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Este artículo analiza los cambios teóricos en el concepto de autodeterminación y nacionalismo en el contexto del sistema internacional contemporáneo. El autor examina cómo la teoría política liberal ha cuestionado el uso y validez de estos conceptos, y cómo el interés público y la comunidad han modificado la comprensión de autodeterminación. Además, se discute la necesidad de aplicar una visión humano-centrica o cosmopolita, y cómo esto afecta a la formación de Estados nacionales modernos.
Tipo: Apuntes
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RESUMEN
El artículo hace una revisión de la perspectiva cosmopolita que reflexiona sobre el nacio- nalismo y el derecho a la autodeterminación de los pueblos en el siglo xxi. El argumento central propone que los reclamos soberanistas no desaparecerán, pero la comunidad inter- nacional busca generar condiciones para que este fenómeno se realice mediante mecanismos democráticos y defendiendo los derechos hu- manos. Por lo tanto, si un nuevo pueblo apela a su independencia, deberá hacerlo bajo el marco del ideal humano céntrico y cosmopolita.
Palabras clave : nacionalismo, autodeter- minación, cosmopolitismo, Estados naciona- les, independencia.
cosmopilatism, natioalism and the rigth of self-determination in the contemporary international sistem
ABSTRACT
The article offers a review of the cosmopolitan perspective that reflects upon nationalism and
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reflexiona, mediante algunos ejemplos sobe- ranistas contemporáneos, aquellos escenarios que se alejarían del ideal cosmopolita y aque- llos que lo persiguen. Finalmente, se aportan algunas conclusiones generales que sugieren la existencia de un debate vigente en el sistema internacional.
1. NACioNAliSMo, CoSMoPoliTiSMo y El dERECho A lA AUTodETERMiNACiÓN dE loS PUEBloS EN lA TEoRÍA
La perspectiva teórica que mejor explica las transformaciones de las retóricas nacionalis- tas y del concepto de autodeterminación es la sociología histórica de las relaciones interna- cionales. La sociología histórica es una sub- disciplina de la sociología. Su enfoque es de largo plazo y se aboca a estudiar las constantes y las variables de los procesos con una mirada de amplio horizonte, por lo cual solo se detiene a explicar problemas coyunturales en la medida que le permitan ilustrar los fenómenos históri- cos y sociales de forma macroscópica. Para la sociología histórica, lo que deno- minamos relaciones internacionales es parte de un proceso global que comenzó con la conformación de los Estados modernos en Eu- ropa y su paulatina expansión mundial (Elias, 1994; Wallerstein, 1999; Giddens, 2006). Los Estados modernos representan una forma de organización del poder que aspira a la conso- lidación de la racionalidad institucional y, por ende, a formas políticas y sociales diferentes de las tradicionales, basadas en el carisma, el patrimonialismo, el patriarcado o la fuerza. El Estado moderno es, para la sociología histórica, un proceso y una aspiración, no exentos de con-
flictos y contradicciones. Por lo tanto, el objeto de estudio de la sociología histórica es “analizar las relaciones entre el microacontecimiento y el conjunto, la estructura o el sistema” (Aron, 1966, p. 325). Esto es, el proceso de construc- ción de Estados modernos al interior de las sociedades y el proceso de construcción de un sistema mundial en el que los actores privile- giados son los Estados nacionales. Por otra parte, la teoría crítica también nos ayuda a comprender la forma en que el Es- tado nacional se despliega en el movimiento de la modernidad. Particularmente en Dialéctica del Iluminismo , Adorno y Horkheimer (1987) nos ayudan a comprender la forma en la que la Ilustración, en su intento de disipar las sombras del mundo del mito, vino a generar un nuevo mito racionalizado. El Estado nacional, en este sentido, vendría a ocupar el papel del hijo se- cularizado del Estado absolutista, que de igual manera construirá un entramado de símbolos y rituales que desplazarán aquellos formados durante el período previo a la modernidad. Los Estados modernos no solo reflejan la institucionalización de la gestión económica o los equilibrios de poder entre los actores sometidos a la organización de la vida dentro de fronteras físicas definidas pacífica o vio- lentamente. Los Estados modernos, como ha quedado claramente explicado por varios autores (Hobsbawm, 1990; Anderson, 1991; Touraine, 2000; Smith, 2010, 1988; Gellner, 1983), también construyeron a lo largo de su historia elementos de identidad nacional que les permitieran simple y sencillamente sobre- vivir y ser viables. El concepto de Estado nacional implica la idea de una entidad gestora y administrativa
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que regula las relaciones de poder dentro de las sociedades, construyendo procesos institucio- nales de recambio generacional. Esto es el Es- tado. A su vez, construye y disemina significa- dos compartidos entre los miembros de dicha sociedad partiendo de la noción de identidad que apela a hechos históricos o heroicos, que resalta valores morales, culturales o religiosos compartidos y que, por definición, distingue a su colectividad de las otras. Esto es la nación (Stavenhagen, 2000, p. 373). La sociología histórica narra ese proceso de quinientos años, pero se centra en los fenó- menos europeos y en lo que se ha denominado el proceso civilizatorio. El surgimiento de los Estados nacionales en Occidente estuvo acom- pañado, como no podía ser de otra forma, por la tensión y la confrontación de grupos humanos que trataron de imponer una idea de nación y los otros grupos que la resistían. Fue la centralización del poder la que le otorgó cierto grado de éxito a las élites que consolidaron los Estados nacionales modernos; fue también la centralización de la gestión y la simplificación de los trámites burocráticos y administrativos, la organización de los ejércitos, la acumula- ción de capital y su impacto social que tarde o temprano se cristalizaría en otro concepto fundamental de la modernidad: la ciudadanía^2. El resto del mundo aprendió, asimiló y adaptó, sin tener otra opción, las formas de
organización europea diseminadas por vías fundamentalmente violentas. Al final de la era del poderío colonial e imperial de Europa, los grupos humanos comenzaron a definir fron- teras y a construir sus propios Estados nacio- nales. Esto implicó varios problemas:
(^2) A este proceso se le puede sumar también una perspectiva disciplinaria. La comunidad imaginada en su forma de Estado nacional, la más desarrollada hasta el momento de esta forma política, desplazó las sensibilidades que se generaban al interior de las comunidades concretas. Este proceso, en su versión más vertical, necesitó del disciplinar a los cuerpos y mentes de los sujetos, generando la relación de docilidad-utilidad que Michel Foucault (2009) deno- mina disciplinas.
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2. lAS TRANSfoRMACioNES CoNCEPTUAlES dEl NACioNAliSMo y dEl dERECho A lA AUTodETERMiNACiÓN 4
En el ámbito de las argumentaciones acadé- micas, se parte de que los conceptos de na- cionalismo y autodeterminación han sufrido considerables cambios teóricos por las razones que a continuación se detallan:
esto reduce a la sociedad a ser una colección for- tuita y fluctuante de individuos, sin un carácter definido y sin un destino compartido (Parekh, 1993, pp. 236-251). La operación teórica clave de esta perspectiva de la sociedad implica una inversión radical de los términos de evaluación de proyectos colectivos. Los objetivos de estos deben ser aquellos que resulten ventajosos para los individuos, y las ventajas que ofrece una socie- dad son estrictamente aquellas que los individuos sean capaces de percibir y no aquellas que sean destacadas por historiadores, ideólogos u hom- bres de Estado. Lo que justifica a una sociedad son las ventajas tangibles y concretas que ofrece a sus miembros aquí y ahora y nada más. Este humano-centrismo liberal es evidente en el atrac- tivo que ahora ejerce el concepto de “soberanía individual” en los círculos de la gobernabilidad internacional. Kofi Annan, Secretario General de la onu entre 1997-2006 invocó este concepto para cuestionar las flagrantes violaciones que se cometen en nombre de la “soberanía” de algún Estado. Así, un Estado que no puede garantizar la soberanía de los individuos que habitan den- tro de sus fronteras es un Estado que no ejerce la única soberanía digna de ese nombre. El todo (soberanía nacional) debe ser equivalente a la suma de sus partes (soberanía individual), es decir, a la suma de “los derechos humanos y li- bertades fundamentales de todos y cada uno de sus ciudadanos” (Danspeckgruber, 2002, p. 2).
(^4) Las ideas y reflexiones vertidas en el apartado teórico son resultado de extensas charlas sobre el tema con David Mena Alemán.
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de su ejercicio: la eficaz protección de los de- rechos humanos. Así también se ha cerrado el paso a los candidatos al ejercicio de la sobera- nía, que carezcan de una representación con procesos claramente democráticos. No hay ya sujetos colectivos dignos de ser escuchados en el ámbito internacional que no hablen por un demos efectivamente organizado y representa- do. La calidad de la voz de aquel que reclama soberanía se discierne en la meticulosidad y corrección de los procedimientos mediante los cuales capta y articula la voz del pueblo, entendido este como una colección de grupos sociales diversos. Cualquiera que reclame sobe- ranía al margen de un soporte procedimental habla como sujeto individual o faccional, a tí- tulo propio, pero no como sujeto enteramente colectivo. El self del self-government debe ser un self robusto, cabalmente articulador de la voluntad de los individuos que integran la na- ción para que pueda ser tomado en serio por la comunidad internacional. Lo que importa entonces es cómo se construye la expresión de soberanía y no el contenido de la expre- sión. En estos términos solo las democracias califican como entidades capaces de proferir expresiones auténticas de soberanía. La im- plicación básica de este requisito, y sobre el que se abundará más adelante, es que cuando una subcultura o sub-comunidad imaginaria busca romper su condición de subordinación de una entidad nacional y constituirse en nación (autodeterminación externa), las ins- tituciones de gobernabilidad internacional le sugerirán fuertemente que se conforme con la aspiración más modesta de autonomía o federalismo democrático (autodeterminación interna). La democracia tiene ahora mayor
valor que la independencia y la consideración fundamental aquí es que la democracia puede hacer más por el bienestar de los individuos que “la pendiente resbalosa hacia la indepen- dencia” (Danspeckgruber, 2002, p. 2). Por lo demás, la comunidad internacional no tiene ningún interés en que se amplíe el número de sujetos auto designados como sujetos colecti- vos propensos a hacer reclamos de soberanía personales o de facciones. Obviamente, desde esta perspectiva teórica liberal, los sujetos que tienen aún menos cabida son aquellos que se encuentran en la búsqueda de la autonomía desde una forma pre-figurativa de construir la política (Brissette, 2016). Al respecto, pueden revisarse los casos de los zapatistas en el sur mexicano y los cosacos en Asia central como ejemplos, no solo de una forma distinta de concebir las relaciones sociales, sino de resistir a los universales creados por la narrativa liberal (Grubacˇic y O’Hearn, 2016).
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Una vez que se fueron reconociendo las di- ferencias antes soslayadas, la categoría de nación se volvió demasiado elusiva; se acepta ahora, por ejemplo, que países como Gran Bretaña y Espa- ña constituyen Estados multinacionales –inclu- so, se habla de las muchas culturas, identidades y tradiciones que constituyen y enriquecen a la nación–. Se rechazan también símbolos y refe- rentes de identidad por su conexión a grupos hegemónicos dentro de una nación. En vista de estos procesos se antoja un tanto obsoleto que alguna entidad colectiva pretenda constituirse en una nación independiente como para repe- tir los vicios y contrasentidos del nacionalismo cívico. Lo que se cuestiona sobre este asunto particular es si se puede sostener, de manera coherente, que una región, quizá Quebec, en realidad tenga una población homogénea, pue- da y deba compartir una sola lengua oficial, y que todos sus ciudadanos se sujeten en iguales términos a un solo marco legal. Todo esto, sin reforzar símbolos nacionalistas excluyentes, sin tener que implementar una política educativa que haga obligatorio el uso del idioma oficial y, finalmente, sin tener que terminar por hacer ajustes al marco legal para acomodar diferencias que solo se harán patentes hasta el nacimiento de la nueva nación. El problema es que persiste una duda, sólida y documentada, de que pueda surgir una nación que no termine siendo opre- siva en algún momento y de alguna forma con respecto a sus propias minorías. Ahora bien, más allá de la mitología de los nacionalismos está la preocupación, estricta-
mente pragmática, de contar con una forma de asociación que garantice seguridad, viabilidad económica y la defensa efectiva de los derechos individuales y civiles. La alternativa del Estado nación soberano, no parece ser una opción con mucho futuro para garantizar particularmente la seguridad y viabilidad económica. El caso de la Unión Europea parece sugerir que estos objetivos pueden alcanzarse en un marco que permita la asociación entre varios Estados. Todo esto apuntaría a que la alternativa del futuro, desde la práctica hegemónica, no es el nacionalismo sino el supranacionalismo. En este sentido, se sugiere que las ventajas que ofrece una entidad supranacional pueden desincentivar y restar sentido lógico a la secesión, y al énfasis en la autodeterminación por parte de entidades colectivas regionales dentro de alguna de las naciones europeas. Por un lado, es evidente, en términos de seguridad, integración económica y libre tránsito de mano de obra, que cualquiera de las naciones europeas puede lograr más den- tro del marco supranacional que por su propia cuenta. Esto debe ser evidente para candidatos potenciales a la secesión como Escocia, Euskadi o Cataluña. Por otro lado, no tendría mucho senti- do aspirar a la autodeterminación con respecto a un Estado para, inmediatamente después, aspirar a la integración dentro de una comunidad más amplia y ceder parte de esa soberanía deseada, a una entidad supranacional como sería el caso de la Unión Europea^6. Sin embargo, el voto mayoritario de los británicos para salir de la Unión Europea rea-
(^6) Quizás esto pueda ser mejor explicado bajo los principios de la realpolitik. En realidad, las acciones que los Es- tados ejercen tienen que ver mucho más con la consecución de alguna medida en términos pragmáticos, que con un ordenamiento lógico en cuanto a su congruencia filosófica y política.
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bre este debate. Corrobora, en primer lugar, que el sistema internacional no es estático. Demuestra también que una entidad supra- nacional como la Unión Europea puede sufrir serias fracturas que pongan en tela de juicio su viabilidad. También, abre la puerta, al menos en el caso, para que cualquier reclamo sobera- nista encuentre eco siempre y cuando se haga por la vía democrática.
3. NACioNAliSMo, CoSMoPoliTiSMo y El dERECho A lA AUTodETERMiNACiÓN dE loS PUEBloS EN lA PRÁCTiCA
Los detractores del derecho a la autodetermi- nación (Spencer y Wollman, 2002; Dittgen, 2003; Dahbour, 2013; Hilpold, 2017) consi- deran que la lucha por el reconocimiento de los particularismos pone en riesgo cualquier posibilidad de organización, porque nunca terminarían los reclamos soberanistas. Aquí se habla del barril sin fondo de los particularis- mos. ¿De qué forma lograrían coincidir indi- viduos, grupos y colectividades más o menos amplias, si todos ellos, en algún momento, apelaran al derecho a la autodeterminación y a la soberanía? En otras palabras, existen posi- bilidades reales de que las aspiraciones por la autodeterminación nunca concluyan, y que un nuevo Estado-nacional contenga o llegue a ge- nerar en su interior otras subunidades políticas, culturales y económicas que aspiren, a su vez, a la independencia y a la secesión. Incluso hay quienes consideran, como Herbert Dittgen (2003, p. 229), que la insis- tencia violenta por el derecho a la autodeter- minación probablemente será la causa de los conflictos en el mundo en los próximos años.
Dittgen sostiene esta idea basándose en la ex- periencia yugoslava, que dio como resultado nuevas fronteras y fundó nuevas naciones, con el propósito de garantizar a las minorías su derecho a la autodeterminación. Precisamen- te esta no ha sido una solución satisfactoria al problema, ya que las nuevas fronteras inevita- blemente generan otras minorías y, a su vez, nuevos conflictos.
3.1. Nacionalismo y autodeterminación no cosmopolitas
Retomando la perspectiva macroscópica de la sociología histórica, el Estado nacional moder- no tarde o temprano entra en contradicciones y genera conflictos entre los microaconteci- mientos, el conjunto, la estructura o el sistema. Esto sucedió en el caso negativo emblemático del nacionalismo y la búsqueda de la auto- determinación de los pueblos ocurrido en Yugoslavia. El país, ficticio como cualquier otro, encontró a principios del siglo xx razón para existir, en un contexto de disolución de los viejos imperios europeos en 1918. Tras la segunda guerra mundial, y en el marco de la guerra fría, logró mantener su integridad, pe- ro las trasformaciones en Europa y el mundo a finales del siglo xx pusieron en tela de juicio su eficacia y legitimidad. En el caso de Yugoslavia, primero se se- pararon, sobre la base de una identidad y una historia particular, Eslovenia y Croacia. Poste- riormente, se separaría Bosnia-Herzegovina y, por cuestiones étnicas, se propuso en el plan Carrington-Cuterelio (primavera 1992) que se dividiera en tres regiones. Ese plan fracasó como indica Stavenhagen (2000, p. 371), y
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de “separarse” para ser libre e independiente, conlleva la debilidad de esa libertad e indepen- dencia que de poco le sirvieron a un Estado- nacional ya existente y que sufrió un proceso de secesión. Surge entonces un tercer problema. Ese nuevo Estado-nacional, con la finalidad de fortalecerse jurídicamente y estructurarse de manera homogénea, amedrentaría cualquier tipo de reivindicación de la diferencia y la ori- ginalidad. Con el propósito de convertirse en “uno e indivisible”, algún grupo, comunidad o pueblo que luche por su autodeterminación señalará y fustigará y pondrá en peligro a todos aquellos que, dentro de sus fronteras, sean per- cibidos como extraños, ciudadanos de segunda o ajenos al nuevo proyecto soberano. Por supuesto, no todo proyecto soberanis- ta garantiza la consolidación del ideal humano- céntrico o cosmopolita. A los ejemplos de experiencias recientes poco exitosas, se suman ciertos casos cuya tendencia a la anarquía y la violencia preocupa a la comunidad internacio- nal. Se plantean, por lo tanto, en un ejercicio prospectivo y fundamentado en la historia re- ciente, cuatro escenarios de desviación en lo que a la lucha por la autodeterminación se refiere.
80 millones de tamiles en la provincia sureña de Tamil Nudu como lo indican Ganguly y Taras (1998, pp. 198-199). Esta dimensión interna- cional incluye la compra de armamento por parte del gobierno de Sri Lanka con la finalidad de combatir a los tamiles, y amenazaba con des- encadenar una guerra de larga duración debido al incremento de las hostilidades. Las posibilidades de que algunos movi- mientos secesionistas desemboquen en guerras prolongadas incluyen el caso de Rusia contra Chechenia, contra Georgia, y Osetia, el de Cachemira que involucra a dos Estados con armamento nuclear como India y Pakistán (Allison, 2001, p. 253) y el del Congo (Gan- guly y Taras, 1998, p. 227). En este escenario se deben incluir también las posibilidades de que grupos terroristas mantengan acciones violen- tas contra la metrópolis, como ocurre con el ca- so del Partido de los Trabajadores de Kurdistán en abierta lucha por la autodeterminación en contra del gobierno turco. Como se verá más adelante, para las reivindicaciones separatistas europeas como la norirlandesa o la vasca, el terrorismo ya no es fuente de legitimidad.
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etnia específica. Esta fue la estrategia seguida por la Croacia poscomunista contra bosnios musulmanes en Bosnia-Herzegovina. El recientemente independizado Estado croata no contaba con una población musulma- na considerable dentro de sus límites territoria- les que mereciera acciones radicales de limpieza étnica. No obstante, el discurso nacionalista croata auspiciaba acciones extraterritoriales de limpieza étnica en áreas de Bosnia-Herzegovina donde existieran asentamientos de personas de origen croata. La remoción, tanto de personas de origen serbio como bosnio en tales áreas, podía facilitar posteriormente la integración al Estado croata de áreas geográficas limpias. Este objetivo fue frustrado por la comunidad inter- nacional, la cual estableció el protectorado de la Federación Bosnio-Croata de Bosnia-Herze- govina. Como sea, Croacia es un caso ejemplar de un proyecto de secesión alentado por un discurso nacionalista que no estaba confinado a la construcción de un Estado independiente dentro de límites territoriales definidos. El com- ponente étnico de dicho discurso nacionalista no permitía tal confinamiento, en la medida que los miembros de la nación croata estuvie- ran asentados en áreas fuera de los límites geo- gráficos del nuevo Estado croata. Pero en esta medida también el renacimiento de Croacia como Estado independiente solo podía ser problemático para la comunidad internacional. Otro ejemplo que puede ofrecerse es el del genocidio en Ruanda por motivos políticos y étnicos en los años noventa entre la élite hutu y los tutsis en el centro oriente de África. Del mismo modo, actualmente el Kurdistán man- tiene latente el nivel de conflicto, máxime la crisis en Siria que los ha convertido de nuevo
en actores protagónicos de la región. Esto por las rencillas históricas, los potenciales deseos de venganza y asentamientos kurdos dispersos en países vecinos como Irak, Turquía e Irán.
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es, a todas luces, un ejemplo de viabilidad económica. Caso contrario al de Montenegro que mantiene abiertas las fases de negociación para su ingreso a la Unión Europea (Consejo Europeo, 2015). Sin embargo, tampoco es una garantía el apoyo de la comunidad internacional y tal es el caso del Sahara Occidental. En un proceso de descolonización iniciado en 1976, y que se tornó violento hasta 1991 con los acuerdos de paz firmados ante la comunidad internacional, la onu no ha logrado concretar la Resolución 1540 alcanzada durante la xv Asamblea Ge- neral del organismo en 1960 para ejercer el derecho a la autodeterminación de los pueblos colonizados en África (Fuente, 2011). En este caso, confiar en los procesos institucionales marcados por los organismos internacionales, según la retórica cosmopolita, no garantiza un resultado favorable para la comunidad subna- cional que busca su independencia (Rodríguez, 2017). Lo mismo podría decirse de Palestina, como ejemplo de que el derecho a la autode- terminación de los pueblos bajo la guía cos- mopolita de las instituciones internacionales transita con lentitud, siempre que los intereses de algunas potencias se interpongan en su con- quista por la independencia. En este sentido, resuena la idea de que el ideal cosmopolita no garantiza el éxito de los reclamos soberanistas.
Sin embargo, para la sensibilidad occidental contemporánea y para la comunidad inter- nacional, en la medida en que un proyecto de autodeterminación deponga las armas, será un proyecto viable. Esto se vuelve particular- mente obvio después de los atentados del 11 de septiembre de 2001 en Estados Unidos. El terrorismo como arma para la lucha indepen- dentista simplemente perdió su legitimidad en Europa. El Ejército Republicano Irlandés anunció el fin de su lucha armada a finales de 2001 precisamente motivados por los resulta- dos de los ataques terroristas del 9-11. Después de diversas negociaciones declaró en julio de 2015 que dejaba la lucha armada. Por su parte, el grupo separatista vasco eta, anunció en oc- tubre de 2011 el fin definitivo de la violencia terrorista (Aizpeolea, 2011). En ambos casos, el terrorismo dejaría de ser un arma legítima para convertirse en violencia incivilizada que todos los europeos descalifican, particular- mente ante el uso de dicha estrategia por el integrismo islámico. Sobra decir que la eliminación de la violencia como mecanismo para alcanzar la independencia de un reclamo soberanista, se enmarca fácilmente dentro de los parámetros ideológicos del cosmopolitismo liberal. Esto condenaría la lucha armada, por ejemplo, en el caso palestino o del Kurdistán. Pero tampo- co resuelve el problema del ideal cosmopolita en el diseño del “nuevo Estado nacional”. Es evidente que existen otro tipo de reivindica- ciones que van más allá de la configuración Estado-centrista y humano-céntrica que no contemplamos en el grueso del trabajo por sus limitaciones naturales, pero que vale la pena mencionar. Nos referimos a los movimientos
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más críticos contemporáneos que encuentran en estas dos narrativas caras distintas de la mis- ma moneda. Las reacciones frente al antago- nismo provocado por el capital han generado posturas que van más allá de la identidad y, por lo tanto, de la reivindicación del Estado nacio- nal. La dinámica de estos movimientos puede ser comprendida como “grietas”, utilizando la categoría de Holloway (2010), a los callejones sin salida del debate que hemos ilustrado^9.
En los tres casos, los reclamos soberanistas se hacen sobre la base de que la comunidad polí- tica mayor, es decir, Canadá, el Reino Unido y España, debe aceptar el ideal humano-céntrico y cosmopolita si este va acompañado de un proceso libre y democrático. Tras el referéndum de junio de 2016 que apoyó la salida del Reino Unido de la Unión Europea, el espacio para negar otros referén- dum, ya sean a escala nacional (Escocia y Cata- luña) o a escala supranacional, como proponen los nacionalistas franceses y holandeses para de- jar la Unión Europea, el ideal humano-céntrico y cosmopolita se vuelve en contra de los gobier- nos liberales y progresistas. Si bien, de alguna forma, garantiza procesos no violentos, deja también sin armas discursivas a los gobiernos centrales de las naciones o de la Unión Europea para impedir consultas ciudadanas democráti- cas. Sin embargo, esto tampoco garantiza que el diseño del referéndum como instrumento de consulta resulte transparente, incluyente y ajeno a la manipulación de las normas e insti- tuciones democráticas por parte de los actores involucrados. El caso catalán de 2017 está lleno de reclamos por la “ilegalidad de la convocato- ria” de parte de los independentistas catalanes, como por las posturas contra el referéndum del gobierno nacional. De igual forma, los discur- sos antagonistas y descalificadores se intensifi- caron entre las partes, generando un ambiente de franca confrontación.
(^9) Quizá la experiencia zapatista sea la que mejor ejemplifique a lo que nos referimos; no obstante, hay otros movi- mientos que comparten características similares.