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Paul Singer analiza la producción y distribución en el capitalismo y presenta la economía solidaria como una alternativa. La economía solidaria se basa en la cooperativa de producción, donde los principios organizacionales incluyen la posesión colectiva de los medios de producción, gestión democrática y participación directa, y la división del ingreso neto entre los cooperantes. Se contrasta con la dictadura del capital en las empresas capitalistas, donde el trabajador solo tiene derecho al sueldo previsto contractualmente.
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Tipo: Apuntes
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Paul Singer
Hay diversas formas de organizar la producción y la distribución de bienes y servicios provenientes de la interacción de agentes especializados insertados en una división social de trabajo. Una de las formas más sencillas y, por ende, más antiguas es la producción simple de mercancías : los agentes son los poseedores individuales de sus medios de producción y distribución y, por lo tanto, también de los productos de su actividad que son intercambiados en los mercados. De este modo, el agente es casi siempre una familia o un hogar, cuyos miembros trabajan en conjunto, disfrutando colectivamente de los resultados de su actividad. La agricultura familiar, la artesanía y el pequeño comercio son ejemplos de este modo de producción. El capitalismo surgió a partir de la producción simple de mercancías, negándola al separar a posesión y la utilización de los medios de producción y distribución. Esa separación surgió más o menos ‘naturalmente’ del funcionamiento de los mercados^2 ,^2 donde los vencedores en el juego competitivo terminan por apoderarse de los medios de producción y distribución de los derrotados. Al contrario de la generalización teórica que dice que los mercados tienden hacia un equilibrio entre demanda y oferta, a partir del cual todos los agentes solo tendrían que reiterar la misma conducta para continuar participando de la división social del trabajo, la realidad historia muestra que los mercados solamente cambian de un desequilibrio a otro, en función de factores naturales y sociales – cantidad de lluvia y sol, guerras, expediciones, invenciones etc.- que afectan a la posición relativa de cada agente, beneficiando a unos y arruinando a otros.
(^1) Publicación original en: Paul Singer y André Ricardo de Souza (org .) A economía solidaria no Brasil: a autogestao como resposta ao desemprego , S.Paulo, Editora Contexto, 2000. (^2) Como demostró Marx, el origen histórico del capitalismo se vincula a la acumulación primitiva, mediante la cual las clases dominantes utilizaron el poder del Estado para despojar a los campesinos de sus tierras y proletarizar gran numero de productores simples de mercancías, del campo y las ciudades. Después que la hegemonía del capitalismo se instauro, la expropiación de los mismos paso a ser el resultado ‘natural’ de los mecanismos de mercado.
El capitalismo es el modo de producción en el cual los medios de producción y de distribución, así como el trabajo, se vuelven mercancías apropiadas de forma privada. Los medios de producción y distribución se vuelven capital a medida que se concentran en manos de una minoría, mientras la mayoría se limita a la posesión de su capacidad individual de trabajo. Esa concentración del capital, que se encuentra en el mismo origen del capitalismo, permite la invención de medios automáticos de producción y distribución en los que el trabajo humano es remplazado por fuerzas ‘naturales’ de animales domesticados, del agua corriente, del viento etc. Después, se inventan formas más complejas de captación y gobierno de la energía provista por el vapor, la electricidad, derivados del petróleo etc. Las revoluciones industriales se vuelven económicamente factibles porque la concentración del capital posibilito el empleo de amplias sumas en la actividad inventiva y en la fabricación de los nuevos medios de producción y distribución. Ello produjo la enorme expansión del modo de producción y distribución capitalista, en detrimento de la producción simple de mercancías que, sin embargo, no desapareció sino que se convirtió en un modo marginal y subordinado. La ruina de parte del rubro de la artesanía, del pequeño comercio y de la agricultura campesina ha proporcionado mano de obra numerosa, parcialmente absorbida por la economía capitalista. El aprovechamiento en completo de la capacidad de trabajo del proletariado, es decir, lo que Marx conceptualizó como la perpetuación de un ‘ejercito industrial de reserva’, se convirtió en una característica del capitalismo. En eso el capitalismo se distingue de los demás modos de producción. La existencia del desempleo como elemento estructural del capitalismo se origina directamente del antagonismo entre compradores y vendedores de la fuerza de trabajo. A los compradores – las empresas capitalistas- les interesa que haya competencia entre los vendedores para que haya una disminución del costo; a los trabajadores obviamente les interesa lo contrario. Los trabajadores conquistaron el derecho de unirse en sindicatos relativamente temprano, lo que hizo posible y probable la monopolización de la oferta de la fuerza de trabajo. La monopolización del mercado de trabajo además de las sucesivas conquistas de derechos sociales de parte de los trabajadores convirtió el costo del trabajo en el precio estratégico de la economía capitalista, contrapuesto a la tasa de ganancia sobre el capital invertido. Siempre que la economía se acerca al pleno empleo .vale decir, cuando el ejército de reserva tiende hacia cero- casi todos los precios suben, amenazando el valor ‘real’ de la riqueza financiera. Bajo modalidades institucionales diferentes – patrón oro, patrón dólar, tasas fluctuantes de cambio y de interés- se frena preventivamente la economía antes que la espiral precios-salarios la precipite en una inflación creciente. El caso de las economías latinoamericanas, que han tenido grandes inflaciones en épocas de paz, en la segunda mitad del siglo XX, es la excepción que confirma esa regla.
La economía solidaria no es creación intelectual de nadie, aunque los grandes autores socialistas denominados ‘utópicos’ de la primera mitad del siglo XIX (Owen, Fourier, Buchez, Proudhon, etc.) hayan hecho contribuciones decisivas para su desarrollo. La economía solidaria es una creación en proceso continuo de trabajadores en lucha contra el capitalismo. Así, ella no podría preceder al capitalismo industrial, si no que lo acompaña como una sombra, en toda su evolución. Para comprender la lógica de la economía solidaria es fundamental considerar la crítica obrera y socialista al capitalismo. Lo que ella condena en el capitalismo es, más que nada, la dictadura del capital en la empresa, el poder ilimitado que el derecho de propiedad otorga al dueño de los medios de producción: todos los que trabajan en la empresa sólo pueden hacerlo por voluntad del capitalista, que puede despedir a cualquiera tan pronto como cambie su voluntad. La dictadura del capital en la empresa hace que a) cualquier trabajador preste obediencia sin restricciones a las ordenes determinadas por el dueño o por el que actúa en su nombre; b) todo fruto del trabajo colectivo sea propiedad del capitalista, en cuyo beneficio se deben aplicar todos los esfuerzos; c) el trabajador sólo tiene derecho al sueldo previsto contractualmente en sus beneficios legales. La crítica al capitalismo va más allá y condena también sus efectos fuera de la empresa: la creciente desigualdad entre la case capitalista cuya riqueza aumenta con la acumulación del capital, y la clase trabajadora, cuyos ingresos sólo son suficientes para reproducir su fuerza de trabajo cotidianamente y producir nueva fuerza de trabajo .sus descendientes- que sustituirán a los trabajadores jubilados y los mantendrán mediante sus aportes jubilatorios. Debido a la tendencia estructural del capitalismo de desemplear, excluir y empobrecer parte de la clase trabajadora, la sociedad tiende a polarizarse entre una elite adinerada y una masa de pobres que dependen de la venta de su fuerza de trabajo para ganarse la vida, pero sin encontrar quien la compre, al sueldo estándar vigente. La economía solidaria es el proyecto que, en diversos países, hace dos siglos ya, los trabajadores han estado ensayando en la práctica y los pensadores socialistas han estado estudiando, sistematizando y difundiendo. Los resultados históricos de ese proyecto en construcción pueden ser resumidos del siguiente modo; I. hombres y mujeres victimizados por el capital se organizan como productores asociados con el objetivo no sólo de ganarse la vida si no de reintegrarse a la división social del trabajo en condiciones de competir con las empresas capitalistas; II. pequeños productores de mercancías, del campo y de la ciudad, se asocian para comprar y vender en conjunto, buscando economías de escala y pasan, eventualmente, a crear empresas de producción socializada de su propiedad; III. Asalariados se unen para adquirir en conjunto bienes y servicios de consumo, buscando economías de escala y mejor
calidad de vida; IV. pequeños productores y asalariados se asocian para juntar sus ahorro en fondos rotatorios que les permiten obtener préstamos con bajos intereses y, posiblemente, financiar emprendimientos solidarios; V. los mismo también crean mutuales de seguros, cooperativas de vivienda, etc. Todas esas iniciativas son de no capitalistas, es decir, de personas excluidas de la propiedad de los medios socializados de producción y distribución y dependen, para ganarse la vida, de la venta de sus productos, o únicamente cuentan con su capacidad de trabajar y depende de su venta para ganarse la vida. Las dos fracciones de la clase trabajadora dependen de su actividad productiva para sobrevivir, lo que posiblemente explica porque las asociaciones que forman tienden a pautarse por los mismos principios. Los trabajadores pueden también asociarse en empresas capitalistas^3 , con la condición de que sus ahorros reunidos sean suficientes para conseguir créditos que permitan formar un capital mínimo. No hay duda de que muchos lo hacen y algunos tienen éxito y logran ascender a la clase capitalista. La mayoría fracasa pues no consiguen competir con las empresas más capitalizadas. Hay indiscutiblemente una fuerte afinidad entre las clases trabajadoras y los principios que rigen la economía solidaria. No todos los trabajadores rechazan el capitalismo, pero la mayoría de ellos sí lo hace y, por eso, cuando se asocian para producir, comprar o vender o consumir, lo hacen a través de formas solidarias. Queda pendiente la cuestión de si esa afinidad se debe a un cálculo probabilístico que le muestra a la mayoría de los trabajadores que sus oportunidades de ascender a la clase dominante son mínimas o si el anticapitalismo de la mayoría de los trabajadores proviene de su conciencia de clase, adquirida con la práctica de la lucha de clase a lo largo de sus vidas. Como sea, la construcción de la economía solidaria ha sido, en muchos países durante muchas generaciones, una de os principales formas de lucha contra el capitalismo, paralelamente a la lucha de los sindicatos y partidos por los derechos políticos y sociales. Sería un error suponer que la economía solidaria es la única opción de supervivencia de las capas más pobres y excluidas de las clases trabajadoras. No es verdad que la pobreza y la exclusión convierten a sus víctimas en inmanentemente solidarias. Lo que se observa es que hay mucha solidaridad entre los más pobres y que la ayuda mutua es esencial para su supervivencia. Pero esa solidaridad se limita a los más cercanos, con los cuales el pobre se identifica. La misma persona que se muestra solidaria con parientes u vecinos disputa con uñas y dientes cualquier oportunidad de ganancia
(^3) Las empresas capitalistas formadas por trabajadores se diferencian de las cooperativas en los siguientes aspectos; la participación en el capital de la empresa no tiene que ser igual y, de hecho, tiende a no serlo; la participación de cada socio en las decisiones es proporcional a su cuota de capital; la empresa puede ser dominada por una agrupación de socio que posee más de la mitad de las acciones; las ganancias son compartidas según las acciones que cada socio posee; no todos los socios necesitan trabajar en la empresa; y esta puede también emplear a no socios.
la existencia de un jefe. Pero, aparentemente, para Bernstein, esas pretensiones eran más bien caprichos, de menor importancia. El resto de la argumentación muestra claramente que le modelo de gestión que Bernstein aprueba es el vigente en las empresas capitalistas, y acepta como obvio que las decisiones tienen que ser tomadas por gerentes resultándole aparentemente imposible que estos puedan estar subordinados a aquellos que dirigen. La idea de la igualdad de poder de decisión, de autogestión, de la cual todos participan en igualdad, parece que ni se le ocurre. En su igualmente famosa respuesta a Bernstein, Rosa Luxemburgo, Reforma o Revolución? , (Sao Paulo, Ed.Flama, 1946) ofrece su propia explicación de porqué las cooperativas de producción no pueden desarrollarse:
“Empero, en la economía capitalista, el intercambio domina a la producción, haciendo de la explotación impiadosa, es decir, de la total dominación del proceso de producción por los intereses del Capital, ante la competencia, una condición de existencia de la empresa. Eso se muestra, prácticamente, por la necesidad de intensificar el trabajo lo máximo posible, de reducir o prolongar las horas de trabajo o según la situación del mercado, de emplear la fuerza de trabajo según las necesidades del mercado o de echarlas a la acalle, en resumen de practicar todos los métodos harto conocidos que permiten que una empresa capitalista enfrente la competencia de las otras. De ello resulta, por ende, que en la cooperativa de producción, los obreros se encuentra frente a la necesidad contradictoria de gobernarse a sí mismos con todo el absolutismo necesario y desarrollar, entre ellos mismo, el rol del jefe capitalista. Es a partir de esta contradicción que se muere la cooperativa de producción, tanto por el retorno a la empresa capitalista, como, en caso de que los intereses obreros sean más fuertes, por la disolución.” (p.52) [subrayado por el autor]
El planteo de Rosa Luxemburgo es más antagónico a la gestión capitalista, pero no es consistente. Desconoce o desprecia la resistencia que los trabajadores ofrecen al absolutismo del capital y que restringe las arbitrariedades que éste intenta practicar. Y en la época que ella escribía (1899), los trabajadores estaban organizados en las fabricas y tenían capacidad de oponerse a la intensificación del trabajo y a los cambios unilaterales de la jornada de trabajo. Si las condiciones de trabajo en la fabrica capitalista eran duras, eran siempre aun menos duras en la cooperativa, por dos razones fundamentales: en la fabrica capitalista los empleados tienen que producir ganancias proporcionales al capital invertido, una obligación que los cooperados no tienen, lo que les permite autoexplotarse menos; además, los cooperados están libres para elegir cuando y como trabajar para hacer que su empresa sea más competitiva, mientras que los trabajadores asalariados tienen que obedecer a determinaciones de la dirección. Rosa concluye que “en caso de que los intereses de los obreros sean más fuertes” la cooperativa se disuelve, algo que no tiene sentido. En ese caso, ¿qué alternativas quedan a los trabajadores? El desempleo, posiblemente sobrevivir de changas o… volver a trabajar para capitalistas, en condiciones evidentemente peores que las de la
‘autoexplotacion’ en la cooperativa. El dilema deducido por Rosa es improbable, incluso porque gran parte de las cooperativas de producción (incluso en su época) proviene de empresas capitalistas que han cerrado, de modo que los trabajadores conocen las condiciones de trabajo impuestas por la competencia en el mercado. No es factible que empiecen a considerarlas insoportables cuando se han convertido en dueños de sus medios de producción. El planteo de Rosa Luxemburgo es retomado de vez en cuando hoy en día. Se suele escuchar que la economía solidaria sólo compite con el capital pero no lo elimina, al menos de inmediato; por lo tanto, nada ha cambiado fundamentalmente. La conclusión es falsa bajo todos los puntos de vista. Primero, porque el capital solo puede ser eliminado cuando los trabajadores estén preparados para practicar la autogestión, lo que exige un aprendizaje solo proporcionado por la práctica^4 .De otro modo, ¿con qué se puede remplazar la gestión capitalista? Seguramente, no es un planificación general que centraliza todas las decisiones económicas en las manos de un pequeño número de ‘especialistas’. Segundo, porque la economía solidaria mejora las condiciones de trabajo del cooperante, aun cuando estas sigan dejando mucho que desear, pues asumir el poder de participar en las decisiones y, por lo tanto, de estar informado acerca de lo que pasa y de las opciones que hay, es un paso importante para la redención humana del trabajador. Tercero: el surgimiento y fortalecimiento de la economía solidaria refuerza el poder de lucha de todos los trabajadores asalariados contra la explotación capitalista, al menos porque disminuye el ejército de reserva. El hecho es que la mayoría de las cooperativas de consumo y agrícolas ha adoptado la gestión capitalista en sus establecimientos. Las cooperativas de consumo tuvieron su auge en la primera mitad del siglo XX; después de la II Guerra Mundial sufrieron la competencia de las grandes empresas minoristas de autoservicio, que las superaron. Gran parte de las cooperativas de consumo está cerrando sus puertas en muchos países. Aun así, las cooperativas agrícolas se mantienen y crecen cada vez más, organizando agroindustrias de procesamiento de cereales, producción de raciones, de vacunas etc. Muchas se convierten en grandes organizaciones, dirigidas por tecnocracias gerenciales de alto nivel, que dominan los pequeños agricultores que son nominalmente sus ‘dueños’. Finalmente, al menos en Brasil, las cooperativas agrícolas aceptan como socios a grandes firmas capitalistas, que tienen muchos trabajadores asalariados. En estas, no queda un solo vestigio de solidaridad.
(^4) Este probablemente sea el principal papel de la economía solidaria en la lucha por el socialismo. La autogestión generalizada de la economía y de la sociedad – que constituye la esencia del programa económico y político del socialismo – sólo alcanzara credibilidad cuando exista una prueba patente de que ella no es inferior a la gestión capitalista en el desarrollo de las fuerzas productivas. La construcción de emprendimientos solidarios es el método más racional de obtener dicha prueba. La alternativa es aposta a la crisis general del capitalismo que obligaría a la mayoría a aceptar el socialismo aunque fuera como un mal menor.
a la conducción de una guerra en múltiples frentes que al estudio y resolución de problemas ‘técnicos’. Eso no quiere decir que el administrador – así como el médico y el ingeniero- no pueda prescindir de conocimiento científicos. Al enfrentar las situaciones más diversas, el administrador tiene que movilizar conocimientos provenientes de las ciencias físicas y humanas. Pero dichos conocimientos son enciclopédicos y van más allá de cualquier plan de estudio. Lo que se enseña en las escuelas de administración son los fundamentos de diversas ciencias aplicadas y lo que más se practica es el estudio de casos, para que se pueda proveer al alumno un poco de la cultura que el administrador experimentado adquiere en el transcurso de mucho años de experiencia real. El administrador, incluso el especializado, es casi siempre un generalista ducho, cuya mayor calidad es saber los límites de su capacidad para buscar asesoramiento teórico o practico cuando sea necesario. La autogestión de una empresa solidaria es – o deberá serlo- totalmente diferente de la gestión capitalista, primeramente porque los conflictos entre intereses sectoriales deben ser mucho menores y, en segundo lugar, porque pueden ser entablados abiertamente y resueltos a través de negociaciones en las que todos participan. En una empresa solidaria todas las informaciones relevantes están disponibles a los interesados. La contabilidad y los demás sistemas de control son diseñados de forma a que impere la transparencia, para que pueda darse la participación de todos en las decisiones. Como son decisiones colectivas, la experiencia de todos los socios puede ser movilizada, la cual es siempre mucho mayor que la experiencia de una cúpula que, en la empresa capitalista, concentra el poder de decisión. Por eso, las decisiones colectivas en empresas solidarias tienden a ser más acertadas que aquellas adoptadas en empresas capitalistas comparables. Esa ventaja, sin embargo, tiene un costo decidir colectivamente lleva más tiempo pues hace falta escuchar a los aportes de todos o, al menos, de los que quieren participar. Las decisiones de gran alcance pueden aguantar ese costo, otras, que necesariamente tienen que ser rápidas, no. Lo que ocurre es que las decisiones de gran alcance nunca son tomadas con prisa, pues el costo de un posible error es mucho mayor que el tiempo necesario para ponderar todos los argumentos. Las decisiones que tienen que ser tomadas inmediatamente suelen ser de corto alcance. Por eso, es posible delegarlas a algún responsable que conozca el funcionamiento del sector que será afectado. Sólo excepcionalmente las decisiones más serias tienen que ser tomadas con rapidez. Si la empresa está en llamas, la decisión de cómo combatir el fuego no puede ser sometida a una asamblea, pero las contingencias como eso son raras. La conclusión de toda esa discusión es que la gestión democrática es plenamente compatible con el empleo de las habilidades científicas. Los que las poseen, no necesitan tener ‘autoridad’ sino capacidad de formular alternativas y explicar las
ventajas y desventajas de cada una a los que tienen la autoridad que, en la empresa solidaria, es la asamblea de socios o de los que deciden por ella. Es más, algo semejante pasa en la empresa capitalista. Allí la autoridad no la tienen el especialista, sino el grupo controlador del capital accionario o del que responde por el. Las decisiones importantes son sometidas por los especialistas al Consejo Administrativo, presidido por los representantes de los grandes accionistas.
Empresa capitalista x empresa solidaria: la construcción de las habilidades
Si la administración es un arte, su ejercicio competente exige conocimientos variados que son resumidos en el concepto de ‘experiencia’. Cuando una nueva empresa capitalista se forma, en general se otorga su dirección al que ha demostrada gran capacidad frente a otras empresas, aunque muchas veces en rubros y lugares completamente distintos. Se supone que, de alguna manera, se pueda aprovechar la experiencia adquirida en otros lugares para enfrentar los problemas de la nueva empresa. La cúpula gerencial contrata otros administradores experimentados para ocupar cargos en la jerarquía de la empresa e intenta conformar un equipo capaz de abordar los conflictos que inevitablemente marcaran la vida del nuevo emprendimiento. Si eso va a pasar o no, dependerá del proceso de aprendizaje que la operación del nuevo empredendimiento ofrece a todos los ejecutivos (y demás actores). Cada conflicto entablado, identificado y negociado es una lección para los participantes, que empiezan a conocerse y a ajustar sus conductas unos a los otros. Cada empresa elabora, de este modo, su propia cultura que le otorga estabilidad y condiciones para desarrollarse. Cuando surge una nueva empresa solidaria , su estructuración sigue una lógica completamente diferente. En su origen suele haber una comunidad conformada por ex empleados de una misma empresa capitalista o por compañeros de jornadas sindicales, estudiantes, comunitarias, etc. Los miembros, por ejemplo, de cooperativas formadas en asentamientos de tierra de la reforma agraria comparten campamentos por varios años en las rutas y ocupaciones de haciendas, choques con la policía etc. Como lo vimos más arriba, una empresa solidaria surge no solo para beneficiar a los socios, sino como una creación de trabajadores en lucha en contra del capitalismo. Es una opción a la vez económica, política e ideológica. Exige de sus integrantes una opción en contra de los valores dominantes de la competencia individual y del primado del capital sobre el trabajo. Por eso, su nacimiento suele requerir el patrocinio de colaboradores externos, que pueden ser otras empresas solidarias, incubadoras
número de pequeñas asociaciones de trabajadores marginados o de personas estigmatizadas – ex presidiarios, discapacitados, ex drogadictos, personas que viven en la clase, etc.- que buscan desarrollar alguna actividad productiva pero que sobreviven en gran medida gracias a donaciones y al trabajo voluntario de colaboradores externos. A esta clasificación de entidades asociativas productoras de mercancías debemos agregar las cooperativas de trabajo, que no tienen más capital que la capacidad de trabajo de sus miembros. Esas cooperativas buscan vender servicios (de limpieza, de mantenimiento, de jardinería, de seguridad, etc.) que son prestados directamente en los locales de los compradores utilizando medios provistos por éstos. Las cooperativas de trabajo se acercan peligrosamente a las empresas contratistas de mano de obra y de las falsas cooperativas, armadas por empresas capitalistas que buscan explotar el trabajo de los cooperantes sin pagarles los aportes legales. También integran el campo de la economía solidaria los clubes de trueque, formados por pequeños productores de mercancías, que construyen para sí un mercado protegido al emitir una moneda propia que posibilita el intercambio entre los participantes. Y diferentes cooperativas de consumidores, especialmente las de crédito, de vivienda, de salud y de escuelas. Esas cooperativas de consumidores sólo pertenecen a la economía solidaria en la medida que abren sus puertas a los profesionales que las manejan. La extraordinaria variedad de organizaciones que componen el campo de la economía solidaria permite formular la hipótesis de que ella podrá extenderse hacia todos los campos de la actividad económica. No hay, en principio, ningún tipo de producción y distribución que no pueda ser organizado como emprendimiento solidario. Si hubiera un sondeo amplio acerca de todos los emprendimientos que cumplen con esa calificación, puede que ya estén presentes en todos los rubros en todos los países. Sin embargo, para que esa hipótesis se haga realidad en los diversos países, es necesario garantizar las bases de sustentación para la economía solidaria. Las más importantes son las fuentes de financiación, redes de comercialización, asesoramiento técnico científico, formación continua de trabajadores y apoyo institucional y legal de parte de las autoridades gubernamentales. Conviene subrayar que las empresas capitalistas disponen de dichas bases de sustentación que, en su caso, son sobre todo ofrecidas por otras empresas capitalistas: bancos comerciales y de fomento, cadenas mayoristas y minoristas, multiempresas que desarrollan sistemáticamente nuevos productos y nuevos procesos e instituciones privadas de enseñanza superior. Lo que debilita el desarrollo de la economía solidaria es que gran parte de sus unidades actúan aisladamente en mercados dominados por empresas capitalistas, con poco o ningún acceso al crédito, a redes de comercialización, a la asesoría tecnológica, etc. El gran contraejemplo es el Complejo Cooperativo de Mondragón, integrado por más de 100 cooperativas de producción, que cuenta con un gran banco (Caja Laboral
Popular), con una de las mayores redes de supermercados de España, con una universidad y diversas cooperativas de investigación tecnológica. En otras regiones – al norte de Italia, en Québec, Canadá- la economía solidaria ya ha alcanzado alguna densidad, elevando su potencial expansión. La construcción de un sector integrado de empresas e instituciones que se rigen por los principios de la economía solidaria es condición esencial para evitar que el destino de las iniciativas y experiencias se restrinja al dilema sombrío de Webb- Bernstein-Luxemburgo: la degeneración o la quiebra. La construcción de las habilidades dentro de los principios de la solidaridad sería perfectamente posible si cada emprendimiento pudiera financiarse, abastecerse, dar salida a su producción, perfeccionarse tecnológicamente y educar a sus miembros en intercambio con otros emprendimientos solidarios. Finalmente, es importante preguntarse si la conformación de un sector integrado de empresas e instituciones solidarias puede darse sin el apoyo decisivo del gobierno nacional en cada país. Si fuera es la condición, sería necesario una vez más dar prioridad a la lucha por el poder gubernamental para viabilizar la economía solidaria en tanto alternativa al capitalismo. En el pasado, esa prioridad favoreció el abandono de la economía solidaria, considerada entonces inviable para formaciones sociales en la que predominaba el capital privado. En Europa, hubo gobiernos socialistas y socialdemócratas en diversos países y en varias ocasiones. En tanto avance hacia el socialismo, ellos estatizaron sectores importantes de las economías, aunque manteniendo en las empresas estatales la gestión capitalista. Lo que debilitó el dominio del capital privado, pero no favoreció la superación del capitalismo por algo que mereciera el nombre del socialismo. Por otro lado, el desarrollo del Complejo Cooperativo de Mondragón contó con el apoyo del gobierno del país vaco, pero sólo en medida semejante al apoyo normalmente otorgado a empresas capitalistas. En innumerables países ya se registra el apoyo de gobiernos regionales y locales a iniciativas de economía solidaria, no sólo en Europa. Últimamente, también en Brasil eso se puede observar, aunque modestamente. Lo que esas experiencias indican es que el desarrollo de la economía solidaria y su integración en un sector puede darse desde abajo hacia arriba, por iniciativa de las mismas empresas e instituciones de fomento, sin interferencia directa de autoridades gubernamentales. Esta alternativa parece preferible para preservar la autenticidad de las organizaciones solidarias, que depende de su democracia interna y de su autonomía externa.
La economía solidaria en Brasil
La economía solidaria empezó a repuntar lentamente en Brasil en la década del 80 y tomó un impulso creciente a partir de la segunda mitad de los años 90. Fue
importantes, registramos aquí la creatividad de Cáritas, órgano del Consejo Nacional de Obispos de Brasil CNBB, FASE en Río de Janeiro, ATC en Sao Paulo, las Intendencias de Porto Alegre, de Blumenau y de Santo André, el programa autoempleo de la Secretaría de Trabajo de Sao Paulo y del Sindicato de los Metalúrgicos del ABC, que conformó la UNISOL Cooperativas. No hay datos muy abarcadores acerca de las cooperativas y asociaciones de producción autogestionadas que están multiplicándose en todo el país. Está claro que su número ya es bastante considerable. Su intenso crecimiento está indudablemente vinculado al desempleo, que está llegando a niveles inéditos, y a la precarización del trabajo, que viene excluyendo a miles de personas del mercado formal de trabajo. Pero la economía solidaria está lejos de ser una reacción espontánea de personas afectadas por la crisis. Los trabajadores que perdían sus empleos, en general, cobraban el Fondo de Garantía por Tiempo de Servicio^5 y salían a buscar nuevo empleo. Pero cuando efectivamente conseguían alguno, el tiempo de búsqueda promedio en Sao Paulo superaba las 36 semanas, lo que era un período mucho mayor que en tiempos ‘normales’. Gran número de trabajadores con más de 40 años, o más jóvenes pero de baja escolaridad, pueden considerarse definitivamente excluidos del mercado de trabajo. Por eso, intentan ganarse la vida vendiendo bienes o servicios, producidos por ellos mismos o por otros miembros de sus familias. Debido a su alto número, los beneficios obtenidos por ese medio tienden a ser irrelevantes. La idea de juntarse y organizar una actividad económica colectiva, basada en la participación igualitaria en las decisiones y en el capital, no le resultaba familiar a la mayoría de los que estaban sin trabajo. Por eso la importancia de entidades como ANTEAG, MST, las ITCPs y ADS etc., que están reinventando la economía solidaria en la actual coyuntura brasileña. Después de cinco o seis años de actividad cada vez más intensa y extendida, esas entidades empezaron a recibir un número creciente de demandas de trabajadores que querían formar emprendimientos solidarios. Los medios de comunicación de masa comenzaron finalmente a enterarse de ese movimiento y a incluir en sus noticieros algunos reportajes sobre cooperativas que consiguieron generar trabajo e ingresos para sus miembros. Cada vez que reportajes como esos son transmitidos por televisión, decenas de grupos buscan a las Incubadoras universitarias y otras entidades que apoyan el nuevo cooperativismo. Econonómicamente, la situación de las cooperativas y grupos de producción asociada es muy variada, desafiando a generalizaciones, incluso porque sólo hay datos parciales en algunos estados. Empero, podemos señalar dos tendencias probables: 1. La mayoría de las cooperativas sobrevive por años, a pesar de la extrema debilidad de
(^5) Aporte obligatorio realizado por el empleador en una misma caja de ahorro durante toda la vida laboral de un individuo. El monto puede ser cobrado en algunas pocas ocasiones, como, por ejemplo, para comprarse un inmueble o después de dos años de desempleo formal. (N.T.)
lo que denominamos sus bases de sustentación; y 2. La mayoría de las cooperativas todavía depende mucho del apoyo de las entidades que las crearon y siguen acompañándolas. La necesidad de consolidar los emprendimientos solidarios de forma que puedan sostenerse recíprocamente es ya reconocida y ha dado lugar a la formación de foros de economía solidaria o de cooperativas populares, en Río Grande do Sul, Río de Janeiro y Sao Paulo. Pero esos esfuerzos todavía no han podido romper con el aislamiento económico de las cooperativas, aunque los contactos entre ellas estén multiplicándose. Crece la comprensión de que la construcción de las habilidades para los emprendimientos se da mediante un proceso de aprendizaje que involucra a sus miembros y a las entidades de apoyo. Los cursos y talleres se multiplican, y en ello las universidades con ITCPs cumplen un papel crucial. Para aumentar la calidad del trabajo y de la producción de las nuevas cooperativas, la formación de personal especializado parece imprescindible. En varias universidades, profesionales recién recibidos organizan cooperativas, generalmente de trabajo. Uno de sus objetivos es prestar asesoramiento a cooperativas populares. En el Foro de Río de Janeiro se organizó un Club de Trueque cuyos miembros son cooperativistas, para posibilitar el intercambio de productos y conocimientos entre ellas. Esas iniciativas son todas demasiado reciente para que se pueda evaluar sus resultados. Hay diversos relatos y estudios de caso que muestran la enorme dedicación y disposición para soportar sacrificios de parte de los trabajadores con el objetivo de generar trabajo e ingresos por la vía de la economía solidaria. Es probable que eso explique la supervivencia e incluso cierto crecimiento de emprendimientos gestionados por personas sin experiencia e incubados por técnicos y especialistas que igualmente carecen de experiencia en general o, al menos, en este tipo de emprendimiento. El entusiasmo y la dedicación manifestados por los trabajadores no deja de ser recompensado. Para las personas más humildes, que siempre han sido estigmatizadas por su pobreza -principalmente las mujeres y los negros, víctimas de discriminación por género y raza- la experiencia cooperativa presenta un verdadero rescate de la ciudadanía. Al integrar la cooperativa, muchos experimentan por primera vez en sus vidas el disfrute de derechos iguales para todos, el placer de poder expresarse libremente y de ser escuchados, y el orgullo de ver que sus opiniones son respetadas y que pesan en el destino de lo colectivo. En todos estos sentidos, la organización de emprendimientos solidarios puede ser considerada el inicio de revoluciones locales, que cambian la relación entre los cooperantes y de estos con sus cónyuges, hijos, vecinos, autoridades públicas, religiosas, intelectuales, etc. Se trata de revoluciones tanto a nivel individual como social. La cooperativa empieza a ser un modelo de organización democrática e