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Libro del peregrino ruso, trata sobre la importancia de la oración silenciosa y del corazón
Tipo: Monografías, Ensayos
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Y todo el que invocare el nombre del Señor se salvará (Jl., III, 32 y Act., II, 21).
«Cuando un peregrino venga a visitaros, prosternaos ante él. No ante el hombre, sino ante Dios.» Si esto es así, y lo es de autoridad de quien lo pronunció^1 , lo es, yo di- ría, de modo eminente por lo que se refiere al protagonista, a la vez que relator, de la obra que nos ocupa. Por la puerta que abramos para acoger a este peregrino solitario, va a penetrar de algún modo la presencia de Dios; viva presencia que va a iluminar nuestra alma en la medida de nuestras necesidades y de nuestros anhelos. Exhortación magnífica y poderosa a la vida espiritual, a la vez que guía, estímulo y consuelo en ella, este «pequeño clásico» de la espiritualidad, pequeño por su sencillez y humildad y «clásico» por su extraordinaria difusión y acogida, es obra, sin duda, de un experto guía de almas, capaz de ordenar en una secuencia gradual, no según una ordenación lógica o, para el caso, teológica, sino específicamente espiritual una serie de relatos que, a primera vista, pueden parecer desprovistos de una hilación e intención determinadas. El camino que recorremos con el peregrino es tanto un itinerario espiritual en su anécdota concreta, configurada por la sucesión de sucesos exteriores, como también, y fundamentalmente, por la enseñanza específica contenida en cada uno de ellos, que nos adentra progresivamente en la vía espiritual, tal como es concebida por la tradición he- sicasta en particular. Se nos describen todas las etapas de la vía, desde la inicial inquietud del alma que despierta a la llamada de lo alto, hasta la llegada a la hesychia, el «santo silencio», pa- sando por las fases de purificación e iluminación previas de aquélla. Este «testamento» del hesicasmo, como yo gustaría de calificar esta obra, constitu- ye un testimonio inapreciable de éste, «la rama más directa y más intacta de la inicia- ción crística… que de los Padres del desierto hasta el peregrino ruso representa indis- cutiblemente el patrimonio más inalterado de la espiritualidad cristiana primitiva, es decir, propiamente crística, y su expresión más pura y profunda»^2 , a la que no será se- (^1) El Abad APOLOS. Cfr. Apophtegmata Patrum (citado por Paul Evdokimov, Les âges de la vie spiri- tuelle, París, 1964, p. 230). (^2) Frithjof SCHUON, De l’Unité transcendante des Religions, cap. IX, «De l’initiation christique», Pa- rís, 1968, pp. 155 y 161.
guramente aventurado suponer extinguida ya prácticamente, por lo menos por lo que se refiere a su manifestación visible. Los dos pilares de la vía, la doctrina y el método, son reiteradamente expuestos y comentados desde diversos ángulos. La primera, recogida en la Filocalia, «tesoro de la sabiduría espiritual», como la califica su editor, Nicodemo el Hagiorita; y el segundo, sintetizado en la «oración de Jesús», invocación del Nombre divino, acto que constituye el «recuerdo» de Dios por excelencia, satisfaciendo así al mandamiento que los englo- ba a todos, según afirma, entre otros, Gregorio el Sinaíta, figura central en el desarro- llo histórico del hesicasmo: «Por encima de los mandamientos hay el mandamiento que los contiene a todos: el recuerdo de Dios: Acuérdate del Señor tu Dios en todo momen- to (Dt., VIII, 18). Es en razón de éste por lo que los demás han sido violados, es por él por lo que se guardan. El olvido, en el. origen, destruyó el recuerdo de Dios, oscureció los mandamientos y descubrió la desnudez al hombre»^3. La obra no ha de defraudar, pues, al buscador dispuesto a llegar hasta el fondo, hasta la raíz de nuestra situación actual de olvido de Dios y a repararla en la medida de sus posibilidades y de los designios de la Providencia, habida cuenta del carácter to- tal de una vía que, como la hesicasta, tiene por meta la unión del alma con Dios, en to- tal identificación esencial. Pero la obra puede ser abordada desde una perspectiva me- nos radical, pues ofrece igualmente, y yo diría necesariamente, elementos que pueden quedar circunscritos a la sola esfera moral, ofreciendo un mosaico de virtudes ejempla- res que pueden mover al alma piadosa a imitarlas y dar a la tibia estímulo suficiente al fervor. Y asimismo, en otro orden paralelo de cosas, la obra constituye, a nivel histórico, una pincelada que nos traza el perfil espiritual de la Santa Rusia en los años inmedia- tamente anteriores al zarpazo implacable de la Bestia, que la iba a convertir en la Si- niestra Rusia. No vamos a extender estas consideraciones generales sobre la obra. Es de por sí lo bastante explícita como para no necesitar apenas presentación. De cualquier modo, por lo que se refiere al aparato erudito, la introducción y las notas de la primera parte pro- veen suficiente material, y por lo que hace referencia a su valoración espiritual, el pró- logo a la segunda hablará mejor que estas líneas. Para esta edición, completa por incluir en su segunda parte tres relatos, inéditos en castellano, que aparecieron posteriormente pero que son indisociables de los primeros, se ha partido, para su primera parte, de la traducción francesa de Jean Gauvain (seu- dónimo de Jean Laloy), la más difundida de las versiones occidentales, de la que se han (^3) Jean GOUILLARD, Petite Philocalie de la prière du coeur, «Livre de Vie», número 83-84, París, 1968, p. 177.
A Pierre Pascal Habiéndome llamado la atención una breve nota de Nicolás Berdiaev, descubrí este librito en la Biblioteca de Lenguas Orientales de París. A pesar de las preocupaciones de un período de exámenes, no lo dejé de mis manos durante toda una tarde, porque mejor que muchas novelas, estudios y ensayos, revela el misterio del pueblo ruso en lo que po- see de más secreto: sus creencias y su fe. Nadie se extrañará de la oscuridad en que quedaron los Relatos de un peregrino, si se tiene en cuenta las condiciones de su publicación. Vieron la luz por primera vez en Kazán hacia el año 1865, en forma muy primitiva, con muchas faltas. Hasta el año 1884 no se hizo una edición correcta y accesible de esta obra. Ni era posible que en pleno mo- vimiento socialista y naturalista tuviera mucha resonancia. Sólo después del 1920 se echa en falta una nueva edición, con ocasión de que muchos corazones emigrados cono- cerán la nostalgia de la patria. El libro fue impreso de nuevo en 1930 bajo la dirección del profesor Vyscheslavtsev^4. La presente traducción está hecha según este texto. Los Relatos fueron publicados sin nombre de autor. Según el prefacio de la edición de 1884, el Padre Paisius, abad del monasterio de San Miguel Arcángel de los cheremi- sos en Kazán, habría copiado su texto de un monje ruso de Athos, cuyo nombre ignora- mos. Numerosos indicios nos inclinan a creer que las narraciones fueron redactadas por (^4) Oskrovennye razskazy Strannika dukhovnomu svoemu otcu, París, YMCA Press, 1930_._ Una primera traducción francesa fue publicada en la revista Irénikon (Amay/Meuse, Bélgica). Traducción alemana: Em russisches Pilgerleben, por R. von WALTER, Berlín, 1925_._
escuela a la cual pertenece. Ruso del siglo XIX, el peregrino es un hesicasta (de = calma, silencio, contemplación). El hesicasmo se remonta a los primeros siglos del cristianismo. Su origen se encuen- tra en el monte Sinaí y en los desiertos de Egipto. En la Iglesia oriental aparece como la corriente mística por oposición a la tradición puramente ascética que arranca de San Ba- silio y que domina durante mucho tiempo como consecuencia de la condenación del ori- genismo en los siglos V y VI. Inspirándose en Orígenes y en Gregorio de Nisa^7 , la místi- ca oriental pone como fin del alma la definición. La naturaleza humana es buena, pero está deformada por el pecado. Hacerla retornar a su primera virtud, restablecer en el hombre, hecho a imagen de Dios, la semejanza divina, obra de la gracia, he aquí el ca- mino de la salvación. Bajo la acción de la gracia, el espíritu, liberado de las pasiones por la ascesis, se eleva a la contemplación de las razones de las cosas creadas, y llega a ve- ces hasta la «noche luminosa», la oscura contemplación de la Santísima Trinidad. Tal es el fin al que se consagran los solitarios y los grandes místicos de los diez primeros si- glos cristianos. Para fijar el espíritu en las realidades invisibles, algunos de ellos adopta- rán procedimientos técnicos, tales como la repetición frecuente de una breve plegaria, el Kyrie eleison. Ningún católico se extrañará de esto que no deja de tener semejanza con el rezo del rosario. Por estar unida al dogma de la resurrección futura, la idea de una participación del cuerpo en la vida espiritual es en sí profundamente ortodoxa. Así es como poco a poco se va desarrollando lo que, un día, en medio de encarnizadas contro- versias, será llamado hesicasmo. A partir del siglo XI, esta doctrina tiende a corromperse. Bajo la indirecta influencia de San Simeón el Nuevo Teólogo, se atribuye a las visiones y revelaciones sensibles exagerado valor. Nadie podrá ser considerado cristiano si no ha conocido y experimen- tado concretamente la gracia. Inquietante teología a la cual se oponen las palabras de Santa Juana de Arco a los doctores que le preguntaban si estaba en estado de gracia: Si no lo estoy, que Dios me ponga en él, y si lo estoy, que en él me guarde Dios. Más allá no puede ir el cristiano sin correr riesgos. La acción de Dios en el alma es esencialmente misteriosa, «transpsicológica», empleando la expresión de Stolz^8. (^7) Cfr. Gregorio de NISA, Vie de Moïse, traducida y presentada por J. Daniélou, S. J., Col. «Sources chrétiennes», Lyon-Paris, 1943. En alemán: Gregor VON NYSSA, Der Versiegelte Quell, trad. e introd. de Baus Urs von Balthasar, Salzburgo, O. Müller, 1939. En lo que concierne a la teología oriental, ver más en particular C. CONGAR: «La notion de déification en Orient», Vie spirituelle, 1935, p. 99, y Mme. Lot BORODINE: «La déification dans l’église grecque», Revue d’Histoire des Religions, t. 105, 106, 107 (1933). (^8) Anselmo STOLZ, O. S. B., Theologie der Mystik, Ratisbona, 1936.
El andar tras las iluminaciones conduce, en efecto, al menosprecio de las prácticas ascéticas y a buscar medios considerados como más eficaces para llegar a las visiones. Que es el peligro del «camino breve» y del quietismo en el que el alma corre el riesgo de quedar fulminada. Por parecida evolución se concede demasiada atención a los pro- cedimientos corporales, a la posición del cuerpo y al papel del corazón en la oración. El hesicasta del siglo XIV que espera salvarse «sin trabajo y sin dolor», olvida que, en la vida espiritual, todo es gracia, y que nadie puede decir: Jesús es el Señor, si no es por gracia del Espíritu Santo (I Cor., 12, 3). Esta doctrina es la que, a pesar de las controversias del siglo XIV, fue transmitida a Rusia por el starets Nilo Sorski (1433-1508), una de las figuras más puras del mona- quismo ruso, y el que quería que se prohibiera a los conventos poseer bienes materiales. Caída en el olvido, fue restaurada a fines del siglo XVIII por otro starets, Paisius Velich- kovski. Los textos hesicastas que reúne y publica en 1794 habrán de guiar a los solita- rios y místicos rusos del siglo XIX. Vinculado a la monótona cadena de las generaciones, el peregrino encuentra la doc- trina hesicasta deformada por largos siglos de historia. Pero su espiritualidad es pura. Si por momentos parece creer que sólo la práctica de la oración puede llevarlo a conocer «cuán bueno es el Señor», su amor de Dios es demasiado grande para no ser de origen sobrenatural. El ascetismo casi espontáneo de su vida es también una guarda para él. Vi- viendo siempre errante de una parte a otra, no teniendo siquiera una piedra donde repo- sar su cabeza, la oración perpetua es ante todo para él el medio de fijar la atención sobre el misterio de la fe, y de hacer volver al alma hacia esa misma fe. Su espíritu permanece siempre en actividad, y su fe se ilumina por una ardiente y sincera solicitud. La fe del peregrino no es una respetuosa emoción en presencia de poéticos misterios, sino que se nutre de enseñanzas teológicas. A quienes se dirigen a él, les ofrece consejos técnicos y explicaciones doctrinales; no generosas e imprecisas exhortaciones. Como conoce al hombre a la luz de Dios, sabe también su lugar y sus deberes en el universo. La moral del peregrino no es un conjunto de reglas aprendidas, como tampoco es una higiene interior. Todas sus acciones van guiadas por el deseo de la perfección espiri- tual. El ascetismo es la condición de la contemplación, y no tiene sentido en sí mismo. La vida espiritual queda de este modo reducida a la unidad. De la fe proceden las obras, pero sin obras la fe no existe. Procedente del mundo de la caída, de la ignorancia y de la debilidad, el peregrino se dirige hacia la nueva Jerusalén, en la que entrará entero, en cuerpo y alma, cuando llegue la consumación de los tiempos. Reuniendo todas las fuer- zas de su espíritu para contemplar al Ser Absoluto, recibe a veces de Cristo, el nuevo Adán, alguno de los privilegios del primer Adán. Consigue llegar a ignorar al frío, el hambre y el dolor; la misma naturaleza le aparece transfigurada:
por crear en el siglo XVIII una doctrina religiosa rusa se apoyan únicamente en una di- fusa realidad, carecen de sostén y quedan aislados. Indudablemente, el alma rusa sigue siendo ante todo religiosa. Pero a la fe sucede la religiosidad; y basadas en ésta, nacen las terribles excrecencias del oscuro fanatismo, del nihilismo total y del ateísmo militan- te, que es el poder de las tinieblas. Enamorado de lo absoluto, por una misteriosa vocación, el pueblo ruso, como todos los pueblos de Europa, ha hecho traición a su misión histórica, que es la de una civiliza- ción progresivamente impregnada de la Verdad, en un activo equilibrio entre los abis- mos del pecado y la infinitud de la divina luz. La visión de una Rusia reconciliadora del Oriente con el Occidente, que Soloviev entrevió un instante, parece desvanecerse defini- tivamente. Pero de un mal radical puede nacer un bien infinito. En el temor y el temblor es donde se prepara la resurrección. «Llora, llora, pueblo miserable, canta el Inocente de Mussorgsky, ese hermano del peregrino; gime, gime, pueblo hambriento, que Dios tendrá piedad de ti. » Jean GAUVAIN
Por la gracia de Dios soy hombre y soy cristiano; por mis actos, gran pecador; por estado, peregrino de la más baja condición, andando siempre errante de un lugar a otro. Mis bienes son: a la espalda, una alforja con pan duro, la santa Biblia en el bolsillo y basta de contar. El domingo vigesimocuarto después de la Trinidad entré en la Iglesia para orar durante el oficio; estaban leyendo la epístola de San Pablo a los Tesalonicen- ses, en el pasaje^9 en que está escrito: Orad sin cesar. Estas palabras penetraron profun- damente en mi espíritu, y me pregunté cómo es posible orar sin cesar, siendo así que to- dos debemos ocuparnos en diversos trabajos a fin de proveer a la propia subsistencia. Busqué en la Biblia y leí con mis propios ojos exactamente lo mismo que había oído: Orad sin cesar^10 ; orad en todo momento en espíritu^11 ; orad en todo lugar levantando unas manos puras^12. Inútil reflexionar; yo no sabía qué partido tomar. ¿Qué hacer?, pensé. ¿Dónde encontrar una persona capaz de explicarme estas pala- bras? Iré por las iglesias donde predican oradores famosos y acaso en ellas encontraré lo que busco. Y sin más, me puse en camino. Escuché muchos y excelentes sermones sobre la oración, pero todos eran instrucciones sobre la oración en general: qué es la oración, por qué se ha de orar, cuáles son los frutos de la oración. Pero cómo llegar a orar de ver- dad, de esto nadie hablaba. Oí un sermón sobre la oración de espíritu y sobre la oración continua; pero nada dijo el predicador del modo de alcanzar esta oración. De manera que la asistencia a los sermones no me había resuelto lo que yo buscaba. Por eso dejé de asistir a ellos, y determiné buscar con la ayuda de Dios un hombre sabio y experimenta- do que me explicara este misterio, ya que tan atraído me sentía hacia él. Así anduve mucho tiempo; leía la Biblia y me preguntaba si no habría en alguna par- te un maestro del espíritu o un guía sabio y lleno de experiencia. Una vez me dijeron que en un pueblecito vivía hacía mucho tiempo un señor^13 que sólo se ocupaba de su sal- vación: tiene en su casa una capilla, nunca sale fuera y siempre está rezando o leyendo (^9) Literalmente: perícopa 253_._ Este término designa los textos de la Biblia tal como se leen en los ofi- cios o la misa. (^10) I Tes., V, 17. (^11) Ef., VI, 18. (^12) I Tim., II, 8. (^13) Dicho de otra manera: un pomieshchik, gentilhombre de la pequeña nobleza rural.
—No sé, hermano mío, de qué manera explicártelo mejor. Pero espera: aquí tengo un librito que trata de esta cuestión. —Y sacó la Instrucción espiritual del hombre interior^16 de San Demetrio—. Toma, lee en esta página. Y comencé a leer lo que sigue: «Estas palabras del Apóstol: Orad sin cesar, se apli- can a la oración hecha por la inteligencia; la inteligencia puede, en efecto, estar siempre sumergida en Dios y orar a Él sin cesar.» —Explicadme cómo puede la inteligencia estar siempre sumergida en Dios sin dis- tracciones y orar siempre a Él. —Esto es cosa difícil, si el mismo Dios no concede esta gracia —respondió el supe- rior. Pero no me había explicado nada. Pasé la noche en su casa y, por la mañana, habién- dole dado las gracias por su amable hospitalidad, me puse de nuevo en camino sin saber de modo preciso a dónde dirigirme. Estaba muy triste por no haber comprendido nada, y para consolarme leía la santa Biblia. Así fui adelante por el camino real, hasta que una tarde encontré a un anciano que tenía traza de ser un religioso. A mi pregunta, respondió que era monje y que la soledad en que vivía con algunos hermanos estaba a diez verstas del camino, y me invitó a detenerme con ellos. —En nuestra casa —me dijo— se recibe a los peregrinos, se los cuida y se les da de comer en la hospedería. Yo no tenía ningún deseo de ir allí, y le dije: —Mi descanso no depende del hospedaje, sino de una enseñanza espiritual; no bus- co comida, pues llevo mucho pan seco en mi alforja. —¿Qué clase de enseñanza es la que buscas y qué es lo que quieres comprender me- jor? Ven, ven a nuestra casa, querido hermano; en ella tenemos startsi^17 experimentados (^16) Breve tratado sobre la eficacia de la oración, escrito por San Demetrio de Rostov (1651-1709); (cfr. Obras, Moscú, 1895 , pp. 107-114). Demetrio (en el siglo, Daniel SAVICH TUPTALO), hijo de un oficial de cosacos, tomó el hábito en 1668. Nombrado por Pedro el Grande para le sede episcopal de Rostov (cer- ca de Moscú), en 1701, luchó enérgicamente contra la relajación del clero y de los fieles, y restauró la dis- ciplina en su eparquía. Autor de numerosos sermones y tratados, así como de una encuesta sobre las sec- tas, consagró la mayor parte de su vida a redactar el Menologio ruso, calendario litúrgico que contiene la vida de los santos en el orden de sus fiestas que Pedro Mohila no había podido llevar a término. La edi- ción, comenzada en 1684, no se terminó hasta el 1705 en Kiev. En esta obra, lo mismo que en un sermón, se pronunció en favor de la Inmaculada Concepción, lo que le valió severas amonestaciones de Joaquín, metropolitano de Moscú. Habiendo sido hallado intacto su cuerpo en 1752, fue canonizado en 1757. Su fiesta se celebra el 21 de septiembre. Es el primer santo canonizado por el Santo Sínodo. (^17) Pl. de starets. El starets, o el Anciano, es un monje o un solitario que hace vida ascética o de ora- ción, y que, sin tener una función particular en el monasterio, es elegido por los monjes jóvenes o por los laicos como maestro espiritual. La caridad de parte del maestro y la humildad de parte del discípulo son las virtudes sobre las que se establece una relación espiritual más íntima que lo que en Occidente se llama
que pueden darte una dirección espiritual y ponerte en el camino verdadero que lleva a la luz de la Palabra de Dios y de las enseñanzas de los Padres. —Mirad, Padre, hace alrededor de un año que, estando en un oficio, oí este manda- miento del Apóstol: Orad sin cesar. No sabiendo cómo interpretar estas palabras, me puse a leer la Biblia, y también en ella, y en múltiples pasajes, he encontrado el manda- miento de Dios: hay que orar sin cesar, siempre, en toda ocasión, en todo lugar, no sólo durante las ocupaciones del día, no sólo en estado de vigilia, sino también durante el sueño: Yo duermo, pero mi corazón vela^18_._ Esto me admiró sobremanera y no puedo comprender cómo es posible cumplir tal cosa ni cuáles son los medios de conseguirlo; un gran deseo y una gran curiosidad se despertaron en mí: ni de día ni de noche se han apartado estas palabras de mi espíritu. Me puse también a visitar las iglesias y a oír ser- mones sobre la oración, pero en vano: nunca he podido saber cómo orar sin cesar; ha- blaban siempre en ellos de la preparación a la oración o de sus frutos, sin enseñar cómo orar sin cesar, ni qué significa tal oración. A menudo he leído la Biblia y en ella he vuel- to a encontrar lo mismo que había oído; pero no he podido comprender lo que tanto an- sío. Así que durante todo este tiempo ando lleno de incertidumbre e inquietud. El starets hizo la señal de la cruz y tomó la palabra: —Da gracias a Dios, hermano muy amado, por haberte Él revelado esa invencible atracción que existe en ti hacia la oración interior continua. Reconoce en eso el llama- miento de Dios y tranquilízate pensando que así ha sido debidamente probado el acuer- do de tu voluntad con la palabra divina; te ha sido dado comprender que no es ni la sabi- duría de este mundo ni un vano deseo de conocimiento lo que conduce a la luz celestial —la continua oración interior—, sino al contrario, la pobreza de espíritu y la experien- cia activa en la simplicidad del corazón. Por eso no es de maravillar que no hayas oído ninguna cosa profunda acerca del acto de orar y que nada hayas podido aprender acerca del modo de llegar a esta perpetua acti- vidad. En verdad, se predica mucho acerca de la oración y sobre esta materia existen no pocas obras recientes, pero todos los juicios de sus autores están fundados en la especu- lación intelectual, en los conceptos de la razón natural, y no en la experiencia que resul- ta de la acción; hablan más de lo que a la oración es accesorio que de la esencia de la oración. El uno explica muy bien por qué hay que orar; el otro trata de los efectos la «dirección de conciencia». Además de la descripción del starets Zósimo en Los hermanos Karamazov, se dan muchos detalles sobre este particular en el libro tan completo de Igor SMOLITSCH: Leben und Lehre der Starzen, Viena, 1936. (^18) Cant. V, 2. Esta cita hecha por el peregrino de un texto fundamental para el hesicasmo, en una épo- ca en la que ignora todavía esta escuela mística, parece dar a entender sin lugar a dudas que los relatos fueron redactados, después de ciertas conversaciones, por un monje que, al mismo tiempo que reproduce las palabras del peregrino, añade por su cuenta las citas que le son familiares.
poner en práctica todas las virtudes. Pero conocen mal estas cuestiones y hablan poco de ellas quienes no están familiarizados con la práctica y las enseñanzas de los Padres. Conversando de esta suerte, habíamos llegado, sin darnos cuenta a la soledad. Para no separarme de este sabio anciano y satisfacer cuanto antes mis deseos, me apresuré a preguntarle: —Os ruego, venerable Padre, que me expliquéis qué es la oración interior y continua y cómo podría yo aprenderla; pues veo que de ella tenéis muy profunda y segura expe- riencia. El starets escuchó mi petición con bondad y me llevó a su cuarto: —Ven conmigo y te daré un libro de los Padres que te permitirá comprender clara- mente en qué consiste la oración y aprenderla con la gracia de Dios. Entramos en su celda y el starets me dijo las siguientes palabras: —La oración de Jesús interior y constante es la invocación continua e ininterrumpi- da del nombre de Jesús con los labios, el corazón y la inteligencia, en el sentimiento de su presencia, en todo lugar y en todo tiempo, aun durante el sueño. Esa oración se ex- presa por estas palabras: ¡Señor Jesucristo, tened piedad de mí!^22 Todo el que se acos- Cfr. asimismo, Marius BESSON, «Un recueil de sentences attribuées à Isaac le Syrien», Oriens Ch- ristianus, Roma, 1901, t. 1, pp. 46-60 y 288-298. (^22) 14 Esta definición de la oración continua, que con la «búsqueda del lugar del corazón» constituye el fundamento del hesicasmo, remonta a los primeros tiempos de la espiritualidad en Oriente. Se encuentra ya en Evagrio Póntico (muerto en 401), en Diádoco de Foticé (s. y), en Juan Climaco (s. VI), en Máximo el Confesor (s. VII) y en Simeón el Nuevo Teólogo (s. XI). La tradición de la oración continua se pierde luego. Reaparece en el siglo XIV, con la llegada al monte Athos de Gregorio el Sinaíta, bajo una forma técnica y aun «científica», como dicen sus partidarios, que da lugar a grandes deformaciones. Introducida en Rusia por el starets Nilo Sorski (1433-1508), que vivió en Athos, se extendió por los eremitorios del Norte. Después de un nuevo eclipse, vuelve a tomar auge a fines del siglo XVIII, en el mundo griego, merced a Nicodemo el Hagiorita, que publicó la Filocalía en Venecia en 1782, y en el mundo eslavo gracias al starets Paisius Velichkovsky. En ella se inspirarán los grandes solitarios rusos del siglo XIX. Los textos que damos a continuación podrán dar una idea de esta tradición: EVAGRIO PÓNTICO, Practicos, II, 49: «El trabajo manual, las vigilias y el ayuno no nos están man- dados en todo tiempo; pero es una ley que oremos sin cesar… La oración, en efecto, hace a nuestro espíri- tu robusto y duro para la lucha…» (Según HAUSHERR, «Traité de l’oraison d’Evagre le Pontique», Rev. Asc. et Mystique, t. XV, enero-abril 1934, p. 53.) DIÁDOCO DE FOTICÉ, Cien capítulos sobre la vida del espíritu. Capítulo 59: «Nuestro espíritu, cuando le cerramos todas las salidas por el constante pensamiento en Dios, reclama alguna cosa sobre la cual obrar, porque por naturaleza tiene necesidad de estar constantemente en movimiento. Conviene, pues, darle el santísimo nombre del Señor, el cual puede satisfacer totalmente su celo. Pero importa saber que nadie puede decir: Jesús es el Señor, si no es por el Espíritu Santo…» (I Cor. 12, 3). Capítulo 97: «… Quien quiera echar de sí todo mal humor, no se ha de contentar con orar un poco y de cuando en cuando, sino que se ha de ejercitar en la oración en espíritu…
tumbra a esta invocación siente muy grande consolación y necesidad de decir siempre esta oración; al cabo de algún tiempo, no puede ya pasar sin ella y se le hace como su misma sangre y carne. ¿Comprendes ahora qué es la oración continua? —Lo comprendo perfectamente, Padre mío. En el nombre de Dios, enseñadme ahora cómo llegar a ella —le supliqué lleno de gozo. —Cómo se aprende la oración, lo veremos en este libro que se llama Filocalía^23_._ En él está contenida la ciencia completa y detallada de la oración interior continua, expues- ta por veinticinco Padres. Es tan útil y perfecto, que se le considera como la guía esen- cial de la vida contemplativa, y, como dice el bienaventurado Nicéforo^24 , «conduce a la salvación sin trabajo ni dolor». —¿Entonces, es más alto que la santa Biblia? —le pregunté. —No, ni es más alto ni más santo que la santa Biblia, pero contiene las luminosas explicaciones de todo lo que hay de misterioso en la Biblia en razón de la debilidad de nuestro espíritu, cuya vista no alcanza a tales alturas. Te lo haré ver con una imagen: el sol es un astro majestuoso, brillante y muy excelso, al que no es posible mirar de frente. Para contemplar a este rey de los astros y soportar sus encendidos rayos, hay que echar mano de un vidrio ahumado, infinitamente más pequeño y más oscuro que el sol. Pues bien, la Escritura es este sol resplandeciente y la Filocalía es el cristal ahumado. Escu- cha ahora, que quiero leerte cómo se ejercita la oración interior continua. »Porque, así como aquel que quiere purificar el oro no debe dejar enfriar el crisol un solo instante, si no quiere ver la pepita purificada reducida a su primer estado, de la misma manera quien no piensa en Dios sino a intervalos, lo que adquirió por la oración lo pierde en cuanto ésta cesa. »Quien ame la virtud debe consumir por el pensamiento de Dios toda la materialidad de su corazón a fin de que, por la progresiva evaporación del mal al contacto con este fuego ardiente, su alma aparezca fi- nalmente por encima de las colinas eternas en todo el esplendor de su aurora.» (Textos de la Filocalía. Trad. rusa completada. Moscú, 1889). (^23 15) , Venecia, 1782. Colección de textos patrísticos sobre la «oración espiritual» y la guarda del corazón o sobriedad ( ), reunidos y publicados en Venecia por un monje griego del Athos, Nicodemo de Naxos o el Hagiorita. Casi al mismo tiempo, el starets Pai- sius Velichkovsky (1722-1794) ordenaba una Filocalia eslava (Dobrotoliubie), publicada en 1794. La tra- ducción rusa, obra de Teófanes, obispo de Tambov, apareció en Moscú en 1889. (^24) Monje del Athos (siglo XIV). Autor de un tratado sobre la «guarda del corazón» (MIGNE, P. G., t. 147, cols. 945 ss.) y quizá del Tratado sobre las tres formas de la oración o Método de la oración hesi- casta, atribuido sin razón a San Simeón el Nuevo Teólogo (cfr. HAUSHERR, «La méthode d’oraison hésychaste», Orientalia Christiana, vol. IX, 2, junio-julio 1927). Estos escritos suministraron el punto de apoyo a las exageraciones quietistas de los hesicastas del siglo XIV.