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Un análisis lacaniano sobre la relación del sujeto con el otro y la castración simbólica. Se discuten conceptos como la evaluación clínica, la localización subjetiva, el papel del analista y el deseo del otro. El texto también aborda la importancia de la travesía del fantasma y el fin de análisis.
Tipo: Resúmenes
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(el acto analítico) Las entrevistas preliminares y la entrada en análisis - Sinatra, Ernesto Capítulo 1: “Solo una” “No hay entrada posible en análisis sin entrevistas preliminares”. Lacan, J. Seminario 19, “El saber del psicoanalista” Vamos a escribirlo así: Ea => Ep Se ubica una condición necesaria para el lanzamiento del dispositivo analítico. La entrada en análisis está determinada por las entrevistas preliminares. ¿Qué quiere decir esto? En primer lugar, que la entrada en análisis no es un procedimiento automático que se pueda regular anticipadamente, no se trata de determinado número de entrevistas fijas que darían cuenta a partir de una secuencia pre programada, de una entrada en análisis. Hay algo que ha de suceder para que la entrada en análisis se produzca, a partir de las entrevistas preliminares. Las entrevistas preliminares son un dispositivo que habrá de construir las condiciones de analizabilidad. Para Jacques Lacan las entrevistas preliminares cumplen una función absolutamente precisa: evaluar las condiciones de posibilidad de una persona de soportar la apuesta analítica. Las entrevistas preliminares están en relación de subordinación respecto al dispositivo para el cual y al cual ellas habrán de servir: el análisis. Estoy hablando del valor instrumental de las entrevistas preliminares. ¿A qué nos referimos al hablar de “criterios de analizabilidad”? A la diferencia de estructura, es decir, a una cuestión diagnóstica, a una evaluación clínica. Se trata de la posición del sujeto, de la localización subjetiva. Tenemos dos de los elementos centrales para situar los “criterios de analizabilidad”: la evaluación clínica y la localización subjetiva. Faltaría uno más, que es consecuencia de los dos anteriores: la apertura a lo inconsciente. Intervención: Yo había escuchado que no hay una sola entrada en análisis sino que en un análisis hay varias entradas. Si se utiliza la palabra apertura, es porque tiene que haber un cierre: ¿cómo se pueden relacionar “las entradas” en análisis con la apertura y los cierres del inconsciente a lo largo de un análisis? Lacan piensa el inconsciente como una bomba pulsátil que se abre y se cierra. Y si esto fuera así, ¿tendríamos entonces que concluir en que habría sucesivas entradas en análisis? Si así fuera –si hubieran sucesivas entradas en análisis- esto implicaría que habrían sucesivas salidas, las que –por la misma lógica previa- habrían sido motivadas por sucesivos cierres del inconsciente. Pero entonces, ¿podríamos hablar con rigor de entradas en análisis, así, en plural? Lo verificaremos en el trayecto de este curso. Vamos a trabajar hora un intento de formalización para las entrevistas preliminares. Partiré para ello del comentario de un enunciado de J. A. Miller en “Introducción al método psicoanalítico”, en el que hace referencia a las reglas normativas de la práctica; y dirá que, desde la orientación lacaniana, no tenemos patrones de conducta, tenemos principios que debemos formalizar. Vamos a poner a prueba nuestra formalización y verificar esta aseveración a partir de casos clínicos. Para comenzar, nuestra hipótesis de base: “Existe discontinuidad entre las entrevistas preliminares y la entrada en análisis”.
Ea // Ep La fórmula dice: “La entrada en análisis implica las entrevistas preliminares” y agregando un punto que indica un valor de conjunción: “La entrada en análisis implica una discontinuidad –marcada, precisamente, por esa doble barra- con las entrevistas preliminares” : (Ea => Ep). (Ea // Ep) Con los cuatro postulados que siguen, vamos a comenzar a localizar hacia dónde apunto con esta hipótesis: Primer postulado: La entrada en análisis constituye un umbral que debe ser franqueado desde las entrevistas preliminares por el entrevistado. El umbral designa el punto de atravesamiento, un objetivo por alcanzar. Segundo postulado: La discontinuidad de la secuencia de las entrevistas preliminares y entrada en análisis es consecuencia de un corte realizado por el analista al interpretar la demanda del propuesto analizante. El “propuesto analizante” significa que no se es analizante en las entrevistas preliminares. “Analizante” es una categoría que indica una función, pero para obtener esa función, habrá que trabajar. Tercer postulado: El corte efectuado (marcado por las dos líneas que indican discontinuidad) implica la puesta en juego de una categoría: la de decisión, la que requiere de un consentimiento (o rechazo respecto un saber). Por lo tanto, no sólo este procedimiento no es algo mecánico, sino que para traspasar el umbral hay que estar concernido por algo que hace al saber, al producido en las entrevistas, a partir de una decisión. La decisión es el punto más alto de la implicación subjetiva, ya que lleva a constituir la categoría de sujeto en torno de la responsabilidad y de la elección; dando –de esta manera- lugar al siguiente postulado, consecuencia directa del anterior. Cuarto postulado: Tal decisión produce al sujeto –ésa es la verdadera localización subjetiva- coordinado al emplazamiento del saber, el que dará lugar a la efectuación del inconsciente por la vía del síntoma. Lo que este postulado plantea es casi todo el desarrollo de un análisis. Tal decisión respecto del saber produce al sujeto, produce un sujeto, no hay sujeto anticipadamente encarnado en el entrevistado –por más que sea una persona de carne y hueso la que siempre llega a la cita. Cuando nos referimos al sujeto, estamos indicando una operación que se deberá poner en juego para que haya análisis. El entrevistado habrá conquistado ese nombre (sujeto), pero para ello deberá perder algo. Al dar lugar al inconsciente, el que llegue sabrá que no sólo hay mucho que no sepa de sí, sino que además sabrá que hay un saber que era sin que él lo sepa y que ese saber tiene consecuencias en el cuerpo, en sus pensamientos y en su relación con los otros. Este sujeto no es una operación producida por la persona
La formulación planteada por el sujeto: requerir de un analista de forma inmediata –en una entrevista- que le diera como respuesta un saber sobre una tercera persona, con la cual el entrevistado no podía tener relaciones sexuales; es realmente delirante: a condición de entenderlo en el sentido que Freud lo hacía, sin confundir estructuras clínicas, al referirse al delirio de la obsesión en el caso del Hombre de las Ratas. Es decir, existen formaciones delirantes que no requieren de una estructura para manifestarse. Es otro elemento para tener en cuenta en nuestras entrevistas preliminares. Por más que la formulación que este hombre hacía era una demanda de saber dirigida al Otro (y ésta es, precisamente, una de las condiciones de localización de la transferencia, un modo de cifrar el algoritmo del Sujeto-supuesto-saber) había algo más en juego. Ahora bien, ¿cómo responder a esa insólita pregunta, a la encrucijada, que indicaba su simple formulación? Por otro lado, él ya me había proporcionado una clave a la que, como analista, era necesario que recurriera: “no me diga lo que ya sé, porque no me sirve para nada, porque eso ya me lo dijo el otro”; tal la enunciación de su advertencia al analista. Se comprueba así, cómo el valor de verdad verdadero de un enunciado puede ser absolutamente ineficaz, cómo puede pasar absolutamente de largo al formularse de modo interpretativo. Estamos prestos a comprobar el modo en el que un analista puede perder la brújula si se encomienda a la verdad como amo absoluto. “¿Por qué mi novia no quiere tener relaciones sexuales conmigo?” Era una pregunta que transportaba un verdadero sufrimiento, pero a pesar de esto no podía ni sabía cómo contestarla. ¿No decía Lacan que no hay que responder a la demanda sino interpretarla? Sí, ese es el saber referencial de los libros que acude a nuestra memoria; inclusive puede ocurrir esta irrupción en el momento preciso que estén analizando, y –entonces- pensar: “no, no tengo que responder a la demanda”. ¿Cuál es el valor de esta frase? ¿Sería ella orientadora de la dirección de la cura, permitiría organizar la táctica interpretativa por medio de aplicar la teoría al caso; o –por el contrario- se trataría, más bien, de una exigencia superyoica que precipitaría a la inhibición, a la parálisis, a la neutralización de la acción analítica? Lacan siempre estuvo atento a lo siguiente: Si hay reglas que configuran un proceder, ha de ser por algo. Pero ahora, otra pregunta: ¿Para qué creen ustedes que sirve el estándar del tiempo fijo de cada sesión-antiguamente de 50’, aunque luego, en muchos casos, se redujo a 40’ y luego a 30’; las entrevistas pautadas a partir de un numero pre-establecido; el momento prescrito para efectuar la interpretación, hasta reglas para interpretar? ¿Para qué sirve todo esto? La instauración de un encuadre da cierto grado de seguridad. El setting (encuadre), a partir de su función automática, puede tranquilizar, calmar la angustia de una persona que está frente a otra sin nada que le diga, previamente, qué es lo que tiene que hacer. Son ciertas reglas que de alguna manera van pautando el tiempo y el espacio de modo organizado, y que permiten apaciguar la relación al Otro. Nuestra orientación lacaniana –que no se satisface de la seguridad del encuadre- en un punto tiene más problemas, ya que no goza de los parámetros, los reaseguros, las normas y procedimientos que estarían allí más a mano, para que uno, en última instancia “sepa que tiene que hacer con el paciente”. Del acto no tenemos el confort de una garantía previa que anticipe que si hacemos “eso” o lo “otro”, ha de estar bien hecho. Entonces, ¿Cuál es nuestro problema? Es, por ejemplo, ¿Cómo hacer de la más inteligente cita de Freud, de Lacan, de Miller, un saber instrumental que opere –apto para cada ocasión- respetando la singularidad del caso? Ese es nuestro problema de base: se trata de saber hacer ahí, en la experiencia analítica, con eso; porque con “saber” Freud, Lacan, Miller, a pie juntillas y de memoria, no alcanza.
Curiosa forma de recuerdo la que estamos planteando: olvidar los textos para saber hacer con ellos. Sería una fórmula de un pretendido acto logrado en el dispositivo analítico. Porque si uno está pensando en “que diría el Otro respecto de lo que tengo que hacer ahora”, esto anonada. Si eso, en cambio, está implementado de un modo preciso en el hacer, ya no es el saber sino el “saber hacer con eso” lo que opera. Se trata de la teoría incorporada en el acto mismo, la práctica es la teoría en su aplicación en el momento de establecer un corte de sesión o de entrevista, de ubicar una interpretación o de realizar un acto, el que se reconocerá siempre por sus efectos. Es el psicoanálisis como síntoma lo que se pretende obtener por cada practicante: El psicoanálisis como síntoma obtenido por el analizante al final del recorrido por su propio análisis: se trata de un saber hacer allí –en cada dirección de la cura- como practicante del psicoanálisis, un saber hacer allí con eso. También toma el valor de indicar que aquel que llegó a ese lugar desde la posición de analizante y tomo el relevo de psicoanalista (como analizado) lleva el psicoanálisis como un resto incurable, fecundo pero incurable. Aquello que hace obstáculo, además del texto, a veces son las indicaciones de control. Uno lleva el caso, hay señalamientos y después aparece, a veces, en el analista la idea: “¡Uy! Tengo que estar atento a eso”. Cuando el analista-control se transforma en una figura del superyó, analizar ha de ser imposible. Ya no es solamente la cita de los textos la que intimida, sino la palabra del supervisor que está allí. Seguramente, muchas veces tiene que ver con la posición misma del supervisor, pero también con la posición subjetiva del practicante, el que a veces toma una indicación como una orden o una marcación, como un “habrás de hacer eso”. Cuando el supervisor interviene marcando “esto no, tendría que haber dicho esto otro”, el “paciente” en el que se ha transformado el supervisado, llega al encuentro con su propio paciente en la siguiente sesión y espera que vuelva a ocurrir el momento para –ahora sí- insertar la interpretación y hacer lo que “debería” haber hecho. El problema es que, esa ocasión, casi nunca llega. Se pueden comprobar forzamientos increíbles realizados para intentar volver al tema. Suena mejor nombrarlo “control del acto analítico”. El término “supervisión” es más problemático, ya que aparece la función de la mirada indexada, anonada. Mi hipótesis es que la dificultad para hallar el significante apropiado para nominar la función da cuenta de una dificultad estructural en el “control”. Volvamos a la viñeta clínica, porque estamos en el punto de la entrevista en el cual se requería de una decisión del analista, frente al carácter sostenido e insistente de una pregunta por parte del entrevistado. Todos sus padecimientos parecían girar en torno de esa novia que había devenido su síntoma, ella era la causa de su angustia. A pesar de considerarse, como él mismo lo definía, “un consagrado batallador sexual” y de tener acceso a “casi todas las mujeres”, ella, su propia novia, rehusaba acostarse con él. Pero en ese momento produjo una nueva interrogación: ella lo humilla y él quiere saber por qué lo hace; como verán, hay aquí algo nuevo, estamos avanzando en la entrevista –aunque sea “a paso de tortuga”- respecto de la posición en juego. Ya hay una interpretación realizada por el entrevistado acerca de su padecimiento: el Otro (su novia) lo humilla; además el supone que ella se satisface en ello, pero él no sabe por qué. En verdad, no está completamente seguro de su satisfacción. Cuando lo interrogo sobre este punto dice: “me parece que a ella le gusta humillarme, pero no podría asegurarlo”. Vemos despejarse en este punto que no hay un indicador de certeza respecto de una pretendida suposición de goce en el Otro, descartando con ello un elemento diferencial para la psicosis. En verdad, es por eso que lo interrogué en ese punto, para descartar que no se tratara de una convicción delirante (ella gozaría de él, humillándolo).
Estaba quejándose de ella y pasó a quejarse de él. Era obvio para mí este deslizamiento, pero no para el entrevistado, quien siguió hablando como si nada hubiera sucedido. Aquí se hizo necesaria una nueva decisión por mi parte: ¿qué hacer entonces? ¿interpretar? ¿no interpretar? ¿intervenir? La decisión es una categoría central de los postulados de nuestra hipótesis de base. Vemos que no solamente corresponde al entrevistado (luego al analizante) confrontarse con ella, sino –y fundamentalmente- es el analista quien se halla interpelado en relación con la determinación y la realización del acto analítico, ya que es a él al que se halla consagrado por su función. La decisión es lo contrario de los procedimientos automáticos: ella implica varias opciones pero una sola vía de elección. ¿Qué hice en este caso? Esperando una situación más propicia, decidí no intervenir; es decir, dejar que el material reprimido estuviera más asequible para la conciencia del sujeto, mientras se localizaban las condiciones de efectuación de la transferencia. Nunca se sabe si una intervención es o no es un acto analítico, solamente se sabe por los efectos producidos a posteriori; y, para eso, hay que soportar la espera, hay que saber que en la sesión siguiente, en la subsiguiente o en la otra, tal vez, se sabrá si la intervención realizaba tuvo o no efecto de discurso, es decir, como se dice vulgarmente si “entró” o no lo hizo. ¿Pero Lacan no recomendaba, acaso, interpretar para situar la transferencia y no al revés, o sea, esperar la transferencia para interpretar? Freud decía que hay que esperar a que se sitúe la transferencia para interpretar. Lacan viene a decir: la interpretación sitúa la transferencia, pero también al revés, en otro momento de sus escritos. ¿Necesariamente una afirmación es verdadera y la otra falsa? Me parece que se trata de esta última afirmación: Lacan llega a decir, en sus últimas enseñanzas, que la transferencia es la interpretación. Hay una función dialéctica de la interpretación bajo transferencia. Al interpretar se sitúa la transferencia y la transferencia se sitúa mediante la interpretación y el acto analítico. La interpretación del otro analista del entrevistado había sido tan certera, tan precisa, como fuera de tiempo. Y acá nos estamos anoticiando del valor del tiempo como variable esencial a tener en cuenta en las entrevistas preliminares: si la interpretación “no entra” en el momento adecuado es como la ocasión, pasa de largo. Por momentos no hay cómo entrar en lo compacto del discurso con el que alguien se presenta; entonces se trata de cierta sensibilidad del practicante para lograr instalarse en el hueco, intervenir para descompletar el universo de los dichos. ¿Cómo se hace para descompletar el discurso de un obsesivo? En la obsesión consolidada es muy difícil atravesar esa coraza resistencial que se produce a partir de un yo fuerte. ¿Cómo atravesar esa defensa con la cual él nada quiere saber respecto del lugar que tiene en lo que dice? Él sabe lo que dice y de eso no hay nada para decir. El valor de interpretación puede estar situado muchas veces por un silencio. En otros casos, por una palabra, o por un gesto, por un corte de sesión o de entrevista; en otros por una frase que sea cita de lo que acaba de decir el analizante (o el entrevistado). La intervención está totalmente determinada por lo que acaezca en ese momento, bajo transferencia, y esto es lo que no se puede reglamentar. El entrevistado volvió a cambiar de referente una y otra vez, hasta que, finalmente, pude entrar en el hueco, descompletar sus dichos interrogándolo por una particularidad de su nombre, ya que cuando se había presentado telefónicamente había utilizado uno y, al presentarse en la entrevista, había empleado dos. Aclara que omite en general el primero, y que es ese nombre el que le ha puesto su padre. Hay que poder atravesar estos momentos, en los cuales se compacta el discurso del entrevistado de tal forma que no hay cómo dar lugar decir algo, a ubicar una interrogación que pudiera abrir la fijeza de ese discurso, decir alguna palabra que pudiera cambiar la orientación de la certeza de lo que se dice. A continuación surgiría un acontecimiento imprevisto que fue producto de un lapsus decisivo: quiere nombrar a su novia, pero en su lugar pronuncia la primera silaba del nombre de su padre. Se detiene
sorprendido, pretende explicarse, se molesta por la división subjetiva producida, carraspea y sigue de largo como si nada, comentando la humillación que le causaba su novia con su negativa, pasó, nuevamente, y sin solución de continuidad, a lanzar una decidida queja sobre las privaciones que le habría hecho sufrir, desde su niñez, su padre. Él había convivido con ese pensamiento imborrable (aunque aislado de las demás representaciones): su odio infantil por su padre. Manifestó un deseo que había reiterado desde su niñez: el de que –de una vez por todas- su padre se muriera. Intervine en ese punto para señalarle –ahora sí- la sustitución novia-padre. Frente a su sorpresa por constatar lo obvio de mi intervención, descubrió una paradoja: su amada poseía ciertos rasgos que él ya sabía cumplirían con el ideal de mujer de su padre (lo que implicaría que él habría ofrecido la dama de sus pensamientos a su odiado padre). En ese momento, y ante su visible emoción, le propuse finalizar la entrevista. Esperé que se incorporara, lo hizo, y me pidió volver, a lo que accedí, ofreciéndole un nuevo horario. Tenemos, así, un elemento que permite establecer el valor diferencial de la represión en la histeria y en la obsesión. Por lo dicho, en verdad en la obsesión no podemos hablar netamente de represión, su manifestación más próxima es el aislamiento , defensa con la que el sujeto obsesivo evita confrontarse con la consecuencia de la proximidad de dos representaciones en su conciencia. Las entrevistas se sucedieron en torno de las privaciones que su padre le habría hecho atravesar, lo que justificaría el odio que le profesaba. Hasta que en una oportunidad interrumpí una queja haciéndole notar la retórica de defensa que enmarcaba su relato. De todos modos pretendió continuar con su alegato, cuando su atildado discurso fue agujereado por un nuevo lapsus (producido ahora en sentido inverso al anterior) diciendo el nombre de su dama cuando quería decir el de su padre. Nuevamente la sorpresa, luego un silencio, para finalizar confesando –con vergüenza- lo dichoso que sería “si al menos una vez” su padre lo abrazara. Mi intervención interrogativa “¿sólo una?” desencadenó un llanto conmovedor. Las dos cadenas disjuntas padre-novia se habían cruzado por la chispa del lapsus. Se recubrían así dos imposibilidades que las entrevistas permitieron localizar: gozar de su dama, ser amado por su padre. En este punto sancioné la entrada en análisis. Comprobamos aquí un modo de presentar la precipitación del sujeto. La localización subjetiva es producida por el acto analítico introduciendo la dimensión del inconsciente. Capítulo 2: Hacer de lo mismo otra cosa En el ”nohabiapadre” (novia – padre ) Sinatra no buscaba atribuirle una significación, solo recorto dos elementos que eran centrales en el deslizamiento que se producia en la metonimia propia del discurso. Se apuntaba a localizar los significantes que organizaban el discurso en ese momento. De ”solo una-humilla” pasamos a ”novia-padre”, puede leerse ahora que la humillación afecta tanto a novia como padre, ahí se encontraba la causa de los lapsus provocados, el ”humilla” tiene el lastre de la satisfacción en juego que marcaba ese momento preciso de las entrevistas hacia la entrada en análisis. La asociación libre tiene la fortaleza de permitir hacer existir al análisis. La elección para este hombre de esta ”solo una” novia, con estas características – que compartia el peso de la humillación como rasgo determinante que suponía debía soportar por parte del Otro – implicaba haber elegido a una mujer como le gustaría al padre.
El vivenciar infantil para la neurosis en el adulto, no tuvo en su momento, importancia alguna y sólo cobra importancia regresivamente. Los síntomas crean un sustituto para la satisfacción frustrada, por medio de una regresión de la libido a épocas anteriores, a la que va indisolublemente ligado el retroceso a estadios del desarrollo en la elección de objeto o en la organización. El síntoma repite de algún modo aquella modalidad de satisfacción de su temprana infancia, desfigurada por la censura que nace del conflicto y mezclada con elementos que provienen de la ocasión que llevo a contraer la enfermedad. La modalidad de satisfacción que el síntoma aporta tiene mucho de extraño. Prescindamos de que es irreconocible para la persona, que siente presunta satisfacción más bien como un sufrimiento y como tal se queja de ella. Hay algo más que hace que los síntomas nos parezcan asombrosos e incomprensibles como medio de la satisfacción libidinosa. En manera alguna nos recuerdan nada de lo que solemos esperar de la satisfacción. Casi siempre prescinden del objeto y resignan el vínculo con la realidad exterior. Entendemos esto como una consecuencia del extrañamiento respecto del principio de realidad y del retroceso al principio de placer. Pero, es también, como el que ofreció las primeras satisfacciones a la pulsión sexual. Al igual que el sueño, el síntoma figura algo como cumplido: una satisfacción a la manera de lo infantil. Las escenas infantiles construidas en análisis, o recordadas, son unas veces irrefutablemente falsas, otras verdaderas. Los síntomas son, entonces, en parte figuración de vivencias que realmente se tuvieron y a las que pudo fijarse la libido y por otra parte, figuración de las fantasías. No se comprenderá el designio de equiparar fantasía y realidad, y de no preocuparnos por saber qué son esas vivencias en realidad. No obstante, la única actitud correcta frente a estas producciones del alma es reconocer que poseen una suerte de realidad: el enfermo se ha preocupado de esas fantasías y poseen realidad psíquica , decisiva para la neurosis, por oposición a la realidad material. Existen ciertos acontecimientos que siempre retornan en la historia juvenil del neurótico, los enumero como fantasías primordiales : la observación del comercio sexual entre los padres, la seducción de una persona adulta y la amenaza de castración. Sería un error suponer que nunca les corresponde una realidad material; al contrario, muchas veces la compulsa entre parientes mayores permite comprobar su realidad fuera de toda duda. Es sumamente improbable que los niños reciban la amenaza de castración con tanta frecuencia como aparece en análisis de los neuróticos. Nos resulta suficiente comprender que el niño se compone es amenaza sobre la base de indicios, ayudado por su saber sobre que la satisfacción autoerotica está prohibida, y bajo la impresión de su descubrimiento de los genitales femeninos. Aún en familias no proletarias, el niño pequeño al que no se le atribuye ninguna comprensión ni memoria, sea testigo de un acto sexual entre los padres u otros adultos, y no debe descartarse que pueda comprender con posterioridad esta impresión y reaccionar frente a ella. Pero cuando ese acto es descrito con unos detalles precisos que difícilmente podrían observarse, o cuando se lo presente como ejecutado desde atrás (como los animales), no queda duda de que esta fantasía apuntala en la observación del comercio sexual entre perros y su motivo es el insatisfecho placer de ver del niño en los años de la pubertad. El producto más extremo de esta índole es, por último, la fantasía de haber observado el coito entre los padres cuando, todavía no nato, se estaba en el seno materno. Con la fantasía de seducción, cuando no la ha habido, el niño encubre el periodo autoerotico de su quehacer sexual. Se ahorra la vergüenza de la masturbación fantaseando retrospectivamente, para estas épocas tempranas, un objeto anhelado. No se tiene otra impresión sino de que tales hechos de la infancia son de alguna manera necesarios, pertenecen al patrimonio indiscutible de la neurosis. Si están contenidos en la realidad, bien; si ella no los ha concedido, se los establece a partir de indicios y se los completa mediante fantasía. El resultado es el mismo. Son un patrimonio filogenético. En ellas, el individuo rebasa por fantasía su vivenciar propio hacia el
vivenciar de la prehistoria (han sido realidad en los tiempos originarios de la familia humana), en los puntos en que el primero ha sido demasiado rudimentario. Todos los objetos y orientaciones de la libido resignados en la realidad, son retenidos aun con cierta intensidad en la fantasía. La libido no tiene más que volver a las fantasías para hallar el camino a cada fijación reprimida. Estas fantasías gozan de cierta tolerancia, y no se llega al conflicto entre ellas y el yo, mientras que se conserve determinada condición, esta condición es de naturaleza cuantitativa. La retirada de la libido a la fantasía es un estadio intermedio del camino a la formación de síntoma. Utiliza el termino introversión para designar el extrañamiento de la libido respecto de las posibilidades de la satisfacción real y la sobreinvestidura (investir con una cantidad adicional de energía psíquica) de las fantasías que hasta ese momento se toleraron por inofensivas. Un introvertido no es todavía un neurótico, pero se encuentra en una situación lábil; al menor desplazamiento de fuerzas se verá obligado a desarrollar síntomas, a menos que haya hallado otras salidas para su libido estancada. Freud dice que es necesario, además del análisis cuantitativo que es una concepción meramente dinámica , hace falta el punto de vista económico. El conflicto entre dos aspiraciones no estalla antes que se haya alcanzado ciertas intensidades de investidura, por más que preexistieran las condiciones de contenido. Interesa el monto de libido no aplicada que una persona puede conservar flotante, y la cuantía de la fracción de su libido que es capaz de desviar de lo sexual hacia las metas de la sublimación. La meta final de las actividades del alma, que en lo cualitativo puede describirse como aspiración a la ganancia de placer y evitación de displacer. Todo lo dicho hasta aquí se refiere sólo a la formación de síntoma en el caso de la histeria. En el caso de la N.O las contrainvestiduras frente a las exigencias pulsionales pasan al primer plano y dominan el cuadro clínico por medio de las “formaciones reactivas”. También hay otra maniobra que se espera del practicante, la elucubración de saber del caso, una vez que esa experiencia analítica haya caído, una vez que se ha desprendido de la transferencia, allí si se puede pasar a la escena del testimonio, a la presentación del caso. Entonces si podemos interpretar la trama en el contexto analítico tal como se habrá producido y ubicar los significantes que el analizante logro desprender. Pero se trata de resguardar el vacio de saber como condición de la intervención analítica desde las entrevistas preliminares, el analista no debe saber, sino dar lugar al despliegue del saber inconsciente. En ”sobre la iniciación del tratamiento” Freud va a plantear consejos sobre la técnica psicoanalítica, y no normas incondicionalmente obligatorias, ”la extraordinaria diversidad de las constelaciones psíquicas intervinientes, la plasticidad de todos los procesos anímicos, se oponen, a una mecanización de la tecnica” (diferencia entre la manera que Freud presenta estas reglas y el valor que le dan en la Asociacion Psicoanalitica Internacional) El universal del paciente no entra en el análisis freudiano. Freud establecia contraindicaciones en ”Sobre psicoterapia”: 1er condición: ”no debemos atender tan solo a la enfermedad, sino también al valor individual del sujeto, y habremos de rechazar a aquellos enfermos que no posean un cierto nivel cultural y condiciones de carácter en las que podamos confiar hasta cierto punto ” agrega ”no debe olvidarse que hay hombres sanos carentes de todo valor, y que siempre nos inclinamos demasiado a atribuir su inferioridad a la enfermedad, en cuanto hallamos en ellos algún signo de neurosis” Puede haber gente que no sea neurótica y que no tenga ningún valor, a esta gente Freud la llama ”degenerados” y se niega a analizarlos. El degenerado aquí (hipótesis) es aquel que no querria saber y no aquel que no dispondría de algún saber de los libros. Seria aquel que no querria saber demasiado que le pasa en la vida, no interrogarse.
Lacan ira mas lejos y dira que intervenir en las entrevistas preliminares sin saber que se hace podría provocar en una psicosis no desencadenada un desencadenamiento. Así, el valor del uso del dispositivo por parte del practicante del psicoanálisis no es simplemente técnico sino que es ético. Freud termina por decir que las entrevistas preliminares son una condición necesaria para el análisis, pero no suficiente, ”solo es una buena cautela mas”. Freud no lo esta dando una categoría de dispositivo al ensayo de prueba, dice cómo trabaja y está dando consejos. ”en tanto no se quien llega, me doy el tiempo para saber a quien recibo” Una contraindicación que da Freud del ensayo de puesta a prueba, hace diferencia con Lacan : ”prolongadas entrevistas previas antes de comenzar el tratamiento analítico, hacerlo preceder por una terapia de otro tipo, asi como un conocimiento anterior entre el médico y la persona por analizar, traen nítidas consecuencias desfavorables para las que es preciso estar preparado. ” aquí esta pensando en la actitud transferencial. Mientras se pueda, que sea otro quien analice al que se conoce previamente. Pero si ello no fuera posible, agregara Freud que ese analista sepa que perderá esa amistad. Los tiempos han cambiado,, se sabe que previamente a que alguien llegue al consultorio, ese alguien ya porta consigo una transferencia a ciertos S, del psicoanálisis, hay una transferencia a Freud, a lacan, a Klein, a una institución, etc. Pero hay algo mas alla de los fenómenos imaginarios que la tansferencia suscita. La función simbolica de la transferencia entendida como SSS no esta, necesariamente, ubicada en el analista. El analista ha de ser cualquiera necesariamente, y por estructura, en el momento previo a la consolidación del dispositivo, un significante cualquiera. Y será el segundo significante, con el cual habrá de hacer par, el significante de la transferencia que le sea dirigido. La proximidad transferencial es para Freud una posible contraindicación en análisis. Para el, es necesario que el analista sepa que habrá de soportar una perdida, la decisión de analizar a alguien no es gratuita. Por la consolidación misma de la transferencia, cuando esta se efectua se pone a hacer lo suyo, conduciendo a que el analista pase a ser ”otra cosa” que lo que era para esa persona que consulta. Se aprecia en este ”otra cosa el valor de objeto que habrá de soportar el analista para el analizante durante la cura. En la terminología freudiana, las resistencias tienen una relacion directamente proporcional con la causa de las neurosis, con su etiología: a mayores resistencias, mayor proximidad respecto de lo reprimido y cuando el paciente se aproxime a ese punto de lo reprimido surgirán las resistencias por mas culto, aficionado al psicoanálisis o erudito que fueran (problema que plantea Freud en cuanto a la confianza, inútil, manifestada por esta gente, frente al psicoanálisis, debido a a las resistencias). Lo que ”yo” piense del psicoanálisis sucumbe frente al peso de la neurosis. La resistencia es un efecto de la etiología neurótica: solo se quiere saber mientras no se hallen afectadas las condiciones de goce, no es fácil querer saber. Es necesario valor en un análisis para no retroceder cuando lo que causo a la defensa se halla próximo a emerger, cuando la ”verdad del goce ignorado” atraviesa la represión. ”no quiero saber nada de eso” es una buena manera que Miller precisa para leer la operación de la alienación, operación que el psicoanálisis debe contrariar. Como hacer para que alguien quiera saber algo de ”eso”, que es? Es el nucleo mas intimo del ser de cada cual donde se están, precisamente, concentrando esas paradójicas condiciones de satisfacción que producen el sufrimiento y los síntomas. Podríamos decir que la resistencia apunta a poner a raya un saber del sujeto acerca de sus condiciones de goce ya que cuando el deseo del analista apunta al hueso del ”ello” (a lo reprimido, lo mas resguardado del saber) no puede no toparse con resistencias. La resistencia es el elemento operativo que bajo transferencia Freud localiza como el indicador que dice ”aquí ello resiste” y si hablamos de la neurosis, hay un índice de lo reprimido. Y lo reprimido indica una fijación pulsional que da cuenta de una fantasia
inconsciente. Las resistencias suelen proteger lo que falta, lo que debe permanecer velado para la defensa. La actitud que suelen tomar algunos pacientes para resguardarse, para continuar conservando la imagen de si que tienen, es la de resistirse bajo la protesta, el rechazo ”eso no es” ”yo no dije eso” ”de ninguna manera” Además, Freud habla acerca del recurso de la obviedad, en las entrevistas preliminares: no aceptar el guiño complice que supone que uno sabe lo que el otro dice, por el contrario rechazar la jerga que uno podría compartir con ese otro. Permitir desplegar la función del semblante, a partir de una simple interrogación, haciendo aparecer de lo mismo, otra cosa.Porque puede ser que yo sepa que quiere decir ”panicoso” y lo pregunte igual, precisamente para evitar una complicidad de entrada que podría indicar una complacencia posterior. No tener demasiadas contemplaciones, antihumanismo lacaniano. Freud dice respecto del dinero, que convendría cobrar mas vale caro para que se aprecie el valor del querer saber, el valor del análisis. En relación al tiempo, Freud recomendaba una frecuencia de seis veces a la semana ” un trabajo menos frecuente corre el riesgo de no estar acompasado con el vivenciar real del paciente y que asi la cura pierda contacto con el presente y sea esforzada por caminos laterales” La pregunta por la curación y por la duración del tratamiento aparecen como un obstáculo, es de respuesta imposible, Freud compara el análisis con un camino, en el cual no solo el analizante habrá de tener un paso que desconocemos sino que además habrá detenciones, desviaciones, tomara trayectos equivocados. ”Un colega de mi amistad me escribió: lo que nos hace falta es un tratamietno breve, comodo, ambulatorio de las neurosis obsesivas”. Los obsesivos son irrompibles, para histerizarlos, para poder encontrar una inconsistencia, para descompletar sus dichos, se necesita tiempo. Nada comodo puede estar cuando un sujeto obsesivo se encuentra diciendo algo que no pensaba que iba a decir, diciendo otra cosa de la que quería decir o lo que no quería decir. Nunca hay que forzar a que el obsesivo consienta en su denegación, a que confiese que ha denegado, ya bastante tiene con dejar aparecer el signo de lo reprimido bajo la forma del ”no”. Ese ”no se trata de mi novia” ya es un avance sobre lo reprimido. Con relación a lo ambulatorio del tratamiento de las neurosis obsesivas, podemos leer ambulatorio como opuesto a una internación, pero también como no necesariamente circunscrito a las cuatros paredes del consultorio. 17 conferencia. El sentido de los síntomas – Freud Los síntomas neuróticos tienen su sentido, como las operaciones fallidas y los sueños, y, al igual que estos, su nexo con la vida de las personas que los exhiben. Ahora querría acercarles esa importante intelección mediante algunos ejemplos. La llamada neurosis obsesiva se porta como un asunto privado del enfermo, renuncia casi por completo a manifestarse en el cuerpo y crea todos sus síntomas en el ámbito del alma. Se exterioriza del siguiente modo: Los enfermos son ocupados por pensamientos (representaciones obsesivas) que en verdad no les interesan, sienten en el interior de sí impulsos que les parecen muy extraños, y son movidos a realizar ciertas acciones cuya ejecución no les depara contento alguno, pero les es enteramente imposible omitirlas. Se ve forzado contra su voluntad a sutilizar y especular, como si se tratara de sus más importantes tareas vitales. Lo que el enfermo ejecuta, las llamadas acciones obsesivas, son harto inofensivas, las más de las veces repeticiones sobre actividades de la vida cotidiana, a raíz de lo cual, estos manejos necesarios se convierten en tareas en extremo fastidiosas y casi insolubles. Él tiene perfectamente claro el juicio de ustedes sobre sus síntomas obsesivos, lo comparte. Pero el enfermo sólo puede hacer una cosa: desplazar; poner en lugar de una idea estúpida otra de algún modo debilitada, avanzar desde una precaución o prohibición hasta otra, ejecutar un ceremonial en vez de otro. Puede
la mucama, no era impotente”; como lo haría un sueño, figura este deseo como cumplido dentro de una acción presente; sirve a la tendencia de elevar al marido por sobre su infortunio de entonces. A esto se suma todo lo que en otros respectos sabemos de ella y nos marca el camino hacia esta interpretación de su acción obsesiva. La señora vive desde hace años separada de su marido, y se debate indecisa con el propósito de obtener un divorcio por vía judicial. Pero ni por asomo está libre de él; se ve compelida a permanecerle fiel, rehúye todo contacto mundano para no caer en tentación, disculpa y engrandece en su fantasía la persona de él. Y aun el secreto más hondo de su enfermedad es que por medio de ella resguarda a su marido de la maledicencia, justifica el que vivan en lugares separados y le posibilita una cómoda vida solitaria. La interpretación del síntoma fue hallada de golpe por la enferma, sin guía ni intromisión del analista, y la obtuvo por referencia a una vivencia que no había pertenecido, como es lo corriente, a un período olvidado de la infancia sino que sucedió durante su vida madura y había permanecido incólume en su recuerdo.
ejecución de los recaudos obsesivos, y antes de que terminase el tratamiento ya había renunciado a todo el ceremonial. El sentido central de su ceremonial lo coligió un día en que repentinamente comprendió su precepto de que la almohada no debía estar en contacto con la cabecera de la cama. La almohada había sido siempre para ella, dijo, una mujer, y el respaldo, un hombre. Quería entonces mantener separados hombre y mujer, es decir, separar a sus padres, no dejarlos que llegaran al comercio conyugal. En años anteriores a la institución del ceremonial había procurado obtener eso mismo por vías más directas. Había simulado angustia o explotado una inclinación a la angustia preexistente en ella para no permitir que se cerrasen las puertas que comunicaban el dormitorio de los padres y su cuarto. No satisfecha por perturbar así a los padres, impuso después que la dejasen dormir en l cama matrimonial entre ambos. Almohada y respaldo no pudieron entonces juntarse realmente. Por último, cuando ya fue tan grande que físicamente no podía hallar sitio cómodo en la cama entre los padres, consiguió. Mediante una simulación conciente de angustia, que la madre trocase la cama con ella, cediéndole su puesto junto al padre. Esta situación fue el disparador de fantasías cuya repercusión se registra en el ceremonial. Si una almohada era una mujer, tenía también un sentido sacudir la frazada hasta que todas las plumas se agolparan abajo y se provocase una hinchazón. Significaba preñar a la mujer; pero ella no dejaba de volver a eliminar esa preñez, pues durante años había vivido con el temor de que el comercio sexual de los padres diera por fruto otro hijo y así le deparara un competidor. Por otra parte, si la almohada grande era una mujer, la madre, entonces la pequeña almohadita de mano sólo podía representar a la hija. ¿Por qué esta tenía que colocarse formando un rombo, y la cabeza de ella coincidir exactamente con su diagonal mayor? El rombo es el dibujo de los genitales femeninos abiertos; ella misma hacía entonces el papel del hombre, el padre, y con su cabeza sustituía el miembro viril. Así, esta correspondencia entre el ceremonial y las fantasías nos revela la interpretación. Esta muchacha ha caído en un vínculo erótico con el padre, cuyos comienzos se remontan a su primera infancia. Quizá justamente por eso se muestra tan inamistosa hacia su madre. El análisis de este síntoma nos ha remitido a la vida sexual de la enferma. La tarea que se nos plantea no es otra que esta: para una idea sin sentido y una acción carente de fin, descubrir aquella situación del pasado en que la idea estaba justificada y la acción respondía a un fin. La acción obsesiva de aquella paciente nuestra que corría hasta situarse frente a la mesa y llamaba a la mucama es paradigmática respecto de esta clase de síntomas. Sin embargo, existen otros a los cuales es preciso llamarlos síntomas típicos , en todos los casos son más o menos semejantes, sus diferencias individuales desaparecen o al menos se reducen tanto que resulta difícil conectarlos con el vivenciar del enfermo y referirlos a unas situaciones vivenciadas singulares. Ya el ceremonial de dormir de nuestra segunda paciente tiene en sí mucho de típico, aunque también los suficientes rasgos individuales como para posibilitar la interpretación por así decir histórica. Pero todos estos enfermos obsesivos tienen la inclinación a repetir, a ritmar ciertos manejos y evitar otros. Si los síntomas individuales dependen de manera tan innegable del vivenciar del enfermo, para los síntomas típicos queda la posibilidad de que se remonten a un vivenciar típico en sí mismos, común a todos los hombres. En la doctrina del sueño tropezamos con una dificultad muy semejante. El contenido manifiesto de los sueños es variado en extremo y diferente según los individuos. Pero junto a eso hay sueños a los que se llama también típicos, que aparecen de igual manera en todos los hombres; sueños de contenido uniforme que oponen a la interpretación aquellas mismas dificultades. Son los sueños de caer, de volar, de flotar, de nadar, de estar inhibido, de estar desnudo, y ciertos otros sueños de angustia, que en diversas personas reclaman diferentes interpretaciones, sin que con ello encuentre esclarecimiento su regularidad y su ocurrencia típica.
El modo de volver inocua la representación inconciliable es trasponer a lo corporal la suma de excitación, para lo cual se proporciona el nombre de conversión. La conversión puede ser total o parcial, y sobrevendrá en aquella inervación motriz o sensorial que mantenga un nexo íntimo con la vivencia traumática. El yo queda así exento de contradicción, pero, a cambio, ha echado sobre sí el obstáculo de una inervación motriz irresoluble que permanecerá ahí hasta que sobrevenga una conversión en la dirección inversa. En tales condiciones, la huella mnémica de la representación reprimida no ha sido sepultada sino que forma el núcleo de un grupo psíquico segundo. El efecto del método catártico de Breuer consiste en volver a guiar la excitación (de lo corporal a lo psíquico) para forzar luego a equilibrar la contradicción mediante un trabajo de pensamiento y a descargar la excitación por medio del habla. De esta manera, discernimos el factor característico de la histeria en la aptitud para la conversión, y una pieza importante de la predisposición histérica es la capacidad psicofísica para trasladar a la inervación corporal unas sumas tan grandes de excitación (afecto).
2. Neurosis obsesiva y fobias Si en una persona predispuesta a la neurosis no está presente la capacidad convertidora, y por lo tanto para defenderse de una representación inconciliable, se emprende el divorcio entre ella y su afecto. El afecto permanece en el ámbito psíquico y la representación ahora debilitada queda segregada de toda asociación dentro de la conciencia (va a una segunda conciencia), pero su afecto liberado se adhiere a otras representaciones que en virtud de este enlace falso devienen representaciones obsesivas; es decir, se produce un divorcio entre la representación sexual y su afecto, y un falso enlace de este último con otra representación. La fuente de la que proviene el afecto es la vida sexual misma. Esta teoría aplica tanto para las representaciones obsesivas como para las fobias. Para el enlace secundario del afecto liberado se puede aprovechar cualquier representación que por su naturaleza sea compatible con un afecto de esa cualidad, o bien tenga con la representación inconciliable ciertos vínculos a raíz de los cuales parezca utilizable como su remplazo. Por ejemplo, una angustia liberada cuyo origen sexual no se debe recordar, se vuelca sobre las fobias primarias comunes del ser humano ante ciertos animales, la tormenta, la oscuridad, etc., o sobre cosas que inequívocamente están asociadas con lo sexual de alguna manera, como el orinar, la defecación, etc. Ejemplo de fobia: Una muchacha sufría del miedo que le asaltaran las ganas y entonces se orinaría; ese miedo surgió después que una urgencia así la impulsó cierta vez a abandonar una sala de conciertos durante la ejecución. Esta fobia le había quitado poco a poco toda capacidad de goce y trato social. Sólo se sentía bien si se encontraba próxima a un baño al que pudiera ir sin ser advertida. Estaba excluida cualquier afección orgánica del gobierno sobre la vejiga que justificara ese malestar. Las ganas de orinar no le venían en su casa, en condiciones de tranquilidad, ni durante la noche. Un examen ahondado demostró que la presión de la vejiga le sobrevino la primera vez en las siguientes condiciones: En la sala de conciertos, no lejos de ella se había sentado cierto señor que no era indiferente a su sentir. Empezó a pensar en él y a pintarse cómo se sentaría a su lado siendo su esposa. Estando en esta ensoñación erótica, le sobrevino aquella sensación corporal que es preciso comparar con la erección del varón y que en ella concluía con una ligera presión de vejiga. De esta sensación sexual, con la que ya estaba habituada, se espantó mucho ahora, porque entre sí había resuelto combatir esa inclinación y cualquier otra semejante; y un instante después este afecto se le trasfirió sobre las ganas de orinar concomitantes, impulsándola a abandonar la sala tras una lucha inquietante. En su vida ordinaria era tan mojigata que todo lo sexual le causaba intenso horror, y no podía concebir la idea de que se casaría alguna vez; por otra parte, era sexualmente tan hiperestésica que aquella sensación
apasionada le aparecía con cualquier ensoñación erótica que se permitiese. Las ganas de orinar habían acompañado siempre a la erección, pero sin que ello la impresionara hasta aquella escena en la sala de conciertos. El tratamiento permitió dominar la fobia casi por completo. Ejemplo de neurosis obsesiva: Una joven señora que tras cinco años de matrimonio tenía un solo hijo, se me quejó de su impulso obsesivo de arrojarse por la ventana o el balcón, y del miedo que la asaltaba, a la vista de cualquier cuchillo filoso, de acuchillar a su hijo. El comercio conyugal, confesó, se había vuelto raro y se lo practicaba sólo con cautelas anticonceptivas; pero –afirmó- no le hacía falta, pues no era de naturaleza sensual. Me atreví a decirle que a la vista de un hombre le acudían representaciones eróticas, que por eso había perdido la confianza en sí misma y se le antojaba que ella era una persona miserable, capaz de cualquier mala acción. Esa retraducción de la representación obsesiva a lo sexual fue certera; confesó enseguida, llorando, su miseria conyugal por largo tiempo ocultada, y luego comunicó también unas representaciones penosas de carácter sexual inmodificado, como la sensación, que le retornaba a menudo, de pujarle algo debajo del vestido. Nuevas puntualizaciones sobre las neuropsicosis de defensa (1896)- Freud
1. La etiología específica de la histeria Clave de la teoría del trauma/teoría de la seducción Para la causación de la histeria es preciso que los traumas sexuales correspondan a la niñez temprana (el período de la vida anterior a la pubertad), y su contenido tiene que consistir en una efectiva irritación de los genitales (procesos semejantes al coito). Esta condición específica de la histeria se halló cumplida (pasividad sexual en períodos presexuales) en todos los casos de histeria analizados por Freud (entre ellos, dos hombres). Sin embargo, se da una frecuencia muchísima mayor de la histeria en el sexo femenino, que en efecto, es más estimulador de ataques sexuales aun en la niñez. Podemos decir que no son las vivencias mismas las que poseen efecto traumático, sino sólo su reanimación como recuerdo, después que el individuo ha ingresado en la madurez sexual. Es decir que una vez formado en un momento traumático el núcleo para una escisión histérica (primer tiempo del trauma), su engrosamiento se produce en otro momento (segundo tiempo), es decir, lo que es traumático no es el suceso de la infancia sino que la persona tiene que experimentar lo sexual en su cuerpo para que lo sea, y esto sucede cuando el momento de la infancia es recordado por una asociación con un suceso producido en la madurez. De los trece casos de histeria, siete se trataban de hermanos varones que durante años habían mantenido relaciones sexuales con sus hermanas un poco menores. Todos los casos eran similares: el muchacho había sufrido abusos de una persona del sexo femenino, lo cual le despertó prematuramente la líbido, y años después, en una agresión sexual contra su hermana, repitió exactamente los mismos procedimientos a que lo habían sometido a él (neurosis obsesiva). De la lista de las nocividades sexuales de la niñez temprana patógenas para la histeria, es preciso excluir una masturbación activa. Y si tan a menudo se la encuentra junto a la histeria, ello se debe a que la masturbación misma es el resultado del abuso o de la seducción. No es raro que las dos partes de la pareja infantil contraigan luego neurosis de defensa: el hermano, unas representaciones obsesivas; la hermana, una histeria; y ello desde luego muestra la apariencia de una predisposición neurótica familiar. Freud no pudo indicar con seguridad el límite máximo de edad hasta el cual un influjo sexual nocivo entra en la etiología de la histeria; dudó, sin embargo, de que una pasividad sexual después del octavo año y hasta el