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El fin del poder, de Moisés Naim, Resúmenes de Ciencia Política

El fin del poder, de Moisés Naim.

Tipo: Resúmenes

2020/2021

Subido el 13/08/2021

mariano-d-arrigo
mariano-d-arrigo 🇦🇷

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Naim, Moisés. El fin del poder
Prefacio
El poder puede parecer abstracto, pero para quienes están más en sintonía con él -es decir,
los poderosos-, sus oscilaciones se viven de una manera muy concreta. Al fin y al cabo, las
personas con poder son quienes mejor detectan tanto sus posibilidades como los límites de
lo que pueden hacer con él. Con frecuencia, esto los lleva a sentirse frustrados por la
distancia que existe entre el poder que los demás suponen que tienen y el que en realidad
poseen. Brecha entre la percepción y la realidad del poder.
La brecha entre nuestro verdadero poder y lo que la gente espera de nosotros es lo que
genera las presiones más difíciles que debe soportar cualquier jefe de Estado.
Era el poder mismo lo que estaba sufriendo mutaciones muy profundas. Los poderosos
tienen cada vez más limitaciones para ejercer el poder que sin duda poseen. El poder es
cada vez más débil, más transitorio, más limitado. No significa que en el mundo no haya
muchísima gente e instituciones con un inmenso poder. Pero el poder se está volviendo
cada vez más débil y, por tanto, más efímero.
1. La degradación del poder
El poder -la capacidad de lograr que otros hagan o dejen de hacer algo- está
experimentando una transformación histórica y trascendental.
El poder se está dispersando cada vez más y los grandes actores tradicionales (gobiernos,
ejércitos, empresas, sindicatos, etc.) se ven enfrentados a nuevos y sorprendentes rivales,
algunos mucho más pequeños en tamaño y recursos. Además, quienes controlan el poder
ven más restringido lo que pueden hacer con él.
El poder está fluyendo de quienes tienen más fuerza bruta a quienes tienen más
conocimientos, de los países del norte a los del sur y de Occidente a Oriente, de lo viejos
gigantes empresariales a empresas más jóvenes y ágiles, de los dictadores aferrados al
poder a la gente que protesta en plazas y calles y, en algunos países, hasta comenzamos a
ver cómo va pasando de hombres a mujeres y de los más viejos a los jóvenes.
El poder mismo está sufriendo una transformación fundamental. El poder está perdiendo
eficacia, se está degradando.
El poder ya no es lo que era. En el siglo XXI el poder es más fácil de adquirir, más difícil de
utilizar y más fácil de perder. Desde las salas de juntas y las zonas de combate hasta el
ciberespacio, las luchas de poder son tan intensas como lo han sido siempre, pero cada vez
dan menos resultados.
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¡Descarga El fin del poder, de Moisés Naim y más Resúmenes en PDF de Ciencia Política solo en Docsity!

Naim, Moisés. El fin del poder

Prefacio

El poder puede parecer abstracto, pero para quienes están más en sintonía con él -es decir,

los poderosos-, sus oscilaciones se viven de una manera muy concreta. Al fin y al cabo, las

personas con poder son quienes mejor detectan tanto sus posibilidades como los límites de

lo que pueden hacer con él. Con frecuencia, esto los lleva a sentirse frustrados por la

distancia que existe entre el poder que los demás suponen que tienen y el que en realidad

poseen. Brecha entre la percepción y la realidad del poder.

La brecha entre nuestro verdadero poder y lo que la gente espera de nosotros es lo que

genera las presiones más difíciles que debe soportar cualquier jefe de Estado.

Era el poder mismo lo que estaba sufriendo mutaciones muy profundas. Los poderosos

tienen cada vez más limitaciones para ejercer el poder que sin duda poseen. El poder es

cada vez más débil, más transitorio, más limitado. No significa que en el mundo no haya

muchísima gente e instituciones con un inmenso poder. Pero el poder se está volviendo

cada vez más débil y, por tanto, más efímero.

1. La degradación del poder

El poder -la capacidad de lograr que otros hagan o dejen de hacer algo- está

experimentando una transformación histórica y trascendental.

El poder se está dispersando cada vez más y los grandes actores tradicionales (gobiernos,

ejércitos, empresas, sindicatos, etc.) se ven enfrentados a nuevos y sorprendentes rivales,

algunos mucho más pequeños en tamaño y recursos. Además, quienes controlan el poder

ven más restringido lo que pueden hacer con él.

El poder está fluyendo de quienes tienen más fuerza bruta a quienes tienen más

conocimientos, de los países del norte a los del sur y de Occidente a Oriente, de lo viejos

gigantes empresariales a empresas más jóvenes y ágiles, de los dictadores aferrados al

poder a la gente que protesta en plazas y calles y, en algunos países, hasta comenzamos a

ver cómo va pasando de hombres a mujeres y de los más viejos a los jóvenes.

El poder mismo está sufriendo una transformación fundamental. El poder está perdiendo

eficacia, se está degradando.

El poder ya no es lo que era. En el siglo XXI el poder es más fácil de adquirir, más difícil de

utilizar y más fácil de perder. Desde las salas de juntas y las zonas de combate hasta el

ciberespacio, las luchas de poder son tan intensas como lo han sido siempre, pero cada vez

dan menos resultados.

Esto no quiere decir que el poder haya desaparecido ni que no existan todavía personas

que lo poseen, y en abundancia. Los presidentes de Estados Unidos y China, los consejeros

delegados de J.P. Morgan, Shell Oil o Microsoft, la directora de The New York Times, la

directora del FMI y el Papa siguen ejerciendo un poder inmenso. Pero menos que el que

tenían sus predecesores. Las personas que ocuparon esos cargos con anterioridad no sólo

tenían que hacer frente a menos rivales, sino que también estaban sometidos a menos

limitaciones -las que imponen el activismo ciudadano, los mercados financieros mundiales,

el escrutinio de los medios de comunicación o la proliferación de rivales- a la hora de utilizar

ese poder. Como consecuencia, los poderosos de hoy suelen pagar por sus errores un

precio más elevado y más inmediato que sus predecesores. A su vez, su reacción ante esta

nueva realidad está alterando el comportamiento de las personas sobre las que ejercen el

poder que tienen y poniendo en marcha una reacción en cadena que afecta a todos los

aspectos de la interacción humana.

Lo que le ha sucedido al poder es la erosión, y en algunos casos la desaparición, de las

barreras que antes hacían que el mundo de los campeones fuera un recinto pequeño,

cerrado y estable. Los obstáculos para comprender las tácticas, adquirir dominio del juego y

abrirse camino a la cima ya no logran impedir que nuevos rivales se enfrenten a quienes

reinan en esa cima.

El colapso de las barreras está transformando la política local y la geopolítica, la

competencia entre empresas para atraer consumidores o entre las grandes religiones para

atraer creyentes, así como las rivalidades entre organizaciones no gubernamentales,

instituciones intelectuales, ideologías y escuelas de ciencia y pensamiento filosófico. En

todos los lugares en los que el poder importa, se está degradando y pierde potencia.

Geopolítica. Los estados soberanos se han cuadruplicado desde los años cuarenta; además,

hoy compiten, luchan o negocian no sólo entre sí, sino también con numerosas

organizaciones trasnacionales y no estatales.

Cuando las naciones-estado van a la guerra, el poder militar abrumador cuesta menos que

antes. Las guerras son cada vez más asimétricas, con el enfrentamiento de grandes fuerzas

militares con otras más pequeñas y heterodoxas: rebeldes, movimientos separatistas.

grupos insurgentes, milicias. El resultado de los conflictos asimétricos actuales tiene más

probabilidades de decidirse en función de las estrategias políticas y militares de los dos

bandos que de la pura fuerza militar. Factor importante: el bando más débil tiene cada vez

más capacidad de infligir daños al adversario con un coste inferior (armamento casero).

Los dictadores y los jefes de los partidos también han visto cómo disminuye su poder y se

reduce su número. Debilidad de las maquinarias políticas para tomar decisiones

unilaterales.

El mundo económico también se está viendo afectado por esta tendencia. Es indudable que

los ingresos y la riqueza están cada vez más concentrados, pero incluso el tan mencionado 1

por ciento de los más ricos en Estados Unidos ha dejado de ser inmune a los cambios

repentinos de riqueza, poder y estatus (caída mayor que el resto de la población por la Gran

Recesión de 2008). Firmas relativamente recién llegadas están desplazando a los gigantes

empresariales tradicionales. En el mundo de las finanzas, los bancos están perdiendo poder

alfabetización, la mortalidad infantil, la nutrición, los niveles de renta, los logros educativos

y el desarrollo humano muestran un mundo que ha experimentado -junto con las

percepciones y las actitudes- cambios profundos que influyen de forma directa en la manera

de obtener, conservar y perder el poder.

Los cambios que aquí discutimos han beneficiado a los innovadores y a nuevos

protagonistas en muchos campos; entre ellos, por desgracia a delincuentes, terroristas,

insurgentes, piratas informáticos, traficantes, falsificadores y ciberdelincuentes. Han creado

oportunidades para los activistas en pro de la democracia, pero también para partidos

políticos radicales con programas muy concretos o extremistas, y han abierto formas

alternativas de adquirir influencia política que sortean o derriban la rígida estructura interna

y formal del sistema político, tanto en los países democráticos como en los autoritarios.

Los “pequeños actores” son muy distintos unos de otros pero tienen en común el hecho de

que ya no dependen del tamaño, la geografía, la historia ni la tradición para tener

influencia. Pequeñas e incipientes organizaciones logran operar rápidamente en el ámbito

internacional y tener repercusiones globales. Representan el ascenso de un nuevo tipo de

poder -micropoder- que antes tenía escasas posibilidades de éxito. Hoy en día, lo que está

transformando el mundo está relacionado, más que con la rivalidad entre los megaactores,

con el ascenso de los micropoderes y su capacidad para desafiarlos con éxito.

La degradación del poder no significa la extinción de los mega-actores. Las grandes

burocracias de los estados, los grandes ejércitos, las grandes empresas y las grandes

universidades tendrán más límites y restricciones que nunca, pero desde luego seguirán

siendo importantes, y sus acciones y decisiones seguirán teniendo un peso enorme. Pero

menos que antes. A los actores tradicionales les costará cada vez más tener el poder al que

aspiran o incluso el que siempre han tenido. Y, aunque pueda parecer inequívocamente

positivo que los poderosos sean menos poderosos que antes, su degradación puede

también crear inestabilidad, desorden y parálisis ante problemas complejos.

La degradación del poder no se debe a internet ni a las tecnologías de la información en

general. Es innegable que internet, las redes sociales y otras herramientas están

transformando la política, el activismo, la economía y, por supuesto, el poder. Pero ese

papel, importante, se exagera y malinterpreta con demasiada frecuencia.

Primavera Árabe: el primer y más importante motor de la protesta fue la realidad

demográfica de los jóvenes en países como Túnez, Egipto y Siria, personas más sanas y

mejor preparadas que nunca, pero sin trabajo y profundamente frustradas. Además, las

mismas tecnologías de la información que dan poder a los ciudadanos han servido también

para crear nuevas vías de vigilancia, represión y control gubernamental.

La obsesión sobre quién está en declive y quién en ascenso en el plano geopolítico es una

distracción , porque cada nueva hornada de vencedores hace un hallazgo desagradable: que

quienes tengan poder en el futuro encontrarán opciones muy limitadas que hacen que su

capacidad de actuar se reduzca en aspectos que seguramente no habían previsto y que sus

predecesores no sufrieron.

Además, el efecto acumulado de estos cambios ha agudizado la corrosión de la autoridad y

la moral, así como la legitimidad de los poderosos en general. Todas las encuestas de

opinión revelan que una importante tendencia mundial es la pérdida de confianza en los

líderes políticos, en los “expertos”, las instituciones públicas, los empresarios y los medios

de comunicación. La gente considera que los líderes de la sociedad son menos creíbles y

dignos de confianza. Y los ciudadanos están mejor informados, tienen otros valores y son

más conscientes de las muchas otras opciones que tienen. Las actitudes hacia el poder y los

poderosos están cambiando a gran velocidad.

Vivimos en una época en la que, por paradójico que parezca, conocemos y comprendemos

los problemas mejor que nunca, pero parecemos incapaces de afrontarlos de manera

decisiva y eficaz. La razón de esta realidad frustrante y peligrosa es con frecuencia muy

clara: nadie tiene el poder suficiente para hacer lo que se sabe que hay que hacer.

El amor, el sexo, la fe y otros impulsos y emociones también son motivaciones humanas

fundamentales. Pero igual de indudable es que el poder siempre ha motivado a la gente. Y,

tal como siempre ha sucedido, el poder estructura la sociedad, contribuye a regir las

relaciones y a organizar las interacciones entre las personas dentro de cada comunidad y

entre las comunidades y naciones. El poder es un factor en todos los ámbitos en los que

luchamos, rivalizamos o nos organizamos : la política internacional y la guerra, la política

nacional, la economía, la investigación científica, la religión, la filantropía, el activismo social,

y en general en las relaciones sociales y culturales de todo tipo. El poder también está

presente en nuestras relaciones más íntimas de amor y parentesco, en nuestro lenguaje e

incluso en nuestros sueños.

Mi enfoque es práctico. El propósito es entender qué hace falta para adquirir poder,

conservarlo y perderlo. Definición Naím: el poder es la capacidad de dirigir o impedir las

acciones actuales o futuras de otros grupos e individuos. O, dicho de otra forma, el poder

es aquello con lo que logramos que otros tengan conductas que, de otro modo, no habrían

adoptado.

Dahl: “A tiene poder sobre B en la medida en que puede conseguir que B haga algo que de

otra manera no haría”. Desde esta perspectiva surgen diferentes maneras de imponer la

voluntad del poderoso -la influencia, la persuasión, la coacción-, pero todas persiguen lo

mismo: que otros hagan o dejen de hacer algo.

Si bien no hay duda de que el poder es una motivación humana muy básica, tampoco la hay

acerca de que es una fuerza “relacional” , en el sentido de que implica inevitablemente una

relación entre dos o más protagonistas. No basta medir el poder mediante indicadores

indirectos, como quién tiene el ejército más grande, las mayores fortunas, la mayor

población o el mayor número de votantes o fieles. Nadie se pasea con una cantidad fija y

cuantificable de poder, porque, en realidad, el poder de cualquier persona o institución

varía entre una situación y otra. En la medida en que las partes implicadas pasan de una

situación a otra, sus respectivas capacidades de dirigir o impedir las acciones de los demás -

en otras palabras, su poder- también varían. Cuanto menos cambian los actores y sus

atributos, más estable se vuelve ese reparto concreto de poder. Y cuando el número, la

identidad, las motivaciones, las capacidades y los atributos de los actores cambian,

también lo hace el reparto de poder.

experimentar el poder más como una coacción moral -o económica- que como una fuerza

física.

El poder es difícil de medir; de hecho, es imposible hacerlo. Sólo es posible identificar sus

agentes, sus fuentes y sus manifestaciones.

Existe una manera productiva de hablar del poder. No cabe duda de que el poder tiene un

componente material y otro psicológico, una parte tangible y otro que existe en nuestra

mente. Como fuerza, el poder es difícil de clasificar y cuantificar. Sin embargo, como

dinámica que configura una situación concreta, puede evaluarse, igual que sus límites y su

alcance.

Lo que le está pasando al poder es que las maneras de obtenerlo, usarlo y perderlo ya no

son las que eran.

El poder se expresa de cuatro formas principales. Podemos llamarlas “los canales a través

de los cuales se ejerce el poder” :

1) La fuerza: es el canal más obvio y conocido. La fuerza, o la amenaza de emplear la fuerza,

es el instrumento contundente a través del cual se ejerce el poder en situaciones

extremas. También puede consistir en el control exclusivo de un recurso esencial y la

capacidad de ofrecerlo o negarlo. La existencia de este tipo de poder no siempre es mala. El

uso legítimo de la violencia es un derecho que los ciudadanos conceden al Estado a cambio

de que les dé protección, orden público y estabilidad. La fuerza se basa en la coacción.

Obedecemos porque sabemos que, de no hacerlo, pagaremos las consecuencias.

2) El código : es la obediencia debido a la moral, la tradición, las costumbres culturales, las

expectativas sociales, las creencias religiosas y los valores transmitidos a través de

generaciones o impartidos a los niños en las escuelas. Vivimos en un universo de códigos

que a veces seguimos y a veces no. Este cauce del poder no emplea la coacción, sino que

activa nuestro sentimiento de obligación moral.

3) El mensaje : es la capacidad de persuadir a otros y hacerles ver la situación de tal forma

de que se sientan impulsados a promover los objetivos o intereses del persuasor. Se altera

la percepción de la situación.

4) La recompensa : cualquier persona con la capacidad de ofrecer recompensas materiales

dispone de una importante ventaja a la hora de lograr que otros se comporten de manera

coincidente con sus intereses. Puede cambiar la estructura de la situación.

Estos cuatro canales son tipos ideales. En el ejercicio del poder en situaciones concretas

tienden a mezclarse, a combinarse.

MacMillan observó que en cualquier interacción en torno al poder, una de las partes

manipula la situación de tal manera que repercute en las acciones de la otra parte. Pero esta

manipulación puede adoptar diferentes formas dependiendo de las respuestas a dos

preguntas:

1) ¿La manipulación cambia la estructura de la situación actual o cambia la valoración

que hace la otra parte de la situación?

2) ¿La manipulación ofrece a la otra parte una mejora o la empuja a aceptar un

resultado que no es una mejora?

El respectivo papel relativo de la fuerza (coacción), el código (obligación), el mensaje

(persuasión) y la recompensa (iniciativa) determina las respuestas a esas preguntas en

cualquier situación real.

Tres grandes ventajas del enfoque de MacMillan:

1) Va directamente al aspecto práctico del poder. Pregunta: a) de qué herramientas

dispone cada líder -y sus oponentes y aliados- para influir sobre una situación y b)

qué alcance y qué límites existen para transformar la situación.

2) Puesto que su enfoque es estratégico y se centra en el poder como dinámica, se

puede aplicar a cualquier ámbito.

3) Nos permite distinguir entre conceptos como poder, poderío, fuerza, autoridad e

influencia. Tanto el poder como la influencia pueden cambiar el comportamiento de

otros o, concretamente, hacer que otros hagan o dejen de hacer algo. Pero la

influencia pretende cambiar la percepción de la situación, no la situación en sí. La

influencia es una subcategoría del poder.

Pensemos el poder como la capacidad de distintos actores de influir en el resultado de una

negociación. Cualquier competencia o conflicto depende de cómo se distribuye el poder.

Esa distribución refleja la capacidad de las partes de apoyarse en una combinación de

fuerza, código, mensaje y recompensa para lograr que otros actúen de la manera que más

le conviene a quien más poder. A veces, esa distribución de poder permanece estable

durante largo tiempo: equilibrio de poder, la Guerra Fría, la estructura de ciertos mercados.

Sin embargo, en cuanto un tercero logra adquirir la capacidad de proyectar con más

eficacia su fuerza, invoca la tradición o el código moral de manera más atractiva, presenta

un mensaje más convincente u ofrece una recompensa mayor, el poder cambia, se pierde

fijación de precios y el trabajo de lobby con políticos para obtener ventajas especiales de los

gobiernos; 4) publicidad directa o indirecta, las promociones especiales, los descuentos para

compradores frecuentes y otras herramientas comerciales parecidas.

No es de extrañar que se dedique un considerable ardor competitivo , no solo en el mundo

empresarial sino también en otros terrenos, a construir o derribar las barreras en torno al

poder ; es decir, a cambiar las normas y los requisitos con el fin de alterar la situación. Es una

realidad que se observa sobre todo en la política: modificación de distritos electorales, cupo

de género, etc.

Las barreras en torno al poder son los obstáculos que impiden que nuevos actores

desplieguen suficiente fuerza, código, mensaje y recompensa, por separado o combinados,

para tener posibilidades de competir; y que, a la inversa, permiten que partidos, empresas,

ejércitos, iglesias, fundaciones, universidades, periódicos y sindicatos (o cualquier otro tipo

de organización) que ocupan una posición dominante conserven ese dominio.

Durante muchos decenios, incluso siglos, las barreras del poder dieron cobijo a ejércitos,

empresas, gobiernos, partidos e instituciones sociales y culturales de gran tamaño. Ahora

esas barreras están desmoronándose, erosionándose, agrietándose o volviéndose

irrelevantes.

3. Cómo el poder se hizo grande Primeros años del siglo XX : aparecen ideas compartidas sobre cómo se obtiene, acumula, conserva y ejerce el poder. El poder necesitaba tamaño, dimensión y una organización fuerte, centralizada y jerárquica. Independientemente de que dicha organización fuera General Motors, la Iglesia católica o el Ejército Rojo, la respuesta a la pregunta de cómo adquirir y retener el máximo poder posible era evidente: haciéndose grande. Los historiadores han identificado el germen de la burocracia moderna en sistemas de gobierno que se remontan a la Antigüedad, en concreto a China, Egipto y Roma. En el siglo XX, los países de todo el mundo, tanto los que tenían economías de libre mercado como los socialistas, tanto los gobernados por un partido único como las democracias más sólidas, compartieron su fe y su compromiso con una gran administración central; es decir, una burocracia. Lo mismo sucedió en la vida económica. Weber: la clave para ejercer el poder en la sociedad moderna es la organización burocrática. Características de las organizaciones burocráticas: puestos de trabajo específicos, con derechos, obligaciones, responsabilidades y límites a su autoridad, detallados y bien conocidos, así como un sistema claro de supervisión, subordinación y unidad de mando. Algo muy importante era que los mecanismos internos de las organizaciones burocráticas se apoyaban en la aplicación de normas coherentes y exhaustivas a todos los empleados, independientemente de su condición socioeconómica y sus vínculos familiares, religiosos o políticos. Como resultado, las contrataciones, las responsabilidades y los ascensos dependían de la competencia, el mérito individual y la experiencia, y no, como hasta entonces, de las relaciones familiares o personales.

Weber demostró que las estructuras racionales, profesionalizadas, jerárquicas y centralizadas estaban extendiéndose en todos los ámbitos, desde los partidos políticos hasta los sindicatos, las “estructuras eclesiásticas” y las grandes universidades. “A la hora de establecer el carácter de la burocracia no importa que su autoridad sea ‘privada’ o ‘pública’ -escribió-. Cuando se lleva a cabo la burocratización total de una administración -concluía-, se establece una forma de relación de poder que es prácticamente inquebrantable”. Uno de los catalizadores de la difusión de la burocratización fue el estallido de la Primera Guerra Mundial. No basta con controlar grandes recursos como el dinero, las armas o los seguidores. Estos son requisitos necesarios para tener poder, pero sin una forma eficiente de gestionarlos, el poder que crean es menos eficaz, más pasajero, o ambos. El mensaje central de Weber era que, sin una organización fiable y competente, o -por usar sus términos- sin una burocracia, era imposible ejercer verdaderamente el poder. El ascenso de los micropoderes plantea la perspectiva de que es posible que el poder se haya desvinculado del tamaño y la escala. No cabe duda de que el poder altamente concentrado existe, de que la riqueza se ha venido concentrando, de que muchos de quienes tienen dinero se alían, o compran a políticos y gobernantes. Pero quienes hoy en día tienen poder pueden hacer menos con él. Entre otras razones porque hay muchos otros con el mismo poder que se limitan su ámbito de acción o porque, cada vez más, los poderosos -en los negocios, la política, el gobierno, los medios de comunicación o la guerra- les aparecen nuevos e inusitados rivales que les reducen, o hasta les arrebatan, el poder.

4. ¿Por qué el poder está perdiendo fuerza? Numerosos nuevos actores están haciendo temblar el viejo orden. No todos son respetables o dignos de encomio, pero todos contribuyen a la degradación del poder de quienes hasta ahora lo habían ejercido de manera más o menos asegurada: los grandes ejércitos, partidos políticos, sindicatos, conglomerados empresariales, iglesias o canales de televisión. Son los micropoderes: actores pequeños, desconocidos o antes insignificantes, que han encontrado formas de socavar, acorralar o desmontar a las megapotencias, esas grandes organizaciones burocráticas que antes dominaban sus ámbitos de actuación. De acuerdo con los principios del pasado, los micropoderes deberían ser tan solo irritantes, transitorios y no tener mayores consecuencias. Al carecer de escala, coordinación, recursos o prestigio previo, no deberían hacerlo poco tiempo, antes de acabar aplastados o absorbidos por uno de sus rivales dominantes. Pero no es así. De hecho, en muchos casos está ocurriendo todo lo contrario. Los micropoderes están bloqueando a los actores establecidos muchas oportunidades que antes daban por descontadas. En ocasiones, los micropoderes incluso llegan a imponerse a los actores largamente establecidos. Raras veces avasallan a la competencia y expulsan a los grandes poderes de siempre. Los micropoderes no suelen tener los recursos -o la necesidad- de enfrentarse frontalmente a las grandes organizaciones dominantes. Su ventaja reside precisamente en que no están lastrados por el tamaño, la escala, la cartera histórica de activos y recursos, la centralización o las rígidas jerarquías que los megaactores tienen y han dedicado tanto tiempo a cultivar y gestionar. Para triunfar, los micropoderes recurren a nuevas ventajas y técnicas. Desgastan, obstaculizan, socavan, sabotean y son más ágiles y rápidos que los grandes actores , de tal manera que estos últimos, a pesar de sus vastos recursos, con frecuencia se encuentran mal equipados y mal

Este movimiento de gente se produce en un contexto de crecimiento explosivo de la circulación de bienes, servicios, dinero, información e ideas. Ejercer el poder significa no solo mantener el control y la coordinación de un territorio real o figurado, sino también vigilar sus fronteras. Ocurre así en una nación-estado, pero también en una empresa que domina un mercado concreto, un partido político que depende de una determinada circunscripción geográfica o un padre que quiere tener cerca a sus hijos. El poder necesita un público cautivo. En situaciones en las que los ciudadanos, votantes, inversores, trabajadores, feligreses o clientes tienen pocas o ninguna salida, no les queda más remedio que aceptar las condiciones de las instituciones que tienen delante (o encima…). No obstante, c uando las fronteras se vuelven porosas y la población gobernada -o controlada- es más móvil, a las organizaciones establecidas se les complica mantener su dominio. Como es inevitable, la mayor sencillez de los viajes y el transporte y las formas más rápidas y baratas de enviar información, dinero u objetos valiosos facilitan la vida a los aspirantes y se la dificultan a quienes ya tienen el poder.

3. Revolución de la mentalidad. Huntington afirmó que una causa fundamental de inestabilidad social y política en los países en vías de desarrollo era que las expectativas de la población crecían a más velocidad que la capacidad de cualquier gobierno para satisfacerlas. Las revoluciones del más y de la movilidad han creado una nueva clase media, vasta y en rápido crecimiento, cuyos miembros son muy conscientes de que otros disfrutan de mucha más prosperidad, libertad o satisfacción personal que ellos. Y esa información nutre su esperanza de que no es imposible alcanzarlos algún día. Esta “revolución de las expectativas crecientes”, y la inestabilidad política que genera la brecha entre lo que la gente espera y lo que su gobierno puede darles en términos de más oportunidades o mejores servicios, se han vuelto globales. Mientras en los países en vías de desarrollo la clase media está creciendo, en la mayoría de los países ricos está contrayéndose. Y tanto en la expansión como en la contracción de las clases medias generan agitación política. Las clases medias acosadas salen a las calles y luchan para proteger su nivel de vida; a su vez, las clases medias en expansión protestan para obtener más y mejores bienes y servicios. Se ha producido un profundo cambio de expectativas y criterios, no solo en las sociedades liberales, sino incluso en las más rígidas. Es inevitable que se agudicen las diferencias generacionales de mentalidad y visión del mundo. La inclinación de los jóvenes a poner en duda la autoridad y desafiar al poder se ve reforzada hoy por las revoluciones del más y de la movilidad. Ronald Inglehart ha documentado cambios profundos de actitud respecto a las diferencias de género, la religión, el gobierno y la globalización. Una de sus conclusiones sobre estos cambios de mentalidad es que existe cada vez más consenso mundial sobre la importancia de la autonomía individual y la igualdad de género, así como la correspondiente intolerancia popular hacia el autoritarismo. Por otro lado, las encuestas ofrecen amplias evidencias que indican una tendencia igualmente profunda pero más preocupante: en las democracias maduras, la confianza de la población en los dirigentes y las instituciones de gobernanza democrática, como los parlamentos, los partidos políticos y el aparato judicial, no solo es escasa sino que muestra un declive prolongado. Globalización, urbanización, cambios en la estructura familiar, la aparición de nuevos sectores y oportunidades, la extensión del inglés como lengua franca mundial: todos estos factores han tenido consecuencias en todas las esferas, pero ha sido en las actitudes donde han causado el mayor

efecto. De hecho, el mensaje que transmiten estos cambios es la importancia cada vez mayor de la ambición como motor de nuestras acciones y conductas. Las repercusiones de la revolución de la mentalidad en el poder han sido muchas y complejas. La combinación de los nuevos valores globales y el incremento de las conductas impulsadas por la ambición es el mayor desafío de todos para la base moral del poder. Ayuda a difundir la idea de que las cosas no tienen por qué ser como han sido siempre, que siempre hay, en algún lugar y de alguna manera, algo mejor. Engendra escepticismo y desconfianza respecto a cualquier autoridad, y una resistencia a dar por descontado cualquier reparto de poder. Los cambios de poder que estamos viendo a nuestro alrededor -que incluyen y trascienden la ascensión y desaparición de empresas- se corresponden, sin duda, con las previsiones de Schumpeter sobre la “destrucción creativa”. Sin embargo, el argumento de este libro es que esto mismo está sucediendo en otros ámbitos de la actividad humana que no están relacionados con las empresas o la economía y en los cuales hay fuerzas similares que también están provocando cambios disruptivos. El poder y las tres revoluciones: Revolución del más Revolución de la movilidad Revolución de la mentalidad Aplasta las barreras: “Más difícil de controlar y coordinar” Rodea las barreras: “Se acabó el público cautivo” Socava las barreras: ya no hay nada por descontado Fuerza (uso posible o real de la coacción) ¿Pueden mantener el control las leyes o los ejércitos cuando la gente es más numerosa, más sana y está mejor informada? Las jurisidicciones y los límites de mercado son porosos y escurridizos; las fronteras son más difíciles de vigilar El respeto automático a la autoridad deja de existir Código (obligación moral y tradicional) ¿Pueden estar las afirmaciones morales a la altura de las realidades materiales cambiantes y del aumento de información? La ambición asalta todas las certidumbres Los valores universales son más importantes que el dogma Mensaje (persuasión, apelación ¿Un gran mercado es una ventaja cuando Existe la conciencia de que las alternativas El escepticismo y las mentalidades están

La descentralización y el traspaso de competencias de los gobiernos centrales a regiones, alcaldías y otros organismos locales están creando en muchos países una nueva realidad política que refleja que las decisiones se toman más en el ámbito local que por el gobierno nacional. Ni siquiera presidir un gobierno autoritario es ahora algo tan seguro y poderoso como lo era antes. La imagen de Gulliver atado al suelo por miles de minúsculos liliputienses capta bien la situación de los gobiernos en estos tiempos: gigantes paralizados por una multitud de micropoderes. Cada vez más,y en todas partes, nuevos e improbables líderes irrumpen súbitamente en la política ignorando las reglas, procedimientos y hasta las costumbres en las que tradicionalmente se han basado los partidos para seleccionar a sus candidatos o definir sus estrategias. Quizás parezca que estamos hablando de una democracia sana y deseable, con un sistema de controles y contrapesos que impide los abusos de poder y regula la conducta de quienes lo ejercen. En cierta medida es así. Sin embargo, la fragmentación del sistema político está creando una situación en la que la obstrucción sistemática, la paralización o la demora en la toma de decisiones y la tendencia a adoptar políticas públicas que reflejan el mínimo común denominador que hace posible el apoyo de todos los interesados, pero que diluye o anula el impacto de esa política, son realidades cada vez más comunes en todo el mundo. Esto está erosionando gravemente la calidad de las políticas públicas y la capacidad de los gobiernos para satisfacer las expectativas de los votantes o resolver problemas urgentes. El ejercicio de la política es una posibilidad mucho menos distante; el círculo de líderes es un club mucho menos exclusivo. Al cuadruplicarse los estados soberanos en poco más de medio siglo, muchas barreras de acceso al verdadero poder se han vuelto menos intimidantes. No debemos restar importancia a los cambios causados por esta primera oleada de fragmentación del poder solo porque nos resultan tan conocidos. La proliferación de democracias y el declive de las autocracias. Sin duda hubo factores locales, pero Huntington señalaba también algunas corrientes importantes. La mala gestión económica de muchos gobiernos autoritarios menguó su apoyo popular. Una clase media en ascenso exigió mejores servicios públicos, más participación e, inevitablemente, más libertades políticas. Los gobiernos y activistas occidentales fomentaron la disidencia y ofrecieron incentivos y apoyos a los gobiernos reformistas. La incorporación a la OTAN o a la Unión Europea o el acceso a los fondos de las instituciones financieras internacionales eran parte de los premios que esperaban a los países que iniciaran transiciones a la democracia. Una Iglesia católica de renovado activismo bajo el papado de Juan Pablo II fortaleció a la oposición en Polonia, El Salvador y Filipinas. Y, sobre todo, los éxitos engendraron más éxitos, en un proceso acelerado por el nuevo alcance y la nueva velocidad de los medios de masas. El noble arte de gobernar hoy depende de una habilidad mucho más manipulativa y pragmática: la de formar y mantener una coalición. Las componendas que requieren las coaliciones dan a los partidos pequeños más poder para exigir a cambio de su apoyo concesiones políticas, puestos ministeriales u otras ventajas. En un entorno electoral disperso y fragmentado no es malo ser un partido pequeño: se tinen más posibilidades de actuar como el fiel de la balanza entre los grandes partidos, lo cual permite tener más poder de lo que justificaría su número de votos. De hecho, los partidos más marginales -los que tienen opiniones extremas, se centran en un solo tema o se dirigen a una base regional- pueden ejercer más poder sin necesidad de comprometer su postura tratando de atraer a los votantes de centro.

Las peleas de las coaliciones revelan los compromisos que tiene que aceptar el “ganador” de unos comicios desde el primer momento. Sin embargo, las coaliciones no son siempre posibles. Los políticos, los partidos y las coaliciones que ya están en el poder gozan de ventajas como el clientelismo, mayor visibilidad de sus líderes y promesas en los medios de comunicación y, en algunos casos, el acceso a recursos públicos. Sin embargo, quienes están en el poder también afrontan vientos electorales en contra: votantes desilusionados por promesas incumplidas, la fatiga de tener a las mismas caras en el poder y el desgaste natural de gobernar. Además, sus adversarios tienen un historial de decisiones y resultados concretos que pueden criticar. Desde la Segunda Guerra Mundial, las coaliciones de gobierno y los gabinetes han tendido cada vez más a terminar su mandato antes de tiempo debido a las luchas políticas internas. Las nuevas circunstancias del poder político ya no son las de antes: los jefes de siempre, los hábiles negociadores que controlan el aparato, las finanzas y la base del partido, ya no mandan tanto como solían hacerlo. A ellos también se les está yendo el poder de las manos. Si bien el Tea Party es un fenómeno muy estadounidense, en otros países también han aparecido movimientos políticos que han sorprendido a las élites políticas tradicionales. Tendencia internacional: en todas las democracias avanzadas, los grandes partidos están dándose cuenta de la distancia que muchas veces hay entre los candidatos elegidos a dedo y a puerta cerrado por quienes controlan la maquinaria partidista, y los candidatos que más entusiasman a las bases del partido y las grandes mayorías de votantes. Antes, los jefes de la maquinaria política solían imponer a los candidatos del partido para las elecciones, pero ahora cada vez más y en todas partes estos dirigentes se ven obligados a aceptar candidatos que apelan directamente a las bases y a los votantes en general y logran su apoyo. Se ha reducido el poder del “selectorado”, el reducido grupo de personas que tienen voz y voto en la selección de los líderes y candidatos de un partido. La expansión de las primarias es un síntoma significativo de ese cambio. El dinero está convirtiéndose en todo el mundo en un instrumento tan poderoso como antes lo era la ideología para obtener poder político. No obstante, el dinero, por sí solo, no basta en absoluto para tapar los numerosos agujeros por los que se escapa hoy el poder. Más países. Más democracias. Más presiones para compartir el poder incluso en regímenes autoritarios, al tiempo que las democracias ofrecen más opciones dentro y fuera de los partidos políticos. Elecciones más frecuentes, más referendos, más escrutinios y más contendientes. Todas estas tendencias apuntan en una misma dirección: la redistribución y dispersión del poder desde los actores establecidos a nuevos rivales. A todas estas tendencias hay que añadir una más: el poder está fluyendo de las capitales y del brazo ejecutivo hacia los gobiernos regionales y locales (descentralización). Los nuevos centros de poder abren nuevas oportunidades para los políticos que no encuentran cabida en los partidos dominantes. En toda Europa han surgido partidos de izquierdas, derechas, ecologistas, regionalistas, monotemáticos y, en ciertos casos, algo excéntricos. Todos ellos están aprovechando las nuevas tribunas para obtener respetabilidad y arrebatar votos a los partidos tradicionales. Un voto a su favor ya no es un voto desperdiciado; su reducido tamaño o sus posturas marginales han dejado de ser obstáculos para tener importancia. Estos partidos “alternativos” pueden estropear, desconcentrar, retrasar e incluso vetar las decisiones de los partidos grandes y sus coaliciones. Siempre han existido pequeños partidos “piratas”, pero hoy son más numerosos y su

-Gobiernos atados de pies y manos. La degradación del poder ha limitado la autonomía de actuación del poder ejecutivo. En el pasado, los gobiernos podían intentar transformar el paisaje político, modificando las reglas electorales, aprobando enmiendas constitucionales o imponiendo leyes de emergencia. Hoy todavía pueden ensayar medidas así, pero cada vez es más habitual que tengan que enfrentarse a escrutinios y actuaciones procedentes de fuera de la política convencional. -Llegó la hipercompetencia a la política. Con la dispersión del poder político se han difuminado los límites entre las diferentes categorías de actores: partidos políticos (grandes y pequeños, dominantes y marginales, revolucionarios o conservadores), grupos activistas, prensa, votantes, etc. Como las barreras a la participación son más bajas que nunca, el número de candidatos y grupos que compiten entre sí por votos, donantes, cargos, presupuestos, la atención de los medios de comunicación y el apoyo de los votantes ha aumentado sustancialmente. En política, la competencia siempre ha existido. Pero ahora no solo se ha intensificado, sino que han cambiado los competidores y las normas que rigen dicha competencia. -Más poder para los individuos. El creciente papel de los individuos -no políticos, no profesionales- es tal vez la consecuencia más apasionante y estimulante de la centrifugadora política. Es resultado de la caída de las barreras financieras, jurídicas, organizativas y culturales que separaban a los profesionales de la política del ciudadano común. El declive de los grandes partidos políticos y la proliferación de métodos directos e inmediatos para entrar en la arena política han debilitado estas barreras. Esta evolución abre más posibilidades para variaciones y adaptaciones de la democracia directa, pero también abre posibilidades menos deseables: candidatos carismáticos o bien financiados (o ambas cosas) tienen ahora más posibilidades de obviar el escrutinio y los procesos de selección de los partidos políticos e irrumpir en la competencia por los votos simplemente con promesas atractivas para la población, una personalidad atractiva y mucho dinero para financiar su campaña electoral. Las democracias comienzan a perder eficacia a medida que las decisiones necesarias -y hasta las más urgentes- que debe tomar el gobierno se ven impedidas, diluidas o pospuestas como resultado de la fragmentación del poder y la proliferación de grupos e individuos con capacidad para bloquear procesos y decisiones, pero sin el poder de imponer un programa o una estrategia. El único efecto de la centrifugadora política común a todas partes es que complica el panorama político y borra los viejos modelos y costumbres. La única certeza es que va a seguir haciéndolo.

6. Pentágonos contra piratas: el poder menguante de los grandes ejércitos Los terroristas, insurgentes, piratas, guerrilleros y delincuentes no son nada nuevo. Pero, para adaptar una conocida frase de Churchill, en el terreno del conflicto humano, nunca tan pocos tuvieron la posibilidad de hacer tanto daño tantos a un precio tan bajo. Es decir, también en el ámbito de los conflictos armados los micropoderes, aunque no suelen ganar, le están haciendo la vida más difícil a las fuerzas armadas más grandes y costosas del mundo. La capacidad cada vez mayor de pequeños y ágiles grupos de combatientes para defender sus intereses, al tiempo que causan daños importantes a enemigos militares mucho mayore y más establecidos, es una de las maneras en que ha cambiado el ejercicio del poder mediante la fuerza;

otra es que los estados con ejércitos tradicionales son menos capaces y están menos dispuestos a hacer pleno uso del inmenso poder destructivo del que disponen. John Arquilla: el mundo ha entrado en “una era de guerra irregular perpetua”. Cuando se trata de desplegar y utilizar el poder, la fuerza militar representa el medio por excelencia. Mientras que la política intenta persuadir, la guerra -o la amenaza de guerra- busca coaccionar. El poderío militar, medido por el tamaño de un ejército, su equipamiento y su capacidad técnica, es la expresión más extrema del poder. La fuerza armada es la cruda realidad que queda cuando se eliminan las sutilezas de la diplomacia, la persuasión de la publicidad y el poder blando. Hoy en día la guerra ha adoptado distintas formas, y los grandes aparatos militares convencionales tienen dificultades para adaptarse a ellas. El reto para los poderes militares tradicionales como Estados Unidos no es solo cómo responder a un nuevo grupo de enemigos, sino cómo reaccionar a la transformación de la guerra misma, impulsada en buena parte por la cara oscura de las revoluciones del más, de la movilidad y de la mentalidad. Tanto la amplia disponibilidad de materiales para la producción de las bombas “hechas en casa” como de “técnicos” capaces de ensamblarlas son fruto de la revolución del más. Por su parte, la revolución de la mentalidad ha despertado aspiraciones y expectativas que con frecuencia se ven cruelmente frustradas o distorsionadas, y así ha contribuido a movilizar una masa de fanáticos descontentos, criminales y presuntos revolucionarios, quienes hoy en día gozan, además, de gran movilidad. Estas nuevas capacidades no necesitan la jerarquía y la coordinación de las que tanto se enorgullecen los grandes ejércitos del mundo. A medida que han caído las barreras para participar en un conflicto, las ventajas que antes constituían el poderío de esos grandes ejércitos y garantizaban su capacidad de repeler cualquier ataque han perdido parte de su importancia. Al establecer las diferencias entre la guerra de guerrillas y la guerra convencional, Mao llegó a la conclusión de que las dos tienen exigencias totalmente opuestas en materia de tamaño y coordinación. En lenguaje militar actual, las guerras de guerrillas son “irregulares” y “asimétricas”. Son irregulares porque las inicia un adversario que, pese a estar armado, no es una fuerza militar tradicional. Y son asimétricas porque los distintos bandos no poseen el mismo poder militar, a juzgar por su personal y sus equipos. Hoy en día, las guerras irregulares y asimétricas se han convertido en habituales. Las fuerzas pequeñas están triunfando cada vez con más frecuencia, al menos en el sentido de conseguir sus fines y sobrevivir militarmente. Esto se debe en parte a que, en el mundo actual, el recurso a la barbarie por parte el bando más fuerte ya no es aceptable desde el punto de vista político. Lo que distingue al terrorismo moderno es la elevación del terrorismo de un asunto de seguridad interior (que cada país abordaba a su manera) a una preocupación militar de alcance mundial.