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Como funciona el cerebro del niño, Apuntes de Psicología

Ayuda a comprender como funciona el cerebro del niño

Tipo: Apuntes

2013/2014

Subido el 06/11/2023

gloria-angelica-ramos-martinez
gloria-angelica-ramos-martinez 🇲🇽

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¡Descarga Como funciona el cerebro del niño y más Apuntes en PDF de Psicología solo en Docsity!

Índice

Introducción

1. Ser padres con el cerebro en mente

2. Dos cerebros son mejor que uno

3. Construir la escalera de la mente

4. ¡Mata las mariposas!

5. Los estados de mí mismo

6. La conexión yo-nosotros

Conclusión

Hoja para la nevera

Edades y etapas del cerebro pleno

Agradecimientos

Créditos

ALBA

Introducción

Sobrevivir y a la vez progresar

Has tenido días así, ¿verdad? Días en los que la falta de sueño, las zapatillas de deporte embarradas, la mantequilla en la chaqueta nueva, la batalla por los deberes, la plastilina en el teclado del ordenador y la cantinela «¡Ha empezado ella!» te llevan a contar los minutos que faltan para la hora de mandarlos a la cama. Esos días en los que (¡¿una vez más?!) tienes que sacarle a tu hijo una pasa de un orificio de la nariz parece que lo máximo a lo que puedes aspirar es a sobrevivir. Sin embargo, cuando se trata de tus hijos, aspiras a mucho más que a la simple supervivencia. Naturalmente quieres superar los momentos difíciles, como las rabietas en los restaurantes. Pero ya seas el progenitor o cualquier otro cuidador comprometido en la vida de un niño, tu objetivo principal es educarlo de tal modo que le permita progresar. Quieres que disfrute de relaciones plenas, que sea afectuoso y compasivo, que le vaya bien en la escuela, que trabaje mucho y que sea responsable, y que se sienta bien consigo mismo. Sobrevivir. Progresar. Hemos tratado con miles de padres a lo largo de los años. Cuando les preguntamos qué es lo que más les preocupa, lo primero que mencionan es casi siempre alguna versión de estos dos objetivos. Desean sobrevivir a los momentos difíciles de la tarea de ser padres y asimismo desean que sus hijos y la familia progresen. Como padres, nosotros también compartimos estos objetivos para nuestras propias familias. En nuestros momentos más nobles, más tranquilos, más cuerdos, nos interesa cultivar la mente de nuestros hijos, aumentar su capacidad de maravillarse y ayudarlos a alcanzar su potencial en todas las facetas de la vida. Pero en los momentos de mayor frenesí, mayor estrés, esos en que estamos dispuestos a sobornar al crío para que se siente de una vez por todas en la sillita del coche y así podamos salir a toda prisa hacia el partido de fútbol, a veces lo máximo a lo que podemos aspirar es a no chillar o a no tener que oír: «¡Qué mala eres!». Detente un instante para preguntarte: ¿qué deseas de verdad para tus hijos? ¿Qué

Por ejemplo, piensa en una de esas situaciones que sólo aspiras a dejar atrás, como cuando tus hijos riñen por tercera vez en un plazo de tres minutos. (No cuesta mucho imaginarlo, ¿verdad?) En lugar de limitarte a interrumpir la pelea y mandar a los hermanos en litigio a habitaciones distintas, puedes usar la discusión como una oportunidad para enseñarles algo: a oír y escuchar de una manera reflexiva el punto de vista de otra persona; a comunicar con claridad y respeto sus propios deseos; el compromiso, el sacrificio, la negociación y el perdón. Ya lo sabemos: parece algo difícil de imaginar cuando estás en pleno conflicto. Pero si entiendes un poco las necesidades emocionales y los estados mentales de tus hijos, puedes crear esta clase de resultados positivos, incluso sin necesidad de recurrir a las fuerzas de paz de las Naciones Unidas. No tiene nada de malo separar a tus hijos cuando se pelean. Es una buena técnica de supervivencia, y en ciertas situaciones puede ser la mejor solución. Pero a menudo podemos hacer algo más que sólo acabar con el conflicto y el alboroto. Podemos convertir la experiencia en algo que desarrolle no sólo el cerebro de cada uno de los niños, sino también su carácter y sus aptitudes para relacionarse. Con el tiempo, los hermanos se harán mayores y serán más competentes en el manejo del conflicto sin necesidad de la orientación paterna. Ésta es sólo una de las muchas maneras en que puedes ayudarlos a progresar. Lo bueno del enfoque «sobrevivir y progresar» es que no necesitas buscar tiempo para ayudar a tus hijos a progresar. Puedes emplear todas las interacciones que compartís –tanto las estresantes y las enfurecedoras como las milagrosas y adorables– como oportunidades para ayudarlos a ser las personas responsables, afectuosas y capaces que deseas que sean. De eso trata este libro: de aprovechar esos momentos cotidianos con tus hijos para ayudarlos a alcanzar su verdadero potencial. En estas páginas ofrecemos un antídoto para los enfoques académicos y educativos que dan excesiva importancia a los logros y el perfeccionamiento a costa de lo que sea. Nosotros nos centraremos más bien en cómo puedes ayudar a tus hijos a ser más ellos mismos, más resistentes y más fuertes, a estar más a gusto con el mundo. ¿Y eso cómo se consigue? Nuestra respuesta es sencilla: necesitas entender unos principios básicos sobre el joven cerebro que crece y se desarrolla con tu ayuda. De eso trata El cerebro del niño.

Cómo emplear este libro Ya seas progenitor, abuelo, maestro, terapeuta o cualquier otro cuidador importante en la vida de un niño, hemos escrito este libro para ti. A lo largo del libro emplearemos las palabras «progenitor» o «padre» o «madre», pero nos referimos a cualquiera que realice la crucial labor de criar, dar apoyo y educar a niños. Nuestro objetivo es enseñarte a utilizar las interacciones cotidianas como oportunidades para ayudarte a ti y a los niños que quieres a sobrevivir y progresar. Aunque con un poco de creatividad buena parte de lo que leas podría adaptarse a los adolescentes –de hecho, nos proponemos escribir una segunda parte precisamente con ese fin–, este libro abarca la etapa desde el nacimiento hasta los doce años, centrándose sobre todo en los niños en edad preescolar, los niños en edad escolar y los preadolescentes. En las siguientes páginas explicaremos la perspectiva del cerebro pleno y ofreceremos diversas estrategias para ayudar a tus hijos a ser más felices, a estar más sanos y a ser ellos mismos de una manera más plena. El Capítulo 1 da a conocer el concepto de la paternidad basado en la estructura del cerebro y presenta la idea sencilla y poderosa de la que parte el enfoque del cerebro pleno: la integración. El Capítulo 2 se centra en ayudar al hemisferio izquierdo y al hemisferio derecho a trabajar conjuntamente para que el niño pueda estar conectado con su faceta lógica y su faceta emocional. El Capítulo 3 resalta la importancia de conectar el «cerebro inferior», instintivo, con el «cerebro superior», más reflexivo, responsable de las decisiones, la percepción personal, la empatía y la moralidad. El Capítulo 4 explica cómo puedes ayudar a tu hijo a hacer frente a los momentos dolorosos del pasado iluminándolos con la luz de la comprensión, para poder abordarlos de una manera intencionada, consciente y delicada. El Capítulo 5 te ayuda a enseñar a tus hijos que pueden pararse a reflexionar sobre su estado de ánimo. Cuando son capaces de hacer eso, pueden tomar decisiones que les permiten controlar cómo se sienten y cómo responden a su mundo. El Capítulo 6 pone de relieve las maneras en que puedes enseñar a tus hijos la felicidad y la satisfacción que se derivan de estar conectados con los demás al tiempo que mantienen una identidad única. Mediante una clara comprensión de estos distintos aspectos del enfoque del

capítulo a tu propia vida y tus relaciones personales. Conforme los niños se desarrollan, sus cerebros «reflejan» el cerebro de sus padres. Dicho de otro modo, el propio crecimiento y desarrollo de sus padres, o su ausencia, inciden en el cerebro del niño. A medida que los padres adquieren mayor conciencia y son cada vez más sanos emocionalmente, sus hijos cosechan los frutos y también ellos avanzan hacia la salud. Eso significa que integrar y cultivar tu propio cerebro es uno de los regalos más afectuosos y generosos que puedes ofrecer a tus hijos. Otra herramienta que esperamos que te sea útil es la tabla de «Edades y etapas» incluida al final del libro, donde hacemos un sencillo resumen de cómo se pueden aplicar las ideas del libro según la edad de tu hijo. Cada capítulo ha sido concebido para ayudarte a llevar a la práctica las ideas de inmediato, con múltiples recomendaciones según las distintas edades y etapas del desarrollo infantil. Pero para facilitar las cosas a los padres, esta última sección de referencia clasifica las recomendaciones del libro según la edad y el nivel de desarrollo. Si, por ejemplo, eres madre de un niño en edad preescolar, encontrarás rápidamente un recordatorio de lo que puedes hacer para fomentar la integración entre el hemisferio derecho e izquierdo del cerebro de tu hijo. Luego, a medida que crezca el niño, puedes volver a consultar el libro para las distintas edades y ver una lista de los ejemplos y las sugerencias más pertinentes para la nueva etapa de tu hijo. Además, justo antes de la sección «Edades y etapas» encontrarás una «Hoja para la nevera», que resalta muy brevemente los puntos más importantes del libro. Puedes fotocopiar dicha hoja y colocarla en la nevera, para que tú y todas las personas que quieren a tus hijos –padres, canguros, abuelos y demás– puedan trabajar conjuntamente en beneficio del bienestar general de tus hijos. Como esperamos que veas, te hemos tenido en cuenta mientras trabajábamos para conseguir que este libro te fuera lo más accesible y fácil de leer posible. Como científicos, hemos dado especial importancia a la precisión y la exactitud; como padres, nos hemos propuesto ofrecer una comprensión práctica. Y hemos luchado con esta tensión y analizado cuidadosamente cuál era la mejor manera de proporcionar la información más reciente e importante, exponiéndola al mismo tiempo de una manera clara, útil e inmediatamente práctica. Si bien el libro tiene una base claramente científica, no te dará la impresión de estar en una clase de ciencias o

leyendo un artículo académico. Trata de la ciencia del cerebro, eso sin duda, y nos atenemos fielmente a todo lo demostrado por la investigación y la ciencia. Pero compartiremos esta información de una manera que te invite a entrar, en lugar de dejarte fuera expuesto al frío. Los dos nos hemos pasado toda nuestra vida profesional reuniendo conocimientos científicos sobre el cerebro complicados pero esenciales y simplificándolos para que los padres puedan entenderlos y aplicarlos de inmediato en sus interacciones cotidianas con sus hijos. Así que no permitas que todo lo relativo al cerebro te ahuyente. Creemos que te fascinará, y gran parte de la información básica en realidad es bastante sencilla, además de fácil de usar. (Si te interesa conocer más detalladamente la ciencia en la que se funda lo que presentamos en estas páginas, echa un vistazo a los libros de Dan Mindsight y La mente en desarrollo .) Gracias por acompañarnos en este viaje hacia un conocimiento más pleno de cómo ayudar realmente a tus hijos a ser más felices, más sanos y más ellos mismos. Si entiendes cómo funciona el cerebro, puedes elegir de forma más consciente lo que enseñas a tus hijos, cómo les respondes y por qué. Así podrás hacer mucho más que limitarte a sobrevivir. Ofreciendo a tus hijos experiencias repetidas que desarrollan todo el cerebro, te enfrentarás a un menor número de crisis de paternidad cotidianas. Pero, además de eso, entender la integración te permitirá conocer mejor a tu hijo, responder de una manera más eficaz a las situaciones difíciles y construir intencionadamente una base para toda una vida de amor y felicidad. Por consiguiente, tu hijo no sólo progresará, tanto ahora como en la edad adulta, sino que también lo haréis tú y toda tu familia. Te rogamos que visites nuestra página web y nos cuentes tus experiencias como padre o madre en la aplicación del enfoque del cerebro pleno. Esperamos recibir noticias tuyas. Dan y Tina www.WholeBrainChild.com

1. Ser padres con el cerebro en mente

Los padres suelen ser expertos en cuanto a los cuerpos de sus hijos. Saben que una temperatura por encima de los 37 grados es fiebre. Saben limpiar un corte para que no se infecte. Saben cuáles son los alimentos que tienen más probabilidades de quitar el sueño a su hijo antes de irse a la cama. Pero incluso los padres más afectuosos y cultos a menudo carecen de la información básica sobre el cerebro de su hijo. ¿No es sorprendente? Sobre todo cuando uno tiene en cuenta el papel fundamental del cerebro en prácticamente todos los aspectos de la vida del niño que preocupan a los padres: la disciplina, la toma de decisiones, la conciencia de sí mismo, el colegio, las relaciones, etcétera. De hecho, el cerebro determina en gran medida quiénes somos y qué hacemos. Y como el propio cerebro está moldeado en gran parte por las experiencias que ofrecemos como padres, saber que el cerebro cambia en respuesta a nuestra manera de ejercer la paternidad puede ayudarnos a criar a un niño más fuerte y resistente. Así pues, queremos darte a conocer la perspectiva del cerebro pleno. Nos gustaría explicarte unos cuantos conceptos fundamentales sobre el cerebro y ayudarte a aplicar esos nuevos conocimientos para que la paternidad te sea más fácil y adquiera más sentido. No estamos diciendo que criar a un niño con el cerebro pleno vaya a acabar con todas las frustraciones que acompañan a la educación de los hijos. Pero si entiendes unos cuantos principios básicos sobre el funcionamiento del cerebro sencillos y fáciles de asimilar, podrás entender mejor a tu hijo, reaccionar de una manera más eficaz ante las situaciones difíciles y construir una base para su salud social, emocional y mental. Lo que hagas como progenitor importa, y te proporcionaremos ideas claras, con una base científica, que te ayudarán a construir una relación sólida con tu hijo, lo que contribuirá a moldear su cerebro como es debido y a darle los mejores cimientos para una vida feliz y sana. Permítenos contarte una historia que ilustra lo útil que puede ser esta información para los padres.

La uuuh uuuh Un día Marianna recibió una llamada informándole de que su hijo de dos años, Marco, había sufrido un accidente de tráfico con su canguro. Marco se encontraba bien, pero la canguro, que conducía, había sido trasladada a un hospital en ambulancia. Con el alma en vilo, Marianna, directora de una escuela primaria, acudió a toda prisa al lugar del accidente, donde le explicaron que la canguro había sufrido un ataque epiléptico mientras conducía. Marianna encontró a su hijo en brazos de un bombero que intentaba en vano tranquilizarlo. Lo cogió y el pequeño se calmó en cuanto ella empezó a consolarlo. Cuando Marco dejó de llorar, contó a Marianna lo sucedido. Empleando el lenguaje de un niño de dos años, que sólo entendían sus padres y su canguro, Marco repetía una y otra vez la frase «Ia uuuh uuuh». «Ia» era su manera de llamar a Sophia, su querida canguro, y «uuuh uuuh» era su versión del sonido de la sirena del coche de bomberos (o, en este caso, una ambulancia). Diciendo repetidamente a su madre «ia uuuh uuuh», Marco se centraba en el detalle de la historia que más le importaba: se habían llevado a Sophia, separándolo de ella. En una situación así, muchos sentiríamos la tentación de asegurar a Marco que Sophia se pondría bien y luego dirigiríamos la atención de inmediato a otra cosa para que el niño dejara de pensar en lo ocurrido: «¡Vamos a por un helado!». En los días posteriores, muchos padres evitarían hablar del accidente para no alterar al niño. El problema con el planteamiento «Vamos a por un helado» es que el niño se queda confuso acerca de lo sucedido y el porqué. Sigue presa de emociones terroríficas e intensas, pero no se le permite enfrentarse a ellas (ni se lo ayuda a hacerlo) de una manera eficaz. Marianna no cometió ese error. Había asistido a las clases de Tina sobre la paternidad y el cerebro, y enseguida dio buen uso a lo aprendido. Esa noche, y a lo largo de la siguiente semana, cada vez que los pensamientos de Marco lo llevaban a recordar el accidente de tráfico, Marianna lo ayudaba a contar la historia una y otra vez. Le decía: «Sí, Sophia y tú tuvisteis un accidente, ¿eh que sí?». Entonces Marco abría los brazos y los sacudía, imitando el ataque de Sophia. Marianna seguía: «Sí, Sophia tuvo un ataque y empezó a temblar, y el coche chocó, ¿no es así?». La

orienta hacia la conexión y las relaciones. Una parte del cerebro se centra en la memoria; otra en tomar decisiones morales y éticas. Es casi como si nuestro cerebro tuviera múltiples personalidades: unas racionales, otras irracionales; unas reflexivas, otras reactivas. ¡No es de extrañar que en distintos momentos parezcamos personas diferentes! La clave para progresar está en ayudar a estas partes a trabajar bien conjuntamente: a integrarlas. La integración toma las distintas partes del cerebro y las ayuda a trabajar juntas como un todo. Es algo parecido a lo que ocurre en el cuerpo, que tiene distintos órganos para llevar a cabo distintas funciones: los pulmones aspiran el aire, el corazón bombea la sangre, el estómago digiere los alimentos. Para que el cuerpo esté sano, todos estos órganos necesitan hallarse integrados. En otras palabras, cada órgano necesita desempeñar su función individual al tiempo que trabajan todos juntos como un todo. La integración no es más que eso: unir distintos elementos para crear un todo que funcione debidamente. Igual que ocurre con un cuerpo sano, nuestro cerebro no puede rendir al máximo a menos que sus distintas partes trabajen conjuntamente de una manera coordinada y equilibrada. Eso es lo que hace la integración: coordina y equilibra las distintas regiones del cerebro que mantiene unidas. Es fácil ver cuándo nuestros hijos no están integrados: los superan las emociones, están confusos y actúan de manera caótica. No son capaces de responder de una manera serena y competente a las situaciones a las que se enfrentan. Las pataletas, las crisis, la agresividad, y casi todas las demás experiencias desafiantes para la paternidad –y para la vida– son el resultado de una pérdida de integración, también conocida como des-integración. Deseamos ayudar a nuestros hijos a estar más integrados para que puedan usar todo su cerebro de una manera coordinada. Por ejemplo, queremos que estén integrados horizontalmente , para que su lógica del hemisferio izquierdo pueda trabajar bien con sus emociones del hemisferio derecho. También queremos que estén integrados verticalmente , para que las partes situadas físicamente en una parte superior de su cerebro, que les permite ver sus propias acciones de una manera reflexiva, trabajen bien con las partes inferiores, más relacionadas con el instinto, las reacciones viscerales y la supervivencia. La manera en que se produce la integración es fascinante, y es algo de lo que la

mayoría de la gente no es consciente. En los últimos años, los científicos han desarrollado la tecnología para visualizar el cerebro, permitiendo a los investigadores estudiar el cerebro de maneras que hasta la fecha nunca habían sido posibles. Esta nueva tecnología ha confirmado muchas de las cosas que creíamos previamente sobre el cerebro. Sin embargo, una de las sorpresas que ha sacudido los cimientos mismos de la neurociencia es el descubrimiento de que el cerebro en realidad es «dúctil», o moldeable. Eso significa que el cerebro cambia físicamente a lo largo de toda nuestra vida, y no sólo en la infancia, como antes suponíamos. ¿Qué moldea nuestro cerebro? La experiencia. Incluso en la vejez, nuestras experiencias cambian la propia estructura física del cerebro. Cuando vivimos una experiencia, las células del cerebro –llamadas neuronas– se vuelven activas, o «se encienden». El cerebro tiene cien mil millones de neuronas, cada una con diez mil conexiones con otras neuronas por término medio. La manera en que ciertos circuitos del cerebro se activan determina la naturaleza de nuestra actividad mental, desde la percepción de sonidos o imágenes hasta el pensamiento más abstracto y el razonamiento. Cuando las neuronas se encienden juntas, desarrollan nuevas conexiones entre sí. Con el tiempo, las conexiones derivadas de su activación conducen a su «reconfiguración» en el cerebro. Esto es una noticia increíble. Significa que no somos esclavos a lo largo de toda nuestra vida de la manera en que actúa nuestro cerebro ahora: podemos realmente reconfigurarlo para ser más sanos y felices. Esto es aplicable no sólo a los niños y los adolescentes, sino a todos nosotros en cada una de las etapas de nuestra vida. En este mismo momento el cerebro de nuestros hijos se está configurando y reconfigurando y las experiencias que les proporcionemos incidirán enormemente a la hora de determinar la estructura de su cerebro. Pero no nos sintamos presionados. La naturaleza se ha preocupado de que la arquitectura básica del cerebro se de- sarrolle debidamente con una alimentación, unas horas de sueño y una estimulación adecuadas. Los genes, por supuesto, desempeñan un papel importante en la forma de ser de las personas, sobre todo en lo que se refiere al temperamento. Pero los hallazgos en distintas áreas de la psicología del desarrollo sugieren que todo lo que nos sucede –la música que oímos, las personas a las que queremos, los libros que leemos, la clase de disciplina que recibimos, las emociones que sentimos– tiene una

cerebro integrado es capaz de llevar a cabo mucho más de lo que conseguirían sus partes individuales cada una por su cuenta. Eso es lo que queremos para nuestros hijos: queremos ayudar a su cerebro a estar más integrado para que puedan sacar el máximo rendimiento a sus recursos mentales, tal y como hizo Marianna con Marco. Al animarlo a contar la historia una y otra vez («Ia uuuh uuuh»), desactivó las emociones traumáticas y terroríficas situadas en su hemisferio derecho para que no lo dominaran. Lo consiguió recurriendo a los detalles objetivos y la lógica de su hemisferio izquierdo –que, a los dos años, empezaba a desarrollar–, para que pudiera hacer frente al accidente de un modo que tuviera sentido para él. Si su madre no lo hubiese ayudado a contar y entender la historia, los temores de Marco no se habrían resuelto y habrían asomado de otra forma. Quizá habría desarrollado una fobia a ir en coche o a separarse de sus padres, o quizá su hemisferio derecho se habría descontrolado de otras maneras, llevándolo a tener frecuentes rabietas. En lugar de eso, al contar la historia con Marco, Marianna lo ayudó a centrar su atención tanto en los detalles objetivos del accidente como en sus propias emociones, que le permitieron usar los hemisferios derecho e izquierdo juntos, reforzando literalmente la conexión. (En el Capítulo 2 explicaremos este concepto en particular más ampliamente.) Al ayudarlo a estar más integrado, Marco pudo volver a ser un niño de dos años normal y en pleno desarrollo en lugar de quedarse atascado en el miedo y la angustia que experimentó. Veamos otro ejemplo. Ahora que tus hermanos y tú ya sois mayores, ¿seguís peleándoos para ver quién pulsa el botón del ascensor? Claro que no. (Bueno, eso esperamos.) Pero ¿tus hijos se pelean y discuten por esas cosas? Si son niños normales, seguro que sí. La razón de esta diferencia nos lleva otra vez al cerebro y la integración. La rivalidad entre hermanos es otra de las cosas que complican la paternidad, al igual que las rabietas, la desobediencia, las batallas por los deberes, las cuestiones de disciplina, etcétera. Como explicaremos en los próximos capítulos, estos desafíos cotidianos a la paternidad se deben a una falta de integración en el cerebro de tu hijo. La razón por la que su cerebro no siempre es capaz de integrarse es sencilla: no ha tenido tiempo para desarrollarse. De hecho, aún le queda un largo camino por

recorrer, ya que se considera que el cerebro de una persona no está plenamente de- sarrollado hasta los veintitantos años. Así que ésa es la mala noticia: tienes que esperar a que se desarrolle el cerebro de tu hijo. Exacto: por brillante que te parezca tu niño en edad preescolar, no tiene el cerebro de un niño de diez años, ni lo tendrá hasta dentro de unos años. La velocidad de maduración del cerebro depende en gran medida de los genes que heredamos. Pero puede que podamos influir en el grado de integración mientras ejercemos la paternidad día a día. La buena noticia es que usando los momentos de la vida cotidiana podemos influir en la manera en que el cerebro de nuestro hijo avanza hacia la integración. En primer lugar, podemos desarrollar los distintos elementos del cerebro de nuestro hijo ofreciendo oportunidades para ejercitarlos. En segundo lugar, podemos facilitar la integración para que las distintas partes se conecten mejor y trabajen juntas de manera eficaz. Con ello, nuestros hijos no crecerán más deprisa; simplemente los ayudaremos a desarrollar las numerosas partes de sí mismos y a integrarlas. Tampoco debemos agotarnos (ni agotar a nuestros hijos) intentando desesperadamente llenar cada experiencia de trascendencia y significado. Simplemente se trata de estar presentes en la vida de nuestros hijos para ayudarlos a estar más integrados. Así, progresarán emocional, intelectual y socialmente. Un cerebro integrado da lugar a una mejor toma de decisiones, un mayor control del cuerpo y las emociones, una comprensión de uno mismo más plena, unas relaciones más sólidas y un buen rendimiento escolar. Y todo empieza por las experiencias proporcionadas por los padres y otros cuidadores, que sostienen los cimientos de la integración y la salud mental.

Adentrarse en la corriente: surcar las aguas entre el caos y la rigidez Veamos de una manera un poco más concreta qué pasa cuando una persona –sea niño o adulto– vive en un estado de integración. Cuando alguien está bien integrado, goza de salud mental y bienestar. Pero eso no es precisamente fácil de definir. De hecho, mientras que se han escrito bibliotecas enteras acerca de la enfermedad mental, existen pocas definiciones de la salud mental. Dan ha sido uno de los