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Manual de autosuperación para descubrir tu interés en la vida
Tipo: Resúmenes
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Hace unos años, durante una sesión de psicoterapia, un paciente me comentó que nadie le había enseñado a mirar las cúpulas. Por esos días, transitando por una de las avenidas céntricas de la ciudad se dio cuenta de que siempre caminaba mirando las veredas pero no las alturas.
Esta experiencia es muy común. Caminamos por la vida evitando pisar excrementos de perros o buscando alguna moneda perdida y nos olvidamos de las bellezas de las cúpulas. Estos dos estilos de mirar no tienen por qué ser excluyentes. Existe un arriba y un abajo; una izquierda y una derecha. Sin embargo, a pesar de la movilidad que tiene la cabeza, nuestras cervicales, con su artrosis, nos demuestran que hemos optado por la rigidez.
En el nivel de lo psicológico algo parecido nos ocurre: nos encontramos con otro tipo de endurecimiento. Se trata de aquel que es provocado por la apasionada necesidad de ignorarnos en nuestros deseos. De la misma manera que la artrosis dificulta los movimientos y nos causa dolor, la pasión por la ignorancia de nosotros mismos pone obstáculos a nuestro encuentro con el bienestar.
Es notable observar la manera en que las personas desean y temen el cambio. Consultan a psicoterapeutas y psicoanalistas, terapeutas alternativos o complementarios, concurren a conferencias y talleres, consumen decenas de libros de autoayuda. Sin embargo, todo parece quedar en la nada. ¿Qué pasa entre esa información que les llega y su dificultad para autoaplicarla logrando la tan deseada transformación?
Es que las personas quieren cambiar pero sin abandonar los viejos esquemas rígidos con los que han preformado su vida. Están fuertemente convencidas de que el cambio debe provenir desde afuera, del profesional, del conferencista, del autor del libro quienes, se cree, conocen el secreto de la felicidad, del enigma de la vida, del recóndito sentido profundo de la existencia. Aquellas personas se caracterizan por la constante demanda del tipo: ¡"Dígame qué tengo que hacer para ser feliz!"
Cuando decidí reeditar este libro, me propuse agregarle otros conceptos de acuerdo con los testimonios de los lectores. Por mi parte, estaba experimentando varios cambios en mi vida. Uno de ellos, quizá el más trascendente, fue la toma de conciencia del curso y transcurso de mi existencia.
En mis 54 años de edad y 26 de profesión no había vivenciado, como ahora, que todo termina, que nos estamos yendo. Este "shock de realidad" lo tuve como reacción a la enfermedad irreversible de una de nuestras amadas gatas: Charlinne. La habíamos criado con Marta, mi mujer, desde los cinco días de nacida. Quince años después tuvimos que tomar la decisión de sacrificarla. He visto la decadencia física de muchos seres queridos. Desde mis cinco años de edad en que muere mi abuela paterna hasta el día final de Charlinne he pasado por numerosas despedidas. He tomado conciencia plena del fin de la vida y me he preguntado cuántas personas se dan cuenta de que esto se termina. Tarde o temprano nos vamos... para siempre, por lo menos en esta vida de la cual puedo dar testimonio de que existe. Si hay algo más allá es un asunto de fe. Lo real es que, por ahora, esto es todo lo que tenemos.
La muerte por sacrificio de Charlinne sólo avivó lo que ya tenía y no quería reconocer: hagamos lo que hagamos nos estamos apagando desde el día que nacemos.
esencia divina que haya dentro de mí tengo que reconocer con dolor que no soy Cristo. No puedo ejercer el perdón, como El lo hizo. En medio de un sufrimiento atroz, bebiendo vinagre, clavado en la cruz sin apoyo en los pies, muriendo por una insuficiencia ortostática mientras todos reían y se burlaban, le pide a su Padre que los perdone porque no saben lo que hacen. Soy humano y amo a los que amo, pero no me pidan más.
Se han dado miles de azarosas combinaciones para que estemos aquí, ahora y haciendo esto. Cada niño que nace, deseado o no, aceptado o rechazado, es un milagro en sí mismo. A partir de ese instante cientos de vicisitudes lo van modelando de tal manera que va perdiendo su estado esencial y se va transformando en lo que los demás desean de él. Ya adulto vive en un estado de permanente conflicto entre lo que él desea y no sabe que desea y los deseos de los otros. La esencia divina queda sepultada viva y, a su alrededor, se va configurando el carácter de la criatura con capas superpuestas de mandatos que van conformando su argumento de vida. Un argumento escrito por otros que neutraliza los deseos auténticos de ese "Niño Libre" con el cual nació. Cristo sabía algo de esto, por eso su llamada de "Dejad que los niños vengan a mí". Esa mentalidad pura, esencial, sin especulaciones, era la única que podía entender los misterios del "Reino de Dios dentro vuestro". 0 0 Pero la red social1 E familiar que rodea al niño tiene sus propias normas, su sistema de creencias, su filosofía de vida transmitida de generación a generación. El niño que acaba de nacer es uno de ellos y deberá tener las mismas ideas, idéntico sistema de creencias. Tendrá que mirar las veredas, no las cúpulas, buscando billetes perdidos, evitando tropezar o pisar excrementos. Se pueden hacer ambas cosas. Me puedo detener y mirar las cúpulas ignoradas de la gran ciudad. Pero para desafiar el mandato de "¡Camina mirando el piso!" tengo que poseer libertad. Y la libertad no se adquiere, es un don divino. Nadie me la puede dar, la poseo por el hecho de ser, de existir. Si vivo mi vida en función de los mandatos de los otros o de un sistema de creencias que nunca cuestioné por miedo al castigo, jamás seré libre, estrangularé a mi Niño Libre que vive dentro mío, seré un muerto sin sepultura, un paquete que el sepulturero estará esperando. Seré nada... siéndolo todo.
Parados en este punto se produce el conflicto: ser o no ser, dirá Hamlet. Vivir en función de mis auténticos deseos o vivir de acuerdo con lo que los otros esperan de mí. Frente a estos dos caminos que se bifurcan llega el angustiante momento de la toma de decisiones. Pero no es fácil decidirse así como así. Detrás de mí hay toda una historia. Delante de mí, si decido cambiar, un vacío. Aquello es el mundo conocido. Sé que tengo recursos porque los uso diariamente; en el nuevo mundo no sé con qué me voy a encontrar. ¿Por qué no dejar todo así?
Porque dentro de mí, esa esencia divina puja por salir. Me crea desasosiego. Me cuestiona si esto es todo. Me dice que no hay demasiado tiempo, que me estoy yendo y que si no hago algo, ese niño interior se apagará.
Consciente de esta verdad y aunque nos disguste tenemos sólo dos opciones: o vivimos por vivir o lo hacemos de acuerdo con la llamada de nuestro Niño Libre, es decir, según nuestros auténticos deseos. ¿Será esto ser un egoísta? Ya veremos que no.
En algún momento tendremos que decidir o, mejor dicho, hacer consciente nuestra decisión porque decisión siempre hay aunque no nos demos cuenta. O le diremos adiós para siempre al deseo de los otros o adiós para siempre a nuestro Niño al cual distraeremos con compulsiones múltiples para hacerle creer que nos
estamos ocupando de él: saldremos con mujeres, jugaremos compulsivamente, fumaremos, beberemos, nos drogaremos de cien formas diferentes. Pero su respuesta será, siempre, la tristeza y el reproche metaforizado en algún síntoma. Pues lo estamos crucificando sin saber que lo estamos haciendo, le daremos de beber vinagre, nos mofaremos de él, y esperaremos hasta que alguna "insuficiencia" lo aniquile.
En este libro, una puesta al día de "¿Qué hacer con la vida?", reflexionaremos sobre varias cuestiones. Todas girarán alrededor del mismo núcleo: el desperdicio del tiempo de vida satisfaciendo los deseos de los demás. Como ya lo mencionamos antesTu podrás protestar haciéndome una pregunta. "¿Pero es que me propone ser egoísta?". La respuesta es ¡Si! Y te explico por qué: cuando la señora muerte te toque el hombro y te diga “Llegó el momento”, nadie de aquellos por los que has perdido tu tiempo va a venir a reemplazarte. Tu muerte te pertenece a ti y sólo a ti. Siendo así... ¿A quién crees que le pertenece tu vida?
Por supuesto que no debes confundir el ser egoísta con el ser egocéntrico o ególatra.
Te muestro este cuadro para que compares:
Egoísmo – egoísta (Primero yo, luego yo y siempre yo) Personalidades para quienes el otro no existe. Egocentrismo – egolatrismo
Egoísmo – altruista (Primero resuelvo mis 0 0 1 F
0 0 pro ble1 F mas y luego voy a estar disponible para lo que necesiten los demás, a menos que sea una emergencia) Egoísmo deseable.
ALTRUISMO Altruismo – egoísta
(Primero los demás y luego, si me queda tiempo y energía me dedicaré a mi) Dependientes de la valoración y afecto de los otros, quienes siempre se sienten en deuda con él. Egoísmo encubierto
Altruismo – altruista
(Sólo existen los otros. Yo no existo)
Espera de la recompensa divina, de la entrada a un paraíso después de muerto como consecuencia de sus buenas obras.
Inversión egoísta: premio en
Y el miedo a cambiar
Incompletud del ser humano. Condiciones para lograr un cambio. Obstáculos. Yo no soy mi imagen. Una invitación para reflexionar.
Tu lo sabes, yo lo sé: no es fácil vivir en un estado de calma y bienestar. Tanto circunstancias externas como internas te invitan, permanentemente, a sentir desazón, desasosiego, inquietud, ansiedad, disgusto, fastidio, malhumor, intolerancia, frustración, enojo, momentos depresivos. Todo lo cual te lleva, como a muchos, a que sintetices esas vivencias con el consabido “me siento mal”. Días pasados un amigo, que no es ajeno a esta dificultad de vivir en estado de bienestar, me regaló un cuadrito en donde un chimpancé está todo pegoteado con un chicle. El texto dice: "Lo único que lamento es haber llegado al mundo sin un manual de instrucciones". Este hipotético “manual” es algo buscado incesante y afiebradamente por mucha gente. Quizás tu mismo has comprado este libro creyendo que se trataba del Gran Manual. Otras personas buscan gurúes, místicos, profetas o depositan en el psicoanalista, médico, abogado un saber que, en realidad, no poseen. La cuestionable filosofía del llamado Pensamiento Positivo (PP) [1] [1]se propone como un buen manual para vivir mejor. Lamentablemente, a pesar de la buena intención de los autores y de los buenos deseos de quienes la practican, todo sigue igual. La famosa frase de Emile Coué, uno de los primeros iniciadores de esta filosofía, "Cada día que pasa y con la ayuda de Dios me siento mejor y mejor" ya no convence a nadie. Distinta es la persona que tiene una Actitud Mental Positiva (AMP) frente a las adversidades. Este tipo de gente no niega la realidad sino que la encara con un espíritu de lucha, de resolver problemas. En un capítulo posterior, analizaremos las diferencias entre ambas posturas. Por ahora, digamos que ese “sentirte mal” es una forma que tiene tu esencia divina de avisarte que las cosas no están funcionando como tu lo deseas. Si, lo sé: la experiencia es dolorosa, sin embargo es el primer gran paso para empezar a cambiar. Desde la vivencia de malestar podemos interrogarnos y darnos cuenta de lo que nos está pasando. Pero conocer y admitir nuestras carencias, nuestras faltas, los huecos de nuestra vida no es para nada agradable. Tomar conciencia de que enfermamos, envejecemos y morimos, de que nuestra existencia tiene un límite, de que aquellos a quienes amamos nos pueden dejar y, de hecho, nos dejan produce angustia. Reconocernos como seres humanos con todas nuestras imposibilidades nos baja a tierra de un golpe. Saber que no sabemos y que necesitamos de otros para tantas cosas es una ofensa para nuestra ilusión de creernos completos. Percatarnos de nuestro deslizamiento por el tiempo y compararnos con nuestras fotos de diez años atrás, observar que muchos de los
que aparecen ya no están, comprender que toda una época terminó, nos invita a hacer un balance en donde hay mucho de pérdida, de falta, de oportunidades que dejamos y de renuncias a nuestros propios deseos para satisfacer el deseo de algún otro. Muchas de esas carencias se mantienen y, si se toma conciencia de ellas, podemos preguntarnos... ¿Qué estoy haciendo con mi vida?
Los partidarios del pensamiento positivo pueden optar por conformarse: “el Señor así lo quiso, agradezco por estar sano, tener trabajo, a pesar de mis problemas siempre estoy con una sonrisa, etc..” Por el contrario, los que poseen una Actitud Mental Positiva no se sienten mal por sentirse mal. Admiten que un estado temporario de mal estar es sentir de acuerdo con la situación que lo origina. Y desde ese "sentirse mal", admiten tener una dificultad, un problema, un imprevisto y hacen todo lo que tienen a mano para resolver la cuestión. Es decir, aceptan la situación desagradable y hacen lo que tienen que hacer para producir un cambio.
Imprescindibles condiciones
Para lograr cambios significativos en tu vida y crear las condiciones para vivir en un estado de satisfacción es necesario que cumplas con estas cuatro condiciones:
Vayamos por partes.
Autoconciencia
Todo proceso de cambio comienza con un darse cuenta, con un “ver” la situación, sentirla. Desde los hechos más simples (“Hay una mancha en mi pantalón”), hasta los más complejos (“Hay veces en que me doy cuenta que mi vida no tiene sentido”) requieren, para ser cambiados, una toma de conciencia. ¿Qué puede pasar luego de esta toma de conciencia? Dejamos de ser inocentes. Tenemos que actuar para resolver el conflicto. Y este actuar puede provocarnos nuevos problemas.
Para evitar sentir el dolor que produce ese darse cuenta de los propios problemas y rehuir el compromiso y responsabilidad por las acciones para resolverlos algunas personas instrumentan, sin saberlo, un mecanismo de defensa llamado descalificación o desestimación. ¿Qué es esto?
Descalificación
Esto quiere decir: no ver el problema, quitarle importancia, rechazarlo, devaluarlo, renegar de eso, excluirlo, negarlo. El pensamiento positivo tiende, justamente, a consolidar ese mecanismo. Frases tales como "No pienses en eso", "Ya va a pasar", "Todo está bien", "Hoy va a ser un buen día", “Tienes que consolarte, la vida continúa”, “Sonríe, sonríe”, etc., le quitan importancia al conflicto o situación problemática lo cual obstaculiza su resolución
Dada una situación... ¿Qué es lo que se descalifica?
Imaginemos a cuatro amigos quienes, reunidos en un bar, se cuentan sus problemas sentimentales. Julián ni siquiera percibe las señales que su mujer le
y que regresar a tu hogar es como un suplicio. En varios momentos del día piensas, con temor, en proponer la separación. Y ahí te enfrentas con varias emociones: miedo a las consecuencias, especialmente a la reacción de tus hijos y de los parientes, problemas económicos, toda la operativa de la separación... Lo consideras un verdadero lío. Pero no eres feliz. ¿Qué hacer, entonces?
En este caso, la decisión tomada y la acción a realizar van a provocar, ciertamente, una conmoción en tu red social-familiar.
Aquí es donde la persona, inconscientemente, puede preferir “no darse cuenta” de lo que está sucediendo pues, si toma conciencia, si pone en palabras aunque más no sea una vez lo que le está pasando, se verá impulsado a una acción. Está acción puede ser: plantear la necesidad de separarse o dejar que todo siga así hasta que “la muerte los separe” o provocar al otro para que sea el iniciador de la decisión del divorcio. De cualquier manera, algo tiene que hacer y no todas las personas están dispuestas a aceptar las consecuencias de sus decisiones. Por eso, en ocasiones, una parte nuestra “decide” no tomar conciencia de lo que nos pasa, de esta manera se evita la acción que modificaría la situación. Esta es la descalificación.
Si en la toma de conciencia te permites darte cuenta de que algo no está funcionando bien en tu vida, en la siguiente etapa te tendrás que hacer cargo de tu parte de responsabilidad en el asunto. Este proceso es la autocrítica.
Autocrítica:
Soy el principal responsable
Frente a las carencias la gente culpa a otros, a las circunstancias, al mal tiempo, al gobierno, a la madre, a Dios o a Satanás. Acabas de tener una fuerte discusión con tu esposa porque no pagó en fecha la escuela de vuestro hijo; a la madrugada te sientes descompuesto después de una comilona y culpas a tu maldita vesícula; por la mañana te golpeas con la mesa de la cocina y te sale un moretón. En todas estas situaciones has depositado la causa de tus desgracias en el afuera, como si tu no fueras responsable de nada. ¡Así es fácil vivir! Es posible que tu mujer se haya olvidado de pagar la cuota escolar; que la vesícula se te haya inflamado y que las patas de la mesa estén muy abiertas. Pero, a pesar de que lo exterior tenga que ver con estos hechos, y por más que te duela, tendrás que reconocer que de alguna manera has contribuido a que cada acontecimiento ocurra. Pregúntate por qué no le recordaste a tu mujer que mañana vencía la cuota y que estabas muy ocupado para ocuparte de eso; ¿por qué comiste más de la cuenta si sabes que tu vesícula está con cálculos?; ¿no recuerdas, acaso, que la mesa es demasiado grande para esa cocina y que tienes que tener cuidado al pasar?. Date cuenta que no ejerciste la autocrítica. Has estado descalificando tus propias conductas saboteadoras. Así que, aunque te moleste, es momento de decir: ¡yo soy responsable por no recordarle a mi esposa lo de la cuota y por haber comido de más y por no fijarme por donde camino!
Está demostrado por las distintas Ciencias de la Conducta, que una de las estrategias utilizadas por las personas para no producir cambios y mantenerse en estado de queja constante es no preguntarse: "¿En qué puedo ser responsable por esto o lo otro?"
Formulada la pregunta se necesita una respuesta y ésta, generalmente, contradice la imagen idealizada que cada cual tiene de sí mismo. La imagen es la apariencia que nos hemos fabricado más para nosotros mismos que para los demás y la idealización de esa figura tiene como objetivo engrandecerla, exaltarla.
Lamentablemente, se trata de una mentira que hay que sostener con la consiguiente baja de energía vital por cuanto usar diariamente esa máscara o máscaras provoca agotamiento.
Analicemos con mayor precisión este concepto:
Sólo imágenes
Así como la toma de conciencia es obstaculizada por la descalificación, la autocrítica lo es por la adherente afinidad que cada cual tiene con su imagen idealizada.
Cuando me miro en un espejo veo mi figura invertida. Por más puro que sea el cristal me devuelve una realidad distorsionada: en él soy zurdo. En la imagen que me retorna desde el espejo me afeito con la mano izquierda y, si bien me reconozco, yo no soy ese.
En la vida, nos miramos en otros espejos no tan puros: son los demás. Aquellos que, frente a mí, me devuelven, también, una imagen. Si mirándome en el espejo termino convencido de que soy zurdo, me engaño. De la misma manera lo haría si creyera en la imagen que yo creo que los otros tienen de mí.
Para precisar el concepto de imagen creo conveniente que la relaciones con una ficción, un mito, una quimera, una invención, una ilusión, una fantasía. En definitiva algo totalmente irreal. Por eso, el famoso dicho “Conócete a ti mismo”, significa: ¡quítate todas las máscaras, eso que queda, eso eres tú!
Nuestro primer espejo es mamá, y sobre esa imagen vamos construyendo la nuestra. Podremos ser reyes o gusanos; maravillosos o una porquería. Quizá, con suerte llegaría a ser un ser humano. Todo depende. Cualquiera sea la imagen que hemos ido construyendo se la va a defender "a muerte" porque estamos seguros de que de esa imagen depende nuestra identidad, nuestra existencia como persona: soy lo que mi imagen representa.Tus pensamientos, emociones, acciones, se relacionan íntimamente con este concepto que tienes de ti mismo. Pero no es otra cosa que una ilusión de identidad construida en la infancia y reforzada constantemente con múltiples mecanismos de autoengaño.
Verdades ¿absolutas?
Ahí está la mujer de 36 años, Virginia, que nunca tuvo novio y se quedó viviendo al lado de su madre, porque así fue “decidido” por el resto de la familia. Y Ernesto, abogado, que siempre quiso tener un negocio de antigüedades y sufre con su profesión hasta la úlcera sangrante... pero heredó la clientela de primer nivel del padre, que la había heredado de su padre... y el Cacho, un buenazo obeso que siempre le hacían bromas pesadas sobre su gordura y terminó muriéndose de un infarto a los 33 años, edad en que, también, se murió su obeso padre. Siempre le decían, riendo: “Eres igualito a tu padre... ja... ja”. Aquí está la joven embarazada sin quererlo, al lado de un hombre que la amenaza con irse. Que casualidad. Lo mismo hizo su padre al quedar embarazada su mujer. Enfrente, está la cuarentona con hijos adolescentes que, por primera vez en su vida, sabe lo que es desear ya que el deseo estaba prohibido en su infancia. ¿Deseo de qué? De todo. Era imposible desear pues con el deseo se desafiaba a los dioses y el castigo podría ser terrible. Ahora, desde que desea, le sobrevienen ataques de pánico. No es para menos. ¿Quiere que sigamos? ¿Para qué? Mírate a ti mismo y verás cuantas coincidencias hay entre lo que registraste desde niño y tu vida actual. He ahí la identificación con una imagen de ti mismo creada con base en la imagen que siempre creíste que los demás tenían de ti: la solterona, el frustrado exitosos, el gordito, la abandonada, la transgresora que merece castigo... Los personajes son
sostiene su imagen idealizada con lo que entraría en un derrumbe psicológico. Como se dice habitualmente: caería a tierra y sufriría bastante. Podría deprimirse, angustiarse... y cambiar. Pero como Juan teme "sentirse mal", angustiarse, le resulta más fácil culpar a otros de sus desgracias. De esta manera encuentra las explicaciones tranquilizantes para cada dificultad y su autoimagen idealizada, todopoderosa, queda intacta. Son los otros los que están mal, su mujer necesita un psicólogo.
María, en cambio, fue "programada" para tener una autoimagen desvalorizada. Siempre fue la feúcha, la tímida, la pobrecita. Carente de opinión propia construyó su mundo alrededor de los demás: vive excentrificada, con su centro puesto sobre los demás. Ellos son los sabios, los puros, los bellos, los completos, los siempre gozosos. En uno de nuestros cursos, al que vino "traída" por una amiga, comenzó a darse cuenta de que no era un mísero deshecho humano como siempre creyó, que tiene ideas propias, que se expresa muy bien, que siente la suficiente hostilidad como para defender su propio espacio. En los distintos ejercicios fue tomando conciencia de que hasta puede llegar a tener vida propia, deseos propios. Todo este descubrimiento la angustia porque la impulsa a tomar decisiones. Al descubrir que el cambio es posible, se cierra sobre sí y reaparece la autocrítica demoledora y desvalorizante. Ella misma se define como "soy una mierda". El cambio la aterra, como a Juan.
Juan y María poseen dos estilos diferentes: él desestima que pueda tener aspectos negativos y ella que los pueda tener positivos. Juan se ubica ante el mundo exclamando: "¡Yo estoy bien; son los demás los que están mal!". María, en cambio, se presenta diciendo "Yo estoy mal; los demás están bien". Cada una de estas dos creencias marca la posición existencial de cada cual y es el mirador desde donde se observa al mundo. Estas creencias inamovibles son los máximos obstáculos para ejercer una autocrítica liberadora. ¿Se imagina a María diciendo, convencida, “tengo conductas negativas pero también positivas. Para algunas cosas no sirvo y para otras sí. Como persona valgo mucho y a partir de hoy defenderé mis derechos”? O a Juan, “reconozco que no soy el ser maravilloso que me creía. Estoy cometiendo muchos errores, descalificando a mi mujer, no ocupándome de los chicos, manejando la empresa de una manera autoritaria...”
Si lo anterior llegara a suceder (se consideran milagros, pero ocurren con bastante frecuencia) Juan y María estarían sacándose las máscaras, con dolor, pues están fuertemente pegadas, y habrían empezado un proceso de transformación que los llevaría a ser ellos mismos y no la imagen que cada cual tiene de sí..
El deseo de cambio;
Esta es la tercera condición para pasar de un estado de insatisfacción permanente a un estado de satisfacción variable (Observe que no decimos “satisfacción permanente” puesto que es un estado imposible. De ser así, dejaríamos de ser humanos). El cambio no es otra cosa que ese pasaje desde una circunstancia que nos impide el acceso al bienestar a otra en donde ese bienestar es viable. Puede tratarse de factores externos (un trabajo mal pago, un esposo tiránico, una carrera profesional mal elegida, etc.) o internas (angustia, indecisiones, depresión, etc.). Para la psicoterapia integrativa, en realidad, las circunstancias son predominantemente internas y en esto consiste la responsabilidad. Tomando los ejemplos anteriores: YO soy responsable de tener un trabajo mal pago, YO soy la responsable de continuar sosteniendo a un marido tiránico, YO soy responsable de
continuar en una carrera que no me interesa, como asimismo YO soy responsable de mi angustia, mi depresión y mis indecisiones.
El deseo de cambio debe ser automotivado. Toda persona puede cambiar aquello que no le gusta de ella y que la ha llevado a ese estado de infelicidad. Nadie puede obligar a cambiar a nadie. Se puede invitar a un otro a que cambie pero sólo lo hará si es su deseo y, lógicamente, previa toma de conciencia de que algo no anda bien y la aceptación de su responsabilidad en el asunto.
Como vimos hace un rato, el proceso de cambio es una tarea ardua pues se debe poner en juego la identidad construida a lo largo de los años y que está sostenida por ese Sistema Interno de Creencias. La persona que tiene conciencia de que no es feliz, que reconoce que ella misma es la principal productora de infelicidad y que desea cambiar, tiene ganado mucho camino. Pero aquellas características propias con las cuales nos hemos identificado y que nos resistimos a abandonar, funcionan como obstáculos para el cambio. Se evidencian por el "No puedo" y, por momentos, pareciera que es cierto que no se puede. Cada persona debe darse cuenta que no se es tal o cual característica. Mi profesión es psicólogo pero yo no soy mi profesión. Decir: "Soy psicólogo", es confundir el ser con el tener. Asimismo, Juan no es su maravillosidad ni María su timidez. Lo que se es no se puede dejar de ser. Mi esencia me acompaña a donde vaya. Si mi identidad es ser psicólogo... ¿Qué pasa en vacaciones? ¿Dejo de existir? La depresión del fin de semana está muy relacionada con esta identidad en función del tener o del hacer. “Cuando no estoy en la empresa, no existo”, me comentó un paciente en una sesión.
La motivación para cambiar se verá notablemente fortalecida en la medida en que cada uno pueda entender que no se es ese rasgo, ese gesto, esa conducta, ese hábito, esa condición, ese equipo de fútbol, ese sistema de creencias, esa profesión, ese nivel económico, etc.. El budismo denomina, a ese estado, desapego. De lo contrario, si nos apegamos a esas falsas identidades, el proceso de cambio se verá obstaculizado porque será vivido como pérdida de identidad, como abandono de viejas e inoperantes estructuras y no como enriquecimiento a través de una nueva, autónoma y creativa forma de pensar la vida.
La buena fe: cuarta condición (¿o primera?)
Ausencia de autoengaño
Tomamos aquí a la mala fe como una actitud de farsa para con uno mismo. Si lo ponemos en forma positiva quedaría así: la buena fe es la disposición de autenticidad para consigo mismo, con los propios valores, palabras que se dicen, sentimientos congruentes y acciones consecuentes.
Un individuo que actúa de mala fe rige su vida por la falsedad, la mentira, un estado de apariencia, se inventa una vida inexistente, se pone trampa tras trampa, se estafa, se defrauda a sí mismo. Una parte de él conoce lo que está haciendo consigo mismo pero lo descalifica apelando a miles de argucias y excusas tan poco convincentes que no soportarían la más mínima confrontación. De ahí que las personas a las que se les cuestionan esas falsas justificaciones se enojan o responden de manera brusca, agresiva. Se sienten ofendidos, atrapados en un decir sin base cierta.
Un ejemplo orientador:
Lista 1: autoconciencia
Problemas: discusiones con mi mujer;
descontento en el trabajo; no me alcanza el dinero; sobrepeso; fumo mucho.
Lista 2: (Para ejercitarse tomaremos el punto 3: “no me alcanza el dinero”)
La culpa es de...
El gobierno, los ministros de economía, mi mujer que gasta mucho, mis hijos que quieren que les compre todo.
Lista 3: autocrítica
¿Qué hago para quedarme sin dinero?
¿Qué hago para que mi mujer gaste tanto?
¿Qué hago para que mis hijos me demanden constantemente?
Lista 4: respuestas con compromiso
Sigo comprando muchas revistas que no leo; viajo en taxi ida y vuelta sin necesidad; me voy a comer con mis amigos varias noches en el mes; me compro cosas innecesarias que termino no disfrutando.
No le propongo a mi mujer planificar nuestros gastos.
Le doy a los chicos la idea de que hay dinero; no les pongo límites en forma adecuada.
Lista 5: deseo de cambio y propuestas
Sí: quiero cambiar.
Voy a comprar solamente la revista que leo; voy a viajar en taxi sólo en caso de necesidad y el resto en colectivo; voy a salir a cenar con mis amigos una o dos veces por mes; antes de comprar algo voy a ver si lo necesito o es un capricho del momento.
Le voy a proponer a mi pareja hacer una planilla de gastos en todos los rubros.
Les voy a explicar a los chicos nuestro verdadero estado financiero y a ponerles límites adecuados también en sus gastos.
Lista 6: autoengaño
No creo que me sea fácil.
Estoy muy cansado para viajar en colectivo.
En los viajes me aburro y una revistita no me viene mal.
No tengo tiempo para sentarme con mi mujer para planificar gastos.
¡Uy! Me dejé llevar. En realidad no necesitaba ese compact disk.
Por más que les explique mis chicos no entienden... son chicos... quieren todo. La culpa la tiene la televisión.
Comentario final
Si pudo escribir la lista 1, es porque tiene autoconciencia; si escribió la 2, tiene claro a quien echarle el fardo; si se interrogó en la lista 3 y respondió en la 4, es porque tiene autocrítica; si además, desea el cambio y sabe qué hacer para lograrlo, tiene que haber completado la lista 5; y si confeccionó la 6 es porque usted es un especialista en ponerse trampas. Así que ¡Cuidado! Recuerde: el moño es lo primero que se ve.