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El fin del poder, de Moisés Naim.
Tipo: Resúmenes
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3. Cómo el poder se hizo grande Primeros años del siglo XX : aparecen ideas compartidas sobre cómo se obtiene, acumula, conserva y ejerce el poder. El poder necesitaba tamaño, dimensión y una organización fuerte, centralizada y jerárquica. Independientemente de que dicha organización fuera General Motors, la Iglesia católica o el Ejército Rojo, la respuesta a la pregunta de cómo adquirir y retener el máximo poder posible era evidente: haciéndose grande. Los historiadores han identificado el germen de la burocracia moderna en sistemas de gobierno que se remontan a la Antigüedad, en concreto a China, Egipto y Roma. En el siglo XX, los países de todo el mundo, tanto los que tenían economías de libre mercado como los socialistas, tanto los gobernados por un partido único como las democracias más sólidas, compartieron su fe y su compromiso con una gran administración central; es decir, una burocracia. Lo mismo sucedió en la vida económica. Weber: la clave para ejercer el poder en la sociedad moderna es la organización burocrática. Características de las organizaciones burocráticas: puestos de trabajo específicos, con derechos, obligaciones, responsabilidades y límites a su autoridad, detallados y bien conocidos, así como un sistema claro de supervisión, subordinación y unidad de mando. Algo muy importante era que los mecanismos internos de las organizaciones burocráticas se apoyaban en la aplicación de normas coherentes y exhaustivas a todos los empleados, independientemente de su condición socioeconómica y sus vínculos familiares, religiosos o políticos. Como resultado, las contrataciones, las responsabilidades y los ascensos dependían de la competencia, el mérito individual y la experiencia, y no, como hasta entonces, de las relaciones familiares o personales.
Weber demostró que las estructuras racionales, profesionalizadas, jerárquicas y centralizadas estaban extendiéndose en todos los ámbitos, desde los partidos políticos hasta los sindicatos, las “estructuras eclesiásticas” y las grandes universidades. “A la hora de establecer el carácter de la burocracia no importa que su autoridad sea ‘privada’ o ‘pública’ -escribió-. Cuando se lleva a cabo la burocratización total de una administración -concluía-, se establece una forma de relación de poder que es prácticamente inquebrantable”. Uno de los catalizadores de la difusión de la burocratización fue el estallido de la Primera Guerra Mundial. No basta con controlar grandes recursos como el dinero, las armas o los seguidores. Estos son requisitos necesarios para tener poder, pero sin una forma eficiente de gestionarlos, el poder que crean es menos eficaz, más pasajero, o ambos. El mensaje central de Weber era que, sin una organización fiable y competente, o -por usar sus términos- sin una burocracia, era imposible ejercer verdaderamente el poder. El ascenso de los micropoderes plantea la perspectiva de que es posible que el poder se haya desvinculado del tamaño y la escala. No cabe duda de que el poder altamente concentrado existe, de que la riqueza se ha venido concentrando, de que muchos de quienes tienen dinero se alían, o compran a políticos y gobernantes. Pero quienes hoy en día tienen poder pueden hacer menos con él. Entre otras razones porque hay muchos otros con el mismo poder que se limitan su ámbito de acción o porque, cada vez más, los poderosos -en los negocios, la política, el gobierno, los medios de comunicación o la guerra- les aparecen nuevos e inusitados rivales que les reducen, o hasta les arrebatan, el poder.
4. ¿Por qué el poder está perdiendo fuerza? Numerosos nuevos actores están haciendo temblar el viejo orden. No todos son respetables o dignos de encomio, pero todos contribuyen a la degradación del poder de quienes hasta ahora lo habían ejercido de manera más o menos asegurada: los grandes ejércitos, partidos políticos, sindicatos, conglomerados empresariales, iglesias o canales de televisión. Son los micropoderes: actores pequeños, desconocidos o antes insignificantes, que han encontrado formas de socavar, acorralar o desmontar a las megapotencias, esas grandes organizaciones burocráticas que antes dominaban sus ámbitos de actuación. De acuerdo con los principios del pasado, los micropoderes deberían ser tan solo irritantes, transitorios y no tener mayores consecuencias. Al carecer de escala, coordinación, recursos o prestigio previo, no deberían hacerlo poco tiempo, antes de acabar aplastados o absorbidos por uno de sus rivales dominantes. Pero no es así. De hecho, en muchos casos está ocurriendo todo lo contrario. Los micropoderes están bloqueando a los actores establecidos muchas oportunidades que antes daban por descontadas. En ocasiones, los micropoderes incluso llegan a imponerse a los actores largamente establecidos. Raras veces avasallan a la competencia y expulsan a los grandes poderes de siempre. Los micropoderes no suelen tener los recursos -o la necesidad- de enfrentarse frontalmente a las grandes organizaciones dominantes. Su ventaja reside precisamente en que no están lastrados por el tamaño, la escala, la cartera histórica de activos y recursos, la centralización o las rígidas jerarquías que los megaactores tienen y han dedicado tanto tiempo a cultivar y gestionar. Para triunfar, los micropoderes recurren a nuevas ventajas y técnicas. Desgastan, obstaculizan, socavan, sabotean y son más ágiles y rápidos que los grandes actores , de tal manera que estos últimos, a pesar de sus vastos recursos, con frecuencia se encuentran mal equipados y mal
Este movimiento de gente se produce en un contexto de crecimiento explosivo de la circulación de bienes, servicios, dinero, información e ideas. Ejercer el poder significa no solo mantener el control y la coordinación de un territorio real o figurado, sino también vigilar sus fronteras. Ocurre así en una nación-estado, pero también en una empresa que domina un mercado concreto, un partido político que depende de una determinada circunscripción geográfica o un padre que quiere tener cerca a sus hijos. El poder necesita un público cautivo. En situaciones en las que los ciudadanos, votantes, inversores, trabajadores, feligreses o clientes tienen pocas o ninguna salida, no les queda más remedio que aceptar las condiciones de las instituciones que tienen delante (o encima…). No obstante, c uando las fronteras se vuelven porosas y la población gobernada -o controlada- es más móvil, a las organizaciones establecidas se les complica mantener su dominio. Como es inevitable, la mayor sencillez de los viajes y el transporte y las formas más rápidas y baratas de enviar información, dinero u objetos valiosos facilitan la vida a los aspirantes y se la dificultan a quienes ya tienen el poder.
3. Revolución de la mentalidad. Huntington afirmó que una causa fundamental de inestabilidad social y política en los países en vías de desarrollo era que las expectativas de la población crecían a más velocidad que la capacidad de cualquier gobierno para satisfacerlas. Las revoluciones del más y de la movilidad han creado una nueva clase media, vasta y en rápido crecimiento, cuyos miembros son muy conscientes de que otros disfrutan de mucha más prosperidad, libertad o satisfacción personal que ellos. Y esa información nutre su esperanza de que no es imposible alcanzarlos algún día. Esta “revolución de las expectativas crecientes”, y la inestabilidad política que genera la brecha entre lo que la gente espera y lo que su gobierno puede darles en términos de más oportunidades o mejores servicios, se han vuelto globales. Mientras en los países en vías de desarrollo la clase media está creciendo, en la mayoría de los países ricos está contrayéndose. Y tanto en la expansión como en la contracción de las clases medias generan agitación política. Las clases medias acosadas salen a las calles y luchan para proteger su nivel de vida; a su vez, las clases medias en expansión protestan para obtener más y mejores bienes y servicios. Se ha producido un profundo cambio de expectativas y criterios, no solo en las sociedades liberales, sino incluso en las más rígidas. Es inevitable que se agudicen las diferencias generacionales de mentalidad y visión del mundo. La inclinación de los jóvenes a poner en duda la autoridad y desafiar al poder se ve reforzada hoy por las revoluciones del más y de la movilidad. Ronald Inglehart ha documentado cambios profundos de actitud respecto a las diferencias de género, la religión, el gobierno y la globalización. Una de sus conclusiones sobre estos cambios de mentalidad es que existe cada vez más consenso mundial sobre la importancia de la autonomía individual y la igualdad de género, así como la correspondiente intolerancia popular hacia el autoritarismo. Por otro lado, las encuestas ofrecen amplias evidencias que indican una tendencia igualmente profunda pero más preocupante: en las democracias maduras, la confianza de la población en los dirigentes y las instituciones de gobernanza democrática, como los parlamentos, los partidos políticos y el aparato judicial, no solo es escasa sino que muestra un declive prolongado. Globalización, urbanización, cambios en la estructura familiar, la aparición de nuevos sectores y oportunidades, la extensión del inglés como lengua franca mundial: todos estos factores han tenido consecuencias en todas las esferas, pero ha sido en las actitudes donde han causado el mayor
efecto. De hecho, el mensaje que transmiten estos cambios es la importancia cada vez mayor de la ambición como motor de nuestras acciones y conductas. Las repercusiones de la revolución de la mentalidad en el poder han sido muchas y complejas. La combinación de los nuevos valores globales y el incremento de las conductas impulsadas por la ambición es el mayor desafío de todos para la base moral del poder. Ayuda a difundir la idea de que las cosas no tienen por qué ser como han sido siempre, que siempre hay, en algún lugar y de alguna manera, algo mejor. Engendra escepticismo y desconfianza respecto a cualquier autoridad, y una resistencia a dar por descontado cualquier reparto de poder. Los cambios de poder que estamos viendo a nuestro alrededor -que incluyen y trascienden la ascensión y desaparición de empresas- se corresponden, sin duda, con las previsiones de Schumpeter sobre la “destrucción creativa”. Sin embargo, el argumento de este libro es que esto mismo está sucediendo en otros ámbitos de la actividad humana que no están relacionados con las empresas o la economía y en los cuales hay fuerzas similares que también están provocando cambios disruptivos. El poder y las tres revoluciones: Revolución del más Revolución de la movilidad Revolución de la mentalidad Aplasta las barreras: “Más difícil de controlar y coordinar” Rodea las barreras: “Se acabó el público cautivo” Socava las barreras: ya no hay nada por descontado Fuerza (uso posible o real de la coacción) ¿Pueden mantener el control las leyes o los ejércitos cuando la gente es más numerosa, más sana y está mejor informada? Las jurisidicciones y los límites de mercado son porosos y escurridizos; las fronteras son más difíciles de vigilar El respeto automático a la autoridad deja de existir Código (obligación moral y tradicional) ¿Pueden estar las afirmaciones morales a la altura de las realidades materiales cambiantes y del aumento de información? La ambición asalta todas las certidumbres Los valores universales son más importantes que el dogma Mensaje (persuasión, apelación ¿Un gran mercado es una ventaja cuando Existe la conciencia de que las alternativas El escepticismo y las mentalidades están
La descentralización y el traspaso de competencias de los gobiernos centrales a regiones, alcaldías y otros organismos locales están creando en muchos países una nueva realidad política que refleja que las decisiones se toman más en el ámbito local que por el gobierno nacional. Ni siquiera presidir un gobierno autoritario es ahora algo tan seguro y poderoso como lo era antes. La imagen de Gulliver atado al suelo por miles de minúsculos liliputienses capta bien la situación de los gobiernos en estos tiempos: gigantes paralizados por una multitud de micropoderes. Cada vez más,y en todas partes, nuevos e improbables líderes irrumpen súbitamente en la política ignorando las reglas, procedimientos y hasta las costumbres en las que tradicionalmente se han basado los partidos para seleccionar a sus candidatos o definir sus estrategias. Quizás parezca que estamos hablando de una democracia sana y deseable, con un sistema de controles y contrapesos que impide los abusos de poder y regula la conducta de quienes lo ejercen. En cierta medida es así. Sin embargo, la fragmentación del sistema político está creando una situación en la que la obstrucción sistemática, la paralización o la demora en la toma de decisiones y la tendencia a adoptar políticas públicas que reflejan el mínimo común denominador que hace posible el apoyo de todos los interesados, pero que diluye o anula el impacto de esa política, son realidades cada vez más comunes en todo el mundo. Esto está erosionando gravemente la calidad de las políticas públicas y la capacidad de los gobiernos para satisfacer las expectativas de los votantes o resolver problemas urgentes. El ejercicio de la política es una posibilidad mucho menos distante; el círculo de líderes es un club mucho menos exclusivo. Al cuadruplicarse los estados soberanos en poco más de medio siglo, muchas barreras de acceso al verdadero poder se han vuelto menos intimidantes. No debemos restar importancia a los cambios causados por esta primera oleada de fragmentación del poder solo porque nos resultan tan conocidos. La proliferación de democracias y el declive de las autocracias. Sin duda hubo factores locales, pero Huntington señalaba también algunas corrientes importantes. La mala gestión económica de muchos gobiernos autoritarios menguó su apoyo popular. Una clase media en ascenso exigió mejores servicios públicos, más participación e, inevitablemente, más libertades políticas. Los gobiernos y activistas occidentales fomentaron la disidencia y ofrecieron incentivos y apoyos a los gobiernos reformistas. La incorporación a la OTAN o a la Unión Europea o el acceso a los fondos de las instituciones financieras internacionales eran parte de los premios que esperaban a los países que iniciaran transiciones a la democracia. Una Iglesia católica de renovado activismo bajo el papado de Juan Pablo II fortaleció a la oposición en Polonia, El Salvador y Filipinas. Y, sobre todo, los éxitos engendraron más éxitos, en un proceso acelerado por el nuevo alcance y la nueva velocidad de los medios de masas. El noble arte de gobernar hoy depende de una habilidad mucho más manipulativa y pragmática: la de formar y mantener una coalición. Las componendas que requieren las coaliciones dan a los partidos pequeños más poder para exigir a cambio de su apoyo concesiones políticas, puestos ministeriales u otras ventajas. En un entorno electoral disperso y fragmentado no es malo ser un partido pequeño: se tinen más posibilidades de actuar como el fiel de la balanza entre los grandes partidos, lo cual permite tener más poder de lo que justificaría su número de votos. De hecho, los partidos más marginales -los que tienen opiniones extremas, se centran en un solo tema o se dirigen a una base regional- pueden ejercer más poder sin necesidad de comprometer su postura tratando de atraer a los votantes de centro.
Las peleas de las coaliciones revelan los compromisos que tiene que aceptar el “ganador” de unos comicios desde el primer momento. Sin embargo, las coaliciones no son siempre posibles. Los políticos, los partidos y las coaliciones que ya están en el poder gozan de ventajas como el clientelismo, mayor visibilidad de sus líderes y promesas en los medios de comunicación y, en algunos casos, el acceso a recursos públicos. Sin embargo, quienes están en el poder también afrontan vientos electorales en contra: votantes desilusionados por promesas incumplidas, la fatiga de tener a las mismas caras en el poder y el desgaste natural de gobernar. Además, sus adversarios tienen un historial de decisiones y resultados concretos que pueden criticar. Desde la Segunda Guerra Mundial, las coaliciones de gobierno y los gabinetes han tendido cada vez más a terminar su mandato antes de tiempo debido a las luchas políticas internas. Las nuevas circunstancias del poder político ya no son las de antes: los jefes de siempre, los hábiles negociadores que controlan el aparato, las finanzas y la base del partido, ya no mandan tanto como solían hacerlo. A ellos también se les está yendo el poder de las manos. Si bien el Tea Party es un fenómeno muy estadounidense, en otros países también han aparecido movimientos políticos que han sorprendido a las élites políticas tradicionales. Tendencia internacional: en todas las democracias avanzadas, los grandes partidos están dándose cuenta de la distancia que muchas veces hay entre los candidatos elegidos a dedo y a puerta cerrado por quienes controlan la maquinaria partidista, y los candidatos que más entusiasman a las bases del partido y las grandes mayorías de votantes. Antes, los jefes de la maquinaria política solían imponer a los candidatos del partido para las elecciones, pero ahora cada vez más y en todas partes estos dirigentes se ven obligados a aceptar candidatos que apelan directamente a las bases y a los votantes en general y logran su apoyo. Se ha reducido el poder del “selectorado”, el reducido grupo de personas que tienen voz y voto en la selección de los líderes y candidatos de un partido. La expansión de las primarias es un síntoma significativo de ese cambio. El dinero está convirtiéndose en todo el mundo en un instrumento tan poderoso como antes lo era la ideología para obtener poder político. No obstante, el dinero, por sí solo, no basta en absoluto para tapar los numerosos agujeros por los que se escapa hoy el poder. Más países. Más democracias. Más presiones para compartir el poder incluso en regímenes autoritarios, al tiempo que las democracias ofrecen más opciones dentro y fuera de los partidos políticos. Elecciones más frecuentes, más referendos, más escrutinios y más contendientes. Todas estas tendencias apuntan en una misma dirección: la redistribución y dispersión del poder desde los actores establecidos a nuevos rivales. A todas estas tendencias hay que añadir una más: el poder está fluyendo de las capitales y del brazo ejecutivo hacia los gobiernos regionales y locales (descentralización). Los nuevos centros de poder abren nuevas oportunidades para los políticos que no encuentran cabida en los partidos dominantes. En toda Europa han surgido partidos de izquierdas, derechas, ecologistas, regionalistas, monotemáticos y, en ciertos casos, algo excéntricos. Todos ellos están aprovechando las nuevas tribunas para obtener respetabilidad y arrebatar votos a los partidos tradicionales. Un voto a su favor ya no es un voto desperdiciado; su reducido tamaño o sus posturas marginales han dejado de ser obstáculos para tener importancia. Estos partidos “alternativos” pueden estropear, desconcentrar, retrasar e incluso vetar las decisiones de los partidos grandes y sus coaliciones. Siempre han existido pequeños partidos “piratas”, pero hoy son más numerosos y su
-Gobiernos atados de pies y manos. La degradación del poder ha limitado la autonomía de actuación del poder ejecutivo. En el pasado, los gobiernos podían intentar transformar el paisaje político, modificando las reglas electorales, aprobando enmiendas constitucionales o imponiendo leyes de emergencia. Hoy todavía pueden ensayar medidas así, pero cada vez es más habitual que tengan que enfrentarse a escrutinios y actuaciones procedentes de fuera de la política convencional. -Llegó la hipercompetencia a la política. Con la dispersión del poder político se han difuminado los límites entre las diferentes categorías de actores: partidos políticos (grandes y pequeños, dominantes y marginales, revolucionarios o conservadores), grupos activistas, prensa, votantes, etc. Como las barreras a la participación son más bajas que nunca, el número de candidatos y grupos que compiten entre sí por votos, donantes, cargos, presupuestos, la atención de los medios de comunicación y el apoyo de los votantes ha aumentado sustancialmente. En política, la competencia siempre ha existido. Pero ahora no solo se ha intensificado, sino que han cambiado los competidores y las normas que rigen dicha competencia. -Más poder para los individuos. El creciente papel de los individuos -no políticos, no profesionales- es tal vez la consecuencia más apasionante y estimulante de la centrifugadora política. Es resultado de la caída de las barreras financieras, jurídicas, organizativas y culturales que separaban a los profesionales de la política del ciudadano común. El declive de los grandes partidos políticos y la proliferación de métodos directos e inmediatos para entrar en la arena política han debilitado estas barreras. Esta evolución abre más posibilidades para variaciones y adaptaciones de la democracia directa, pero también abre posibilidades menos deseables: candidatos carismáticos o bien financiados (o ambas cosas) tienen ahora más posibilidades de obviar el escrutinio y los procesos de selección de los partidos políticos e irrumpir en la competencia por los votos simplemente con promesas atractivas para la población, una personalidad atractiva y mucho dinero para financiar su campaña electoral. Las democracias comienzan a perder eficacia a medida que las decisiones necesarias -y hasta las más urgentes- que debe tomar el gobierno se ven impedidas, diluidas o pospuestas como resultado de la fragmentación del poder y la proliferación de grupos e individuos con capacidad para bloquear procesos y decisiones, pero sin el poder de imponer un programa o una estrategia. El único efecto de la centrifugadora política común a todas partes es que complica el panorama político y borra los viejos modelos y costumbres. La única certeza es que va a seguir haciéndolo.
6. Pentágonos contra piratas: el poder menguante de los grandes ejércitos Los terroristas, insurgentes, piratas, guerrilleros y delincuentes no son nada nuevo. Pero, para adaptar una conocida frase de Churchill, en el terreno del conflicto humano, nunca tan pocos tuvieron la posibilidad de hacer tanto daño tantos a un precio tan bajo. Es decir, también en el ámbito de los conflictos armados los micropoderes, aunque no suelen ganar, le están haciendo la vida más difícil a las fuerzas armadas más grandes y costosas del mundo. La capacidad cada vez mayor de pequeños y ágiles grupos de combatientes para defender sus intereses, al tiempo que causan daños importantes a enemigos militares mucho mayore y más establecidos, es una de las maneras en que ha cambiado el ejercicio del poder mediante la fuerza;
otra es que los estados con ejércitos tradicionales son menos capaces y están menos dispuestos a hacer pleno uso del inmenso poder destructivo del que disponen. John Arquilla: el mundo ha entrado en “una era de guerra irregular perpetua”. Cuando se trata de desplegar y utilizar el poder, la fuerza militar representa el medio por excelencia. Mientras que la política intenta persuadir, la guerra -o la amenaza de guerra- busca coaccionar. El poderío militar, medido por el tamaño de un ejército, su equipamiento y su capacidad técnica, es la expresión más extrema del poder. La fuerza armada es la cruda realidad que queda cuando se eliminan las sutilezas de la diplomacia, la persuasión de la publicidad y el poder blando. Hoy en día la guerra ha adoptado distintas formas, y los grandes aparatos militares convencionales tienen dificultades para adaptarse a ellas. El reto para los poderes militares tradicionales como Estados Unidos no es solo cómo responder a un nuevo grupo de enemigos, sino cómo reaccionar a la transformación de la guerra misma, impulsada en buena parte por la cara oscura de las revoluciones del más, de la movilidad y de la mentalidad. Tanto la amplia disponibilidad de materiales para la producción de las bombas “hechas en casa” como de “técnicos” capaces de ensamblarlas son fruto de la revolución del más. Por su parte, la revolución de la mentalidad ha despertado aspiraciones y expectativas que con frecuencia se ven cruelmente frustradas o distorsionadas, y así ha contribuido a movilizar una masa de fanáticos descontentos, criminales y presuntos revolucionarios, quienes hoy en día gozan, además, de gran movilidad. Estas nuevas capacidades no necesitan la jerarquía y la coordinación de las que tanto se enorgullecen los grandes ejércitos del mundo. A medida que han caído las barreras para participar en un conflicto, las ventajas que antes constituían el poderío de esos grandes ejércitos y garantizaban su capacidad de repeler cualquier ataque han perdido parte de su importancia. Al establecer las diferencias entre la guerra de guerrillas y la guerra convencional, Mao llegó a la conclusión de que las dos tienen exigencias totalmente opuestas en materia de tamaño y coordinación. En lenguaje militar actual, las guerras de guerrillas son “irregulares” y “asimétricas”. Son irregulares porque las inicia un adversario que, pese a estar armado, no es una fuerza militar tradicional. Y son asimétricas porque los distintos bandos no poseen el mismo poder militar, a juzgar por su personal y sus equipos. Hoy en día, las guerras irregulares y asimétricas se han convertido en habituales. Las fuerzas pequeñas están triunfando cada vez con más frecuencia, al menos en el sentido de conseguir sus fines y sobrevivir militarmente. Esto se debe en parte a que, en el mundo actual, el recurso a la barbarie por parte el bando más fuerte ya no es aceptable desde el punto de vista político. Lo que distingue al terrorismo moderno es la elevación del terrorismo de un asunto de seguridad interior (que cada país abordaba a su manera) a una preocupación militar de alcance mundial.