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el queso y los gusanos, Apuntes de Economía Conductual

texto de microhistoria el queso y los gbusanos

Tipo: Apuntes

2023/2024

Subido el 20/06/2024

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felicitas-ayala 🇦🇷

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Prefacio L Antes era válido acusar a quienes historiaban el pasado, de consignar únicamente las «gestas de los reyes». Hoy día yá no lo es, pues cada vez se investiga más sobre lo que ellos ca. llaron, expurgaron o simplemente ignoraron) <¿Quién' cons. truyó Tebas de las siete puertas?» pregunta el lector obrero de -Brecht. Las fuentes nada nos dicen de aquellos albañiles anónimos, pero la pregunta conserva toda su carga, 2. La lescasez de testimonios sobre los comportamientos y actitu. des delas clases subalternasidel pasado es fundamentalmente el primer obstáculo] aunque no el único, con que tropiezan las investigaciones históricas.No obstante, es una regla con ex cepciones. Este libro narra la historia de un molinero friulk no —Domenico Scandella, conocido por Menocchio-—— muerto en la hoguera por orden del Santo Oficio tras una vida trans. currida en el más completo” anonimato. | Los expedientes de los dos procesos en que se vio encartado a quince años de dis. tancia nos facilitan una elocuente panorámica de sus (ideas y sentimientos, de sus fantasías y aspiraciones.,Otros documen» tos nos aportan información sobre sus actividades económicas 13 creencias originales se consideran por definición producto de las clases superiores, y su difusión entre las clases subalternas como un hecho mecánico de escaso o nulo interés; a lo sumo se pone de relieve con suficiencia la «decadencia», la «deforma- ción» sufrida por tales ideas o creencias en el curso de su transmisión. Pero la reticencia de los historiadores tiene otro fundamento más notorio, de índole metodológico más que ideo- lógico. En comparación con los antropólogos y “los investiga- dores de las tradiciones "populares, el historiador parte en no. toria desventaja. Aun|hoy día la cultura de las clases subal ternas es una cultura oral en su mayor parte| (con mayor mo- tivo en los siglos pasados). Pero está claro:] los historiadores no pueden entablar diálogo con los campesinos del siglo xv1 (además, no sé si les entenderían). Por lo tanto, tienen que echar mano de fuentes escritas (y, eventualmente, de hallazgos arqueológicos) doblemente indirectas: en tanto que escritas y en' tanto que escritas por individuos vinculados más o menos abiertamente a la cultura dominante. Esto significa que las ideas, creencias y esperanzas de los campesinos y artesanos del pasado “nos llegan (cuando nos llegan) a través de filtros intermedios y deformantes. Sería suficiente para disuadir de entrada cualquier intento de investigación en esta vertiente], Los términos del problema cambian radicalmente si nos proponemos estudiar no ya la «cultura producida por las cla- ses populares», sino la «cultura impuesta a las clases popula- res». | Es el objetivo que se marcó hace diez años R. Mandrou, basándose en una fuente hasta entonces poco explotada: Ja li- teratura de colportage, es decir, los libritos de cuatro cuartos, toscamente impresos (almanaques, coplas, recetas, narraciones de prodigios o vidas de santos) que vendían por ferias y po- blaciones rurales los comerciantes ambulantes. El inventario de los temas más recurrentes llevó a Mandrou a formular una conclusión algo precipitada. Esta literatura, que él denomina «de evasión», habría alimentado durante siglos una visión del mundo imbuida de fatalismo y determinismo, de portentos y de ocultismo, que habría impedido a sus lectores Ja toma de conciencia de su propia condición social y política, con lo que habría desempeñado, tal vez conscientemente, una función reac- cionaria. Pero Mandrou no se ha limitado a considerar almanaques 15 y poemas como documentos de una literatura deliberadamen- te popularizante, sino que, dando un salto brusco e injustifi- cado, los ha definido, en tanto que instrumentos de una acul- turación triunfante, como «reflejo... de la visión del mundo» de las clases populares del Antiguo Régimen, atribuyendo tá- citamente a éstas una absoluta pasividad cultural, y a la lite- ratura de colportage una influencia desproporcionada. Á pe- sar de que, según parece, los tirajes eran muy altos y aun- que, probablemente, cada ejemplar se leía en voz alta y su con- tenido llegaba a una amplia audiencia de analfabetos, los cam- pesinos capaces de léer -——en una sociedad en la que el anal- fabetismo atenazaba a tres cuartos de la población-— eran sin duda una escasa minoría. Identificar la «cultura producida por las clases populares» con la «cultura impuesta a las ma. sas populares», dilucidar la fisonomía de la cultura popular exclusivamente a través de los proverbios, los preceptos, las novelitas de la Bibliothéque bleue es absurdo. El atajo elegi do por Mandrou para obviar la dificultad que implica la re- construcción de una cultura oral, le devuelve de hecho al pun- to de partida. Se ha encaminado por el mismo atajo con notable inge- nuidad, aunque con muy distintas premisas, G, Bolléme, Esta investigadora ve en la literatura de colportage, más que el ins- trumento de una (improbable) aculturación triunfante, la ex- presión espontánea (más improbable aún) de una cultura po- pular original y autónoma, infiltrada por valores religiosos. En esta religión popular, basada en la humanidad y pobreza de Cristo, se habría fundido armoniosamente la naturaleza con lo sobrenatural, el miedo a la muerte con el afán por la vida, la aceptación de la injusticia con la rebeldía contra la opresión, Está.claro que de este modo se sustituye «literatura destinada al pueblo» por «literatura popular», dejándola al margen de la cultura producida por las clases dominantes. Cierto que Bolléme plantea de pasada la hipótesis de un desfase entre el opusculatio en sí y la forma en que presumiblemente lo. leían las clases populares, pero también esta utilísima puntualización es en sí estéril pues desemboca en el postulado de una «crea- tividad. popular» imprecisa y aparentemente intangible, stbsi- diaria de una tradición oral que no ha dejado huellas. 16 EN Hay que admitir que cuando se habla de filtros e intermedia rios deformantes tampoco hay que exagerar.(El hecho de que una fuente no sea «objetiva» (pero tampoco un inventario lo es) -no significa que sea inutilizable. [na crónica hostil puede aportarnos valiosos testimonios sobre comportamientos de una comunidad rural en rebeldía. En este aspecto el análisis rea- lizado por E. Le Roy Ladurie sobre el «carnaval de Romans», es ejemplar. En general, frente a la metodología insegura y la pobreza de resultados de la mayoría de los estudios dedicados específicamente a la definición de lo que era la cultura popu- lar en la Europa preindustrial, destaca el nivel de investigación de obras como las de N. Z. Davis y E. P. Thompson sobre el «charivari» que arrojan luz sobre aspectos particulares de aquella cultura. Aunque la documentación sea exigua, disper- sa y difícil, puede aprovecharse, Pero el temor a incurrir en un desprestigiado positivismo ingenuo, unido a la exacerbada conciencia de la violencia ideo- lógica que puede ocultarse tras la más normal y aparentemen- te inocua operación cognoscitiva, induce actualmente a mu chos historiadores a arrojar el agua con el niño dentro —sin metáforas—, a descartar la cultura popular con la documen- tación que nos facilita de la misma una imagen más o menos deformada. Después de criticar (y con razón) los estudios men- cionados sobre literatura de colporfage, un grupo de investi. gadores ha llegado a preguntarse si «la cultura popular existe fuera del gesto que la suprime». La pregunta es pura retó- sica y la respuesta es claramente negativa. Esta especie de neopirronismo parece paradójico de entrada, ya que tras ello hallamos los estudios de M. Foucault, y éstos son los que con mayor autoridad, junto con su Historia de la locura, han llamado la atención respecto a las prohibiciones y barreras a través de las cuales se constituyó históricamente nuestra cul. Tura. Si miramos con atención, no obstante, la paradoja es sólo aparente. Lo que fundamentalmente interesa 4 Foucault son los gestos y criterios de la exclusión; los excluidos, me- nos. En la Historia de la locura ya estaba parcialmente implí- cita la trayectoria que induciría a Foucault a escribir Les mots 18 et les choses y D'archéologie du savoir. La redacción de estas dos obras fue casi con certeza acelerada por las facilonas ob- jeciones nihilistas planteadas por J. Derrida a la Historia de la locura. No se puede hablar de la locura en un lenguaje histó. ricamente partícipe de la razón occidental, y en consecuencia del proceso que ha conducido a la represión de la propia lo- cura: el punto de equilibrio de que ha dotado Foucault a su obra —dice en síntesis Derrida— no existe, no puede existir, De tal forma que el ambicioso proyecto foucaultiano de una «archéologie du silence» se ha transformado en un silencio puto y simple, eventualmente acompañado de una muda con- templación estetizante. De esta involución da testimonio un volumen que reúne varios ensayos de Foucault y de sus colaboradores, además de una serie de documentos diversos sobre el caso de un jo- ven campesino de principios del siglo x1X que mató a su ma- dre, a una hermana y a un hermano, El análisis versa funda- mentalmente sobre la intersección de dos lenguajes de la ex- clusión, que tienden a negarse alternativamente: el judicial y el psiquiátrico. La figura del asesino, Pierre Rivíére, acaba por trasladarse a un segundo plano, llegado el momento en que precisamente se publica un memorial escrito a petición de los jueces, en el que aquél explica cómo llegó a cometer el tríple asesinato. Se excluye explícitamente la posibilidad de in- terpretación de este texto, porque ello equivaldría a forzarlo, reduciéndolo a una «razón» ajena. No queda más que el «es- tupor» y el «silencio», únicas reacciones legítimas. Vemos que el irracionalismo estetizante es la única meta de esta serie de investigaciones, Ápenas se acentúa la relación oscura y contradictoria de Pierre Riviére con la cultura domi- nante; se pasan por alto, sin más, sus lecturas (almanaques, libros piadosos, aunque también Le bon sens du curé Mes- lier). Se prefiere describírnoslo vagando por los bosques des- pués de cometer el delito, como «un hombre inculto... un ani- mal sin instintos... un ser mítico, monstruoso, imposible de definir por ser ajeno a todo orden enunciable», Se cae en éx- tasis ante una enajenación absoluta, éxtasis que'no es más que el resultado de eludir el análisis y la interpretación. Las víc- timas de la exclusión social se convierten en depositarias del único discurso radicalmente alternativo a las mentiras de la 19 danti »|La discrepancia entre las preguntas de los jueces y las respuestas de lós acusados —discrepancia que no podía achacarse ni al trauma del interrogatorio ni a la tortura— traslucía un profundo núcleo de-creencias-populares: sustancial- mepte autónomas] rs confesiones de Menocchio] el molinero friulano prota. gonista de este líbro, constituyen en ciertos aspectos un caso análogo al de los benandanti, También aquí la irreductibi a esquemás conocidos de parte de los "razonamientos de Me- nocchio nos hace entrever un caudal no explorado de creencias populares, de oscuras mitologías campesinas; Pero lo que hace más complicado el caso de Menocchio es la circunstancia de que estos oscuros elementos populares'se hallan engarzados en un conjunto de ideas sumamente claro y consecuente que" van desde el radicalismo religioso y un naturalismo de tendencia científica, hasta una serie de aspiraciones utópicas de renova- ción social. La abrumadora convergencia entre la postura de un humilde molinero friulano y las de los grupos intelectuales más refinados y conscientes de la época, vuelve a plantear, de pleno derecho, el, problema de la circulación cultural formu- -lado por: ea 7. Ántes de examinar en qué medida las confesiones de Menoc, Chio nos ayudan a precisar el problema, es justo preguntarse qué relevancia pueden tener, en general, las ideas y creencias de un individuo de su nivel social considerado aislad: mente, En un momento en que hay equipos enteros de investigado; res que emprenden ambiciosas empresas de historia cuantitati. va de las ideas o de historia religiosa seriada, proponer una in- dagación lineal sobre ux molinero puede parecer paradójico y absurdo: casi un retorno al telar manual en la época del telar automático, Es sintomático que la viabilidad de una investiga: ción de esté "tipo haya sido” descartada” de” antémano”por-los * Los benandanti son los protagonistas de un culto agrario cuya existencia se puede verificar en el Friuli entre el siglo xv1 y el xvm. Los inquisidores los asimilaron a brujos. 21 que, como F. Furgt, sostienen que la reintegración de las cla. ses inferiores enla historia sólo es posible bajo el: epígrafe «del número y del anonimato», a través de la demografía y la sociología, de «el estudio cuantitativo de la sociedad del pasa- do». Con semejante aserto por parte de los historiadores, las clases_ inferiores quedarían condenadas .al «silencio» Peró|si'la documentación nos ofrece la posibilidad de re- construir_no sólo masas diversas, sino personalidades indivi- duales, sería absurdo rechazarla.| Ampliar hacia abajo la noción Histórica de «individuo» no es objetivo de poca monta. ¡Existe ciertamente el riesgo de caer en la anécdota] en la vilipendiada histoire événementielle (que no es sólo, ni necesariamente, his- toria política). Pero no es un riesgo insalvable. En algunos es- tudios biográficos[se ha demostrado que en un individuo me- diocre, carente en sí de relieve y por ello representativo, pue- den escrutarse, como en un microcosmos, las características de todo un estrato social en-un determinado período histórico) ya sea'la nobleza austríaca o el bajo tlero inglés del siglo xvIL. “¿Es éste ell caso de Menocchio? Ni mucho .nenos| No po- demos considerarlo como un campesino «típico» (en el sentido de «medio», «estadísticamente más frecuente») de su época: su relativo aislamiento de la aldea no plantea dudas. Á los ojos de sus paisanos Menocchio era un hombre cuando me- nos distinto de los demás. Pero esta singularidad tiene lími- tes precisos. De la cultura de su época y de su propia clase nadie escapa, sino para entrar en el delirio y en la falta de comunicación, Como la lengua, la cultura ofrece al individuo ún horizonte de posibilidades latentes, una jaula flexible e in- visible para ejercer dentro de ella la propia libertad condi- cionada. [Con claridad y lucidez inusitadas Menocchio articuló eTienguaje de que históricamente disponía. Por ello en sus confesiones podemos. rastrear, con una facilidad. casi exaspe- rante, una serie de elementos convergentes, que en una docu- mentación análoga contemporánga o algo posterior aparecen dispersos: o apenas mencionados.| Ciertos sondeos confirman la oo[ En de indicios “que nos llevan a una cultura rural co- siún/ En conclusión: también un caso límite (y el de Menoc- chio'lo es) puede ser representativo. Tanto en sentido nega- tivó —porque ayuda a precisar qué és lo que debe entenderse, en-una determinada situación, por «estadísticamente más fre- 22 cias de las clases subalternas, volviendo a proponer la vieja historia de las ideas, de tipo exclusivamente verticálista. En realidad la crítica que hay que hacer a las investigaciones his- tóricas cuantitativas es de otra índole- no que sean demasiado poco verticalistas, sino que todavía lo son demasiado. Parten del supuesto de que 'nó sólo los textos, sino más aún los títu- los, dan una orientación inequívoca, hecho que pierde cada vez más verosimilitud, conforme desciende el nivel socia! del lector. Almañáques, coplas, libros piadosos, vida de santos, todo el variopinto opusculario que constituía la miasa de la producción librescá de antaño, nos parece actualmente estáti- co, inerte, siempre igual a sí mismo; pero, ¿cómo lo leía el público de entonces? ¿En qué medida la cultura primordial mente oral de aquellos lectores interfería con el disfrute del texto, modificándolo, reconfigurándolo hasta casi desnaturaliz zarlo? Las referencias de Menocchio a sus lecturas nos dan un ejemplo flagrante: de esta reláción “con el texto, muy dis- tinta de la del lector culto de nuestros días. Esto nos per mite, en suma, medir el[desfase (a qué alude con justicia la hipótesis de Bolléme) entre los textos de la literatura «popu- lar» y el modo en que los leían campesinos y artesanos. Cier- to que en el caso de Menocchio este desfase es más pronuncia- do y nada corriente, pero también esta singularidad nos facie lita indicaciones valiosas para seguir investigando] En el caso de la historia cuantitativa de las ideas, por ejemplo, sólo la constatación de la variabilidad, histórica y social, de la figura del lector nos puede encaminar'a las premisas de una historia de las ideas igualmente distinta desde un punto de vista ceali- tativo, 8. El desfase entre los textos leídos por Menocchio y la manera en que los asimiló y refirió a sus inquisidores, indica que sus actitudes no son imputables o reducibles a tal o cual libro. Por una parte, nos remiten a una tradición oral probablemen- te muy antigua. Por otra, reclaman una serie de temas elabo- rados por los grupos heréticos de formación humanista: tole- rancia, tendencia a reducir la religión a.concepto moral, etc, 24 Es una dicotomía puramente aparente que nos "remite en :e4- lidad a una cultura unitaria, en la cual no podemos operar pot cortes precisos. Incluso si Menocchio hubiera entrado en con- tacto, de forma más o menos medíata, con ambientes doctos, sus afirmaciones en defensa de la tolerancia religiosa, su de- seo de una renovación radical de la sociedad, poseen un tim- bre original y no parecen cónsecuencia de influencias externas asumidas de forma pasiva. La raíz de tales afirmaciones y as- piraciones es antigua, se afirma en un acervo oscuro, casi in. descifrable, de rémotas tradiciones orales], En estas circunstancias| podríamos preguntarnos si lo que emerge de los razonamientos de Menocchio, más que una «cul. tura» es una