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“La antropología como elemento esencial que determina el desarrollo del ser humano a través de la educación"
Tipo: Esquemas y mapas conceptuales
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La relación entre las ciencias humanas en general y la antropología en particular parece estar establecida cuanto menos desde la filosofía kantiana, al afirmar éste que todas las preguntas filosóficas podían resumirse en una sola: ¿qué es el hombre? De ser esto cierto, se podría sostenerse algo parecido respecto a las ciencias de la educación o incluso más aún de la pedagogía. Si el objeto de ésta es la descripción, comprensión y normatividad del fenómeno educativo entonces resulta que la pregunta por la educación y por el hombre no son dos cuestiones distintas sino una sola. Abordar los problemas pedagógicos significa habérselas necesariamente con la realidad humana, y viceversa. Incluso en el caso de una teoría o filosofía de la educación de las llamadas «antihumanistas» (Foucault o Luhmann, por poner un ejemplo), debe quedar clara la relación que se establece entre la «estructura» o el «sistema social» y la realidad humana. Al considerarse esta cuestión se construye de nuevo el puente entre la teoría/filosofía de la educación y la antropología. Convertir al hombre en un «entorno» de los sistemas sociales, como lo hace Luhmann, por poner un ejemplo, es ya tomar una determinada «posición» antropológica. En definitiva, la primera idea que queremos establecer no es otra que la siguiente: la antropología de la educación no es una disciplina marginal dentro de las llamadas ciencias de la educación, sino todo lo contrario. Una segunda perspectiva se centraría en reconocer calidad de enfoque a la Antropología de la Educación, en el sentido que muy fácilmente puede superar los planteamientos de una disciplina para convertirse en una forma o manera de abordar el estudio pedagógico.
educación y la formación humanas. El término antropología pedagógica como expresión genérica, sobre todo como se le usa en el contexto alemán —tradición de amplio recorrido investigativo en este asunto—, obedece a la pretensión de poner en relación dos disciplinas: la antropología y la pedagogía, y no una disciplina y un objeto de estudio, como salta a la vista en otros casos y contextos: antropología de la educación —en el mundo angloamericano—, antropología filosófica de la educación —en España—, antropología educacional, antropología educativa. Por antropología pedagógica se entiende un campo de reflexión particular, pero no cerrado, en el que se estudia al ser humano sub especie educaciones, es decir, como ser formable, capacitado y necesitado de educación. Las reflexiones de una antropología pedagógica parten de o se enmarcan en el espacio abierto por la “formalidad” (Herbart, 1984) y “perfectibilidad” (Rousseau, 1980) humanas, en tanto condiciones para que haya antropogénesis o “naturaleza en expansión” (Ferrero) y, por tanto, humanización. Esa formalidad y perfectibilidad aluden precisamente a que el ser humano no nace hecho, sino que gana su determinación con su incursión en el mundo humano, y para ello se ve remitido a procesos educativos, en un sentido amplio (educación funcional) o restringido (educación escolarizada, enseñanza). Gracias a esa ductilidad y carácter “ex-céntrico” (Plessner, 1928) el mismo ser humano puede crear, recrear, producir y reproducir la sociedad y la cultura, y se pueden llevar a cabo los procesos de internalización, individuación, socialización, subjetivación y aculturación —y los procesos educativos como tales—. Dicho con otras palabras: el espacio de trabajo de una antropología pedagógica se abre con el trasfondo de la posibilidad de perfeccionamiento humano, y con ello quedan planteadas la formalidad —plasticidad, maleabilidad, ductilidad— humana y la necesidad de educación como presupuestos antropológicos; por ejemplo, del aprendizaje, de la educación, de la formación y de los procesos de subjetivación en general. En ese sentido, la antropología pedagógica se las ve con cuestionamientos fundamentales que no son de ningún modo producto del furor de una época, y así se justifica y legitima como un espacio de indagación y de crítica fundamental en la pedagogía, que no obstante no puede dejar de estar remitido a las ciencias del hombre.
Es muy lícito y resulta inevitable, incluso fundamental, que las personas nos hagamos preguntas y tratemos de resolverlas, pero no es menos necesario el que éstas tengan cierta presencia e importancia interior y no se limiten a resolver los embarazos diarios de la cotidianidad. Lo mismo sucede con la educación. Ésta debe resolver sus cuestiones más elementales y a su vez las más complejas. El ser humano es capaz de educación y análogamente la educación es capaz de aprehensión por el ser humano. Así, la Antropología de la Educación, aun habiendo desaparecido del panorama universitario actual, continuará aportando su inmenso valor en la reflexión filosófica de nuestros días y por extensión, permanecerá intrínsecamente dentro de las lecciones magistrales de nuestro profesorado universitario. Es por ello por lo que vindicamos la necesidad de atender a la dimensión antropológica en la formación de los profesionales de la educación, pues consideramos que no es posible realizar una tarea educativamente sustancial sin disponer de un concepto del ser humano más allá de lo que desde la biología o la psicología se refiere. Aquí es donde radica la afirmación de que la Antropología es un fin para la educación. Esta pluralidad, entendemos, debe partir y converger fundamentalmente en el hecho de conocer a la persona y sus dimensiones fundamentales desde una perspectiva ética y responsable. Así, dentro del abanico amplio de concepciones resulta indispensable contextualizar en primer lugar al ser humano, sin escepticismos, y consecuentemente conceptualizarlo pedagógicamente - sin relativismos-. En adición, la tarea pedagógica hoy, está más que nunca llamada a la reflexión filosófica en pro del ser humano, de su crecimiento y sobre todo de su educación.