los roles, explica que «De los 128 títulos expedidos hasta 1905, 90 fueron reválidas de títulos obtenidos en el extranjero y la mayoría de los 38 "nacionales" había viajado a Europa a completar su formación» [Iglesia, a: 89]
A la par, en lo que se refiere a la actividad profesional, debemos tener en cuenta que "... mientras el proceso que se desarrollaba en los países centrales permitía y solicitaba una diversificación de roles -los que además contaban con tradiciones de referencia- los gigantescos campamentos aventureros que se iban formando en el Sur de América reclamaban, por el contrario, desprejuicio y agilidad de reflejos. Por eso no es extraño que en las mismas personas se superpusieran las habilidades necesarias para dar respuesta a los problemas lingüísticos y simbólicos planteados por el proyecto de una residencia autocelebrativa; con las pericias técnicas que permiten resolver la construcción de centenares de escuelas, decenas de hospitales o infinidad de temas de
Palacio Errázuriz
«A pesar del declamado progresismo y de la frecuente alusión al evolucionismo, en la arquitectura no hubo innovaciones originales o verdaderamente progresistas. (...) En éstas composiciones los elementos arquitectónicos preferidos fueron las ventanas verticales, las columnas y pilastras de más de un piso, los pórticos griegos, las mansardas llenas de lucarnas y las más audaces cúpulas. Se trataba del repertorio habitual del Eclecticismo académico europeo.» [Iglesia, a: 92]
Se conoce como eclecticismo historicista a un código estilístico basado en los revivals de períodos históricos como el renacentista, medieval, barroco, etc., producido en el siglo XIX en Europa. El calificativo 'historicista' alude a la referencia a modelos del pasado; ahora bien, el eclecticismo está relacionado con dos actitudes diferentes, aunque a veces se combinen: la primera es la de adoptar un estilo de acuerdo al “carácter” de la obra, y la segunda se vincula con la idea de 'mezcla' de motivos provenientes de distintos estilos en la misma obra (“eclecticismo” en la historia de la filosofía alude a un sistema de pensamiento que recurre a argumentos proporcionados por distintos sistemas precedentes). Victor Cousin, en 1853 había dicho: «el eclecticismo es posible que no cree un nuevo arte, pero por lo menos puede ser útil para la transición desde el historicismo hacia la arquitectura del futuro» [cit. en Collins]. Esta postura es refrendada en nuestro país, como lo vemos casi textualmente en el Curso de Teoría de Pablo Hary de 1916: «Lo que nos caracteriza es el eclecticismo. No discutamos si ello es bueno o malo: somos eclécticos, sabemos mucho, hemos progresado de tal modo en el orden científico que el arte, de evolución siempre lenta, no ha podido correr parejas con la ingeniería». Es evidente que el historicismo había sido algo más que un 'baile de máscaras', e incluso sus cultores habían sido concientes (aunque impotentes) de su precariedad.
En nuestro país fue el código dominante hasta la primera década del siglo XX, aunque se prolongó su uso hasta los años '50. Pero aquí estas formas no pretenden invocar ningún pasado, sino que expresan, paradójicamente, una voluntad y un proyecto hacia el futuro: llegar a ser Europa. Están cargadas de modernidad (las formas de un país moderno). «Es moderno lo que expresa, evidencia, promueve, se subordina o se incorpora al Progreso; pero al mismo tiempo y debido a la inevitabilidad (necesariedad) del progreso, lo actual es necesariamente mejor que lo pasado. Ser ahora, por el solo hecho de ser ahora, es mejor que haber sido antes; lo actual es necesariamente mejor que lo anterior». Así definía Iglesia (a: 82) la ideología del 'progresismo' que alimenta la cultura del período. Consecuentemente, lo moderno se plantea como ruptura con un pasado que se quería superar (vinculado a la colonia y a la 'barbarie') y como vocación de pertenencia al mundo de la 'civilización', representado excluyentemente por la cultura europea (Europa en ésta imagen no incluye a España), lo que explica que «en esa visita a la historia no se recorría el territorio de nuestra propia historia. Lo americano, precolombino o hispánico resultó sistemáticamente excluido.» [Iglesia, a: 83]
Esta actitud de ruptura implicaba también una posición anti-histórica, no se trabaja sobre la experiencia acumulada en la historia, desarrollándola de acuerdo a las necesidades presentes, como supondría una visión acorde con la idea del progreso y el evolucionismo darwiniano. Pero con esas formas también se habían importado las contradicciones que llevaban dentro y en particular la existente entre el historicismo y la idea de progreso: «nadie intentó superar a los modelos históricos sino simplemente utilizarlos tal como venían dados (con las inevitables adecuaciones coyunturales). No se avanzó desde la historia, sino que se volvió sobre la historia considerándola como el único repertorio de modelos posibles y valiosos. Al mismo tiempo, ésta posición reaccionaria se basaba en la admitida disociación entre lo bello y lo artístico, que Morpurgo-Tagliabue analiza así: "...lo bello es la conversión de lo útil en desinterés; es reconocer la utilidad del derroche. La gracia es producida por la naturaleza, lo bello por el arte. Ya no se trata simplemente de la economía de la vida, sino del lujo". Arte y lujo, entonces, estaban asociados indisolublemente, no podía alcanzarse "lo artístico" si no era a través (o a causa) del lujo.» [Iglesia, a: 83] Formulación ésta que coincidía con el
Se haría muy difícil sostener una supuesta autonomía de la arquitectura en éste período, ya que, en éste contexto las opciones están subordinadas a los requerimientos simbólicos de civilizada-modernidad-europea, de prestigio social y de educación civil, que le otorga el proyecto dominante, refiriéndose permanentemente a éste marco las discusiones específicas. A raíz de esto no existe una defensa a ultranza de un estilo o código particular preferible por motivos arquitectónicos, permitiendo a los arquitectos pasar tanto de un estilo a otro como a mezclarlos y a exceder libremente los límites de cualquiera de ellos. Existe sí una marcada preferencia por lo francés, acorde con el peso cultural que ejercía París sobre nuestra elite, representado por las formas borbónicas o sus derivadas. La figura paradigmática del período es Alejandro Christophersen (1866-1946), noruego nacido en España, quien llegó a nuestro país en 1887. Luego de obtener su título con medalla de oro en la carrera de Arquitectura y Escenografía en la Real Academia de Bruselas, se radica en Francia, donde completa sus estudios en el taller de Jean Louis Pascal, siendo alumno de Guadet.
Palacio Anchorena
Luego de una relativamente breve estadía en Montevideo llega a Buenos Aires y trabaja junto a Bunge. A raíz de la crisis de 1890 se radica en Santa Fe y se dedica a la mensura de campos, luego vuelve a Buenos Aires y a su actividad profesional, y tiene una participación fundamental en la reconstitución de la Sociedad Central de Arquitectos, en 1910, ejerciendo la presidencia en varias oportunidades. En 1901, el Ingeniero Huergo, decano de la Facultad de Ciencias Exactas, lo designa para la creación de la Escuela de Arquitectura, como organismo independiente de la de Ingeniería Civil (dependientes ambas de la Facultad de Ciencias Exactas) y elabora el primer plan de estudios (basado en la Ecole des Beaux Arts de París), dictando la cátedra de Arquitectura. «Christophersen resumió en una larga y exitosa carrera profesional (a caballo de los dos siglos) los valores que la sociedad porteña dominante buscaba en la arquitectura y sus arquitectos. Al igual que Cané, consideró al arte de vanguardia como a un enemigo. A pesar de sus loas al progreso, que refiere a otros quehaceres más mecánicos, dice del Art Nouveau: "(...) esa notoriedad la querían basar sobre una originalidad que a su vez era un absurdo porque destruía todo lo que siglos anteriores del arte nos habían dado como herencia con derecho al usufructo (...) ese arte llamado nuevo, es un compendio del arte viejo disfrazado (...) en Austria Otto Wagner cocina el arte asirio y egipcio en salsa griega" » [Iglesia, a: 92] La oposición al arte de vanguardia tiene un fundamento estructural, ya que éste tiene como presupuesto la existencia de un campo profesional desarrollado para poder desarrollar propuestas relativamente contradictorias con los gustos dominantes. Prefirió en general las poéticas del clasicismo francés, dentro del cual quizás su mejor obra es el Palacio Anchorena (actual Cancillería) frente a Plaza San Martín, realizada en 1909 para Mercedes Castellanos de Anchorena, que reúne tres viviendas, para ella y tres de sus hijos, en torno a un patio de honor. Desde el exterior el acceso está marcado por un monumental arco triunfal en orden compuesto. El patio de honor, del que se accede a las viviendas, tiene galerías en orden dórico.
Palacio Anchorena