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Las Nubes de Aristofanes, Transcripciones de Arte

Obra Teatral de Comedia Griega

Tipo: Transcripciones

2019/2020

Subido el 09/04/2020

usuario desconocido
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ARISTOFANES
LAS NUBES
Personajes
ESTREPSÍADES, agricultor ateniense
FIDÍPIDES , su hijo
UN ESCLAVO DE ESTREPSÍADES
DISCÍPULO DE SÓCRATES
SÓCRATES, el filósofo
EL RAZONAMIENTO JUSTO, representado como un hombre mayor de porte antiguo
EL RAZONAMIENTO INJUSTO, un joven con atuendo moderno
PASIAS, acreedor
UN TESTIGO DE PASIAS
AMINIAS, acreedor
QUEREFÓN
CORO DE NUBES en figura de mujeres.
[Estrepsíades aparece en su lecho. Cerca de él duermen su hijo y los esclavos.]
ESTREPSÍADES. ¡Oh Zeus supremo! ¿Es acaso interminable la duración de las
noches? ¿Nunca se hará de día? Mucho tiempo ha que he oído el canto del gallo, y sin
embargo, los esclavos aún están roncando: antes no sucedía así. Maldita sea la guerra,
que me impide hasta castigar a mis esclavos1. Este buen mozo no despierta en toda la
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ARISTOFANES

LAS NUBES

Personajes ESTREPSÍADES, agricultor ateniense FIDÍPIDES , su hijo UN ESCLAVO DE ESTREPSÍADES DISCÍPULO DE SÓCRATES SÓCRATES, el filósofo EL RAZONAMIENTO JUSTO, representado como un hombre mayor de porte antiguo EL RAZONAMIENTO INJUSTO, un joven con atuendo moderno PASIAS, acreedor UN TESTIGO DE PASIAS AMINIAS, acreedor QUEREFÓN CORO DE NUBES en figura de mujeres.

[Estrepsíades aparece en su lecho. Cerca de él duermen su hijo y los esclavos.] ESTREPSÍADES. ¡Oh Zeus supremo! ¿Es acaso interminable la duración de las noches? ¿Nunca se hará de día? Mucho tiempo ha que he oído el canto del gallo, y sin embargo, los esclavos aún están roncando: antes no sucedía así. Maldita sea la guerra, que me impide hasta castigar a mis esclavos1. Este buen mozo no despierta en toda la

noche, y duerme profundamente, envuelto en las cinco mantas de su lecho. Pero probemos a imitarle... ¡Pobre de mí!, no puedo conciliar el sueño. ¿Cómo he de dormir, si me atormentan los gastos, la caballeriza y las deudas que he contraído por causa de este hijo? Él cuida su cabellera, cabalga, guía un carro y sueña con caballos; y yo me siento morir cuando llega el día veinte del mes, porque se acerca el momento de pagar los intereses Muchacho, enciende la lámpara y tráeme el libro de cuencas, para que examine los gastos, y averiguando a quiénes debo, calcule los intereses... Ea, veamos, ¿cuánto debo? "Doce minas a Pasias". ¿Y por qué doce minas a Pasias? ¿En qué las he gastado? Cuando compré el Coppatia3. ¡Desdichado de mí! ¡Ojalá me hubiesen vaciado antes un ojo de una pedrada! FIDÍPIDES (soñando). Filón, guías mal: tu carro debe seguir a éste. ESTREPSÍADES. He aquí el mal que me mata: hasta durmiendo sueña con caballos. FIDÍPIDES (soñando). ¿Cuántas carreras es necesario dar en el certamen? ESTREPSÍADES. A tu padre sí que le haces dar carreras... ¿Pero qué deuda contraje después de la de Pasias? Veamos: "tres minas a Aminias5 por el carro y las ruedas". FIDÍPIDES (sonando). Lleva el caballo a la cuadra y revuélcalo antes en la arena. ESTREPSÍADES. ¡Infeliz! tú sí que me das vuelco a mi fortuna; unos me tienen ya citado a los tribunales, otros me piden que les garantice el pago de los intereses. FIDÍPIDES (despertando). Pero, padre, ¿qué te angustia que no haces más que dar vueltas toda la noche? ESTREPSÍADES. Me muerde cierto Demarco6 de las camas. FIDÍPIDES. Por favor, querido, déjame dormir un poco. ESTREPSÍADES. Duerme en horabuena, pero sabe que todas estas deudas caerán sobre tu cabeza... ¡Oh!, así perezca miserablemente aquella casamentera que me impulsó a contraer matrimonio con tu madre. Porque yo tenía una vida dulcísima, sencilla, grosera, descuidada y abundante en panales, ovejas y aceite. Después, aunque era hombre del campo, me casé con la nieta de Megacles, hijo de Megacles, ciudadana soberbia, amiga de los placeres, con las mismas costumbres que Cesira. Después del matrimonio, cuando nos acostábamos, yo no olía mas que a mosto, higos y lana de mis ovejas; ella por el contrario apestaba a pomadas y esencias, y sólo deseaba besos amorosos, lujo, comilonas y los placeres de Afrodita. No diré que fuese holgazana, sino que tejía; y muchas veces, enseñándola esta capa, le decía con tal pretexto: "Esposa mía, aprietas demasiado los hilos". UN ESCLAVO. No aceite la lámpara. ESTREPSÍADES. ¡Ay de mí! ¿Por qué has encendido una lámpara tan bebedora? Acércate para que te haga llorar.. EL ESCLAVO. Y ¿por qué he de llorar? ESTREPSÍADES. Por haber puesto una mecha muy gorda... Después, cuando nos nació este hijo, disputamos mi buena mujer y yo acerca del nombre que habríamos de ponerle. Ella le posponía a todos los nombres el de caballo, queriendo que se llamase Jantipo, Caripo o Calípides. Yo le llamaba Fidónides7, como su abuelo. Tras largo debate, adoptamos, por fin, un término medio y le llamamos Fidípides.8 Su madre, tomándole en brazos, solía decirle entre caricias: "¡Cuándo te veré, hecho un hombre, venir a la ciudad, ricamente vestido y dirigiendo tu carro, como tu abuelo Megacles!...". Y yo le decía: "¡Cuándo te veré, vestido de pieles, traer las cabras del Feleo9 como tu padre...!" Pero nunca hizo caso de mis palabras y su afición a los caballos me ha perdido. Después de haber meditado toda la noche, he encontrado un maravilloso expediente, que me salvará si consigo persuadir a mi hijo. Más, antes de todo, quiero despertarle. ¿Cómo haré para despertarlo dulcemente? ¿Cómo? ¡Fidípides, querido Fidípides!

EL DISCÍPULO. Lo diré: pero ten en cuenta que esto debe de ser un misterio. Preguntaba ha poco Querefón a Sócrates cuántas veces saltaba lo largo de sus patas una pulga que había picado a Querefón en una ceja y se había lanzado luego a la cabeza de Sócrates. ESTREPSÍADES. Y, ¿cómo ha podido?... EL DISCÍPULO. Muy ingeniosamente. Derritió un poco de cera, y cogiendo la pulga sumergió en ella sus patitas. Cuando se enfrió la cera, quedó la pulga con una especie de borceguíes pérsicos.17 Se los descalzó Sócrates y midió con ellos la distancia recorrida por el salto. ESTREPSÍADES. ¡Supremo Zeus, qué inteligencia tan sutil! EL DISCÍPULO. ¿Pues qué dirás si te cuento otra invención de Sócrates? ESTREPSÍADES. ¿Cuál? Dímela, te lo ruego. EL DISCÍPULO. El mismo Querefón Esfeteniense le preguntó si creía que los mosquitos zumbaban con la trompa o con el trasero. ESTREPSÍADES. ¿Y qué dijo de los mosquitos? EL DISCÍPULO. Dijo que el intestino del mosquito es muy angosto, y que a causa de su estrechez el aire pasa con gran violencia hasta el trasero, y como el orificio de éste comunica con el intestino, el trasero produce el zumbido por la violencia del aire.

ESTREPSÍADES. Por lo tanto, el trasero de los mosquitos es una trompeta. ¡Oh, tres veces bienaventurado el autor de tal descubrimiento! Fácilmente obtendrá la absolución de un reo quien conoce tan bien el intestino del mosquito. EL DISCÍPULO. Poco ha una salamandra le hizo perder un gran pensamiento. ESTREPSÍADES. Dime de qué manera. EL DISCÍPULO. Observando de noche el curso y las revoluciones de la luna, miraba al cielo con la boca abierta, y entonces una salamandra le arrojó su excremento desde el techo. ESTREPSÍADES. ¡Linda salamandra que hace sus necesidades en la boca de Sócrates! EL DISCÍPULO. Ayer por la tarde no teníamos cena. ESTREPSÍADES. ¡Hem! ¿Y qué inventó para encontrar comida? EL DISCÍPULO. Extendió polvo sobre la mesa, dobló una barrita de hierro,18 y recogiendo después el compás, escamoteó un vestido de la palestra. ESTREPSÍADES. ¿Por qué admiramos aún a Tales? Abre, abre prontamente la escuela, y preséntame a Sócrates cuanto antes. Me impaciento por ser su discípulo. ¡Vivo, abre la puerta! ¡Oh Heracles! ¿De qué país son estos animales? EL DISCÍPULO. ¿De qué te admiras? ¿Con quiénes les encuentras semejanza? ESTREPSÍADES. Con los Lacedemonios hechos prisioneros en Pilo.20 ¿Pero por qué miran ésos a la tierra? EL DISCÍPULO. Investigan las cosas subterráneas. ESTREPSÍADES. Entonces buscan cebollas. No os cuidéis más de eso: yo sé dónde las hay hermosas y grandes. ¿Y qué hacen esos otros con el cuerpo inclinado? EL DISCÍPULO. Investigan los abismos del Tártaro. ESTREPSÍADES. ¿Para qué mira al cielo su trasero? EL DISCÍPULO. Es que aprende astronomía por su parte. Pero entrad, no sea que el maestro nos sorprenda. ESTREPSÍADES. No, todavía no: que estén aquí; tengo que comunicarles un asuntillo mío. EL DISCÍPULO. Es que no pueden permanecer largo tiempo al aire y en el exterior. ESTREPSÍADES. ¡En nombre de los dioses! ¿Qué son estas cosas? Decídmelo. EL DISCÍPULO. Ésa es la astronomía.

ESTREPSÍADES. ¿Y ésta? EL DISCÍPULO. La geometría. ESTREPSÍADES. ¿Para qué sirve la geometría? EL DISCÍPULO. Para medir la Tierra. ESTREPSÍADES. ¿La que se distribuye a la suerte? EL DISCÍPULO. No. Toda la Tierra. ESTREPSÍADES. ¡Gracioso dicho! He aquí una idea muy popular y útil. EL DISCÍPULO. He aquí todo el circuito de la Tierra. ¿Ves? Aquí está Atenas. ESTREPSÍADES. ¿Qué dices? No te creo. No veo a los jueces en sesión. EL DISCÍPULO. Sin embargo, éste es verdaderamente el territorio de Ática. ESTREPSÍADES. ¿Y dónde están los cicinenses, mis compatriotas? EL DISCÍPULO. Helos aquí; y mira también la Eubea, que, como ves, es muy larga. ESTREPSÍADES. Lo sé: Pericles y vosotros la habéis sometido a mil torturas.23 Pero, ¿dónde está Lacedemonia? EL DISCÍPULO. ¿Que dónde está? Hela aquí. ESTREPSÍADES. ¡Cuan cerca de nosotros! Meditad sobre esto y alejadla todo lo que se pueda. EL DISCÍPULO. Por Zeus, eso es imposible. ESTREPSÍADES. Pues ya os pesará. ¡Calla! ¿Y quién es ese hombre suspendido en el aire en un cesto? EL DISCÍPULO. Él. ESTREPSÍADES. ¿Quién es él? EL DISCÍPULO. Sócrates. ESTREPSÍADES. ¡Sócrates! Anda y llámale fuerte. EL DISCÍPULO. Llámale tú; que yo no tengo tiempo. ESTREPSÍADES. ¡Sócrates! ¡Sócrates! SÓCRATES. Mortal.24 ¿Por qué me llamas? ESTREPSÍADES. Ante todo, te ruego que me digas qué es lo que haces ahí. SÓCRATES. Camino por los aires y contemplo el Sol. ESTREPSÍADES. Por tanto, ¿miras25 a los dioses desde tu cesto y no desde la Tierra? Si no es que... SÓCRATES. Nunca podría investigar con acierto las cosas celestes si no suspendiese mi alma y mezclase mis pensamientos con el aire que se les parece26. Si permaneciera en el suelo, para contemplar las regiones superiores, no podría descubrir nada porque la Tierra atrae hacia sí los jugos del pensamiento: lo mismo exactamente que sucede con los berros. ESTREPSIADES. ¿Qué hablas? ¿El pensamiento atrae la humedad de los berros? Pero, querido Sócrates, baja, para que me enseñes las cosas que he venido a aprender. SÓCRATES. ¿Qué es lo que te ha hecho venir? ESTREPSÍADES. El deseo de aprender a hablar. Los usureros, los acreedores más intratables me persiguen sin descanso y destruyen los bienes que les he dado en prenda. SÓCRATES. ¿Cómo te has llenado de deudas sin darte cuenta? ESTREPSÍADES. Me ha arruinado la enfermedad de los caballos, cuya voracidad es espantosa. Pero enséñame uno de tus dos discursos, aquel que sirve para no pagar. Sea cual fuere el salario que me pidas, juro por los dioses que te lo he de satisfacer. SÓCRATES. ¿Por qué dioses juras? En primer lugar, es preciso que sepas que los dioses no son ya moneda corriente entre nosotros. ESTREPSÍADES. ¿Pues, por quién juráis? Acaso por las monedas de hierro, como en Bizancio27.

SÓCRATES. No; estas son las celestes Nubes, grandes diosas de los hombres ociosos, que nos dan el pensamiento, la palabra y la inteligencia, el charlatanismo, la locuacidad, la astucia y la comprensión.

ESTREPSÍADES.—Entonces, por eso, al oírlas, mi alma ha remontado el vuelo y está deseando ya hablar sutilmente y decir finuras sobre el humo33, rebatir una sentencia con una sentencilla sutil y oponerse a un argumento con el argumento contrario. Así que, si puede ser, quiero verlas ya a las claras. SÓCRATES.—Pues mira por este lado, en dirección al monte Parnes, que ya las diviso descendiendo lentamente. ESTREPSÍADES.—A ver, ¿por dónde? Señálamelo. SÓCRATES.—Por ahí (Señalando a un lado) viene un gran número de ellas atravesando navas y bosques, por ahí, por ese lado. ESTREPSÍADES.— (Mirando en la dirección indicada).—¿Qué, qué? Yo no las veo. SÓCRATES.—Allí, junto a la entrada lateral34. ESTREPSÍADES.—Sí, ahora ya, por donde dices, empiezo a verlas. (Entra el coro de nubes, representadas por mujeres.) SÓCRATES.—Ahora ya no tienes más remedio que verlas, a no ser que tengas unas legañas tan grandes como calabazas. ESTREPSÍADES.—Sí, por Zeus. ¡Oh venerables! Ya ocupan todo. SÓCRATES.—¿Y la verdad es que no sabías que son diosas, ni creías en ellas? ESTREPSÍADES.—Desde luego que no, por Zeus. Yo las tomaba por niebla, rocío y vapor. SÓCRATES.—Por Zeus, es que no sabes que ellas apacientan a muchísimos «listillos»35, adivinos de Turios36, profesores de medicina37, gandules-melenudos- con-sellos-dé-ónice38. Y a los moduladores de canciones de los coros ditirámbicos, embaucadores aéreos39 a esos seres ociosos que nada hacen, los apacientan porque componen poesías para ellas. ESTREPSÍADES.—Entonces por eso componen aquello de «ímpetu destructor de las húmedas nubes que culebrea resplandeciente»40, «mechones de Tifón»41 «de den cabezas», «tempestades de violento fuelle» y también «aéreos seres húmedos, aves de curvas garras que se mecen en el aire» y «aguaceros de las nubes llenas de rocío», y como recompensa por ello engullen42 filetes de opíparos y sabrosos mújeles, y «pajariles» carnes de zorzal. SÓCRATES.—Sí, por causa de ellas. Y con razón, ¿no? ESTREPSÍADES.—A ver, dime: si de verdad son nubes, ¿qué les ha pasado, que parecen mujeres mortales? Porque aquellas de allí (Señala al cielo) no son así. SÓCRATES.—Bueno, pues, ¿cómo son? ESTREPSÍADES.—No lo sé bien, pero se parecen a copos de lana esponjados y no a mujeres, ¡por Zeus!; eso, ni una pizca. En cambio, éstas de aquí tienen nariz. SÓCRATES.—A ver, contéstame a lo que voy a preguntarte. ESTREPSÍADES.—Di lo que quieras, sin más. SÓCRATES.—Alguna vez, al mirar para arriba, ¿has visto una nube parecida a un centauro, a un leopardo, a un lobo o a un toro? ESTREPSÍADES.—Sí, por Zeus. Y eso, ¿qué? SÓCRATES.—Se convierten en todo lo que quieren. Así que si ven a un melenudo, un bruto de esos muy velludos, como el hijo de Jenofanto, para burlarse de su pasión adoptan la forma de centauros43. ESTREPSÍADES.—Y si ven a un ladrón del erario público, a Simón44, ¿qué hacen? SÓCRATES.—Para proclamar su condición se convierten de golpe y porrazo en lobos.

ESTREPSÍADES.—Claro, por eso ayer, al ver ellas a Cleónimo el arrojaescudos, como le echaron, la vista encima a un tío tan cobarde, se convirtieron en ciervos. SÓCRATES.—Y ahora, como han visto a Clístenes45, ¿ves tú?, por eso se han convertido en mujeres. ESTREPSÍADES.— (Al CORO).—¡Bienvenidas, entonces. Señoras! Y ahora, si alguna vez lo hicisteis para otro, reinas todopoderosas, emitid también para mí vuestra voz tan descomunal como el propio cielo. CORO.—¡Salud, anciano cargado de años, cazador de palabras artísticas!, y tú (A SÓCRATES), ¡sacerdote de las naderías más sutiles!, explícanos lo que quieres. Pues a ningún otro de los eruditos de hoy en día en temas celestes atenderíamos, excepto a Pródico: a él, por su sabiduría y su inteligencia46, y a ti, porque caminas con paso arrogante por las calles, lanzas miradas de reojo, soportas descalzo muchas cosas desagradables y presumes a costa nuestra. ESTREPSÍADES.—¡Oh Tierra, qué voz!, ¡qué sagrada, venerable y portentosa! SÓCRATES.—Es que verdaderamente éstas son las únicas diosas. Todo lo demás son pamplinas. ESTREPSÍADES .—Pero Zeus, según vosotros, a ver, ¡por la Tierra!47 ¿Zeus Olímpico, no es un dios? SÓCRATES.—¿Qué Zeus? No digas tonterías. Zeus ni siquiera existe. ESTREPSÍADES.—Pero, ¿tú qué dices? Pues, ¿quién hace llover? Esto, acláramelo antes de nada. SÓCRATES.—¡Esas, claro! Y te lo demostraré con pruebas de gran peso. A ver: ¿dónde has visto tú que alguna vez llueva sin nubes? Sin embargo, lo que tendría que ser es que él hiciera llover con el cielo despejado y que éstas estuvieran ausentes. ESTREPSÍADES.—¡Por Apolo!, con lo que acabas de decir le has dado un buen apoyo al asunto éste. Y la cosa es que yo antes creía a pies juntillas que Zeus orinaba a través de una criba. Pero explícame quién es el que produce los truenos, eso que me hace a mí temblar de miedo. SÓCRATES.—Éstas producen los truenos al ser empujadas por todas partes. ESTREPSÍADES.—A ver, a ti que no se te pone nada por delante: ¿cómo? SÓCRATES.—Cuando se saturan de agua y por necesidad son forzadas a moverse, como están llenas de lluvia, necesariamente son impulsadas hacia abajo; entonces, chocan unas contra otras y, como pesan mucho, se rompen con gran estrépito. ESTREPSÍADES.—Pero el que las obliga a moverse, ¿quién es? ¿No es Zeus? SÓCRATES.—Ni mucho menos; es un torbellino etéreo. ESTREPSÍADES.—¿Torbellino? No me había dado cuenta de eso, de que Zeus no existe y de que en su lugar reina ahora Torbellino48. Pero aún no me has explicado nada del estruendo y del trueno. SÓCRATES.—¿No me has oído? Las nubes, al estar llenas de agua, te digo que chocan unas con otras y hacen ruido porque son muy densas. ESTREPSÍADES.—Vamos a ver: eso, ¿quién se lo va a creer? SÓCRATES.—Te lo voy a explicar poniéndote a ti como ejemplo. En las Panateneas49, cuando ya estás harto de sopa de carne, ¿no se te revuelven las tripas y de pronto se produce un movimiento en ellas que empieza a producir borborigmos? ESTREPSÍADES.—Sí, por Apolo, y al momento provoca un jaleo horrible y un alboroto; y la dichosa sopa produce un ruido y un estruendo tremendo, como un trueno; primero flojito, «papax, papax», después más fuerte «papapapax», y cuando cago, talmente un trueno, «papapapax», como hacen ellas.

calor y frío, y si quieren conviertan mi piel en una bota, con tal que no pague mis deudas y pase por hombre atrevido, charlatán, temerario, sinvergüenza, costal de mentiras, inventor de frases, trillado en los pleitos, litigante perpetuo, molino de palabras, zorro astuto, penetrante barreno, correa flexible, disimulado, escurridizo, fanfarrón, insensible como el nudo de las maderas, impuro, veleta y parásito impudente. Si todos los que me encuentran llegan a saludarme con todos estos calificativos, hagan mis maestros cuanto les agrade de mi persona; y si les gusta, por Demeter, embutan mis intestinos y sírvanselos a los filósofos. CORO. Este hombre tiene una voluntad pronta y valiente. Ten entendido que la ciencia que te vamos a enseñar te hará conseguir tal gloria entre los mortales, que te levantará hasta el cielo. ESTREPSÍADES. Y ¿qué me sucederá? CORO. Que mientras vivas, gozarás con nosotras una existencia extremadamente feliz. ESTREPSÍADES. ¿Acaso llegaré a ver eso? CORO. Habrá constantemente muchos sentados a tu puerta, deseando consultarte, hablar contigo y deliberar sobre infinitos pleitos y negocios en que se cruzarán sumas inmensas. (A Sócrates) Pero enseña al viejo algunas de tus lecciones, sondea su espíritu y explora los alcances de su ingenio. SÓCRATES. Ea, dime qué clase de carácter tienes, para que una vez conocido, pueda dirigir contra él nuevas máquinas. ESTREPSÍADES. ¡Cómo! ¿Acaso piensas asaltarme como si fuera una muralla? SÓCRATES. No: solamente quiero hacerte algunas breves preguntas. En primer lugar, ¿tienes memoria? ESTREPSÍADES. Sí, por cierto, y de dos clases. Si me deben, tengo una memoria excelente; pero si debo, ¡pobre de mí! Soy muy olvidadizo. SÓCRATES. ¿Tienes alguna disposición natural para la elocuencia? ESTREPSÍADES. Para la elocuencia no, pero sí para el fraude. SÓCRATES. Entonces ¿cómo podrás aprender? ESTREPSÍADES. Perfectamente, no te inquietes por eso. SÓCRATES. Ea, manos a la obra; en cuanto yo te proponga alguna cuestión sobre las cosas celestes, te apoderas de ella inmediatamente. ESTREPSÍADES. ¡Qué! ¿Es preciso atrapar la sabiduría como un perro arrebata una tajada? SÓCRATES. ¡Vaya un hombre ignorante y bárbaro! Me parece, anciano, que vas a necesitar algún correctivo. Vamos a ver, ¿qué haces cuando alguno te apalea? ESTREPSÍADES. Me dejo apalear; después tomo testigos; en seguida ejercito mi acción ante el tribunal. SÓCRATES. Ea, quítate el vestido. ESTREPSÍADES. ¿Te he ofendido en algo? SÓCRATES. No; pero la costumbre es entrar desnudo56. ESTREPSÍADES. Yo no vengo aquí a buscar ninguna cosa robada. SÓCRATES. Abajo el vestido. ¿A qué decir tantas sandeces? ESTREPSÍADES. Dime sólo una cosa. Si soy muy aplicado y estudio con grande afán, ¿a cuál de tus discípulos me pareceré? SÓCRATES. Serás enteramente semejante a Querefón. ESTREPSÍADES. ¡Ay desgraciado de mí! Entonces seré un cadáver ambulante. SÓCRATES. No charles tanto. Apresúrate y sígueme hacia ese lado. ESTREPSÍADES. Dame antes una torta de miel, porque al entrar ahí, siento tanto miedo como si bajase a la cueva de Trofonio. SÓCRATES. Anda: ¿por qué te detienes en la puerta?

CORO. Marcha regocijado, sin que disminuya tu valor por eso. Ojalá tenga feliz éxito la empresa de este hombre, que en edad provecta ilustra su inteligencia con ideas nuevas y cultiva la sabiduría. CORIFEO. Espectadores, os diré francamente la verdad; lo juro por Baco, de quien soy discípulo. Así salga yo vencedor y sea tenido por sabio; como es cierto que creyéndoos personas de buen gusto sometí por primera vez a vuestra aprobación esta comedia, la mejor de las mías, trabajada con exquisito esmero. Y sin embargo, a pesar de no merecer tal desgracia, fui vencido por rivales ineptos. Por esto me quejo de vosotros, ilustrados jueces, a quienes dediqué mis trabajos. Pero no por tal motivo he de recusar la opinión de los doctos, ante quienes es tan agradable comparecer, y que oyeron con tanta complacencia a mi Prudente y mi Deshonesto,59 cuando yo, virgen aún porque no me era lícito parir,60 expuse el fruto de mi ingenio, que recogido por otra madre fue educado liberalmente por vosotros; desde lo cual creía tener asegurada vuestra benevolencia. Ahora, pues, se presenta mi Comedia como una nueva Electra buscando con la vista a aquellos sabios espectadores; y de seguro que reconocerá, en cuanto lo vea, el rizo de su hermano. Reparad la decencia de sus costumbres. Es la primera que aparece en la escena sin venir armada de un instrumento de cuero, rojo por la punta, grueso y a propósito para hacer reír a los niños;61 que no se burla de los calvos ni baila el córdax;62 que no introduce un viejo golpeando con su bastón a todos los que encuentra para disimular la grosería de sus chistes, ni asalta la escena agitando una antorcha y gritando ¡lo! ¡lo!; confía más que en sí misma y sus versos. Y yo, que soy su autor, ciertamente no me enorgullezco por tal cosa, ni procuro engañaros, presentándola dos y tres veces. Sino que siempre invento comedias nuevas, que no se parecen entre sí y son todas bellas e ingeniosas. Cuando Cleón estaba en todo su poder yo le he atacado frente a frente,63 pero en cuanto cayó cesé de insultarle. Los demás poetas, desde que Hipérbole dio el ejemplo, atacan sin cesar al desgraciado sin perdonar ni a su madre. El primero de todos fue Éupolis, el cual presentó en escena su Maricàs que no era otra cosa que un mal arreglo de mis Caballeros; sólo añadió una vieja embriagada que bailase el córdax. personaje inventado mucho tiempo hace por Frínico,64 que la exponía a la voracidad de un monstruo marino. Después Hermipo presentó a Hipérbole y todos los demás cayeron sobre Hipérbole imitando mi comparación de las anguilas. ¡Ojalá los que ríen en sus comedias no se diviertan con las mías! En cuanto a vosotros, que os deleitáis con mi persona e invenciones, seréis considerados en el porvenir como personas de buen gusto. SEMICORO. Invoco primeramente, en favor de este coro al gran Zeus, rey del cielo y señor de los dioses; después al prepotente numen cuyo tridente irresistible conmueve la tierra y los salados mares; y a ti, nuestro ilustre padre, venerable Éter, alma de todas las cosas; y a ti, oh Sol, domador de corceles, que vivificas la tierra con tus brillantes rayos, y eres divinidad poderosa entre los inmortales y los hombres. CORO. Sabios espectadores, parad en esto la atención. Nos quejamos de la injusticia con que nos tratáis; puesto que recibiendo de nosotras vuestra ciudad mas beneficios que de todos los demás dioses, sin embargo, ni sacrificáis, ni hacéis libaciones en honor de vuestras conservadoras. Si se decreta alguna expedición insensata, inmediatamente tronamos o llovemos. Cuando elegisteis general al zurrador Paflagonio,65 enemigo de los dioses, fruncimos las cejas y dimos muestras de grande indignación; brilló el rayo acompañado de los estallidos del trueno; la luna abandonó su acostumbrado camino; y el sol,66 retirando su antorcha negó sus resplandores a la tierra si Cleón era general. Sin embargo, le elegisteis, y desde entonces dicen que todas vuestras determinaciones son desacertadas, pero que los dioses convierten en buenas las faltas que cometéis. Os enseñaremos fácilmente la manera de aprovecharos de esto: apoderaos de Cleón, de esa

SÓCRATES. Pero antes es necesario aprender otras cosas. En primer lugar tienes que saber cuáles son los animales machos. ESTREPSÍADES. ¿Pues no lo sé, o acaso estoy loco? El carnero, el cabrón, el toro, el perro, el faisán... SÓCRATES. ¿Ves lo que haces? Llamas faisán a la hembra lo mismo que al macho. ESTREPSÍADES. ¿Cómo es eso? SÓCRATES. ¿Cómo? Faisán y faisán. ESTREPSÍADES. Verdad es lo que dices, por Poseidón. ¿Pero de qué modo llamaré a la hembra? SÓCRATES. Faisana; y al otro faisán. ESTREPSÍADES. Faisana. Tienes razón, por el Aire. Sólo por eso he de llenar de trigo tu troj. SÓCRATES. Nueva falta. Haces masculino un nombre femenino. ESTREPSÍADES. ¿Cómo hago masculina la troj? SÓCRATES. Lo mismo que diciendo Cleón. ESTREPSÍADES. ¿Por qué razón? Explícate. SÓCRATES. Dices troj lo mismo que Cleón. ESTREPSÍADES. Pero, querido, si Cleón no tenía troj y amasaba la harina en un mortero redondo. Acabemos. ¿Cómo deberé elegir? SÓCRATES. ¿Cómo? Diciendo troja como dices Sóstrata. ESTREPSÍADES. ¡Troja! SÓCRATES. Así está bien. ESTREPSÍADES. De modo que debe decirse troja, Cleona. SÓCRATES. También debes aprender a distinguir en los nombres de las personas cuáles son masculinos y cuáles femeninos. ESTREPSIADES. Conozco perfectamente los que son femeninos. SÓCRATES. Di algunos. ESTREPSÍADES. Lisila, Filina, Clitágora, Demetria. SÓCRATES. ¿Y qué nombres son masculinos? ESTREPSÍADES. Muchísimos. Filóxeno, Melexias, Aminias. SÓCRATES. Pero, tonto, ésos no son masculinos. ESTREPSÍADES. ¿No son masculinos para vosotros? SÓCRATES. De ninguna manera. ¿Cómo dirás para llamar a Aminias? ESTREPSÍADES. ¿Cómo diré? Así: ¡Aminia! ¡Aminia! SÓCRATES. ¿Lo ves? Ya llamas a Aminias como si fuera una mujer. ESTREPSÍADES. ¿Y no es justo llamar así al que no va al ejército? ¿Pero para qué aprendo lo que todos sabemos? SÓCRATES. Para nada, en verdad. Pero acuéstate ahí... ESTREPSÍADES. ¿Qué hago? SÓCRATES. Pensar un poco en tus asuntos. ESTREPSÍADES. Por favor, no me mandes tenderme en esa cama. Si es de todo punto preciso el acostarse, déjame meditar sobre el duro suelo. SÓCRATES. Eso es imposible. ESTREPSÍADES. ¡Infeliz de mí, cuánto me van a atormentar hoy las chinches! SÓCRATES. Medita y reflexiona; reconcentra tu espíritu, y hazle discurrir en todos sentidos. Cuando tropieces con alguna dificultad, pasa inmediatamente a otro asunto, y así el dulce sueño huirá de tus párpados. ESTREPSÍADES. ¡Ay! ¡Ay! ¡Ay! SÓCRATES. ¿Qué te pasa? ¿Qué te aflige?

ESTREPSÍADES. Perezco miserablemente; las chinches, que brotan de esta cama, me muerden, me desgarran los costados, me chupan la sangre, me ulceran todo el cuerpo y me matan. SÓCRATES. No te quejes tan fuerte. ESTREPSÍADES. Cómo no he de gritar si he perdido mis bienes, mi sangre, mi alma y mis zapatos, y para colmo de males voy a perder aquí lo poco que me queda. SÓCRATES. ¡Eh, tú! ¿Qué haces? ¿No meditas? ESTREPSÍADES. Sí, por Poseidón. SÓCRATES. ¿Y en qué piensas? ESTREPSÍADES. Pienso en si dejarán algo de mí las chinches. SÓCRATES. Te perderás sin remedio. ESTREPSÍADES. ¡Pero, buen hombre, si ya estoy perdido! SÓCRATES. No desfallezcas, y envuélvete bien. Es preciso discurrir algún fraude, algún paliativo. ESTREPSÍADES. ¡Ay! ¿Quién me arrojará como paliativo una piel de carnero? SÓCRATES. Ea, veré primeramente lo que hace éste. ¡Hola! ¿duermes? ESTREPSÍADES. No, por Apolo. SÓCRATES. ¿Tienes algo? ESTREPSÍADES. Nada tengo. SÓCRATES. ¿Nada absolutamente? ESTREPSÍADES. Nada más que esto. SÓCRATES. Cúbrete y discurre algo. ESTREPSÍADES. ¿Sobre qué? Contesta, Sócrates. SÓCRATES. Di tú lo que quieres hallar primeramente. ESTREPSÍADES. ¿No lo has oído mil veces? Quisiera hallar el medio de no pagar los intereses a ningún usurero. SÓCRATES. Pues manos a la obra, cúbrete, fija tu inteligencia en un pensamiento sutil y estudia minuciosamente el asunto, distinguiendo bien sus diferentes partes y reflexionando sobre ellas. ESTREPSÍADES. ¡Ay de mí! SÓCRATES. Tranquilízate; si tropiezas con alguna dificultad, sepárate de ella; y enseguida vuelve al mismo pensamiento y reflexiona sobre él. ESTREPSÍADES. ¡Ay, queridísimo Sócrates! SÓCRATES. ¿Qué pasa, anciano? ESTREPSÍADES. Ya he dado con un medio de no pagar los intereses. SÓCRATES. Manifiéstalo. ESTREPSÍADES. Di: ¿Si yo comprase una hechicera de la Tesalia, que hiciera bajar de noche a la luna y la guardase después encerrada en una caja redonda, como si fuera un espejo...? SÓCRATES. ¿Para qué puede servirte...? ESTREPSÍADES. ¿Para qué? Si la luna no volviese a salir, yo no tendría que pagar más intereses. SÓCRATES. ¿Cómo? ESTREPSÍADES. Porque los intereses se pagan cada mes. SÓCRATES. Perfectamente. Pero yo voy a proponerte otra astucia. Dime: Si se dicta contra ti una sentencia que te condena al pago de cinco talentos, ¿cómo te arreglarás para que desaparezca? ESTREPSÍADES. ¿Cómo? ¿Cómo? No sé; pero es preciso hallar un medio. SÓCRATES. No concentres siempre el pensamiento dentro de ti mismo; dale suelta y déjalo volar como un escarabajo a quien se ata un hilo al pie para que no se escape.

ESTREPSÍADES. ¡Mira, mira "Zeus olímpico"! ¡Qué estupidez! ¿A tu edad crees en Zeus olímpico? FIDIPIDES. ¿De qué te ríes? ESTREPSÍADES. De verte tan chiquillo dando crédito a todas esas vejeces. Acércate y sabrás muchas cosas; y aun te diré alguna que en cuanto la sepas te sentirás convertido en hombre; pero no se la digas a nadie. FIDÍPIDES. Heme aquí. ¿Qué es ello? ESTREPSÍADES. Acabas de jurar por Zeus. FIDÍPIDES. Es cierto. ESTREPSÍADES. ¡Mira qué bueno es estudiar! No existe Zeus, querido Fidípides. FIDÍPIDES. ¿Pues quién? ESTREPSÍADES. Reina el Torbellino, que ha expulsado a Zeus. FIDÍPIDES. ¿Qué estás disparatando? ESTREPSÍADES. Sabe que es como te digo. FIDÍPIDES. ¿Quién dice eso? ESTREPSÍADES. Sócrates el Méliense,78 y Querefón, que conoce las huellas de una pulga. FIDIPIDES. ¿Tan adelante has ido en tu locura que das crédito a esos atrabiliarios? ESTREPSÍADES. Contén la lengua, y no murmures de esos hombres hábiles e inteligentes que, por economía, ni se rasuran ni se perfuman, ni van nunca al baño para lavarse mientras que tú disipas mis bienes, como si ya hubiese muerto. Pero ve cuanto antes y aprende por mí. FIDIPIDES. ¿Qué cosa buena puede aprenderse de ellos? ESTREPSÍADES. Toda la sabiduría humana. Tú mismo has de conocer lo ignorante y estúpido que eres. Pero espérame aquí un momento. FIDÍPIDES. ¡Ah! ¿Qué haré? Mi padre está loco. ¿Le argüiré de demencia en los tribunales, o noticiaré su enfermedad a los confeccionadores de ataúdes? ESTREPSÍADES. Vamos a ver: ¿Cómo llamas a este pájaro? FIDÍPIDES. Faisán. ESTREPSÍADES. Bien, ¿y a esta hembra? FIDÍPIDES. Faisán. ESTREPSÍADES. ¿Los dos lo mismo? Eso es ridículo. En adelante no hables. Llama a ésta faisana y a aquél faisán. FIDÍPIDES. ¿Faisana dices? ¿Esas son las grandes cosas que has aprendido de los hijos de la Tierra? ESTREPSÍADES. Y otras muchas; pero a causa de mis años cuando aprendía algo se me olvidaba enseguida. FIDÍPIDES. ¿Por eso has perdido tu vestido? ESTREPSÍADES. No lo he perdido; lo he dejado en la escuela. FIDÍPIDES. ¿Y qué has hecho de tus zapatos, pobre tonto? ESTREPSÍADES. Los he perdido, como Pericles,80 en lo que era necesario. Ea, anda, marchemos: si obedeces a tu padre, podrás delinquir sin cuidado alguno. No habías cumplido seis años, y aún balbuceabas, cuando yo te compré en las fiestas de Zeus un carrillo con el primer óbolo que gané administrando justicia en el Heliastico. FIDÍPIDES. Algún día te pesará lo que haces. ESTREPSÍADES. Bien, ya me obedeces. ¡He! Sócrates, sal aquí pronto; te traigo a mi hijo, a quien he convencido a duras penas. SÓCRATES. Este es un mozo inexperto y no acostumbrado a nuestros cestos colgantes. FIDIPIDES. Más acostumbrado estarías tú si te colgases. ESTREPSÍADES. ¿No te irás al infierno? Estás insultando a tu profesor.

SÓCRATES. ¡Si te colgases, ha dicho! ¡Qué horrible pronunciación! ¡Qué abrir la boca! ¿Cómo podrá aprender éste la manera de ganar un pleito, de entablar una demanda y de destruir los argumentos del contrario? Hipérbolo aprendió todo esto por un talento. ESTREPSÍADES. No te apures y enséñale, porque tiene disposición natural. Cuando era pequeñito, ya construía casas, esculpía naves, fabricaba carritos de cuero y hacía ranas de cáscara de granada. Enséñale los dos razonamientos, el bueno, cualquiera que sea, y el malo, que triunfa del bueno por medio de la injusticia; o, por lo menos, enséñale el razonamiento injusto. SÓCRATES. Lo aprenderá de los mismos razonamientos. ESTREPSÍADES. Yo me retiro. Acuérdate de ponerle en estado de refutar todos los argumentos justos. COR EL RAZONAMIENTO JUSTO.82 Sal aquí y muéstrate a los espectadores, tú que eres tan descarado. EL RAZONAMIENTO INJUSTO. Sea como gustes; al fin te derrotaré con más facilidad hablando ante la multitud. EL JUSTO. ¿Tú derrotarme? ¿Quién eres? EL INJUSTO. Un razonamiento. EL JUSTO. Sí, pero débil. EL INJUSTO. Pues te venceré, aunque te crees más fuerte. EL JUSTO. ¿De qué modo? EL INJUSTO. Inventando pruebas nuevas. EL JUSTO. Eso está hoy de moda, gracias a esos necios. EL INJUSTO. Di más bien a esos sabios. EL JUSTO. Yo te derrotaré vergonzosamente. EL INJUSTO. ¿Cómo? EL JUSTO. Diciendo lo que sea justo. EL INJUSTO. Yo lo echaré todo por tierra contradiciéndote. En primer lugar niego que haya justicia. EL JUSTO. ¿Dices que ni hay...? EL INJUSTO. Claro; y si no, ¿dónde está?. EL JUSTO. Entre los dioses. EL INJUSTO. Si la justicia existe, ¿cómo es que Zeus no pereció cuando encadenó a su padre? EL JUSTO. ¡Cómo! ¿Hasta ese extremo llega el mal? ¡Qué asco! traedme una palangana83. EL INJUSTO. Eres un viejo chocho e imbécil. EL JUSTO. Y tú un bardaje sinvergüenza... EL INJUSTO. Como si me cubrieras de rosas. EL JUSTO. ¡Payaso...! EL INJUSTO. Me coronas de lirios. EL JUSTO. Y parricida. EL INJUSTO. Pero, ¿no conoces que me empolvas con oro EL JUSTO. En otro tiempo esto te parecía plomo. EL INJUSTO. Pues ahora me sirve de adorno. EL JUSTO. ¡Qué desvergonzado! EL INJUSTO. ¡Qué estúpido! EL JUSTO. Por ti no frecuenta ningún joven las escuelas; ya conocerán algún día los Atenienses lo que enseñas a esos necios.

me indigno, cuando, si les es necesario bailar en las Panateneas, veo a algunos cubriéndose con el escudo, sin cuidarse de Atenea Por lo tanto, joven, decídete por mí sin vacilar; y aprenderás a aborrecer los pleitos, a no acudir a los baños públicos, a avergonzarte de las cosas torpes, a indignarte cuando se burlen de ti, a ceder tu asiento a los ancianos que se te acerquen, a conducirte bien con tus padres, y a no hacer nada deshonesto, porque debes de ser la imagen del pudor; a no extasiarte ante las bailarinas, no sea que mientras las miras como un papanatas alguna meretriz te arroje su manzana,89 con detrimento de tu reputación, a no contradecir a tu padre, ni, burlándote de su vejez, recordar los defectos del que te ha educado. EL INJUSTO. Cree lo que éste dice, y, por Baco, te parecerás a los hijos de Hipócrates,90 y te llamarán el tonto. EL JUSTO. Brillarás en los gimnasios; no charlarás sandeces en la plaza pública, como hacen los jóvenes del día, ni entablarás pleitos por la cosa más pequeña, cuando pueden arruinarte las calumnias de tus adversarios. Sino que, bajando a la Academia, te pasearás con un sabio de tu edad bajo los olivos sagrados, ceñidas las sienes con una corona de caña blanca, respirando en la más deliciosa ociosidad el perfume de los tejos y del follaje del álamo blanco, y gozando de los hermosos días de primavera, en los que el plátano y el olmo confunden sus murmullos. Si haces lo que te digo, y sigues mis consejos, tendrás siempre el pecho robusto, el cutis fresco, anchas las espaldas, corta la lengua, gruesas las nalgas, y proporcionado el vientre. Pero si te aficionas a las costumbres modernas, tendrás muy pronto color pálido, pecho débil hombros estrechos, lengua larga, nalgas delgadas, vientre desproporcionado, y serás gran litigante. El otro te educará de tal modo que te parecerá torpe lo honesto, y honesto lo torpe, y por último, serás tan infame como Antímaco. CORO. ¡Qué grato perfume de virtud exhalan tus palabras, cultivador de la más sólida y elevada filosofía! ¡Dichosos los hombres que vivieron en la época de tu esplendor! Tú, que posees todos los recursos de la oratoria, es preciso que digas algo nuevo contra éste, que se ha hecho digno de alabanza. Necesitas ciertamente emplear recursos extraordinarios contra tu adversario, si quieres vencerle y no ser blanco de la burla de todos. EL INJUSTO. Hace tiempo que me abrasa la impaciencia, y ardo en deseos de echar por tierra todos sus argumentos. Los filósofos me llaman injusto, porque soy el primero que he descubierto la manera de contradecir las leyes y el derecho, pero ¿no es una habilidad inestimable la de salir vencedor en la causa más débil? Verás cómo refuto su decantado sistema de educación. En primer lugar, te prohibe los baños calientes. ¿En qué te fundas para vituperar los baños calientes? EL JUSTO. En que son perjudiciales y debilitan al hombre. EL INJUSTO. Alto: ya estás cogido y no te escaparás. Dime: ¿cuál de los hijos de Zeus ha sido el más esforzado y ha llevado a cabo más trabajos? EL JUSTO. Creo que ninguno sobrepuja a Heracles. EL INJUSTO. Y ¿dónde has visto baños fríos bajo la advocación de Heracles?91 Sin embargo, ¿quién era el más esforzado? EL JUSTO. Ésas son las razones que los jóvenes tienen siempre en la boca, y gracias a ellas los baños están llenos y desiertas las palestras. EL INJUSTO. También vituperas la costumbre de hablar en la plaza pública. Yo la alabo. Porque, si eso fuese perjudicial, Homero no hubiera hecho orador a Néstor, ni a todos los demás sabios. Pasemos al ejercicio de la lengua: dice que los jóvenes no deben cultivarla; yo digo lo contrario. También recomienda la modestia. En total, dos malos

consejos. Porque ¿a quién has visto que haya conseguido bien alguno por medio de la modestia? Habla, refútame. EL JUSTO. He visto muchos: por causa de ella recibió Peleo92 una espada. ¡EL INJUSTO. ¡Una espada! ¡Linda ganancia tuvo el desdichado! Ahí tienes a Hipérbolo, que gracias a su malicia y no a su espada ha ganado muchos talentos vendiendo lámparas. EL JUSTO. El mismo Peleo, por ser modesto, se casó con la diosa Tetis. EL INJUSTO. Que se marchó muy pronto y le dejó solo; porque no era un hombre violento, capaz de pasar toda la noche en dulces luchas de amor, que es lo que agrada a las mujeres. Pero tú eres un viejo chocho. Considera, joven, todas las contrariedades de la modestia; y de qué placeres te privará; de los muchachos, de las mujeres, de los juegos, de los pecados, de beber y de reír. ¿Para qué quieres la vida, privada de estos placeres? Basta de esto. Paso ahora a las necesidades de la naturaleza. Has delinquido, has amado, has cometido algún adulterio y eres cogido in fraganti; ya eres hombre muerto porque no sabes defender tu causa. Pero, conmigo, goza sin cuidado de la vida, baila, ríe, y nada te avergüence. Si eres sorprendido con la mujer ajena, asegura al marido que no has faltado; echa la culpa a Zeus que también fue vencido por el amor y las mujeres. Tú siendo inmortal, ¿cómo puedes ser más fuerte que el padre de los dioses? EL JUSTO. Y siguiendo tus lecciones, es condenado al castigo de los adúlteros: ¿encontrará entonces algún argumento para demostrar que no es un bardaje? EL INJUSTO. Y aunque sea un bardaje, ¿qué mal hay en ello? EL JUSTO. ¿Puede haber mal mayor? EL INJUSTO. ¿Qué dirás si también te venzo en este punto? EL JUSTO. Me callaré; ¿qué podría hacer? EL INJUSTO. Ea, dime: ¿a qué clase pertenecen !os oradores? EL JUSTO. A la de los bardajes. EL INJUSTO. Lo creo. ¿Y los poetas trágicos? EL JUSTO. A la de los bardajes. EL INJUSTO. Tienes razón. ¿Y los demagogos? EL JUSTO. A la de los bardajes. EL INJUSTO. ¿Ves cómo yo no hablaba tan neciamente? Mira ahora a qué clase pertenecen la mayoría de los espectadores. EL JUSTO. Ya miro. EL INJUSTO. ¿Qué ves? EL JUSTO. Por los dioses, veo que los más son bardajes. Este que yo conozco, ése, y aquél de los largos cabellos. EL INJUSTO. ¿Qué dices ahora? EL JUSTO. Son vencidos. ¡Bardajes, recibid mi manto; me paso a vosotros! (Se retiran) SÓCRATES. Y bien, ¿quieres llevarte a tu hijo, o dejarle para que le enseñe el arte de hablar? ESTREPSÍADES. Enséñale, castígale, y no te olvides de afilar bien su lengua, de modo que uno de sus dos filos le sirva para los negocios de poca monta, y el otro para los de mucha importancia. SÓCRATES. Pierde cuidado; te lo enviaré hecho un completo sofista. FIDÍPIDES. Bien pálido, me parece, y bien miserable. CORO. Id, pues; creo que te arrepentirás algún día. (Entran en la escuela de Sócrates) Queremos deciros, jueces, lo que ganaréis si nos otorgáis la protección merecida. En primer lugar, al principio de la primavera, cuando queráis labrar vuestras tierras lloveremos antes para vosotros y enseguida para los demás; después, cuando vuestras