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Este documento aborda la importancia de la inteligencia emocional en el contexto familiar, su papel en el desarrollo personal y social de los niños, y cómo los padres pueden contribuir a su educación emocional. Se discuten técnicas para fomentar la comprensión mutua, la resolución de conflictos y el crecimiento emocional.
Tipo: Guías, Proyectos, Investigaciones
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El término Inteligencia Emocional se refiere a la capacidad humana de gestionar: sentir, entender, controlar y modificar estados emocionales en uno mismo y en los demás.
Sin embargo, al convertirnos en padres, tomamos conciencia de la dificultad de educar y enseñar a nuestros hijos/as el sentido beneficioso de la Inteligencia Emocional.
Últimamente se están produciendo avances a la hora de introducir la inteligencia emocional en los
centros escolares, pero donde realmente se fundamenta la educación emocional es en casa.
Desde que nacemos vemos cómo se tratan entre sí nuestros padres, cómo somos tratados por
ellos, qué normas son las importantes… Es en la familia donde se construyen las bases de las competencias personales y sociales (autoconciencia, autocontrol, motivación y empatía), es decir,
las habilidades para relacionarnos con nuestro entorno.
Los padres debemos ser conscientes de la influencia que ejercemos sobre nuestros hijos/as. A lo largo de las diferentes etapas, nuestros hijos/as perciben todo lo que los adultos hacemos, en especial el comportamiento de los padres. Acompañarles en la interiorización de reglas, valores y juicios es parte importante del desarrollo social y moral. Encontrar el beneficio para que las reglas convencionales, buenas costumbres, normas básicas de convivencia y el respeto por los demás sean adquiridas con complacencia. Efectivamente, los padres somos el principal ejemplo de imitación.
Se debe tener cierta obligación en esforzarse para no inculcarles miedos y creencias particulares, sus propios deseos, sus ilusiones frustradas. Debemos intentar controlar los temores, esto implica confiar en los hijos/as. Además, revisar las creencias no siempre afortunadas es aprender a ser padres. Es necesario “dejarlos crecer” y crecer los padres con ellos, porque a ser padre nadie aprende antes de serlo. Y es en ese crecer juntos donde se consigue reforzar el vínculo que los une a ellos. Cualquier diálogo cotidiano puede ser una excusa para progresar en ese trabajo emocional, aunque sólo sea hablar sobre el tiempo por ejemplo. Es de los pequeños indicios de donde se puede extraer su estado emocional: por lo que dicen y, también, por lo que no dicen, como lo dicen, el tono, los gestos…, todo aquello que ya se conoce porque son nuestros hijos/as, y conocen su lenguaje no verbal. Los hijos/as pueden hablar con mayor facilidad sobre sus experiencias y las emociones ligadas a ellas cuando los padres escuchan con atención y no manifiestan de inmediato su propia opinión ni ningunean la importancia que tienen para ellos. Es preferible hacerles preguntas, sugerir,… promover que sean más reflexivos sobre las cosas que hacen y que sienten, y sus consecuencias. Se debe hablar también, abiertamente, de lo que sienten ellos, de las cosas del “día a día”, sin ocultar sus sentimientos ni los errores. Cuando explican una situación y detallan los hechos, ellos aprenden que se tiene la fuerza emocional para examinar y enfrentarse a las situaciones, sean más o menos difíciles, aprendiendo que también los niños lo pueden hacer. Ante una situación de ámbito familiar expresen qué es lo que sienten cada uno de los miembros de la familia, cómo interpretamos lo que está pasando. Siempre con respeto y sinceridad. Comprendan que todos pueden tener puntos de vista distintos y que ello no lo convierte en un problema. Aprendan, unos y otros, a disculparse y pedir perdón. Se debe ayudar a “reinterpretar” las situaciones que les angustian, a analizar sus experiencias anteriores, a reconocer los posibles obstáculos. Cuando se amplía el punto de vista se encuentran soluciones en las que antes ni tan siquiera se habían podido reparar, dibujamos alternativas. Lo mismo ocurre con la forma de resolver conflictos, que lejos de ser única e inequívoca, cuenta con tantas posibilidades como modos de mirar el conflicto. La Inteligencia Emocional propone abandonar antiguas creencias y estereotipos sobre cómo resolver los problemas. Cada situación es distinta, podemos abordar el conflicto desde la observación renovada. La comprensión del otro con una escucha atenta y paciente es incuestionable. Hay que ayudarles a sobrellevar la decepción y el desencanto por no conseguir lo que quieren o desean, enseñarles a tolerar la frustración. Es muy educativo que aprendan que cada error conlleva una consecuencia y que no todo lo que se quiere se consigue. Animarles ante el fracaso y la decepción, a conocer sus limitaciones y a superarlas en la medida de lo posible.
Es preciso enseñarles que, en ocasiones, la recompensa no llega de forma inmediata. Enseñarles a plantearse objetivos, reconociendo el esfuerzo que implica. Animándoles a que tomen decisiones y se puedan equivocar. Adoptar una actitud positiva y a tener expectativas de éxito. Es muy importante propiciar momentos de distensión y de libre expresión de la alegría, así como enseñarles y practicar con ellos alguna técnica que les ayude a equilibrar su estado emocional en los momentos de tensión bloqueante y sobretodo aprender a reconocerlos. Como he mencionado anteriormente, podemos ayudar a nuestros hijos/as a progresar emocionalmente con cualquier asunto; animarlos a extraer consecuencias de sus interrelaciones, de sus dificultades, de lo que les asusta, de sus aciertos, de sus proyectos. Ayudarlos a transitar las distintas vicisitudes y traducirlas en experiencia consciente. Como progenitores debemos explorar nuevos caminos para crear un vínculo satisfactorio con nuestros hijos/as. Cualquier revisión de nuestro proceder nos permite un trabajo, una implicación emocional que siempre nos aporta beneficios a corto plazo.