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Por Friedrich A.Hayek
El Camino de la Servidumbre fue un libro que no encontró difusión ni popularidad en Occidente tras su aparición en 1944. El ambiente ideológico imperante le era francamente hostil: era el mismo que existía en Cuba en la época prerrevolucionaria. El mismo que no pudo ofrecer prácticamente ninguna resistencia a que Fidel Castro llegara al poder e instituyera el comunismo en Cuba. ¿Qué ambiente era ese? ¿Cuál se pensaba entonces que era el camino del progreso y el desarrollo? Pero ¿qué decía la experiencia histórica sobre el mismo? Ese es el tema de este libro.
Es un texto agudo, profético, uno de las grandes producciones liberales del siglo XX. Estoy seguro de que si hubiera sido popular entre nosotros antes del triunfo de la revolución, Fidel Castro no hubiera haber podido hacer lo que hizo. No sólo eso. Si conseguimos hacerlo popular entre nuestros intelectuales, aun ahora, pudiéramos ahorrarnos grandes frustraciones en el futuro.
El Camino de la Servidumbre es un libro de poco más de 200 páginas. La síntesis de una obra tan densa, y tan rica, no es tarea fácil. Hice una amplia utilización de las negritas para tratar de compensar con ese énfasis la eliminación de ciertas reiteraciones. Igualmente, en unos pocos casos, he simplificado un tanto la redacción para ganar en claridad expositiva. No pude resistir la tentación de hacerle algunos comentarios al texto, que aparecen numerados al pie de cada capítulo y que, por supuesto, sólo representan mis opiniones personales. Sólo espero que este trabajo despierte en los lectores el interés por leer el insustituible original, tan poco conocido entre nosotros.
Adolfo Rivero Caro
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RESUMEN DE "EL CAMINO DE LA SERVIDUMBRE
Los estudiantes de la historia de las ideas difícilmente puedan dejar de apreciar algo más que una similitud superficial entre la tendencia del pensamiento alemán después de la I Guerra Mundial y la tendencia del pensamiento actual en las democracias occidentales. Hasta hace muy poco tiempo, las políticas socialistas de los gobiernos alemanes eran consideradas como un modelo para los "progresistas", de la misma forma en que han sido consideradas las de Suecia más recientemente. Pocos han tenido el coraje de reconocer que el ascenso del fascismo y del nazismo no ha sido una reacción contra el socialismo anterior sino precisamente su consecuencia, y que los conflictos entre la "derecha" del nacionalsocialismo y la "izquierda" comunista no han sido sino luchas entre fracciones socialistas rivales.
Actualmente (1944) existe entre las democracias occidentales la misma determinación, típica de Alemania después de la I Guerra Mundial, de preservar el tipo de organización nacional en la paz que había servido para los fines de la guerra. Hay el mismo menosprecio por el liberalismo del siglo XIX, el mismo espurio "realismo" e incluso el mismo cinismo y la misma aceptación fatalista de las "tendencias inevitables" de la economía. Tal parece como si existiera un rechazo a aprender de las lecciones de la historia.
A través de todo el libro utilizo el término "liberal" en el sentido original del siglo XIX que todavía es habitual en Inglaterra. Sin embargo, con frecuencia su uso habitual en Estados Unidos viene a significar casi exactamente lo contrario. Ha sido parte del camuflaje del movimiento izquierdista de ese país, ayudado por la confusión de muchos que realmente creen en la libertad, que "liberal" haya venido a significa la defensa de casi todo tipo de control gubernamental. Todavía me resulta enigmático por qué los que verdaderamente creen en la libertad en Estados Unidos no sólo permitieron que se apoderara de este término, prácticamente indispensable, sino que casi la ayudaron al comenzar ellos mismos a utilizarlo como término de oprobio. Esto parece particularmente lamentable dado la consiguiente tendencia de los verdaderos liberales a describirse a si mismos como conservadores.
Es cierto, por supuesto, algunas veces, en la lucha contra los que creen en el estado todopoderoso, los verdaderos liberales tienen que hacer causa común con los conservadores y, en algunas circunstancias, como en la Gran Bretaña contemporánea, difícilmente tengan otra forma de trabajar activamente por sus ideales. Pero el verdadero liberalismo sigue siendo muy distinto del conservadurismo, y el conservadurismo, aunque un elemento necesario en cualquier sociedad estable, no es un programa social; en sus tendencias paternalistas, nacionalistas y adoradoras del poder frecuentemente está más cerca del socialismo que el verdadero liberalismo; y con sus propensiones tradicionalistas, anti-intelectuales y frecuentemente místicas, nunca, excepto en cortos períodos de desilusión, resultará atractivo para los jóvenes y para todos los que creen que algunos cambios son deseables si este mundo ha de convertirse en un lugar mejor. Un movimiento conservador, por su propia naturaleza, está obligado a defender los privilegios establecidos y apoyarse en el poder del gobierno para la protección de esos privilegios. Sin embargo, lo esencial de la posición liberal es la negación de todo privilegio, si por privilegio se entiende, en su sentido propio y original, un estado que garantiza y protege derechos disponibles para algunos y no para otros (1).
(1) La sociedad norteamericana contemporánea se ha alejado enormemente del ideal liberal. La izquierda americana, que se siguen llamando "liberal" dentro del Partido Demócrata, está integrada por los modernos herederos del utopismo comunista. Consideran al estado como el instrumento idóneo para resolver todos los problemas de la sociedad. Han construido un enorme estado de beneficencia social (welfare state) y luchan por proteger privilegios, como la acción afirmativa, para determinados grupos
Durante todo este período moderno de la historia de Europa, la dirección general del desarrollo social había sido hacia la
liberación del individuo de las tradiciones culturales que lo mantenían limitado en sus actividades ordinarias. La consciencia de que los esfuerzos espontáneos de los individuos eran capaces de producir un orden complejo de actividades económicas, como era el mercado, sólo pudo producirse después que ese desarrollo hubo hecho algún progreso. La subsiguiente elaboración de una argumentación coherente a favor de la libertad económica fue el resultado del libre crecimiento de esa actividad económica que, a su vez, había sido el resultado, espontáneo e imprevisto, de la libertad política.
Quizás si el mayor resultado del desencadenamiento de las energías individuales fue el maravilloso crecimiento de la ciencia que siguió la marcha de la libertad individual de Italia a Inglaterra, y más allá. Por supuesto que en otras épocas la capacidad de invención no había sido menor. Sin embargo, en otras épocas, los intentos de extender el uso de las invenciones mecánicas había sido rápidamente suprimido y el anhelo de cocimiento había sido sofocado. La concepción dominante en la mayoría se utilizaba como justificación para rechazar al innovador individual. Sólo desde que libertad industrial abrió el camino para explorar nuevos conocimientos, sólo cuando todo pudo ensayarse -si se podía encontrar a alguien que lo respaldara a su propio riesgo- fue que la ciencia comenzó a avanzar con pasos de gigante.
Lo que el siglo XIX añadió al individualismo del período precedente fue la consciencia de la libertad, el desarrollo sistemático de lo que había ido creciendo de manera espontánea, y extender esas ideas de Inglaterra y Holanda al resto de Europa.
Los resultados de este crecimiento superaron todas las expectativas. Dondequiera que se eliminaron las barreras al libre ejercicio del ingenio humano, el hombre pudo satisfacer un diapasón cada vez más amplio de sus necesidades (3). Y aunque el aumento del nivel de vida llevó a descubrir rápidamente aspectos tenebrosos de la sociedad, aspectos que la gente ya no estaba dispuesta a tolerar, el progreso llegó a todos los estratos de la sociedad. Lógicamente, el éxito desarrolló la ambición. Pronto, lo que había sido una deslumbradora promesa dejó de parecer suficiente. Se percibió el ritmo del progreso como muy lento, y los mismos principios que habían hecho posible ese progreso comenzaron a percibirse como obstáculos para un progreso todavía más rápido.
Los principios básicos del liberalismo no se oponen en lo más mínimo al cambio. El principio fundamental del liberalismo: que para el ordenamiento de nuestros asuntos debemos hacer tanto uso como sea posible de las fuerzas espontáneas de la sociedad, y recurrir tan poco como sea posible a la coerción, es capaz de infinitas variaciones. Y, por supuesto, también ha progresado nuestra comprensión de las fuerzas sociales y de las condiciones más favorables para que esos principios funcionen de la mejor manera posible. (pág. 18)
En realidad, la pérdida de popularidad del liberalismo se explica, en cierta medida, por su propio éxito. Ha venido a ser considerado un credo "negativo" porque no puede ofrecerle
a los individuos otra cosa que una participación en el progreso general. Sin embargo, ya no se reconoce que ese progreso ha sido precisamente el resultado de la política liberal de libertad. Todo lo contrario, los hombres se han acostumbrado tanto a su nueva prosperidad que ahora las desigualdades les parecen insoportables e injustificadas. Ahora, la gran pregunta no es por qué algunos llegan a la riqueza, sino por qué no todos somos ricos.
En este cambio de perspectiva ha jugado un papel decisivo la transferencia acrítica al terreno social de los hábitos intelectuales engendrados por los hábitos del ingeniero. Desde hace tiempo se pretende desplazar los anónimos e impersonales mecanismos del mercado por la dirección "consciente" de todas las fuerza sociales para poder alcanzar objetivos deliberadamente escogidos. En este proceso, ha sido muy importante que Inglaterra haya perdido su hegemonía cultural alrededor de 1870 y que ésta fuera pasando a Alemania. Hegel, List, Marx, Sombart y Mannheim se convirtieron e los pensadores más influyentes del mundo interpretando las ideas liberales como simples racionalizaciones de intereses egoístas.
(3) Las consecuencias para la especie humana fueron incalculables. La población de Europa, la más adelantada del planeta, se había mantenido estática durante siglos. Pero, a partir del siglo XVIII, su crecimiento comenzó a acelerarse. Creció de 140 millones en 1750 a 187 millones en 1800, a 266 millones en 1850. Pero este crecimiento no se limitó a los países europeos sino que se extendió al mundo entero. La población de Asia, por ejemplo, creció en 300 millones en este mismo tiempo. La explosión demográfica, la mejor demostración de la efectividad del capitalismo, ha seguido incontenible hasta el día de hoy. Y, a pesar de todo, el crecimiento de la productividad del trabajo siempre se ha mantenido siempre por delante del crecimiento demográfico.
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Capítulo II
y luchar por ella provoca efectos tan radicalmente opuestos a los que se persiguen que cuesta trabajo aceptar su necesaria vinculación.
(4) Son muy significativos los elementos fascistas en la ideología multiculturalista de los liberales contemporáneos, con su nihilismo básico.
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Capítulo III
Es imprescindible tener en cuenta que el socialismo no sólo significa un objetivo de mayor igualdad y seguridad sino también un método: la abolición de la propiedad privada de los medios de producción, y la creación de un sistema de "economía planificada" en la que un organismo de planificación central sustituye a los empresarios que trabajan por una ganancia (5).
Es necesario subrayar que la discusión sobre el socialismo no puede limitarse a los fines sino que también tiene que comprender los medios que hacen falta para conseguir esos fines. Porque el problema es que los métodos para conseguir una distribución igualitaria siempre son iguales, lo mismo sirvan para beneficiar a una raza superior que a los miembros de una aristocracia.
La discusión entre los modernos planificadores y sus oponentes gira en torno a cuál es la mejor forma de conseguir nuestros objetivos. Lo que se discute es si una utilización racional de los recursos exige una dirección centralizada o si es mejor limitarse a crear las condiciones para que sean los individuos los que puedan planificar de la mejor manera posible.
El pensamiento liberal no es defensor de ningún status quo. Considera sencillamente que la mejor manera de coordinar los esfuerzos humanos es mediante la competencia. Pero para que la competencia pueda funcionar exitosamente hay que crear un marco legal bien reflexionado. La competencia es el único método mediante el que podemos coordinar nuestras actividades sin la intervención arbitraria de alguna autoridad. Por supuesto, el mantenimiento de la competencia es perfectamente compatible con la prohibición de usar substancias tóxicas, la limitación de las horas de trabajo o la exigencia de ciertas condiciones sanitarias. En ese sentido, el único problema es determinar si las ventajas que se consiguen son mayores que los costos sociales que imponen.
Obviamente, el funcionamiento de la competencia requiere, y depende, de condiciones que nunca pueden ser totalmente garantizadas por la empresa privada. La intervención estatal siempre es necesaria pero la planificación y la competencia sólo pueden combinarse cuando se planifica para la competencia, no en contra de ella.
(5) En el mundo posterior a la Guerra Fría, habría que redefinir la política económica colectivista. Fracasados sus dogmastradicionales básicos (su desprecio por el mercado, su pasión por la estatización o nacionalización de las empresas) ahora parece caracterizarse por la enorme cantidad de regulaciones burocráticas con que el gobierno central abruma a la empresa privada (que en EEUU incluyen la acción afirmativa) así como por la excesiva carga tributaria necesaria para mantener su inmenso aparato burocrático de beneficencia social.
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Capítulo IV
Se habla mucho de que la planificaciones es inevitable. Se dice que los cambios tecnológicos han hecho imposible la competencia en toda una serie de campos, y que la única opción que nos queda es el control de la producción o bien por los monopolios privados o bien por el gobierno. En gran medida, esta tesis se deriva de la doctrina marxista de la "concentración de la industria".
La supuesta causa tecnológica del crecimiento de los monopolios es la superioridad de la empresa grande sobre la pequeña, debido a la superior eficiencia de los métodos modernos de producción en masa. Sin embargo, la superioridad de la gran empresa no ha sido demostrada nunca. Frecuentemente, los monopolios son producto de otros factores como los acuerdos secretos o una deliberada política gubernamental. No constituyen ninguna tendencia "necesaria" del capitalismo. Si así fuera, hubieran aparecido primero en los países de capitalismo más desarrollado. Pero no fue así. Los monopolios aparecieron primero en Estados Unidos y Alemania, países de capitalismo joven. El crecimiento de los monopolios y carteles en Alemania desde 1878, fue una política deliberada del gobierno alemán. Fue el primer gran experimento en "planificación científica" y "organización consciente de la industria". El supuesto "inevitable" desarrollo del capitalismo en "capitalismo monopolista" fue simplemente una idea popularizada por teóricos alemanes, particularmente Sombart. Cuando EEUU siguió una política altamente proteccionista a principios del siglo XX, esto pareció confirmar sus generalizaciones.
La afirmación de que la complejidad de la civilización industrial moderna hace necesaria la planificación central revela una falta de comprensión sobre la verdadera función de la competencia. Lejos de sólo ser apropiada para condiciones relativamente simples, es la misma complejidad de la división del trabajo en las condiciones modernas es lo que hace de la competencia el único método eficiente para poder conseguir esa coordinación. Es precisamente cuando los factores a tomar en cuenta son tan numerosos que es imposible conseguir una visión de conjunto sobre los mismos, cuando la descentralización se hace verdaderamente imprescindible.
investigación? ¿En un aumento de salarios a los maestros? Por otra parte, esto también requeriría un código ético completo porque sería la única forma de poder establecer algún tipo de priorización.
Por supuesto, no estamos acostumbrados a pensar en códigos morales completos. Constantemente estamos escogiendo entre diferentes valores sin que haya un código social que nos señale qué deberíamos escoger. En realidad, el desarrollo de la civilización ha ido acompañado de la progresiva disminución de reglas de conducta fijas para orientar la acción. El hombre primitivo rodeaba de un elaborado ritual casi todas sus actividades cotidianas y estaba limitado por una infinidad de tabúes. Ni siquiera hubiera soñado con hacer las cosas de manera diferente a los demás miembros de la tribu. Ha sido el desarrollo de la civilización, precisamente, el que ha ido disminuyendo el número de esas reglas y haciéndolas más generales.
La filosofía del individualismo no está basada en la idea de que el hombre deba ser egoísta. En lo que está basada es en la aceptación de la imposibilidad de incluir en nuestra escala de valores algo más que un pequeño sector de las necesidades del conjunto de la sociedad. De aquí, la imposibilidad de un plan social único. Las únicas escalas de valores son las parciales, que son diferentes entre un individuo y otro y que frecuentemente son contradictorias. De esto, el liberalismo concluye que, dentro de ciertos límites, se le debería permitir a los individuos perseguir sus propios valores sin interferencia de los demás. Esto no excluye el reconocimiento de la coincidencia de objetivos individuales que hace posible y conveniente la asociación para conseguirlos. Pero esa acción conjunta está limitada a los casos en que esos puntos de vista individuales coinciden.
Es el precio de la democracia que las posibilidades de un control consciente se encuentren restringidas a los campos en donde haya un acuerdo real y que, en otras áreas, haya que dejar las cosas al azar. La democracia es esencialmente un invento para salvaguardar la paz interna y la libertad individual. No tiene nada de infalible ni de seguro. La planificación y la democracia chocan porque la planificación exige cierta supresión de la libertad.
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Capítulo VI
Nada distingue mejor a un país libre de un país bajo un gobierno dictatorial que la observancia del llamado imperio de la ley o estado de derecho (rule of law). Despojado de todo tecnicismo, el imperio de la ley (o estado de derecho) significa que todas las acciones del gobierno están limitadas por reglas establecidas y anunciadas previamente, reglas que permiten preveer con certeza la forma en que las autoridades utilizarán sus poderes de coerción y que, de esa forma, permiten planificar la actividad individual.
Toda ley restringe en alguna medida la libertad individual al determinar los medios que pueden utilizarse para conseguir ciertos fines. Sin embargo, bajo el estado de derecho el gobierno no puede frustrar los esfuerzos individuales mediante medidas ad hoc, o específicamente dirigidas a conseguirlo. Bajo el imperio de la ley, el gobierno se limita a fijar las condiciones de utilización de los recursos disponibles mediante reglas formales que no están dirigidas a la solución de ningún problema en particular. Son, simplemente, los medios establecidos para conseguir los fines individuales. Están concebidas para un período de tiempo lo suficientemente largo como para que sea imposible saber por anticipado a quien van a beneficiar. Ayudan a la gente a predecir el comportamiento de aquellos con quienes tienen que colaborar, mas bien que a satisfacer necesidades particulares. Es, para poner un ejemplo, como el sistema de signalización de las carreteras, establece las reglas pero no le dice a nadie a dónde ir.
La planificación económica colectivista es justamente lo opuesto. La autoridad planificadora no puede limitarse a proporcionar oportunidades para que personas desconocidas hagan con ellas lo que estimen conveniente. No puede amarrarse a reglas formales que limiten su acción. Y esto es así porque los planificadores tienen que resolver necesidades concretas en la medida en que éstas vayan apareciendo. Constantemente tienen que resolver problemas que, inevitablemente, dependen de las circunstancias y, al tomar esas decisiones, están obligados a balancear unos intereses contra otros. Al final, los puntos de vista de alguien tendrán que decidir cuáles intereses son los más importantes, y esa decisión se convertirá en una ley que habrá que imponer por la fuerza, independientemente de cualquier reglamentación anterior y de cualquier "formalismo" preestablecido. El mercado permite guiarse por leyes generales fijas pero la dirección "consciente", por el contrario, necesita estarse reorientando constantemente. Por consiguiente, no puede permitir que una reglamentación anterior, cuyos resultados no habían sido previstos, venga a estorbar o perjudicar los objetivos que ella misma se ha fijado.
Esta distinción entre leyes formales (que establecen las condiciones en que los individuos persiguen sus fines) y leyes sustantivas (en las que el estado trata de conseguir directamente ciertos fines) es muy importante aunque, al mismo tiempo, es difícil de precisar en la práctica.
El estado debe limitarse a establecer reglas para situaciones generales y debe permitir plena libertad a los individuos en todo lo que tenga que ver con las condiciones concretas porque sólo ellos pueden conocer plenamente las circunstancias de cada caso y adaptar sus acciones a las mismas. Si los individuos han de poder hacer planes efectivos, tienen que poder predecir las acciones gubernamentales que puedan afectar esos planes. Y si esas acciones han de ser predecibles, tendrán que estar determinadas por reglas independientes de las condiciones concretas.
Por el contrario, si es el gobierno el que ha de dirigir las acciones individuales para conseguir sus propios fines, esa dirección tendrá que basarse en las cambiantes circunstancias del momento y, por lo tanto, será necesariamente impredecible. Mientras más planifique el estado, menos podrá planificar el individuo.
El conflicto es entre dos tipos de leyes, las leyes bajo un estado de derecho, que le permiten a los individuos prever como va ser utilizado el poder coercitivo del estado, y las leyes bajo una dictadura, que simplemente le dan a las autoridades el poder para hacer lo que estimen conveniente. En uno, el espíritu de la legislación es proteger al individuo contra el poder del estado. En el otro, el espíritu de la ley es impedir toda limitación a la voluntad de las autoridades. El imperio de la ley no significa que todo esté regulado por la ley sino, por el contrario, que el poder estatal sólo puede ser usado en los casos definidos por la ley, y de forma tal que pueda preverse cómo va a ser usado. El estado de derecho implica el reconocimiento de los derechos inalienables de los individuos, el reconocimiento de los derechos del hombre. En un caso "no hay castigo sin ley", en el otro,"no hay delito sin castigo".
(7) Curiosamente, el socialismo representa entonces un movimiento de sentido inverso al desarrollo histórico y, por consiguiente, verdaderamente reaccionario. Es interesante, en este sentido, consultar a Popper (La Sociedad Abierta y sus Enemigos).
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Capítulo VII
La mayoría de los planificadores tienen pocas dudas de que una economía dirigida tienen que ser administrada de manera más o menos dictatorial. El consuelo que nos ofrecen es que esa dirección sólo se aplicaría a problemas económicos. Sin embargo, los objetivos de las personas racionales nunca son económicos. La motivación económica sólo significa el deseo de poder alcanzar fines no especificados. Si luchamos por el dinero es porque éste nos ofrece el mayor rango de opciones al disfrute del producto de nuestro trabajo.. Debido a que las limitaciones del dinero son las que nos hacen sentir las limitaciones de nuestra relativa pobreza, el dinero viene a simbolizar esas restricciones. Sin embargo, el dinero ha sido el mayor instrumento de libertad que sehaya inventado nunca. El dinero le abre más posibiildades a los pobres que las que tenían los ricos hasta hace poco.
Pensemos lo que significaría que las recompensas no se entregaran en dinero. Significaría que uno no podría escoger, y que el que diera la recompensa no sólo determinaría la magnitud de la misma sino también la forma en que ésta habría de disfrutarse. Siempre que podamos disponer libremente de nuestros ingresos y de nuestras posesiones, la pérdida económica siempre nos privará de lo que consideramos menos importante. Una pérdida económica es una cuyos efectos podemos hacer recaer sobre las menos importantes de nuestras necesidades, y lo mismo con la ganancia. Los cambios económicos sólo nos afectan marginalmente.
Lo valores económicos son menos importantes para nosotros que muchas otras cosas precisamente porque somos libres de decidir lo que, para nosotros, es más o menos importante. La cuestión que plantea la planificación económica es si somos nosotros los
que debemos decidir lo que es más o menos importante o sin son las autoridades planificadoras. Una autoridad planificadora controlaría la utilización de los recursos limitados para la satisfacción de todos nuestros objetivos.
No sólo la planificación tendría que ver con nuesta capacidad como consumidores sino también con nuestra capacidad como
productores. Tendríamos que ajustarnos los estándares que la autoridad planificadora fijara para poder simplificar su tarea. Y para simplificar su tarea tendría que reducir la diversidad de las capacidades individuales a unas a una pocas categorías de unidades intercambiables, y descartar deliberadamente las diferencias personales menores.
Puede ser que el objetivo de la planificación sea que el hombre deje de ser un medio. Pero, en la práctica -puesto que el plan no puede tener en cuenta las preferencias y las repulsiones individuales- el individuo se convierte más que nunca en un medio a ser utilizado por las autoridades al servicio de esa abstracción que es "el bien de la comunidad".
Hay gente que critica que en una sociedad competitiva casi todo puede ser conseguido por cierto precio. Eso parecer muy espiritual y muy moralista, pero lo que realmente quiere decir es que no deberíamos poder sacrificar necesidades menores para salvarguardar nuestros objetivos más importantes, y que alguien debería hacer esas decisiones por nosotros. Porque o el precio de la satisfacción de las necesidades está establecido por el mecanismo impersonal del mercado, o está establecido por alguna autoridad. No podemos olvidar que todos nuestros objetivos compiten por los mismos medios.
No es nada sorprendente que la gente quisiera ser aliviada de las duras opciones que los hechos nos imponen. Y tampoco es extraño que estén dispuestos a creer que esas opciones no son realmente necesarias sino que les son impuestas por un cierto sistema económico. En realidad, lamentan que haya un problema económico.
La creencia de que no hay realmente un problema económico es confirmada por la cháchara absolutamente irresponsable sobre la "riqueza potencial", y sobre "la escasez en medio de la abundancia" (8). La realidad es que nadie, nunca, ni en Estados Unidos ni en Europa Occidental, ha podido producir ningún plan para elevar la producción lo suficiente como para poder eliminar la pobreza. No hablemos ya del resto del mundo.
(8) En Cuba nos hemos criado oyendo esa cháchara irresponsable de que éramos un país rico, cuyo sentido ideológico ahora vemos claro. ¿Por qué entonces éramos pobres? ¡Porque nos robaban!, respondía la demagogia imperante, porque nos robaban los gobiernos corrompidos, porque nos robaban los imperialistas yanquis (que exportaban las ganancias) y porque nos robaban los capitalistas cubanos con su consumo suntuario. Se
favor de reducir las diferencias de oportunidad entre las personas siempre que sea posible hacerlo sin destruir el carácter impersonal del proceso.
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Capítulo IX
Frecuentemente se representa la seguridad económica como una condición indispensable para la verdadera libertad. Por supuesto, hay algo de verdad en eso. Sin embargo, habría que contrastar dos tipos de seguridad: la limitada y la ilimitada. La limitada trata de garantizar una protección mínima contra circunstancias adversas e imprevisibles. Es bueno y conveniente organizar un sistema de seguridad social así como tratar de combatir las fluctuaciones de la actividad económica.
Pero tratar de garantizar contra las disminuciones de los ingresos que constituyen las durezas implícitas en el mismo sistema competitivo, tiene que conducir a una planificación que afecta la libertad individual. Esta seguridad es una variante de la "renumeración justa" del medioevo que buscaba un acuerdo no con los requerimientos del mercado sino con los méritos subjetivos (9).
En un sistema donde sea libre la distribución de las personas en las distintas ocupaciones, es necesario que la renumeración corresponda a su utilidad a los demás miemmbros de la sociedad, aunque ésta no tenga relación con los méritos subjetivos. Pero lo que no se puede hacer es garantizarle a la gente sus ingresos y protegerlos contras las viscicitudes del mercado. Si no es el mercado el que determina, entonces tendría que ser un grupo de personas los que determinaran la "utilidad" de la gente. ¿Y cómo podría medirse ésta entonces objetivamente?
Habría que buscar limitación de producción para poder garantizar precios artificialmetne altos aunque esto redujera las oportunidades de otras personas. Y esos otros no podrían participar en la prosperidad de las industrias controladas. Toda restricción de la libertad de entrar en un comercio reduce la seguridad de los que están fuera del área protegida. Mientras mejor estén los asegurados, mayor será la demanda de esa seguridad. Y, en la medida en que el número de los protegidos vaya aumentando, se irá desarrollando todo un nuevo sistema de valores sociales. Se desalentará toda actividad que implique riesgo y se censurarán las ganancias que justifican tomar esos riesgos. No sería la independencia sino la seguridad lo que daría status social, y el prestigio no estaría determinado por el ímpetu empresarial sino por la certidumbre de una pensión.
Fue la extensión de los métodos de la guerra a otras esferas de la vida civil después de la I Guerra Mundial (aunque los primeros intentos se retrotraen a Bismarck), lo que le dió su carácter peculiar a la estructura social de Alemania. Hay que volver a aprender que libertad exige un precio, y que hay que estar dispuesto a sacrificios materiales para preservarla. Como dijo Benjamín Franklin, "Los que están dispuestos a renunciar a la
libertad para comprar un poco de seguridad temporal, no merecen ni la libertad ni la seguridad".
(9) La concepción del "precio justo" era defendida encarnizadamente por los gremios medievales. Fue una de las típicas trabas al desarrollo de las fuerzas productivas que caracterizaba a la sociedad feudal. La libertad de contratación reside precisamente en dejar que el salario, como los demás factores de la producción, sea establecido por la oferta y la demanda. Aunque, en cierta medida, los sindicatos pueden imponer la violación de este principio esto siempre tiene tendencias perversas sobre la economía. A la Iglesia le ha costado mucho trabajo desembarazarse de ese concepto arcaico. Sólo muy recientemente ha venido a reconciliarse con algunas de las características del capitalismo.
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Capítulo X
Algunos piensan que los peores rasgos del socialismo se deben a simples accidentes históricos, a que fueran individuos de baja catadura moral los que organizaron el sistema (10). Pero hay razones para creer que estos rasgos no son accidentales sino que fenómenos que un sistema totalitario tiene que producir tarde o temprano. Al igual que un estadista que quiera planificar se verá confrontado con la necesidad de adquirir poderes dictatoriales o renunciar a sus planes, el dictador totalitario tendrá que optar entre la renuncia a los valores morales ordinarios o el fracaso. Es por esta razón que en una sociedad que tienda al totalitarismo tendrán más éxito los inescrupulosos. Quien no comprenda esto, no comprenderá el abismo que separa al totalitarismo del régimen liberal, la diferencia de atmósfera moral entre el colecitivismo y el carácter esencialmente individualista de la civiliación occidental.
En momentos de confusión, muchas veces se experimenta fatiga con los procedimientos de la democracia, con el carácter lento e intermitente de un progreso que tiene que conseguirse sobre la base de múltiples transaciones entre diferentes contradictorios. Es en esos momentos cuando se experimenta la necesidad de una dirección fuerte, que arrastre y que consiga resultados.
Lo normal en una democracia e, inclusive, dentro de los mismos partidos, es la diversidad de opiniones. Esto es perfectamente normal. Mientras más alto el nivel de educación y cultura, más tienden a diferenciarse las opiniones. Es por esto, precisamente, que en una democracia cualquier grupo puede ganar una fuerza desproporcionada en relación con el número de sus militantes gracias al apoyo total de sus seguidores. En una democracia esto es casi imposible de conseguir y sus dirigentes tampoco lo pretenden. Pero el que consiga esto habrá dado un paso importante en el camino hacia la captura del poder, desde donde podrá, a su vez, extender el imperio de su voluntad a todo el país.
liberalismo. Los socialistas, por ejemplo, empezando por Marx y Engels, siempre menospreciaron a las pequeñas nacionalidades.
Por otra parte, si la comunidad es anterior al individuo y si sus fines son independientes y superiores a los de los individuos, entonces sólo los individuos que trabajen para esos mismos fines comunitarios podrán ser considerados como miembros de la comunidad. Su valor se derivará de esta membrecía y no de su calidad de ser humano.
En realidad, entre los factores que tienden al colectivismo está ese sentimiento de inferioridad que impulsa al individuo a identificarse con un grupo y, por lo tanto, ese sentimiento sólo será satisfecho si la membrecía en ese grupo le da alguna superioridad sobre los que no forman parte del mismo.
Como decía Reinhold Niebuhr: "Existe una creciente tendencia entre los hombres modernos de imaginarse a sí mismo éticos porque han delegado sus vicios en grupos cada más grandes". Actuar a nombre de un grupo parece liberar a la gente de las restricciones morales que controlan su cmportamiento como individuos.
Mientras que los grandes filósofos sociales del individualismo dentro de la gran tradición liberal han considerado siempre al poder como un peligro para la libertad del hombre, los colectivistas lo han considerado como un bien en si mismo. Esto se deriva de su deseo de organizar a la sociedad de acuerdo a un plan unitario. Para poder conseguir una reorganización radical de la sociedad, los colectivistas necesita disponer de un poder sin precedentes. En contraste, el vilipendiado poder económico nunca llega a a ser un poder sobre toda la vida de la persona.
De la necesidad de un sistema de objetivos comúnmente aceptado, y del deseo de darle el máximo de poder a un grupo para conseguir esos objetivos, se desprende un sistema de valores que excluye una moral universal, válida para todas las circunstancias. Es algo similar al caso del imperio de la ley. Las reglas de la ética individual, aunque imprecisas, son absolutas y prohiben cierto tipos de acciones, independientemente de que las intenciones sean buenas o malas. Estafar, torturar, traicionar la confianza son malas acciones independientemente del objetivo que sirvan. Aunque a veces tengamos que escoger entre distintos males, siempre los consideraremos como males.
El fin justicia los medios es un principio que, en la ética individualista, significa la negación de la moral pero que en la ética colectivista representa la ley suprema. El principio de la raison d'etat en las relaciones entre los países, es aplicado por el estado colectivista a las relaciones entre los individuos.
Eso no significa, por supuesto, que la ética colectivista no considere conveniente cultivar ciertos hábitos útiles. Todo lo contrario. Se tomará mayor interés en los hábitos individuales que los comunidad individualista. Para ser un miembro útil de una comunidad colectivsta hacen falta "hábitos útiles" que hay que fortelecer con una práctica constante. Sirven para llenar el vacío entre las órdenes aunque nunca para justificar un desacuerdo con la autoridad.
A los buenos alemanes se les tenía por ser industriosos, disciplinados, conscientes, responsables, ordenados, con sentido del deber, con respeto por la autoridad y disposición para el sacrificio. Eran un excelente instrumento para ejecutar órdenes. Pero de lo que el "alemán típico" carecía es de las virtudes individualistas de la tolerancia, de la independencia de pensamiento y de la disposición a defender las convicciones propias, de la consideración por los débiles y de una cierta aversíon por el poder que sólo una vieja tradición de libertad personal ayuda a crear. Tambien es deficiente es cualidades menores pero importantes como bondad, sentido del humor, modestia, respeto por la privacidad y creencia en las buenas intenciones de los demás. Estas son virtudes que facilitan los contactos sociales y que no sólo hace superfluo el control externo sino que lo dificultan. Son virtudes que han florecido siempre en una sociedad individualista o comercial, y que son raras en la sociedad colectivistas o de tipo militar.
Una vez que se admite que el individuo es sólo un medio para servir los fines de una entidad superior, llamada estado o nación, la mayor parte de las características de una sociedad totalitaria se derivan con inflexible necesidad. La intolerancia, la represión de la disidencia y el menosprecio por la vida y la felicidad del individuo, son consecuencias fatales e inevitables de esa premisa. El colectivista prooclamará la superioridad de un sistema sobre otro que permite que los intereses "egoistas" estorben la realización de los fines de comunidad.
Pero aunque la masa de los ciudadanos puede mostrar una devoción altruista, no se puede decir lo mismo de los que dirigen ese proceso. Para ser útil en la dirección de un estado totalitario, no basta con que el individuo tenga que estar preparado para justificar cualquier acción canallesca, él mismo tiene que estar dispuesto a quebrantar toda regla moral para poder alcanzar los fines que se le han asignado. Tiene que estar absolutamente comprometido con la persona del líder pero, después de ese principio vital, tiene que ser un hombre literalmente capaz de todo. En una sociedad totalitaria, las posiciones en las que hay que deliberadamente engañar, intimidar y ser cruel son numerosas.
Evidentemente, es muy probable que esas posiciones sean ejercidas por individuos naturalmente afines a las mismas. El único gusto personal que el funcionario de un sistema totalitario pued satisfacer plenamente es el de ser obedecido, y el de formar parte de una aparato enormemente poderoso al que todo el mundo tiene que obedecer.
(10) Así se oye hablar con demasiada frecuencia de los antecedentes gangsteriles de Fidel Castro.
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Capítulo XI