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Anne Rice describe su infatuation con Rampling Gate, una casa que ha pertenecido a su familia durante siglos. Después de la muerte de su madre, su hermano Richard descubre que su padre deseaba destruir la casa. Anne y Richard regresan a Rampling Gate y descubren misteriosos acontecimientos que hacen que la casa sea más que una simple vivienda.
Tipo: Monografías, Ensayos
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Anne Rice EL DUEÑO DE RAMPLING GATE Rampling Gate: ¡era tan real para nosotros en aquellas viejas pinturas, alzándose como un castillo de hadas por encima del bosque oscuro que lo rodeaba! Una mole de piedra rematada en tejados de caballete y chimeneas, entre dos inmensos torreones; paredes de piedra gris cubiertas de hiedra, ventanas que reflejaban las nubes huidizas. Pero ¿por qué papá nunca fue allí? ¿Por qué nunca nos llevó? ¿Y por qué en su lecho de muerte, en los meses sombríos que siguieron al fallecimiento de mamá, dijo a mi hermano Richard que Rampling Gate había de ser destruido piedra por piedra? Ramplíng Gate, que siempre había pertenecido a los Rampling; Ramplíng Gate, que había subsistido impávido más de cuatrocientos años. Estábamos asustados ante los trabajos que nos esperaban, y dolorosamente aturdidos, Richard acababa de cumplir su cuarto año en Oxford. Dos vertiginosas temporadas sociales en Londres me habían deparado algún tímido éxito. Todavía prefería borronear poemas y relatos en el silencio de mi habitación a pasar las noches bailando, pero mantenía en secreto aquella inclinación, y aunque distábamos mucho de ser dos niños mimados, nuestros padres nos proporcionaban cuanto podíamos desear. Pero ahora los años de despreocupación se habían terminado. Nos veíamos obligados a comportarnos con prudencia y sentido de la responsabilidad. Y nos sentíamos apesadumbrados, sentados en el estudio abarrotado de libros de papá, contemplando las antiguas pinturas de Rampling Gate, junto a la pequeña estufa de carbón. -Destrúyela, Richard -dijo papá-. En cuanto yo haya muerto. -Sencillamente no lo entiendo, Julie -confesó Richard, mientras vertía el jerez en la copa de cristal tallado que yo sostenía en la mano-. Es un valor genuino, una construcción de época, una auténtica mansión del siglo quince en excelente estado de conservación. Una tal Mrs. Blessington, nacida y criada en la aldea de Rampling, ha estado administrándola, al parecer, los últimos años. Estaba allí cuando falleció tío Baxter, que fue el último Rampling en vivir bajo aquel techo. -le pregunté- que fue ese año cuando papá retiró todos los cuadros y los escondió? -No lo olvidaré nunca' dijo Richard-. No podría hacerlo. Fue algo tan extraño y tan impropio de papá. Se arrellanó en su asiento, chupando pensativo su pipa. -Luego hubo un incidente muy raro, cuando vio a aquel hombre joven en la estación Victoria. -Sí, exactamente -dije, haciéndome un ovillo en el sillón forrado de terciopelo, al tiempo que contemplaba las llamitas azuladas que bailaban en la estufa-. ¿Recuerdas lo alterado que estaba papá? Y sin embargo, había sido un incidente mínimo. En realidad, no había ocurrido nada en absoluto. En aquella época no podíamos tener más de seis y ocho años, respectivamente, y habíamos ido a la estación con nuestro padre para despedir a unos amigos. Por la ventanilla de un tren, papá vio a un hombre joven con cara de reproche, y aquello le molestó. Incluso hoy puedo recordar la cara con toda claridad. Era notablemente bien parecido, de nariz recta y delgada, cejas bien dibujadas, y con una mata
Sus ojillos azules me contemplaban con una expresión curiosamente vacua, a pesar de su sonrisa. -¡De nuevo hay Ramplings en Rampling Gate! No saben lo feliz que es este día para mí. Y sí, querida -añadió, corno si acabara de leerme el pensamiento en aquel mismo instante-, soy casi ciega, y lo he sido durante muchos años. Pero si descubre una sola cosa fuera de lugar en esta casa, dígamelo enseguida, porque será la excepción, puedo asegurárselo, y no la regla. De su rostro arrugado emanaba una simpatía tan grande, que me cautivó de inmediato. Encontramos nuestros dormitorios, los mejores de la mansión, bien aireados, con sábanas blancas de hilo y con las chimeneas encendidas para expeler la humedad siempre presente entre l os gruesos muros. Las ventanas de cristales emplomados en figura de rombos se abrían al espléndido paisaje del lago y del bosque de robles que lo rodeaba; algunas luces dispersas revelaban la aldea situada más las que me sentía un intelecto incorpóreo flotando en un silencio insondable, cansado hasta la muerte, y él no es la causa menor de mí agotamiento. La última noche le vi con mis propios. ojos. Estaba en esta misma habitación. Se mueve y habla exactamente igual que un mortal, y se atreve a contarme sus secretos. Él es un demonio astuto y yo un simple mortal. ¡Cómo voy a luchar con él!». -Buen Dios -susurré lentamente. Me levanté de la silla en la que me había sentado, y de pie a su lado leí yo misma aquella página. La escritura estaba garabateada, y era la última anotación del libro. Yo sabía que el corazón del tío Baxter había cedido. No tuvo una muerte violenta, sino pacífica, en aquella misma habitación, con un libro piadoso en las manos. -Podría tratarse de la misma persona de la que habló papá aquella noche? - preguntó Richard. A pesar del sol que entraba a raudales por las puertas abiertas, me sacudió un violento escalofrío. Por primera vez me sentí inquieta en esta casa, inquieta por nuestra audacia al venir aquí, sin hacer caso de las palabras de papá. -Pero eso sucedió muchos años antes, Richard... -dije-. ¡Y qué puede significar esa referencia a un ser sobrenatural! ¡Seguramente el pobre hombre estaba trastornado! ¡No era un espíritu lo que yo vi en el vagón del tren! Me dejé caer en el sillón colocado frente al suyo, y procuré aquietar los latidos de mi corazón. -Julie -Richard habló en voz baja, al tiempo que cerraba el libro-, Mrs. Blessington ha vivido aquí feliz durante años. Seis criados duermen todas las noches en el ala norte. Con toda seguridad, no existe nada de todo eso. -Y sin embargo, no resulta nada divertido, ¿no es cierto? -apunté tímidamente-. No es nada parecido a las historias de fantasmas que solíamos contarnos el uno al otro, cuando poblábamos las tinieblas de seres imaginarios y nos reíamos de los amigos de la escuela que se asustaban al escucharnos. -Durante toda mí vida -dijo él, con la mirada clavada en la mía-, he oído historias de duendes y de espíritus, unas imaginarias y otras supuestamente verídicas, y casi invariablemente se menciona que la casa en cuestión está embrujada, o que posee una atmósfera que despierta un presentimiento peculiar, una sensación de amenaza o de alarma... -Sí, lo sé, y aquí no existe en absoluto esa atmósfera envenenada.
-Al contrario, no me he sentido más a gusto en mi vida. -Hundió la mano en el bolsillo para extraer de él la inevitable cerilla con la que encender la pipa que enarbolaba-. Y a propósito, Julie, no sé cómo voy a poder cumplir el último deseo de papá, de destruir este edificio piedra por piedra. Asentí, llena de simpatía. Lo mismo pensaba yo desde el momento mismo de nuestra llegada. Incluso ahora, me sentía cómoda, natural, completamente segura. Súbitamente, de modo irracional, deseé que no hubiera encontrado las anotaciones del libro del tío Baxter. -¡Tendré que hablar una vez más con Mrs. Blessington! -dije, casi de mal humor-. Me refiero a una conversación seria... -Pero si ya lo he hecho yo -respondió él-. Le pregunté sobre todo el asunto esta mañana, en cuanto hube hecho el descubrimiento, y se echó a reír. juró que nunca ha visto aquí nada fuera de lo normal, y que ninguna persona viva del pueblo puede contar historias sobre este lugar. Me repitió que está encantada de que hayamos regresado a Rampling Gate. No creo que tenga la menor sospecha de que nos proponemos destruir la casa. ¡Oh, si lo supiera, eso le destrozaría el corazón! -¿Nunca ha visto nada fuera de lo normal? -me sorprendí-. ¿Eso dijo? ¡Qué forma más extraña de expresarse, Richard, cuando apenas puede ver nada en absoluto! Pero no me escuchaba. Había dejado el libro a un lado y se había levantado muy despacio, casi perezosamente; salió paseando por la doble puerta al pequeño jardín, y miraba por encima de la alta barrera de los robles que inclinaban sus ramas acodadas casi hasta la superficie del lago. No había el menor ruido en aquella hora temprana del día, salvo el suave susurro de las hojas de los árboles sacudidas por la brisa, y el piar esporádico de algún pájaro. -Tal vez se ha ido, Julie -dicho Richard por encima del hombro, y su voz sonó nítida en aquel silencio-, si alguna vez estuvo aquí. Tal vez nadie tiene ya nada que temer en este lugar. No pensarás quedarte aquí todo el invierno, ¿verdad? Supongo que querrás estar de vuelta en Londres para entonces. Parecía muy pequeño frente a los grandes árboles y el cielo roto en pequeños fragmentos relucientes por el entramado del follaje que filtraba tenuemente la luz. Rampling Gate se había apoderado de él. Y le comprendí a la perfección, porque también se había apoderado de mí. Podría muy bien quedarme aquí todo el invierno, sin importarme la soledad ni el frío. No quería volver nunca más a mi casa. Y la inmediatez del misterio contribuía a debilitar todavía más mi percepción de todas las cosas y lugares restantes. Después de una larga pausa, me levanté, salí al jardín y coloqué mi mano en el brazo de Richard. -Hay algo que sé de cierto, Julie -dijo, como si nos hubiéramos seguido hablando durante todo el rato-. juré a papá que haría lo que me pidió, y eso me está destrozando. De una u otra manera lo llevaré siempre sobre mi conciencia, tanto si destruyo la casa como si me rebelo contra mi propio padre y contra la carga que me impuso en su postrer aliento. -Hemos de buscar ayuda, Richard. Consejo de nuestros abogados, de los confesores de papá.
preguntarle por qué no se iba a la cama, cuando de improviso vi por el rabillo del ojo a alguien más en la habitación. En el rincón más lejano, a la izquierda, junto al escritorio, había otra figura, inclinada sobre los papeles de Richard, con las manos pálidas en reposo sobre la superficie de madera. Sabía que no podía ser cierto. Sabía que tenía que estar soñando, que ninguna de las cosas que había en la habitación, y menos que ninguna otra aquella figura, podía ser real. Porque se trataba del mismo hombre que había visto quince años antes en un vagón de tren, y ni el más mínimo detalle de la apariencia de aquel joven sombrío había cambiado. Tenía el mismo pelo espeso y lustroso, peinado descuidadamente tan sólo en la parte del cogote en que pendía sobre el cuello ancho de su chaqueta negra, y la piel era tan fina que casi resplandecía en la sombra. Los ojos oscuros se alzaron de repente y me miraron con una expresión tan curiosa que casi me hizo gritar. Nos miramos fijamente a través de la habitación oscura; yo de pie junto a la puerta, y él visible e innegablemente sobresaltado porque le había sorprendido de improviso. Mi corazón se detuvo. En una fracción de segundo avanzó hacia mí, abolió el espacio que nos separaba y se inclinó sobre mi rostro, mientras sus dedos blancos se cerraban con suavidad sobre mis brazos. -Julie! -susurró, en una voz tan baja que me pareció que me hablaban mis propios -Oh, querida, querida... -susurró Mrs. Blessington-. ¿Qué hará él si intentan derribar la casa? ¿Qué va a hacer ahora? -¿Qué va a hacer quién? -preguntó despacio Richard, al tiempo que sus ojos se estrechaban. Me arrebató la vela y se acercó a ella. Yo me había quedado mirándola con la boca abierta, sin darme del todo cuenta de lo que acababa de decir. -¡De modo que sabe quién es él! -murmuré. -Julie, calla de una vez! -dijo Richard. Pero el rostro del ama de llaves se había vuelto rígido, su palidez había desaparecido, y los ojos eran de nuevo distantes y apagados. -¡Usted sabía que él estaba aquí! -insistí-. Debe contárnoslo de una vez. Con un esfuerzo, se puso en pie. -No hay nada en esta casa que pueda hacerle daño a usted -dijo-, ni a ninguno de nosotros. 1 Se volvió, rechazando a Richard que intentaba ayudarla, y cruzó sola el salón oscuro. -Ya no me necesitan aquí -declaró, en voz baja-, y si van a derribar esta casa construida por los abuelos de sus abuelos, podrán hacerlo perfectamente sin mi ayuda. -10h, no pensamos hacer una cosa así, Mrs. Blessington! -insistí. Pero ella se dirigía ya a la galería que llevaba al ala norte. -Ve tras ella, Richard. Ya la has oído. Sabe quién es él. -He oído lo suficiente por esta noche -contestó Richard, casi irritado-. Los dos tenemos que irnos a la cama. A la luz del día analizaremos todo este embrollo y registraremos la casa. -Pero alguien tiene que decírselo a él, ¿no es así`? -pregunté. -¿Decir qué? ¿Y a quién te refieres? -¡Decirle que no vamos a derribar la casa! -contesté
pronunciando con claridad las palabras, en voz muy alta, escuchando el eco de mi propia voz. El día siguiente fue el más agotador que habíamos vivido desde nuestra llegada. Nos costó buena parte de la mañana convencer a Mrs. Blessington de que no teníamos intención de destruir Rampling Gate. Richard echó las cartas al correo y decidió no hacer nada hasta que recibiéramos ayuda. Y los dos juntos, empezamos a registrar la casa. Pero la noche nos sorprendió a media tarea, después de haber cubierto el torreón, el ala sur y la mayor parte de la casa propiamente dicha. Nos quedaba todavía por registrar el torreón norte, que se encontraba en un estado de ruina casi total, y algunas estantías subterráneas que en épocas pasadas habían servido de mazmorras y ahora estaban tapiadas. También había armarios y escaleras ocultos por todas partes, en los que apenas habíamos mirado, y en determinados momentos no podíamos decir con Precisión dónde habíamos estado registrando y dónde no.
. Pero a la hora de la cena también había quedado meridianamente claro que Richard se encontraba en un estado próximo a la exasperación, y convencido de que yo no había visto nada en absoluto la noche anterior, en el estudio. También había llegado a la conclusión de que tío Baxter se había vuelto loco antes de morir, o bien de que las notas garabateadas en su diario se referían en clave a algún acontecimiento social que le había afectado de forma inusual. Pero yo sabía lo que había visto. Y a medida que avanzaba el día, me fui haciendo más callada y distraída. Mrs. Blessington y yo no cruzábamos la menor palabra, y pude comprender demasiado bien la rabia que había advertido en la voz de mi padre en aquella noche lejana en la que, de regreso de la estación Victoria, mí madre le acusó de imaginar cosas. Pero lo que me obsesionaba por encima de todo era el aspecto amable del hombre misterioso al que había conseguido ver por un instante; los ojos oscuros casi inocentes que me habían mirado brevemente antes de que yo empezara a gritar. -Es extraño que a Mrs. Blessington no le asuste -dije en voz baja y distraída, sin preocuparme de que Richard me oyera o no-. Y ninguna otra persona de por aquí parece tenerle miedo. Me asaltaban las más extrañas fantasías. Volvían a mi cabeza las palabras despreocupadas de los habitantes del pueblo. -Lo más sensato es que hagas una cosa de la mayor importancia, antes de irte a dormir -dije a Richard-. Deja escrita una nota con la declaración de que no tienes intención de derribar la casa. -Julie, has creado un dilema imposible -protestó Richard-. Insistes en tranquilizar a la aparición asegurándole que la casa no va ser destruida, cuando de hecho afirmas haber comprobado la existencia de la criatura que precisamente impulsó a nuestro padre a darnos la orden que nos dio. -¡Ah, desearía no haber venido nunca aquí! -estallé de repente. -En ese caso, vámonos los dos, y decidamos sobre este asunto en casa. -No, de eso se trata. No podría irme jamás sin conocer antes... «sus secretos»..., «el demonio astuto». ¡No podría seguir viviendo sin saber la verdad! La rabia debe de ser un excelente antídoto
Yo grité de nuevo: «No, no bebas». Se volvió a mirarme. Su rostro era ahora la imagen perfecta de la muerte, hasta el punto de que me pareció imposible que pudiera hablarme, y sin embargo lo hizo. Me preguntó: «¿Qué harías tú? ¿Regresarías a Knorwood, abrirías esas puertas una tras otra, tocarías la campana de la iglesia vacía? Y aunque lo hicieras, ¿revivirían los muertos?». No esperó mi respuesta. Y yo no tenía ninguna respuesta que ofrecerle. Se volvió hacia el Señor que le esperaba, y aplicó su boca inocente en la vena que latía con toda la apariencia de la vida bajo la piel fría y translúcida de la garganta del Señor. Y la sangre fluyó en el cuerpo joven, venciendo con su poderosa irrupción la fiebre y la enfermedad que lo aquejaban, pero arrastrándolo al mismo tiempo más allá de la vida mortal. Ahora estaba solo en el salón del Señor. La inmortalidad era suya, y con ella la sed de sangre que necesitaría para mantenerla. Yo podía sentir esa sed con todo mi ser. Contempló los muros desmoronados que se extendían a su alrededor, el fuego que lamía las piedras ennegrecidas de la gigantesca chimenea, el cielo nocturno visible a través del techo hundido con su infinita red de estrellas. Y cada una de aquellas cosas se transfiguraba en su visión, y en la mía -en la visión que él me prestaba ahora-, en la esencia exquisita de sí misma. Una voz inaudible y eterna hablaba desde el velo estrellado del cielo, cantaba en el viento que susurraba entre las vigas rotas, suspiraba en las llamas que roían las piedras ennegrecidas del hogar. Era el ritmo implacable del universo, presente debajo de todas las superficies, canción aguda y triste. Yo estaba en los brazos de él, y sus labios se apretaban -Tardaremos cinco horas en llegar a Londres -susurra a mi oído. -Puedo esperar -respondo, mientras la sed me invade como una fiebre me aprieto contra él, sintiendo la presión de sus labios en mis párpados y en mi cuello. -Me gustaría ir de caza por las calles de Londres, esta noche -confieso, con cierta timidez; pero sólo veo aprobación en sus ojos. -Hermosa Julie, mi Julie... -murmura él. -Te gustará la casa de Mayfair -comento. -Sí... -dice él. -Y cuando Richard se canse al fin de Rampling Gate, volveremos a casa.