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Orientación Universidad
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Ensayo Cartas de Batalla, Monografías, Ensayos de Derecho Constitucional

Ensayo acerca de el texto "Cartas de Batalla" de Hernán Valencia Villa

Tipo: Monografías, Ensayos

2019/2020

Subido el 23/01/2020

shadiafayadj
shadiafayadj 🇨🇴

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Facultad de Jurisprudencia
Derecho Constitucional Colombiano
Docente: Álvaro José Cadavid
Nombre: Shadia Fayad Jaramillo
12 de Noviembre de 2019
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Facultad de Jurisprudencia Derecho Constitucional Colombiano Docente: Álvaro José Cadavid Nombre: Shadia Fayad Jaramillo 12 de Noviembre de 2019

Una partida de ajedrez En tiempos de guerra los líderes de los diferentes bandos deben idear estrategias de batalla con el fin de salir victoriosos. Asimismo, estas estrategias serán la garantía y el factor optimista que impulsa a un líder a entrar en conflicto. Si no se es inteligente escogiendo la mejor de las estrategias, al final del día la guerra habrá sido en vano. En Colombia, esto no es la excepción. Según Valencia Villa, las diferentes constituciones son esas estrategias utilizadas por los vencedores, por los victoriosos para seguir en esa misma posición de poder. Son el as bajo la manga de los fuertes, de los astutos; de esos conocedores de la ley y del país, esos que utilizaron el documento más sagrado para justificar sus intereses y aplastar los del otro. La constitución no era, entonces, esa garantía ciudadana, esa carta de valor y esperanza; era, como el nombre del libro lo indica, una carta de batalla, incluso, quizás, la más vital de todas. En un frente de guerra, lógicamente, siempre hay posiciones enfrentadas. Una partida de ajedrez es la mejor demostración de esto. Hay bandos opuestos, el negro y el blanco, con un objetivo en común: ganar. La estrategia para obtener el objetivo es la que varía y la habilidad que tenga el líder para idear y ejecutar dicha estrategia es lo que garantiza o no la victoria. Dentro de cada bando hay individuos más importantes que otros; el Peón no tiene más peso que un Rey, así como una Torre no tiene más peso que la Reina. El juego no termina hasta que el más importante de todos, el Rey, caiga. Esto mismo pasó en Colombia según lo sostiene Valencia Villa a lo largo del libro. Se vivió durante años dentro de una partida de ajedrez, donde a toda jugada la procedía otra. Después de cada carta de batalla, había otra, y así vivieron los bandos por años, atacándose entre sí, utilizando el constitucionalismo colombiano como herramienta de poder, como arma en el frente de guerra. Históricamente, Colombia ha sido un territorio complicado. Éramos unos, luego nos conquistaron y fuimos otros. Más tarde nos agarramos entre nosotros, el país se dividió, se crearon guerrillas, grupos al margen de la ley como los paramilitares, el narcotráfico nos invadió y finalmente nos vimos obligados a cambiar la estrategia con la Constitución de

  1. La oleada de violencia previa a esta última constitución fue quizá el impulso que necesitaban los colombianos para exigir un cambio; ese cambio esencial para ganar la batalla

algo plenamente normativo y justiciable que contenía lo legal y lo ilegal a duras penas, cuando realmente el derecho es mucho más que eso. Es una mezcla entre ciencia y arte, omnipresente, cuidadoso y especial. El derecho puede moldear sociedades enteras; puede crear futuros distintos y tiene el potencial de generar cambios radicales en la vida de las personas. No es un algo, pero si hace parte de algo más grande que todos nosotros. Han habido muchas constituciones, todas con propósitos diferentes de existencia, pero algo que se debe reconocer es la constancia en cinco aspectos puntuales. Primero, siempre se ha visto presente un sistema presidencialista; segundo, el republicanismo como principio; tercero, el gobierno ha manejado siempre un centralismo; cuarto, hubo siempre una unión innegable entre la Iglesia y el estado y quinto y último, las libertades públicas. Todas constantes de alta importancia, pero que no ayudaron mucho cuando se utilizó a la ley como una carta de guerra. Aquella guerra entre partidos, jerarquías e ideologías. Creo yo, que la crítica más grande al constitucionalismo colombiano es la forma en la que lo manejaron, quienes lo hicieron, desde un principio. Valencia Villa dice en la página número sesenta y tres del libro que “nuestro pecado original fue adoptar ideas, estructuras y normas ajenas e imponerlas a una realidad mestiza e insumisa, que ha permanecido inestable y conflictiva hasta nuestros días en la medida en que sus condiciones materiales no encajan dentro de las formas imperantes del Estado”. Si así fue cuando se comenzó, era poco probable que cambiara más adelante. No se pensó en un pueblo, sino en un ideal, en una estrategia para ganar la guerra. No se pensó en garantías ciudadanas, en crear un documento que inherentemente contuviera el factor de escudero, la característica de héroe, que pudiera defender a el pueblo por el cual fue creada y a quien debía servirle. Es por esto, que se aprovecharon los que lo hicieron, que el constitucionalismo se convirtió en una herramienta de ataque y no de defensa para la gente. Lo que debía ser más sagrado, una de las piezas clave para reinventar un territorio que había sufrido tanto, se convirtió en una broma de mal gusto. Desde el comienzo del renacimiento de un nuevo Estado, de un territorio antiguo que se redescubrió, la ley fue moldeada a favor de los personajes más influyentes, de aquellos que tenían el poder para guiar a un pueblo entero para un lado o para otro. He aquí el error. La independencia fue el comienzo de lo mismo para los mismos. Era un proyecto pero también era un problema. Fue una oportunidad de mejora desperdiciada. Tan solo fue un efecto placebo que lo único que hizo fue plantear una ilusión de cambio cuando realmente fue

como un trasplante de corazón; se cambió el órgano principal, pero por uno prácticamente igual. Aquí, en este cambio innatural que nació de una revolución, que causó, casi por obligación, la creación de una nueva nación, apareció el error. No se pensó con cabeza fría ni con fundamento o lógica. Se generaron unas leyes que parecieron asertivas en el momento, pero que únicamente fueron causantes de inestabilidad. Estás fueron copias de aquellas leyes e instituciones que se veían en las corrientes centralistas de los franceses y las federalistas de los norte americanos, y que además en todo su esplendor reflejaban la herencia española, presentando la interrogante de si realmente Colombia se independizó cuando dijo hacerlo. Es decir, ¿realmente es independencia si se cambia para que todo siga prácticamente igual? Supuestamente se adoptó un modelo de “República Liberal” pero hasta el día de hoy Colombia es claramente un Estado sumamente conservador; incluso quienes claman ser liberales y defender dichos ideales, muchos son unos simples mentirosos detrás de una máscara de una ideología deseada por muchos que los ayuda a conseguir sus intereses personales. La nueva República era producto de muchas cosas. Traía consigo tradiciones y puntos fundamentales de sus influencias pasadas. Por ejemplo, la moral continuaba siendo un rasgo importante que formaba parte de la política y el diario vivir. Evidencia de esto es la creación de las Cámaras Moral y de Educación. Por otro lado, a pesar de no tener Rey ni funcionar bajo un régimen monárquico, el poder del Estado estaba centralizado en el Presidente. Este era el poder más fuerte y además vital en la pirámide organizacional de la república. Basándose además en documentos como “Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano”, promulgado por los franceses unos años antes, el nuevo Estado decía tener garantías básicas para sus habitantes. Algunas de estas eran: la seguridad individual, la libertad civil, derecho a la propiedad, a la igualdad, libertad de expresión/opinión, entre otros. Debido a todos los cambios producidos, inicia un periodo de transformación dentro de la nueva república, donde entran en juego las cartas de batalla: las constituciones. Esto ocurre debido a que el poder aún este siendo definido y hay muchos interesados en obtenerlo. La centralización del mismo, además, también estaba en juego, y había muchos postores en búsqueda de dicho objetivo. Con esto, las diferentes constituciones de la independencia, representaron la lucha entre centralistas y federalistas, y entre las provincias por obtener el poder nacional tan deseado. Incluso, durante este periodo cada provincia tomó la decisión de

Después de esto, los federalistas caen en excesos y su posición de poder se encuentra en un punto de vulnerabilidad que da pie al inicio de una decadencia para su bando. Por otro lado, los centralistas retoman poder con la constitución de 1886, parte del periodo denominado de “regeneración”. Colombia retrocedió en libertades ciudadanas y garantías para el pueblo. La centralización del poder disminuyó la autonomía territorial y le otorgó nuevamente más fuerza y potestad a la Iglesia como parte del Estado. Miguel Antonio Caro, ex Presidente de la República en 1894, participó en la redacción de la constitución del ochenta y seis, la cual era mucho más excluyente que su antecesora, pero se legisla bajo la misma durante este periodo centralista. La batalla pareciera que ahora no es entre los bandos de la partida de ajedrez, sino entre un bando y todos los que han sido observadores de esta partida a lo largo de los años. Ahora la lucha es por el desarrollo de un pueblo, por el progreso en materia de educación, de libertad, de avance en materias de ciudad, de infraestructura, de cultura, etc. Pasando el periodo anteriormente mencionado, se deja la “moda” de hacer constituciones cada vez que una nueva idea surgiera o un nuevo personaje apareciese, y en su lugar se implementan reformas o enmiendas constitucionales, las cuales se adaptaban más a las tendencias de los nuevos tiempos. Esto contribuye a que, casi un siglo después, Colombia se convierta en un Estado Social de Derecho. Entre las reformas que se dan se encuentra: la creación de nuevas instituciones gubernamentales como lo son la Fiscalía, la Procuraduría y el Consejo Superior de la Judicatura; la creación de la Consulta popular; la abolición de la pena de muerte; nuevas herramientas legales como el control de constitucionalidad y la acción de inexequibilidad; las elecciones locales y populares para alcaldes; la creación de más garantías ciudadanas como las laborales; entre otros. El siglo XX trae consigo cambios radicales para Colombia. Es en este período que vemos la lucha partidista más explícitamente con hitos como el Frente Nacional. Se evidencia la creación de guerrillas ideológicas al margen de la ley que generan problemáticas inmensas a nivel nacional. El fenómeno del paramilitarismo se toma a Colombia, junto con el narcotráfico, el crimen organizado, los grandes carteles y el vandalismo popular. La violencia es una característica casi inherente en el día a día de los Colombianos; las matanzas, el Bogotazo, los múltiples asesinatos, los secuestros, las bombas, las amenazas, el miedo persistente en las calles, las quemas, la corrupción, etc. Existe un bloqueo innegable a la participación ciudadana, pero el pueblo cada día se apropia más de la tierra que pisa, del cielo que ve y de las calles que transita. Los grandes movimientos estudiantiles crecen, tanto que

son muchos de ellos los que forman parte de la Séptima Papeleta. Ocurre el genocidio de Unión Patriótica, varios proyectos de reformas se ven frustrados al no poder cumplirse, la guerrilla continúa creciendo, en fin, tantas cosas. Todo esto es el impulso, el motor y el grito que obliga al Estado a darse cuenta que la estrategia necesitaba ser cambiada a toda costa. Nace así la gloriosa y tan esperada Constitución de 1991. Nace el Estado Social de Derecho, el de las garantías ciudadanas, el de las libertades individuales y colectivas. Nace una nueva Colombia, una donde la carta de batalla más vital ya no podrá ser utilizada como tal. Donde la constitución es la ley fundamental, prima por encima de todo y obtiene su característica de escudero, de defensor del pueblo y de héroe para el país que tanto la necesitaba. La constitución en Colombia, por primera vez en su historia, ya no era producto de la manipulación del gobierno de turno, del bando en el poder; ya no era una estrategia de batalla para el frente de guerra, ya no era un as bajo la manga del rico y del poderoso, era de todos y para todos. Sin embargo, como todo, tiene un problema. No hay quien la defienda y proteja más allá de la corte constitucional. Valencia Villa lo expresa claramente en las últimas páginas de su libro cuando dice: “no hay ninguna institución o fuerza que haya hecho de la realización de la Carta un proyecto político orgánico…puesto que no es así, el pacto del 91 arriesga convertirse en otra carta de batalla” (p. 227-228). La pregunta a plantear ahora es ¿qué hacer? Sí, ¿qué haremos los colombianos para garantizar que la única carta de batalla que hemos tenido nosotros y no el poder persista y no caiga en la misma trampa que todas sus antecesoras? Esa es la guerra, el objetivo y la única meta. El derecho y la Norma Fundamental que este nos otorgó debería ser un tema de interés colectivo. Desde el estudiante de jurisprudencia, hasta la señora que vende aguacates en la esquina de la casa del mismo, todos deberían saber lo vitalicia que es esta Carta para el pueblo. Es lo que, mal que bien, permite que hagamos muchas cosas. Permite que el ciudadano tenga voz y tenga el derecho de hacer valer sus derechos fundamentales. Es la Carta la que nos hace iguales ante la ley, la que nos permite vivir en sociedad. No es cosa sencilla ser la guía de todo un país y la constitución del 91 lo logra. Tiene sus fallas y vacíos, al igual que todo en la vida, pero con el pasar del tiempo a través de diferentes mecanismos se ha ido mejorando y puliendo. El punto importante aquí, realmente es no dejarse quitar esta carta de batalla. La ley no puede seguir siendo un arma de guerra utilizada por los más pudientes. Cómo es posible que dependiendo de dónde se nazca o que apellido se porte, se pueda o no tener mejores oportunidades. La crítica es a quienes las tienen y creen que es