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La educación puede definirse como el proceso de socialización de los individuos. Al educarnos, somos capaces de asimilar y aprender conocimientos. En el caso de los niños, la educación busca fomentar el proceso de estructuración del pensamiento y de las formas de expresión. la educación es el proceso que permite que al hombre tomar conciencia de la existencia de otra realidad, y más plena, a la que está llamado, de la que procede y hacia la que dirige. Por tanto “la educación es la desalineación, la ciencia es liberación y la filosofía es alumbramiento”. Platón proponía: Que no se debía obligar a nadie a aprender, ni se debía forzar las cabezas para asimilar conocimientos en ellas. Sólo se podía mostrar el camino, para que cada cual pensase por sí mismo. Platón explica que hay una colaboración entre los hombres para poder satisfacer las necesidades humanas ya que se dividen el trabajo, así como plantea Platón está sucediendo en la actualidad en la actualidad en donde un trabajador e
Tipo: Monografías, Ensayos
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Buenos Aires Barcelona México
Quien hace historia debe tener, por así decirlo, la conmovedora fe infantil en el poder ordenador de nuestro espíritu y nuestros métodos. Pero, a pesar de ello, también debe tener mucho respeto ante lo incomprensible de la verdad, de la realidad y del acontecimiento. Hacer historia, mi estimado amigo, no es una broma ni un juego irresponsable. Ocuparse de la historia presupone saber que se intenta algo imposible y no obstante necesario e importante.
HERMANN HESSE, El juego de abalorios, 1943.
Dejemos pues a los historiadores y psicólogos futuros el problema de la determinación genética del espíritu argentino. Por ahora, que nos baste definirlo tal cual es, y señalar el valor que ha tenido y todavía tiene el pensamiento francés en la Argentina.
CORIOLANO ALBERINI, “El pensamiento francés en la cultura argentina”, 1926.
Introducción
EL “CASO” DEL PSICÓLOGO ARGENTINO
En la Argentina, el psicólogo y la psicología tienen un relieve muy particular. El lugar que ocupan en la vida cultural, el campo profesional y el ámbito académico sería difícilmente comparable al que detentan en otras partes del mundo. En otras latitudes, el psicólogo suele ser visto como un personaje lejano y misterioso, asociado al trabajo en laboratorios experimentales o a la adminis- tración de complejas pruebas. El “atenderse” con un psicólogo suele ser considerado como un recurso extremo, que solo se jus- tifica en caso de patología grave. Por ende, quien consulta a un psicólogo no lo cuenta alegremente, como quien dice que va al gimnasio o al supermercado. En nuestro país, sin embargo, el psi- cólogo y la psicología se han integrado por completo al paisaje de lo cotidiano, dejando huellas de su presencia en el lenguaje y en las costumbres de una buena parte de la población urbana. Al mismo tiempo, en el imaginario social, el personaje del psicólogo está íntimamente ligado al del psicoanalista, lo cual pone de mani- fiesto el impacto que han tenido la teoría y la práctica freudianas tanto en la popularización de la psicología como en la formación del psicólogo. Sin embargo, esto que hoy se nos presenta con el carácter de lo obvio no deja de ser un verdadero problema histó- rico, más aún si se considera que, en nuestras costas, el psicoaná- lisis comenzó siendo una disciplina eminentemente médica, cuya asociación oficial no admitió a los “profanos” durante más de tres décadas. Por otra parte, el psicólogo no estuvo legalmente habili- tado para practicar “la cura por medios verbales” hasta entrados los años ochenta. De modo que esta estrecha relación entre psico- logía y psicoanálisis, que ha servido de base a la formidable expan- sión de todo tipo de dispositivos clínicos, más que un postulado de base es el resultado de un proceso que necesita ser explicado. Hoy en día, según estadísticas recientes, hay en la Argentina más de 60.000 psicólogos matriculados, entre los cuales se en- cuentra el autor de estas líneas.^2 Por otra parte, en estos mo-
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mentos, más de 63.000 alumnos están estudiando Psicología en alguna de las diez carreras que existen en las universidades públi- cas, si es que no lo hacen en alguna de las que se dictan en uni- versidades privadas, que ya son más de treinta. Ante semejante panorama, podría pensarse que la psicología argentina tiene una historia muy larga. Si bien es cierto que, como materia de cono- cimiento, ya tiene más de un siglo entre nosotros, en lo que res- pecta a su faz profesional, se trata de una disciplina muy joven. De hecho, los primeros psicólogos empezaron a recibirse a prin- cipios de los años sesenta. Dicho de otro modo: ese profesional tan sui géneris que es el psicólogo argentino no es más que un invento reciente, que aún no ha cumplido cincuenta años. Sus rasgos característicos, que durante un largo período parecieron ser estables y definidos, se constituyeron en realidad en un lapso relativamente corto. Sin embargo, en el presente, esos rasgos están modificándose en forma acelerada, de tal suerte que no re- sulta tan simple vislumbrar qué será del psicólogo en nuestro país durante el siglo que se inicia. No obstante, si bien es impo- sible predecir el futuro, el examen del pasado puede aportar al- gunos elementos de juicio susceptibles de enriquecer los debates más actuales. Una rápida mirada a nuestro período de estudio (1942-1966), signado en el plano internacional por el panorama de la segunda posguerra, permite identificar algunos factores comunes y otros idiosincráticos del “caso argentino”. En efecto, durante esos años, al igual que en el resto del mundo occidental, en la Argen- tina tuvieron una amplia difusión los discursos de la salud men- tal, que venían a reemplazar el viejo higienismo, echando mano del psicoanálisis y las ciencias sociales. En un marco convulsio- nado, en el que se hacía necesario repensar los fundamentos mis- mos de la vida en comunidad, la psicología se nutrió de esos aires de cambio y de transformación social, desarrollando enfo-
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tigación de la Facultad de Psicología de la UBA, 7, 8 y 9 de agosto. Censo Na- cional Económico 2004-2005. Fuente: <http://www.indec.mecon.ar/economico 2005/cne_08 _05.pdf>.
Calcagno, Plácido Horas, etc.), los psicólogos argentinos perma- necieron relativamente apartados de los circuitos de investiga- ción durante varios lustros, al tiempo que, a partir de posiciones “de inspiración psicoanalítica” más o menos kleiniana, se volca- ban en forma masiva a la práctica clínica privada y al trabajo en otras áreas (educación, orientación, prevención, etc.), en institu- ciones diversas.^3 Otro rasgo paradójico de todo este proceso es que, en la Ar- gentina, el psicólogo fue adoptando este perfil tan particular sin tener ninguna conciencia de su propia excepcionalidad, tanto en sus aspectos positivos como negativos. Ya sea que se identificara con Sigmund Freud o Melanie Klein, con Jean Piaget o Daniel Lagache (o con una extraña mezcla de algunos de ellos, que su- maba también a otros autores), por lo general, el psicólogo ar- gentino promedio –al menos en esa época– tendía a pensar que sus propias creencias eran algo así como una norma universal. En todo caso, no se tratará aquí de condenar, como se ha hecho a menudo, ese estado de situación, ni tampoco de idealizarlo, como si fuese una especie de paraíso perdido. Más bien se inten- tará comprenderlo, a partir de ciertas preguntas históricas muy básicas, que de manera explícita han guiado la escritura de este trabajo, a saber: ¿Cómo se produjo ese proceso singular? ¿Qué sucedió en el desarrollo de la psicología local que tanto la dife- renció de sus homólogas extranjeras? ¿Por qué la psicología se expandió en buena parte del mundo como una disciplina cientí- fica con pretensiones de objetividad, mientras que en la Argenti- na se convertía en una disciplina de la subjetividad? ¿Qué pasó en nuestro país con las psicologías llamadas científicas, que luego de orientar los pasos de los fundadores de las carreras desapare- cieron casi por completo durante más de tres décadas? ¿Cuáles
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fueron las condiciones que permitieron la entrada del psicoaná- lisis en la universidad y en las instituciones del sistema de salud? ¿Cuáles fueron las causas y las consecuencias de su largo reina- do, tanto en el plano académico como en el profesional? Es claro que todos estos interrogantes, que no son de por sí originales, no podrían ser respondidos por una sola persona ni en un único libro. No obstante, he tratado de abordarlos aquí a partir de algunas ideas específicas, vinculadas a una hipótesis más general, según la cual la “excepción cultural francesa” sería sus- ceptible de contribuir a la comprensión de la “excepción psicoló- gica argentina”.^4 Según esa hipótesis, el tipo de desarrollo que tuvieron las “disciplinas psi” en el período 1942-1966 puede entenderse más fácilmente en la medida en que se lo sitúe en el marco de procesos de más largo alcance, ligados a la importancia que ha tenido la recepción del pensamiento francés en nuestro país. De hecho, en la historia de la cultura argentina, la presen- cia del pensamiento francés ha sido un dato inaugural. Al igual que en otras antiguas colonias españolas, a principios del siglo XIX, los promotores de la independencia se inspiraron genero- samente en la “filosofía de las Luces” y el enciclopedismo. Lue- go, la generación del 37 abrevaría tanto en el romanticismo fran- cés como en autores ligados a la Restauración, como Alexis de Tocqueville. En los años cincuenta y sesenta, esa generación sentaría las bases de la organización nacional, poniendo fin a dé- cadas de sangrientas luchas intestinas. La generación del 80, que instituyó en forma definitiva el Estado-Nación, se inspiró parti-
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greso, escuchando vuestras lecciones en todas las manifestaciones de la inteligencia, y yo afirmo que os debemos más que a todas las otras naciones del mundo reunidas, por una razón muy simple: al comienzo de nuestra adolescencia, fueron franceses quienes dirigie- ron nuestros pasos, quienes instruyeron las generaciones que hoy gobiernan el país y quienes educaron a nuestra juventud en las escuelas y universidades.^7
Piñero, que era miembro correspondiente de la Société de Psychologie de Paris, se refería en particular a Amadeo Jacques, un filósofo ecléctico discípulo de Victor Cousin (1813-1865). Profesor en el liceo Louis-le-Grand desde 1832 y responsable de cursos en l’École normale supérieure, Jacques había fundado en 1848 la Société Démocratique des Libres-penseurs, de la cual era vicepresidente y su amigo Jules Simon, presidente. Un año antes, junto con Simon y Émile Saisset, había publicado un manual de filosofía para los colegios secundarios, en el que había escrito la parte dedicada a la psicología.^8 En 1851, el golpe de Estado de Luis Napoleón Bonaparte lo obligó a partir de Fran- cia. Instalado en la Argentina, luego de un pasaje por Uruguay, en 1861 fue designado rector del Colegio Nacional Buenos Aires y responsable de la reforma de los programas de enseñanza secundaria por el gobierno de Bartolomé Mitre.^9 Curiosamente, su manual, pensado para la educación pública francesa, terminó siendo utilizado en los colegios nacionales argentinos.^10
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En cierto modo, además del modelo educativo francés, Jac- ques había traído consigo su sueño de una “filosofía popular”, que trató de concretar en la Argentina.^11 Sin embargo, el Jac- ques que destacaba Piñero en 1903 ya no era el pensador ecléc- tico de los orígenes, sino el filósofo que también había sabido transmitir los fundamentos de la ciencia llamada positiva. Al definir la psicología como una ciencia natural, y siguiendo la tra- dición psicopatológica francesa, Piñero, que era médico, se apo- yaba tanto en la experimentación como en la clínica. Invocando a Ribot, Charcot y Janet, se vanagloriaba asimismo de haber cre- ado el primer laboratorio experimental de Buenos Aires, en
Nuestra Facultad de Medicina, especialmente, está organizada siguiendo el modelo de la vuestra. Todos nuestros profesores, titu- lares y adjuntos han venido aquí varias veces para seguir vuestras lecciones y trabajar en vuestros laboratorios. Algunos han estudiado en la Facultad de París, y tienen un diploma francés, como para lle- var a casa la marca de vuestra ciencia.^12
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una semblanza memorable de este célebre pensador francés, que iba a morir en Buenos Aires en 1865: “El estado de los estudios en el Colegio era deplorable, hasta que tomó su dirección el hombre más sabio que hasta el día haya pisado tierra argentina [...]. Había escrito, bajo el molde ecléctico, la psicología más admirable que se haya publicado en Europa. El estilo es claro, vigoroso, de una marcha viva y elegante; el pensamiento sereno, la lógica inflexible y el método perfecto. Hay en ese manual, que corre en todas las manos de los estudiantes, páginas de una belleza literaria de primer orden, y aún hoy, quince años des- pués de haberlo leído, recuerdo con emoción los capítulos sobre el método y la asociación de ideas”. Cané, M. [1884] (1950). Juvenilia. Buenos Aires, Espasa Calpe (cap. VII, cuarta edición).
tador más diestro […]. Janet fue nombrado sucesor de Ribot, obte- niendo un voto más que Binet, el cual ha quedado como director del laboratorio de psicología experimental. Cada uno en su sitio. Nuestro amigo Th. Ribot, que nos ha referido estos entretelones mientras corregíamos pruebas en la librería de Alcan, no tomó par- tido por ninguno de ellos. Ambos le parecían dignos de sucederle […]. Janet es un hombre entre los cuarenta y cinco y cincuenta años, de buena presencia, humor risueño, conversación agradable y exquisi- ta amabilidad. Sus estudios clínicos sobre la histeria son de primerí- simo orden […]. Georges Dumas enseña psicología experimental en la Sorbona, donde esta cátedra es suplementaria. Es de la misma generación que Janet y también médico especialista en enfermedades nerviosas y mentales. Diserta con una corrección y claridad sorprendentes; rea- liza el tipo mental del orador universitario […]. En el Congreso Internacional de Psicología, celebrado en Roma en 1905, llamó nuestra atención un joven de aspecto nada vulgar. Alto, robusto, ojos de místico, gran melena, barba copiosa, una fisonomía oscilante entre la de un cristo clásico y la de un conspirador nihilis- ta. En París lo encontramos en varias sociedades científicas y pron- to trabamos amistad muy cordial. El Dr. Henri Piéron es uno de los jóvenes mejor conocidos en el mundo científico contemporáneo, aunque solo pesan sobre sus hombros una treintena de años […]. Conoce el español y dedica una atención preferente a los trabajos científicos hispano-americanos. Nos ha complacido oírle repetir que en la Argentina se produce más y mejor que en todos los demás países de habla castellana juntos.^14
Esta crónica viene a cuento para destacar hasta qué punto la psicología científica que por entonces se desarrollaba en la Ar-
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gentina lo hacía en estrecha relación con su homóloga francesa. En 1906, Ingenieros estaba en Francia con el objeto de dar algu- nas conferencias, luego de haber presidido la sección de psicolo- gía patológica en el V Congreso Internacional de Psicología, realizado en Roma, en 1905. Las pruebas de imprenta que esta- ba corrigiendo en la editorial Alcan, supuestamente junto con Théodule Ribot, eran las de su libro Le Langage musical et ses troubles hystériques: études de psychologie clinique , que recién iba a aparecer en 1907.^15 Ese mismo año, obtendría por concurso la segunda cátedra de Psicología en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, donde Piñero era titu- lar de la primera cátedra. En cuanto a su psicología, ya en 1904, siguiendo los pasos de Charcot y Bernheim, Ingenieros se ocupaba de la histeria y la sugestión, aunque desde un punto de vista fisiopatológico, cerca- no a las ideas de J. Grasset. En cierto modo, con sus múltiples trabajos (que incluían estudios novedosos sobre las psicopatolo- gías sexuales, tanto como ensayos sobre el amor), contribuyó a plantear nuevos problemas que, a pesar suyo, fertilizaron el terreno en el que las teorías freudianas sobre las neurosis iban a implantarse tiempo después.^16 No obstante, el psiquiatra argen- tino nacido en Italia daba la impresión de no conocer al maestro vienés más que de manera indirecta, gracias a la famosa crítica que Pierre Janet le había dedicado en 1913. Esta crítica fue publicada en la Argentina, en 1914 –el mismo año de su apari- ción en Francia–, en los Archivos de Ciencias de la Educación dirigi- dos por Víctor Mercante, otro de los grandes referentes de la psicología experimental de principios del siglo XX.^17 En reali- dad, si la tradición positiva establecida en Buenos Aires se empa- rentaba esencialmente con la clínica médica, aquélla desarrollada
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estaban destinadas a cambiar, la actitud francófila permaneció constante. De este modo, por ejemplo, en 1926, el filósofo Co- riolano Alberini –titular entre 1923 y 1943 del mismo curso de Psicología que otrora impartiera Ingenieros en la UBA– pronun- ció una conferencia en París, en la Société Française de Philoso- phie, donde decía:
¿Qué rol ha jugado el pensamiento francés en la formación de la cultura argentina? Por cierto ha sido grande, muy grande. Casi diría que ha sido la única escuela a la cual podría remitirse la inte- lectualidad argentina […]. Ante el hecho de la desaparición o de la disminución de la influencia cultural española, ¿qué otro pueblo podía ser el mentor ideológico de Argentina? De Italia había poco que esperar, si tenemos en cuenta la situación en que se encontra- ba. Y fue entonces natural que por razones de simpatía política, por razones de afinidad lingüística y finalmente por el gran presti- gio de la cultura francesa, la Argentina volviese sus ojos a Francia. Así se explica que todo el desenvolvimiento argentino, durante el curso del siglo pasado, haya estado bajo la influencia directa de la cultura francesa y que, cuando las ideas venían de otros países, lle- garan al Río de la Plata transmitidas y elaboradas por el espíritu francés.^23
Este filósofo argentino fue uno de los portaestandartes de lo que luego se dio en llamar la “reacción antipositivista”. Por ello, en 1927, siendo ya decano de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, daría una calurosa recepción a Charles Blondel, quien dictó varias conferencias, la última de las cuales fue consagrada al psicoanálisis. Esta conferencia, publicada en la Revista de Filo- sofía fundada por Ingenieros, fue presentada por Alberini, quien destacó la importancia de Henri Bergson en toda esta cuestión.^24 Dos años después de la muerte de Ingenieros, aunque el positi-
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vismo estuviera en franca declinación, la recepción del psicoaná- lisis continuaba realizándose más por la vía de sus detractores franceses que de sus cultores locales. Baste recordar el caso de Nerio Rojas (1890-1971), un psiquiatra dinámico hermano del célebre escritor Ricardo Rojas. Cuando en 1930 fue recibido en Viena por el mismo Freud, Rojas no pudo dejar de hablarle en los términos teóricos que le eran más habituales. Después de especializarse en medicina legal en París, había llegado a decir que el psicoanálisis estaba “entre la ciencia y la pornografía”.^25 Pero ello no le impidió visitar a Freud, evento que se encargó de contar en un artículo publicado en La Nación.^26 Según Rojas, él habría dicho a su anfitrión que el psicoanáli- sis en patología, al igual que el bergsonismo en psicología nor- mal, luchaba contra un atomismo psíquico demasiado estático. Tanto Freud como Bergson afirmaban “la realidad de una co- rriente psíquica dinámica y continua”, cuyo origen estaba “fuera de la conciencia, en el fondo de la vida afectiva”. Ante lo cual Freud habría reaccionado recordando sus diferencias con Berg- son: “Él es filósofo y yo soy médico; Bergson es defensor del libre albedrío y yo soy determinista; él propone la intuición, y yo la experiencia; él ignora el predominio de las tendencias en la forma estudiada por mí mismo”. Para Rojas, sin embargo, las diferencias eran muy otras: “El bergsonismo es una doctrina luminosa con técnica imprecisa, mientras el psicoanálisis es un método feliz con teoría en parte discutible”. En 1939, en oca- sión de la muerte de Freud, Rojas insistiría en esta vinculación,
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modos, no habría agotado los ejemplos de esta relación precoz entre la psicología, la psiquiatría y el psicoanálisis argentinos con sus homólogos franceses, relación que implicaba zonas de cruce con la filosofía, la biología, la literatura y las ciencias sociales. Me he contentado entonces con señalar algunos casos particula- res de esta filiación intelectual, para destacar que uno de los dos grandes ejes que organizan este texto se sitúa en torno de los problemas de la recepción.^28 En efecto, el hecho de privilegiar la relación entre París y Buenos Aires para pensar “la invención” del psicólogo en la Argentina implica que hubo ideas que se transmitieron, que circularon entre esas dos capitales. Hubo tex- tos que se leyeron, por no decir que se recepcionaron , y tuvieron sus efectos. En todo caso, años después, algunos de los protago- nistas de este libro, como Enrique Pichon-Rivière, José Bleger y Oscar Masotta, al privilegiar a autores como Daniel Lagache, Georges Politzer y Jacques Lacan, no iban a hacer más que con- tinuar transitando por una vía que, en nuestro país, ya tenía una larga historia. Sin embargo, habría que precisar que la lectura de un texto, realizada o no en un país periférico, nunca es una copia fiel del original. La operación de lectura no implica una reproducción pasiva, sino una apropiación activa, que interpreta el modelo a partir de la situación particular en la que se halla el lector. Por ejemplo, la recepción argentina de la obra de Lagache incorporó una dimensión que no existía en absoluto en la obra de ese autor. En nuestras tierras, esa forma francesa de entender la conducta debió articularse a su vez con una concepción inglesa del incons- ciente, derivada de las ideas de Melanie Klein. En ese sentido, si bien se ha dicho muchas veces que la Argentina es un espejo de Europa, para no caer en un lugar común, habría que agregar que
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se trata de un espejo singular y caprichoso, que deforma todo aquello que refleja según su propia perspectiva. El segundo eje que ordena este trabajo apunta a las relaciones transversales entre psicología, psicoanálisis y psiquiatría. Elabo- rar una historia de cualquiera de esas tres disciplinas sin tener en cuenta las otras dos habría sido un contrasentido, toda vez que sus lazos son tan estrechos que, a menudo, resulta muy difícil establecer entre ellas límites precisos. Más aún en el período estudiado, en el que el psicólogo y el psicoanalista recién comen- zaban a existir como tales, y el psiquiatra adquiría su credencial de especialista con cierto reconocimiento dentro de la medicina. En ese marco, en el que las teorías, las prácticas y las institucio- nes “psi” se iban articulando de manera confusa, me ha resultado de gran utilidad la noción –ya clásica– de campo , del sociólogo Pierre Bourdieu. Esta busca dar cuenta de la autonomía relativa de una comunidad (científica o intelectual, por ejemplo), respec- to de otros grupos y de influencias sociales más generales. El campo se define como un espacio complejo, con propiedades y reglas específicas que constituyen un “sistema de relaciones objetivas entre posiciones adquiridas”, donde las ideas, los textos y las prácticas tienen un valor relativo a la ubicación de los acto- res, ya sea que se trate de individuos, grupos o escuelas.^29 Aunque no se la utilice en su sentido más estricto, en el domi- nio de la “historia psi”, la categoría de campo permite pensar el carácter específico de las ideas y las prácticas de las diversas disci-
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