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resumen por capítulos de los 10 libros de la obra de la republica de platon
Tipo: Resúmenes
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Empieza con una conversación en el cual Sócrates, se encuentra con Céfalo Sócrates demuestra mucha curiosidad por poder conversar con alguien de su experiencia en la vida y le pregunta, como considera a la vejez. Céfalo, le responde, que si bien lo acompañan algunos desperfectos, estos le traen algunas recompensas y agrega que no saber tolerar la vejez depende no de los males humanos que se puedan realizar, sino del carácter, Sócrates opina que si bien su vejez es buena, lo que interviene es su riqueza, el anciano, le contesta, que la riqueza tiene sus ventaja que es la de pagar deudas, tanto a los dioses como a los hombres. Pero no es la cuestión de la riqueza o de la pobreza la que preocupa a los hombres, sino la conciencia de haber sido justo o injusto durante su vida.Céfalo dice que la vejez es un estado de reposo y libertad respecto de los sentidos. Cuando la violencia de las pasiones se ha relajado y se ha amortiguado su fuego, se ve uno libre de una multitud de tiranos. Con cordura y buen humor, la vejez es soportable. Las riquezas son un gran auxilio porque a ellas se debe en gran parte el no haberse expuesto a hacer daño a tercero. Sócrates y Polemarco comienzan a discutir sobre la justicia. Polemarco dice que la justicia es dar a cada uno lo que se le debe, lo que a cada uno le conviene. Hacer bien a los amigos y mal a los enemigos. Sócrates dice que el verdadero amigo es el hombre de bien y el verdadero enemigo es el hombre malo. Pero a los hombres a los que se causa mal se hacen más injustos, luego no es propio del hombre justo el dañar, ni a su amigo, ni a nadie. Luego, Trasímaco dice que la justicia es
lo que le es provechoso al más fuerte. En cada Estado, la justicia no es más que la conveniencia del que tiene la autoridad en sus manos, del más fuerte. El que gobierna no se engaña, lo que ordena es siempre lo mejor para él. Sócrates dice que las artes gobiernan y dominan aquello sobre lo que se ejercen, por consiguiente, todo hombre que gobierna jamás examina ni ordena lo conveniente para él sino para el sujeto gobernado, sobre el que ejerce su arte. Al menos el que gobierna realmente. Trasímaco dice que se habla mal de la injusticia no porque se tema cometerla, sino porque se teme ser víctima de ella. Sócrates dice que el justo quiere tener ventaja sobre el injusto, pero el injusto quiere tener ventaja sobre todos. Aquel que es bueno y sabio no quiere tener ventaja sobre su semejante, sino sobre su contrario. Por tanto, el injusto es ignorante y malo. Luego el justo es dichoso y el injusto es desgraciado. LIBRO II Glaucón pide a Sócrates que haga un análisis serio de si la vida del justo es más o menos feliz que la del injusto. le plantea dos objeciones a la idea de que lo justo es mejor en todo sentido que lo injusto: En primer lugar, hace una distinción que Aristóteles que existen tres tipos de bienes o fines, los que deseamos por sí mismos como la alegría o la felicidad, los que deseamos por sí mismos y por lo que de ellos se genera como la comprensión, la vida y la salud, y los que siendo penosos los deseamos por los beneficios que procuran como la gimnasia, el trabajo o el tratamiento médico. La justicia habría de pertenecer a la mejor clase de fines, aquellos que sólo se quieren por sí mismos pero la mayoría opina lo contrario: considera que la justicia pertenece al tercer tipo, es algo penoso que deseamos con vistas a obtener un salario y una buena reputación. La mayoría no cultiva la justicia voluntariamente sino por “impotencia para cometer injusticias”. Para explicar esta tesis Glaucón cuenta el mito del anillo de Giges, un anillo que vuelve invisibles a las personas. ¿Qué haría la mayoría si tuviese ese anillo en su poder? ¿Respetar las normas o lo contrario? El hombre justo en nada es diferente del injusto: simplemente el justo está forzado a respetar las normas.
¿Qué tipo de hombre posee ambas cualidades a la vez? Sólo aquel que a la fogosidad añade el ser filósofo por naturaleza, es decir, amante de aprender. Sócrates compara a los guardianes con los perros: estos también son filósofos, amantes de aprender, porque sólo atacan al que antes les ha hecho daño y respetan a quien encuentran por primera vez. Aman, por tanto, el conocimiento. ¿Qué educación se requiere para criar seres de esa naturaleza, los guardianes, guerreros y filósofos? Empezaríamos con la gimnasia y la música. Primero, la música, los mitos. Pero habría que ser cuidadoso con el tipo de mitos que se cuenta a los niños. No se les deben contar mitos, aunque pertenezcan a Homero y Hesíodo, donde los dioses supremos se comporten como auténticos salvajes parricidas. La educación de los niños deberá realizarse con mitos que cumplan dos pautas básicas: - presentar a Dios como dispensador sólo de los bienes y no de los males que afectan a la humanidad. “…el dios no es causa de todas las cosas sino sólo de las buenas, - terminar con esa costumbre de los dioses griegos de metamorfosearse y mentir continuamente. Al Dios le corresponde la perfección, la inmutabilidad y la verdad. LIBRO III Continúa Sócrates dictando las normas que deben cumplir los mitos que se cuenten a los niños que vayan a ser futuros guardianes. En primer lugar, debe eliminarse el Hades, el lugar terrible al que van las almas tras la muerte. Los guardianes, soldados, al fin y al cabo, no deben temer en ningún caso morir y los versos de Homero que educan ese miedo en los niños. También deben cuidarse las características de la personalidad del héroe: le están prohibidas quejas y lamentos, no temerá perder hijos, hermanos o riquezas y será quien más insensibles a las desgracias. Los héroes de Homero, por el contrario, se presentan muchas veces cegados por los celos, la ira, la envidia y no dejan de culpar a los dioses de su destino. Así, una de las escenas más vergonzosas de las que habla Homero es la locura de Aquiles tras la muerte de Patroclo: desafiando a Apolo, sacrificando cautivos…Tampoco se les debe permitir la risa ni la mentira. La mentira está restringida a médicos y gobernantes, que pueden usarla para
beneficio del paciente o del conjunto del Estado respectivamente. En las manos equivocadas la mentira puede arruinar el orden social. Los mitos deben también predicar entre la juventud moderación respecto a las comidas, las bebidas y el sexo. Corresponde ahora sentar las reglas en cuanto a la dicción de los discursos. Distingue Platón tres géneros literarios según el criterio de imitación: - la tragedia y la comedia donde se imitan las palabras y los gestos de los personajes, - los ditirambos que excluyen cualquier tipo de imitación porque el poeta narra en tercera persona y - la épica que a veces ocurre en tercera persona y a veces procede por imitación usando diálogos. A Sócrates no le gustan demasiado las artes imitativas pues entiende que en el Estado cada cual ha de desempeñar su función y no intentar imitar a ningún otro. Puede, por tanto, plantearse, la eliminación de la tragedia y la comedia. Sin embargo, no prosigue por ese camino, sino que, admitiendo que en el Estado se den ese tipo de artes, se obligará a los guardianes, ya desde niños, a imitar los personajes que les son apropiados: valientes, moderados, piadosos, libres. De ningún modo, imitarán a mujeres, ancianas, esclavos, cobardes, locos ni malvados. Sócrates prefiere que la épica sea lo menos imitativa posible. El relator será tanto más mediocre si se dedica a los efectos especiales imitando truenos, vientos, trompetas, flautas, perros, ovejas y pájaros. También habrá de regular el Estado las armonías y ritmos, es decir, la música. Deben eliminarse las armonías que acompañan bien a los lamentos, las borracheras o la pereza y prohibirse el instrumento más afín a ellas, la flauta. Sólo están autorizadas la lira y la cítara. Para, finalmente, distinguir los ritmos adecuados Sócrates remite al musicólogo de la época Damón. El Estado también habrá de vigilar las imágenes que fabrican los artesanos e impedirles representar lo malicioso, lo intemperante, lo servil y lo indecente. Para la ciudad ideal habrá que buscar a los artesanos capaces de seguir las huellas de la belleza y de la gracia. Estas imágenes absorbidas desde la más tierna infancia conectarán a los jóvenes con la “Idea de Belleza”.
no funciona, esperar con dignidad la muerte. Si uno es carpintero, y no se cura con una poción que le haga vomitar o evacuar excrementos o con un corte o una cauterización, debe volver a su oficio y curarse trabajando o morir. Si uno es rico su función es practicar la virtud, pero si se pasa la vida atendiendo a sus enfermedades nunca podrá alcanzar la excelencia. Lo peor de todo es la afición de los ricos a imaginar enfermedades (cefaleas y mareos) y su manía de nunca dejar de lamentarse por el estado de su cuerpo. La máxima de Asclepio dice que no se debía curar al que no puede vivir en un período establecido como regular, pues eso no sería provechoso para él ni para el Estado. Por lo tanto, un buen médico será aquel que haya tenido contacto con la mayor cantidad de hombres sanos y enfermos, además de haber padecido él también la enfermedad. En cambio, un buen juez no debe entrar en contacto con almas perversas hasta muy tarde y debe percibir la injusticia como algo ajeno y extraño. Se dictará una ley en el Estado relativa a médicos y jueces: los primeros atenderán al bien constituidos y dejarán morir a los mal constituidos y los segundos condenarán a muerte a todos los que tengan un alma perversa incurable. Combinando gimnasia y música se imprimirá valentía y moderación en el alma de los jóvenes. Si sólo se usara la gimnasia se volverían crueles y violentos y si sólo se aplicara la música caerían en la sensiblería y la cobardía. Termina el tema de la educación de los niños que en el futuro habrán de ser guardianes. Se han visto las reglas que han de cumplir los mitos que escuchen en la infancia, la necesidad de combinar música y gimnasia en su educación y las leyes relativas a médicos y jueces. Sócrates pasa ahora a determinar quién debe gobernar. Y su respuesta es clara: los mejores guardianes, aquellos capaces de poner siempre al Estado por encima de sus necesidades y deseos. Para identificarlos se los someterá a pruebas y engaños desde niños de modo que sean tentados a olvidar que lo primero es el grupo y luego el individuo. Debajo de los gobernantes, estarán los guardianes y, por último, los artesanos y labradores. Para justificar este orden social Platón se apoya en el mito de las clases. Según este el dios hizo tres clases de hombres
poniendo oro en los gobernantes, plata en los guardianes y hierro y bronce en los trabajadores. Es fundamental para el orden del Estado que los individuos se emparejen sólo con otros de su misma clase. Si alguno demostrara no estar a la altura de la clase social en que ha nacido debe ser rebajado y también lo contrario: si algún hijo de labradores demuestra las aptitudes necesarias para ser guardián debe ser ascendido. Es necesario evitar que los guardias se comporten con su rebaño como lobos en lugar de perros pastores. Para que se preocupen del bien general y no del suyo propio, Platón les prohíbe los bienes privados y les obliga a las comidas en común. LIBRO IV Comienza con una objeción de Adimanto que se repetirá en términos parecidos en al obligar a los gobernantes a prescindir de cualquier tipo de propiedad privada parece que queramos hacer de ellos los más infelices. Sócrates le responde que el objetivo de fundar el Estado no es que una sola clase sea feliz, sino que lo sea el conjunto de la sociedad. Cada clase social tiene su función y la de los gobernantes es la principal. Es necesario evitar por todos los medios que se corrompan pues si eso sucede en el Estado reinará la peor de las injusticias. Por eso hay que alejarlos de las riquezas. Sobre la riqueza y la pobreza el razonamiento de Sócrates es el siguiente: no debe haber en el Estado sano ni ciudadanos muy ricos, pues dejarán de trabajar, ni muy pobres, pues no podrán fabricar o producir adecuadamente. La riqueza y la pobreza han de mantenerse fuera del Estado. Adimanto le pregunta a Sócrates si un Estado que no ha acumulado riquezas será capaz de defenderse de los ataques de otros Estados. Sócrates responde que sus guardianes son los mejor preparados para la guerra. Además, a los demás Estados ni siquiera se les puede dar ese nombre pues les falta unidad. Son dos: el Estado de los pobres y el de los ricos. Siempre se puede pactar con los pobres para que despojen a los ricos pues en el Estado sano no se necesita oro ni plata. - Piensas que quienes escucharan
correcta acerca de qué cosas son temibles y cuáles no, independientemente de los placeres, los dolores o el paso del tiempo, cosas todas que puedan afectar a esas creencias. Es decir, el guerrero habrá de mantener siempre, sean cuales sean las circunstancias, la convicción de que la muerte no entra dentro de las cosas temibles. Y, por último, se dirá que hay moderación en el Estado del mismo modo en que se habla del individuo: si alguien moderado es aquel en el que lo racional domina lo apetitivo entonces un Estado moderado es aquel en el que la parte racional, la élite de los guardianes, se impone sobre los apetitos que habitan en la multitud de gente mediocre. Obsérvese que la sabiduría y la valentía pertenecen a una clase del Estado mientras que la moderación se extiende sobre todo el cuerpo social, es una armonía entre lo peor y lo mejor en cuanto a quién debe gobernar. Aclaradas la sabiduría, la valentía y la moderación ¿qué es la justicia? Y Sócrates dice que no la han visto porque la han tenido todo el tiempo justo delante. Justicia es que cada uno dentro del Estado cumpla su función lo mejor posible. Injusticia es la dispersión y el intercambio de tareas dentro del Estado. Apliquemos ahora al individuo lo dicho sobre el Estado. En primer lugar, Sócrates demuestra que existen tres partes del alma: la racional, la fogosa y la apetitiva. La demostración es simple: una sola cosa (el alma) no puede querer cosas contradictorias. La lujuria corresponde a la parte apetitiva y la sed de violencia a la parte fogosa pero la renuncia a ellas no puede atribuirse a la misma parte del alma sino a otra, la racional. Así, la justicia en el individuo consistirá en que cada parte del alma haga lo suyo. Al raciocinio corresponde mandar y a la fogosidad ser servidor y aliado de aquel. Y estas dos partes del alma gobernarán sobre lo apetitivo, siempre ávido de placeres y riquezas. Funcionando de este modo el alma desprenderá una armonía musical. La injusticia, al contrario, consistirá en la sublevación de una de las partes contra el conjunto del alma, reinando la violencia o inmoderación. La salud y la belleza son consecuencia de obrar con justicia. La enfermedad y la fealdad, fruto de la injusticia. Es, por tanto, más ventajoso obrar con justicia pues sería absurdo decir que lo mejor para el cuerpo es corromperlo con todo tipo de placeres.
Una vez llegados a este punto Sócrates propone investigar cuántos tipos de corrupción del Estado pueden darse. Sólo uno, el descrito hasta ahora, es el gobierno perfecto. Puede llamarse “monarquía” o “aristocracia”. Hay además otros cuatro modos corruptos de gobierno y de funcionamiento del alma. LIBRO V Sócrates está a punto de explicar las cuatro clases corruptas de Estado cuando Adimanto, a sugerencia de Polemarco, le interrumpe pidiéndole detalles sobre la ciudad ideal. Más específicamente, sobre asuntos importantes que han quedado sin aclarar como que las mujeres y los niños de los guardianes son comunes, cómo se administrará la procreación, cómo será la educación, Trasímaco y Glaucón se suman a la protesta de Adimanto. Sócrates se excusa argumentando que al hablar de estos temas podría cometer errores acerca de cómo han de ser las instituciones “nobles, buenas y justas” y considera esto un gran perjuicio para quien lo oiga, peor que un asesinato. Glaucón, echándose a reír, lo absuelve de este crimen imaginario y le incita a hablar con confianza. ¿Cuál habrá de ser el papel de las mujeres en el Estado ideal?, Se comparaba a los guardianes con perros pastores del rebaño. Es evidente que las hembras de los perros pastores vigilan y cazan igual que los machos así que en la ciudad ideal hombres y mujeres están capacitados para cumplir las mismas funciones siempre y cuando se les de la misma educación. Por tanto, a las mujeres también se las educará mediante la música y la gimnasia. Sócrates admite que esto tiene consecuencias ridículas como que las jóvenes se ejercitarán desnudas en los gimnasios o, mucho peor, también las viejas, feas y arrugadas. A pesar de todo, Sócrates ruega a los graciosos que dejen a un lado sus bromas y relativicen un poco las costumbres sociales: hasta hace poco, dice, era vergonzoso que los hombres hiciesen gimnasia desnudos. Sócrates vuelve a preguntarse si hombres y mujeres pueden desempeñar las mismas tareas teniendo en cuenta que tienen naturalezas tan diferentes. Este argumento, en apariencia tan sólido, no es para Sócrates sino una muestra
respecto al cuerpo como la inteligencia. Los hijos que nazcan fuera de estas franjas de edad habrán nacido en la oscuridad y tras una terrible incontinencia y no serán celebrados como el resto. Una vez que los guardianes han pasado la edad de la procreación se les permitirá unirse con quien quieran evitando, eso sí, que se produzca ningún tipo de incesto y que nada de lo concebido “vea la luz”. Sócrates pasa a continuación a demostrar que estas normas son útiles para la organización del Estado. Es evidente que aquellas costumbres que despedazan y convierten en múltiple al Estado son las peores. Serán las mejores aquellas que favorezcan una comunidad de placer y dolor, es decir, cuando todos se feliciten o se entristezcan por lo mismo. Esto no ocurre cuando los miembros del Estado pueden decir “mío”, “no mío”. Sin embargo, si todo es de todos, todos padecerán alivio y dolor por las mismas causas al mismo tiempo. En otros Estados, los miembros de la clase superior podrán tratarse como extraños, pero no ocurre lo mismo entre los guardianes de la ciudad ideal. Entre ellos hay una verdadera comunidad de placeres y dolores. Y la causa de esto es la comunidad de mujeres y niños. Tampoco existirá la propiedad privada entre los guardianes por los mismos motivos. No habrá luchas intestinas pues los jóvenes no se atreverán a levantarse contra sus padres. También se evitarán cosas vergonzosas como el pedir préstamos, adular a los ricos y cosas semejantes. Esta será una vida más dichosa que la de los campeones olímpicos pues estos son felices en virtud de una corona y dinero, mientras que la victoria de los guardianes consiste en la salvación del Estado y nadie está por encima de ellos en honor y “digno entierro”. Dado que la ocupación principal de los guardianes será la guerra habrá que enseñarles desde niños la crueldad del frente de batalla. Quien abandone su puesto será convertido en artesano o labrador y el que sea apresado por el enemigo será ofrecido a sus captores para que hagán con su presa lo que quieran. El más valiente, por el contrario, será coronado, besará a todos, tendrá más mujeres y engendrará más, se le compondrán himnos y cuando muera recibirá sepultura sagrada.
Uno de los botines principales de la guerra son los enemigos convertidos en esclavos. Sócrates prohíbe que si los vencidos son griegos se les convierta en esclavos. Tampoco autoriza que se despoje a los muertos excepto de las armas, se incendien campos y ciudades o se extermine a mujeres y niños de modo que en el futuro sea posible la reconciliación entre los pueblos. Ahora bien, ¿es posible organizar una sociedad de ese tipo? Sócrates responde si un paradigma o una Idea no existe, como este modelo de Estado, eso no le resta perfección alguna. Reproducir un Estado semejante en el mundo real es imposible, pero podría crearse uno parecido a condición de que gobiernen los filósofos o los reyes se vuelvan filósofos. Glaucón le advierte de que antes de ser asesinado por sus palabras, como realmente lo fue, Sócrates explique su teoría del rey-filósofo. ¿Qué características habrá de tener este filósofo apto para gobernar? Ante todo, filósofo es el que ama la sabiduría íntegramente, el que ama aprender de todo en cualquier momento. Pero dentro de este grupo están también los parecidos a filósofos, “los que aman las audiciones y los espectáculos deleitándose con sonidos bellos o con colores y figuras bellas”, pero incapaces de divisar la naturaleza de lo Bello en sí. Estos viven como dormidos mientras que el capaz de contemplar las Ideas en sí mismas es quien vive realmente despierto. Sócrates explica que al filósofo le corresponde el conocimiento científico, conocimiento de lo que es, opuesto a la ignorancia, que sería el conocimiento de lo que no es. La opinión correspondería a esos parecidos a filósofos y se ocuparía de un territorio intermedio entre el ser y el no ser, de su mezcla. A estos se les llamará “amantes de la opinión” y no filósofos. CAPITULO VI Sócrates tiene que defender la tesis con la que terminaba el libro V: el Estado ideal llegará cuando gobiernen los filósofos. ¿Quién gobernará mejor: ¿el filósofo, conocedor de las Ideas, de la verdadera naturaleza de las cosas, o, todos los demás, confundidos entre el ser y el no ser, fragmentados por una multiplicidad abigarrada y caótica? Es evidente que el filósofo. ¿Qué otras características harán al filósofo el más apto para gobernar? Su amor a la verdad. Una consecuencia de
incapacitada para reconocer la existencia de lo Bello en sí y, por tanto, es “imposible que sea filósofa” por lo que es letal para el verdadero sabio. Los sofistas son sus simples voceros. El alma filosófica, con facilidad para aprender, valiente, buena memoria y grandeza de espíritu, tiene muchas dificultades para crecer correctamente en la sociedad ateniense pues es tentada por el poder y el dinero, volviéndose soberbia e ignorante. Y si por casualidad se diese cuenta de su error e intentase retomar el camino de la filosofía ya se encargaría la multitud de devolverlo a su lugar, “conspirando privadamente contra él e iniciándole procesos judiciales en público” como le ocurrió a Sócrates. Las mejores naturalezas, criadas entre bienes materiales y riquezas, se corrompen y suelen ser causa de los peores males a los Estados y los particulares. Un ejemplo claro de naturaleza privilegiada corrompida por el poder y el dinero es Alcibíades, el personaje que irrumpe borracho en El banquete de Platón. Al fracasar las almas que merecen iniciar el camino de la filosofía esta queda en la plaza como una joven solitaria y soltera. Entonces le salen pretendientes sin talento que la confunden con un trabajo manual, con una “tecnicilla”. De este matrimonio sólo podrán surgir sofismas carentes de nobleza e inteligencia. ¿Quiénes son los que quedan preparados para tomar el camino de la filosofía? Aquel que crezca en el exilio o el alma grande que nazca en un Estado pequeño y desprecie la política o aquel marcado como Sócrates por el signo demoníaco. Sócrates, como es sabido, oía la voz de un “daimon” a quien obedecía sin dudar. A todos ellos les ocurre lo mismo: si se inician en la política para defender la justicia se ven completamente solos y en peligro de muerte, así que prefieren pasar la vida ocupándose de sus propias cosas y se dan por contentos si consiguen mantener su vida libre de injusticia. ¿Es posible la ciudad ideal descrita en los libros anteriores? Sí, si algún día gobernasen los filósofos o algún rey, por inspiración divina, decidiese dedicarse a la filosofía. ¿Sería la multitud capaz de apreciar tan buen gobierno o se rebelaría
contra él? En la respuesta a esta cuestión Sócrates es extrañamente optimista. Considera que la multitud no se irritará ni mostrará malicia hacia quien ni se irrita ni muestra malicia. Los culpables de que la multitud desprecie la filosofía son aquellos que han irrumpido en ella para darle un uso indebido como la argumentación sofística en el ágora y los tribunales. El verdadero filósofo actuará como el Demiurgo del Timeo que copiaba en la materia las Ideas. Así, el filósofo copiará en la multitud la moderación y el orden que contempla en el ámbito de lo divino. Hemos arribado por fin al problema esencial: ¿qué estudios y ocupaciones servirán para formar a los futuros gobernantes filósofos? Sólo los guardianes perfectos podrán llegar a ser filósofos: los demasiado fogosos tendrán dificultades para aprender y los demasiado razonables se dejarán llevar por sus temores. Tendrán que participar de ambas cosas: valentía e inteligencia. Y, además, acceder al estudio supremo, a la Idea del Bien. Para algunos es el placer y para otros la inteligencia, pero ninguno conoce lo que es. Quienes dicen que el Bien es el placer se equivocan porque tendrían que admitir la existencia de placeres malos. Los que dicen que el Bien es la inteligencia cuándo se les pregunta qué tipo de inteligencia dicen que la inteligencia del bien con lo cual sus palabras son vacías. A pesar de la resistencia de Sócrates, Glaucón le exige que aclare su naturaleza. Para hablar del Bien Sócrates recurre a la alegoría del Sol. Del mismo modo que la luz hace posible la vista de los objetos en el mundo visible, así la Idea del Bien hace posible que la inteligencia vea en el mundo de las Ideas. Es más, así como el sol otorga a los seres vivos la génesis, el crecimiento y la nutrición, la Idea del Bien otorga a las cosas conocidas el existir y la esencia, “aunque el Bien no sea esencia, sino algo que se eleva más allá de la esencia en cuanto a dignidad y potencia.” Continúa Sócrates con el pasaje de la línea. Al reino de lo visible le corresponde la opinión y al reino de lo inteligible la ciencia. Dentro de la opinión se pueden distinguir dos niveles: el de las copias, sombras o imágenes, llamado conjetura,
Describe luego las ciencias a que debe consagrarse el que está destinado a gobernar el Estado. Se trata de elevarlo de la zona de las tinieblas a la realidad. La aritmética es la ciencia más adecuada para ello, y también aquellas otras relacionadas con la aritmética, como la geometría, plana y sólida, y la astronomía. Presentan contradicciones aparentes que invitan a la reflexión; presuponen y desarrollan la facultad de concebir abstracciones y razones en forma consecuente, lo cual es indispensable para la aprehensión del "bien". Pero estos estudios no son sino preparatorios para la dialéctica, que corona la educación propia del filósofo. Es la única que nos proporciona una visión sinóptica de todo saber. El filósofo debe ser capaz, al renunciar a las imágenes sensibles y a las hipótesis, de elevarse, por medio de las ideas puras de la razón, a la idea del bien (pues éste es el más elevado principio)y de allí descender a lo particular de los sentidos. La dialéctica es la única ciencia que busca la verdad por sí misma, sin motivos ulteriores. La más elevada educación debe reservarse a los que se mostraron más capaces y dignos de aquella durante la juventud; de lo contrario, la filosofía quedará expuesta al ridículo y a la vergüenza. En la infancia, la instrucción será grata, algo así como un juego para discernir la capacidad natural de los niños. Durante años consagrados a los ejercicios gimnásticos, se deben intercalar estudios más severos. Sólo a los veinte años se llevará a cabo una selección de los mejores discípulos, con la supervisión de la relación y conexión de los estudios ya realizados. Finalmente, a los treinta años tiene que hacerse una selección definitiva, de la cual surjan los que se consagrarán a la dialéctica. Siguiendo este proceso selectivo, no se corre el peligro de perturbar la moral y la religión al discutirse sus problemas por mentes inmaturas. Una inteligencia sobria y desarrollada no se intoxicará con discusiones, sino que distinguirá entre la investigación de la verdad y una heurística capciosa. Cinco años se consagrarán al estudio de la dialéctica. A Los treinta y cinco años, quienes hayan completado estos estudios, de nuevo descenderán a la "caverna" y participarán durante quince
años en las tareas de la paz y de la guerra. Aquellos que surjan triunfantes, a la edad de cincuenta años, se convertirán en los verdaderos gobernantes y guardianes del Estado. Fijos sus ojos en la idea y modelo del bien, procurarán realizarlo en su propia vida y en el gobierno de la ciudad, dedicándose principalmente a la filosofía, pero participando también en el servicio del Estado. Así, una vez muertos, partirán a la isla de bendición y recibirán los honores debidos a los dioses. Glaucón, exclamó: "¡Sócrates, los gobernantes cuya imagen acabas de esculpir son de una belleza perfecta!" Sócrates a partir de esto le aclara que no solo se refiere a gobernantes sino también a gobernantas, las cuales hayan sido dotadas de aptitudes apropiadas. CAPITULO VIII Glaucón repasa las conclusiones sobre el Estado ideal a las que había llegado Sócrates en capítulos anteriores. Quedó establecido que el Estado mejor era la aristocracia de reyes filósofos con las siguientes características: - comunidad de mujeres e hijos, - educación íntegra común,- reyes que se hayan acreditado como los mejores en la filosofía y en la guerra, - guardianes que no tengan nada privado sino todo en común y - reciban del pueblo sólo su alimento a modo de salario. A un Estado excelente como este le corresponde además un modelo de hombre también excelente. Todas las demás formas de gobierno son deficientes. Glaucón pregunta a Sócrates cuáles son esas constituciones imperfectas y qué modelos de hombre les corresponden. Esos regímenes imperfectos son la timocracia, típica de Creta y Esparta, la oligarquía, la democracia y la tiranía. Ahora bien, ¿cómo degenera el sistema político perfecto, la aristocracia de reyes- filósofos, en timocracia y demás sistemas políticos corruptos? Sócrates utiliza el mito para responder. Es el conocido discurso de las Musas. Existe un número perfecto que señala la fecha en que los movimientos circulares de los astros son más propicios para la reproducción de la especie humana. Al principio los gobernantes respetarán este número, pero lo irán olvidando con el tiempo y casarán a las doncellas con mancebos en momentos no propicios, y nacerán niños no favorecidos por la naturaleza ni por la fortuna. Estos gobernantes menos