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Es un resumen de los heraldos negros
Tipo: Resúmenes
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¡No te pierdas las partes importantes!
Hay golpes en la vida, tan fuertes... Yo no sé. Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos, la resaca de todo lo sufrido se empozara en el alma... Yo no sé.
Son pocos; pero son... Abren zanjas oscuras en el rostro más fiero y en el lomo más fuerte. Serán tal vez los potros de bárbaros atilas; o los heraldos negros que nos manda la Muerte.
Son las caídas hondas de los Cristos del alma, de alguna fe adorable que el Destino blasfema. Esos golpes sangrientos son las crepitaciones de algún pan que en la puerta del horno se nos quema.
Y el hombre... Pobre... pobre! Vuelve los ojos, como cuando por sobre el hombro nos llama una palmada; vuelve los ojos locos, y todo lo vivido se empoza, como un charco de culpa, en la mirada.
Hay golpes en la vida, tan fuertes ... Yo no sé!
Luna! Corona de una testa inmensa, que te vas deshojando en sombras gualdas! Roja corona de un Jesús que piensa trágicamente dulce de esmeraldas!
Luna! Alocado corazón celeste ¿por qué bogas así, dentro de copa llena de vino azul, hacia el oeste, cual derrotada y dolorida popa?
Luna! Y a fuerza de volar en vano, te holocaustas en ópalos dispersos:
Desclava, amada eterna, mi largo afán y los dos clavos de mis alas y el clavo de mi amor!
Regreso del desierto donde he caído mucho; retira la cicuta y obséquiame tus vinos: espanta con un llanto de amor a mis sicarios, cuyos gestos son férreas cegueras de Longinos!
Desclávame mis clavos ¡oh nueva madre mía! ¡Sinfonía de olivios, escancia tu llorar! Y has de esperar, sentada junto a mi carne muerta, cuál cede la amenaza, y la alondra se va!
Pasas... vuelves... Tus lutos trenzan mi gran cilicio con gotas de curare, filos de humanidad, la dignidad roquera que hay en tu castidad, y el judithesco azogue de tu miel interior.
Son las ocho de una mañana en crema brujo.... Hay frío....Un perro pasa royendo el hueso de otro perro que fue....Y empieza a llorar en mis nervios un fósforo que en cápsulas de silencio apagué!
Y en mi alma hereje canta su dulce fiesta asiática un dionisiaco hastío de café....!
Vengo a verte pasar todos los días, vaporcito encantado siempre lejos... Tus ojos son dos rubios capitanes; tu labio es un brevísimo pañuelo rojo que ondea en un adiós de sangre!
Vengo a verte pasar; hasta que un día, embriagada de tiempo y de crueldad, vaporcito encantado siempre lejos, la estrella de la tarde partirá!
Las jarcias; vientos que traicionan; vientos de mujer que pasó! Tus fríos capitanes darán orden; y quien habrá partido seré yo...
Al callar la orquesta, pasean veladas sombras femeninas bajo los ramajes, por cuya hojarasca se filtran heladas quimeras de luna, pálidos celajes.
Hay labios que lloran arias olvidadas, grandes lirios fingen los ebúrneos trajes. Charlas y sonrisas en locas bandadas perfuman de seda los rudos boscajes.
Espero que ría la luz de tu vuelta; y en la epifanía de tu forma esbelta, cantará la fiesta en oro mayor.
Balarán mis versos en tu predio entonces, canturreando en todos sus místicos bronces que ha nacido el Niño-Jesús de tu amor.
Luciré para Tilia, en la tragedia, mis estrofas en ópimos racimos; sangrará cada fruta melodiosa, como un sol funeral, lúgubres vinos. Tilia tendrá la cruz que en la hora final será de luz!
Prenderé para Tilia, en la tragedia,
en la propia tumba de mortal herida. Caridad verónica de ignotas regiones, donde a precio de éter se pierde la vida.
Cerca de la aurora partiré llorando; y mientras mis años se vayan curvando, curvará guadañas mi ruta veloz.
Y ante fríos óleos de luna muriente, con timbres de aceros en tierra indolente, cavarán los perros, aullando, ¡un adiós!
Ausente! La mañana en que me vaya más lejos de lo lejos, al Misterio, como siguiendo inevitable raya, tus pies resbalarán al cementerio.
Ausente! La mañana en que a la playa del mar de sombra y del callado imperio, como un pájaro lúgubre me vaya, será el blanco panteón tu cautiverio.
Se habrá hecho de noche en tus miradas; y sufrirás, y tomarás entonces penitentes blancuras lanceradas.
Ausente! Y en tus propios sufrimientos ha de cruzar entre un llorar de bronces una jauria de remordimientos!
Melancolía, saca tu dulce pico ya; no cebes tus ayunos en mis trigos de luz. Melancolía, basta! Cuál beben tus puñales
la sangre que extrajera mi sanguijuela azul!
No acabes el maná de mujer que ha bajado; yo quiero que de él nazca mañana alguna cruz, mañana que no tenga yo a quién volver los ojos, cuando abra su gran O de burla el ataúd.
Mi corazón es tiesto regado de amargura; hay otros viejos pájaros que pastan dentro de él... Melancolía, deja de secarme la vida, y desnuda tu labio de mujer...!
Cual hieráticos bardos prisioneros, los álamos de sangre se han dormido. Rumian arias de yerba al sol caído, las greyes de Belén en los oteros.
El anciano pastor, a los postreros martirios de la luz estremecido, en sus pascuales ojos ha cogido una casta manada de luceros.
Labrado en orfandad baja el instante con rumores de entierro, al campo orante y se otoñan de sombra las esquilas.
Supervive el azul urdido en hierro, y en él, amortajadas las pupilas, tranza su aullido pastoral un perro.
Pasamos juntos. El sueño lame nuestros pies qué dulce; y todo se desplaza en pálidas renunciaciones sin dulce.
Pasamos juntos. Las muertas almas, las que, cual nosotros, cruzaron por el amor, con enfermos pasos ópalos, salen en sus lutos rígidos y se ondulan en nosotros.
Amada, vamos al borde frágil de un montón de tierra. Va en aceite ungida el ala, y en pureza. Pero un golpe, al caer yo no sé dónde, afila de cada lágrima un diente hostil.
Y un soldado, un gran soldado, heridas por charreteras, se anima en la tarde heroica, y a sus pies muestra entre risas, como una gualdrapa horrenda, el cerebro de la Vida.
Pasamos juntos, muy juntos, invicta Luz, paso enfermo; pasamos juntos las lilas mostazas de un cementerio.
Más acá, más acá. Yo estoy muy bien. Llueve; y hace una cruel limitación. Avanza, avanza el pie.
Hasta qué hora no suben las cortinas esas manos que fingen un zarzal? Ves? Los otros, qué cómodos, qué efigies. Más acá, más acá!
Llueve. Y hoy pasará otra nave cargada de crespón; será como un pezón negro y deforme arrancado a la esfíngica Ilusión.
Más acá, más acá. Tú estás al borde y la nave arrastrarte puede al mar. Ah, cortinas inmóviles, simbólicas... Mi aplauso es un festín de rosas negras: cederte mi lugar! Y en el fragor de mi renuncia, un hilo de infinito sangrará.
Yo no debo estar tan bien; avanza, avanza el piel!
—Si TE amara... qué sería? —Una orgía! —Y si él te amara? Sería todo rituario, pero menos dulce.
Y si tú quisieras? La sombra sufriría justos fracasos en tus niñas monjas.
Culebrean latigazos, cuando el can ama a su dueño? —No; pero la luz es nuestra.
de lejos a buscar y bendecir los rotos aros de unos muertos novios.
Verano, ya me voy. Allá, en setiembre tengo una rosa que te encargo mucho; la regarás de agua bendita todos los días de pecado y de sepulcro.
Si a fuerza de llorar el mausoleo, con luz de fe su mármol aletea, levanta en alto tu responso, y pide a Dios que siga para siempre muerta. Todo ha de ser ya tarde; y tú no encontrarás en mi alma a nadie.
Ya no llores, Verano! En aquel surco muere una rosa que renace mucho...
Aquella noche de setiembre, fuiste tan buena para mí... hasta dolerme! Yo no sé lo demás; y para eso, no debiste ser buena, no debiste.
Aquella noche sollozaste al verme hermético y tirano, enfermo y triste. Yo no sé lo demás... y para eso yo no sé por qué fui triste..., tan triste...!
Sólo esa noche de setiembre dulce, tuve a tus ojos de Magdala, toda la distancia. de Dios... y te fui dulce!
Y también una tarde de setiembre cuando sembré en tus brasas, desde un auto, los charcos de esta noche de diciembre.
Esta tarde llueve como nunca; y no tengo ganas de vivir, corazón.
Esta tarde es dulce. Por qué no ha de ser? Viste gracia y pena; viste de mujer.
Esta tarde en Lima llueve. Y yo recuerdo las cavernas crueles de mi ingratitud; mi bloque de hielo sobre su amapola, más fuerte que su “No seas así!”
Mis violentas flores negras; y la bárbara y enorme pedrada; y el trecho glacial. Y pondrá el silencio de su dignidad con. óleos quemantes el punto final.
Por eso esta tarde, como nunca, voy con este búho, con este corazón.
Y otras pasan; y viéndome tan triste, toman un poquito de ti en la abrupta arruga de mi hondo dolor.
Esta tarde llueve, llueve mucho. ¡Y no tengo ganas de vivir, corazón!
Señor! Estabas tras los cristales humano y triste de atardecer; y cuál lloraba tus funerales esa mujer!
Sus ojos eran el jueves santo, dos negros granos de amarga luz! Con duras gotas de sangre y llanto clavó tu cruz!
cuando yo hilaba aún mi embrión de vida.
Pureza en falda neutra de colegio; y leche azul dentro del trigo tierno
a la tarde de lluvia, cuando el alma ha roto su puñal en retirada,
cuando ha cuajado en no sé qué probeta sin contenido una insolente piedra.
Cuando hay gente contenta; y cuando lloran párpados ciegos en purpúreas bordas.
Oh, pureza que nunca ni un recado me dejaste, al partir del triste barro
ni una migaja de tu voz; ni un nervio de tu convite heroico de luceros.
Alejáos de mi, buenas maldades, dulces bocas picantes...
Yo la recuerdo al veros oh, mujeres! Pues de la vida en la perenne tarde, nació muy poco pero mucho muere!
Llegué a confundirme con ella, tanto ...! Por sus recodos espirituales, yo me iba jugando entre tiernos fresales, entre sus griegas manos matinales.
Ella me acomodaba después los lazos negros y bohemios de la corbata. Y yo volvía a ver la piedra absorta, desairados los bancos, y el reloj que nos iba envolviendo en su carrete,
al dar su inacabable molinete. Buenas noches aquellas, que hoy la dan por reír de mi extraño morir, de mi modo de andar meditabundo. Alfeñiques de oro, joyas de azúcar que al fin se quiebran en el mortero de losa de este mundo.
Pero para las lágrimas de amor, los luceros son lindos pañuelitos lilas, naranjas, verdes, que empapa el corazón. Y si hay ya mucha hiel en esas sedas, hay un cariño que no nace nunca, que nunca muere, vuela otro gran pañuelo apocalíptico; la mano azul, inédita de Dios!
Silencio. Aquí se ha hecho ya de noche, ya tras del cementerio se fue el sol; aquí se está llorando a mil pupilas: no vuelvas; ya murió mi corazón. Silencio. Aquí ya todo está vestido de dolor riguroso; y arde apenas, como un mal kerosene, esta pasión.
Primavera vendrá. Cantarás «Eva» desde un minuto horizontal, desde un hornillo en que arderán los nardos de Eros. ¡Forja allí tu perdón para el poeta, que ha de dolerme aún, como clavo que cierra un ataúd!
como si se exhumara un firmamento.
La anciana pensativa, cual relieve de un bloque pre-incaico, hila que hila; en sus dedos de Mama el huso leve la lana gris de su vejez trasquila.
Sus ojos de esclerótica de nieve un ciego sol sin luz guarda y mutila...! Su boca está en desdén, y en calma aleve su cansancio imperial tal vez vigila.
Hay ficus que meditan, melenudos trovadores incaicos en derrota, la rancia pena de esta cruz idiota,
en la hora en rubor que ya se escapa, y que es lago que suelda espejos rudos donde náufrago llora Manco-Cápac.
Como viejos curacas van los bueyes camino de Trujillo, meditando... Y al hierro de la tarde, fingen reyes que por muertos dominios van llorando.
En el muro de pie, pienso en las leyes que la dicha y la angustia van trocando: ya en las viudas pupilas de los bueyes se pudren sueños qué no tienen cuándo.
La aldea, ante su paso, se reviste de un rudo gris, en que un mugir de vaca se aceita en sueño y emoción de huaca.
Y en el festín del cielo azul yodado gime en el cáliz de la esquila triste
un viejo corequenque desterrado.
La Grama mustia, recogida, escueta ahoga no sé qué protesta ignota: parece el alma exhausta de un poeta, arredrada en un gesto de derrota.
La Ramada ha tallado su silueta, cadavérica jaula, sola y rota, donde mi enfermo corazón se aquieta en un tedio estatual de terracota.
Llega el canto sin sal del mar labrado en su máscara bufa de canalla que babea y da tumbos, ahorcado!
La niebla hila una venda al cerro lila que en ensueños miliarios se enmuralla, como un huaco gigante que vigila.
Fulge mi cigarrillo; su luz se limpia en pólvoras de alerta. Y a su guiño amarillo entona un pastorcillo el tamarindo de su sombra muerta.
Ahoga en una enérgica negrura, el caserón entero la mustia distinción de su blancura. Pena un frágil aroma de aguacero.
Están todas las puertas muy ancianas, y se hastía en su habano carcomido una insomne piedad de mil ojeras. Yo las dejé lozanas;