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RESUMEN - IDENTIDAD PERUANA Y PERUANIDAD, Resúmenes de Cultura y Globalización

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IDENTIDAD PERUANA Y PERUANIDAD - Nelson Manrique
El problema de la inserción social
LOS INDIOS Y EL ESTADO NACIÓN
La construcción de la identidad nacional es un proceso histórico complejo en el que no existe una correspondencia entre el hecho de fundar un
Estado y el hecho de forjar una nación. En el Perú el Estado precedió a la nación. El joven Estado nació como una República, pero las
condiciones para construir una comunidad nacional no existían. Un orden republicano supone la existencia de ciudadanos autónomos, sujetos
independientes considerados iguales ante la ley, y el grueso de la población peruana era ajena a esa condición.
La cuestión de cómo debía insertarse a la población india en la nación que iba a forjarse fue un problema desde la fundación de la República.
Escritores como el joven poeta Mariano Melgar, imaginó una nación que debía incluir a la población indígena. El decreto de Monteagudo
abolió la palabra “indio”, exigiendo que en adelante fueran conocidos como "peruanos”, y el de Bolívar abolió los títulos nobiliarios, tanto
hispanos como indígenas. Agustín Gamarra, impuso las mayores involuciones conservadoras: la prolongación de la "tutela" impuesta a los
negros bajo la dominación de sus amos hasta que cumplieran los 50 años de edad, la restauración del tributo indígena colonial, bajo el nuevo
nombre de contribución personal. “Indio” no era solo un término que identificaba étnica y racialmente a un grupo social sino era también una
condición fiscal, que llevaba obligaciones tributarias. El sacerdote Bartolomé Herrera, sostuvo en su discurso que la expulsión de los españoles
por las fuerzas patriotas debía ser considerada un paréntesis impuesto por Dios en la obra de unir a la nación bajo el catolicismo y la
monarquía. El Perú debe ser dirigido por un gobierno fuerte asentado en Lima, investido por Dios. El sufragio selectivo debía apartar a los
indios del voto.
Tres años después del discurso de Bartolomé Herrera, el país cambió radicalmente su suerte cuando la exportación del guano de las islas
permitió la súbita entrada de ingentes riquezas. La prosperidad del país creó las bases económicas para la consolidación de este proyecto
político. En el interior, la debilidad del Estado central dio lugar a la privatización del poder y a la constitución de fuertes poderes locales que se
encargaron de encuadrar a la población indígena a través de la violencia y de la imposición de la servidumbre, apoyándose en el racismo
antiindígena colonial.
Del Perú colonial al Perú republicano
Continuidades y rupturas
Hay elementos que han sido redefinidos en contacto con otras culturas y con nuevas experiencias, pero es posible identificar su continuidad
histórica. En la condición de las poblaciones originarias las continuidades pesaron decisivamente. El tributo indígena colonial, abolido por San
Martín el 27 de agosto de 1821, fue restaurado en agosto de 1826, con el nombre de contribución personal. Hacia fines de la década de 1820,
su peso equivalía aproximadamente a la octava parte del presupuesto nacional, pero para la primera mitad de la década de 1840,
representaba la tercera parte. Si hasta 1839 lo pagaban los indios y las castas, en 1840 los blancos y los mestizos fueron eximidos de esta
obligación.
Otra importante continuidad fue la persistencia de la utilización gratuita de la fuerza de trabajo indígena. Esta era regulada en la época colonial
a través de la mita, que fue abolida por San Martín y Bolívar. Sin embargo, el servicio gratuito indígena volvió a ser establecido bajo distintas
modalidades en cuanto se afirmó la República. La más importante en el Perú fue el "servicio a la República": la obligación de los indígenas de
trabajar un número de días al año gratuitamente en las obras estatales. El Estado ce ntral era muy débil y con frecuencia este trabajo fue
usufructuado por los grupos señoriales del interior en su propio beneficio.
La última continuidad fue la del papel central de la Iglesia en la República, con su gran poder sobre las almas. Pero la base de su poder material
no era solo su ascendiente espiritual. En el Perú ella tenía ingentes propiedades inmuebles, fruto de donaciones, diezmos, censos y capellanías,
que constituían en esencia impuestos forzados sobre la producción agropecuaria, que se mantuvieron vigentes hasta mediados del siglo XIX.
Las rupturas con relación a la situación anterior a la Independencia tuvieron su primera fuente en la disgregación de la economía colonial.
Destruido el circuito mercantil que unía Potosí con las minas de Huancavelica y Lima, que constituía la columna vertebral de la economía
colonial, la región andina se fragmentó en un conjunto de espacios económicos desarticulados entre sí.
Un segundo terreno en el que se percibe una ruptura capital es la degradación del poder político al interior de las sociedades originarias. La
proclamada igualdad formal de los indios ante la ley chocaba con la desigualdad real consagrada por las estructuras de dominación colonial
subsistentes. La sociedad colonial era una sociedad estamental, donde el cuerpo social era concebido como un organismo vivo, que debían
cumplir la función para la que habían sido creados, donde cualquier intento de modificar el “orden natural” provocaría el caos y la destrucción
del equilibrio que garantizaba la salud social.
En este panorama, la liquidación de los curacazgos andinos, representó una grave degradación de las estructuras de poder de las sociedades
andinas originarias. La estructura curacal fue reemplazada por otra institución colonial, la de los alcaldes de indios. Este tránsito se realizó de
diversas maneras, en unos casos con los antiguos caciques "convirtiéndose" a la nueva función y en otros a través del nombramiento de los
alcaldes por la burocracia colonial, afirmándose durante la República la elección de los mismos por la comunidad. Pero la condición social del
alcalde-vara no es equiparable a la del antiguo curaca. Este último basaba su legitimidad al interior de las sociedades originarias en su linaje
noble, siendo el cargo hereditario. Los alcaldes de indios se vieron obligados a buscar nuevas fuentes de legitimidad, como desempeñar el rol
de sacerdotes de los cultos ancestrales o a buscar esta legitimidad en el reconocimiento de los funcionarios del aparato estatal, luego de la
Independencia. En la segunda mitad del siglo era ya usual que las autoridades indígenas tuvieran, como parte de sus funciones, la obligación
de ir a laborar por turnos como sirvientes a las casas de las autoridades políticas y eclesiásticas. Asimismo, devinieron en simples auxiliares
gratuitos del Estado, ubicados en el último peldaño de la estructura de poder. Varios subprefectos recomendaron al poder central “legalizar” la
institución de los alcaldes-vara, pues estos cumplían una importante función como auxiliares gratuitos de la policía.
El racismo supone algo más profundo que la discriminación étnica; es la negación de la humanidad del otro, que es considerado
biológicamente inferior. Si la inferioridad étnica de los indígenas podía ser superada a través de los programas de “integración del indio a la
nación”, su inferioridad biológica solo tenía dos soluciones posibles en el largo plazo: o el exterminio físico o la regeneración biológica gradual,
a través de la mezcla racial con ejemplares de la raza superior, blanca. De allí que hablar de proyecto nacional durante el siglo XIX fuera
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IDENTIDAD PERUANA Y PERUANIDAD - Nelson Manrique

El problema de la inserción social LOS INDIOS Y EL ESTADO NACIÓN La construcción de la identidad nacional es un proceso histórico complejo en el que no existe una correspondencia entre el hecho de fundar un Estado y el hecho de forjar una nación. En el Perú el Estado precedió a la nación. El joven Estado nació como una República, pero las condiciones para construir una comunidad nacional no existían. Un orden republicano supone la existencia de ciudadanos autónomos, sujetos independientes considerados iguales ante la ley, y el grueso de la población peruana era ajena a esa condición. La cuestión de cómo debía insertarse a la población india en la nación que iba a forjarse fue un problema desde la fundación de la República. Escritores como el joven poeta Mariano Melgar, imaginó una nación que debía incluir a la población indígena. El decreto de Monteagudo abolió la palabra “indio”, exigiendo que en adelante fueran conocidos como "peruanos”, y el de Bolívar abolió los títulos nobiliarios, tanto hispanos como indígenas. Agustín Gamarra, impuso las mayores involuciones conservadoras: la prolongación de la "tutela" impuesta a los negros bajo la dominación de sus amos hasta que cumplieran los 50 años de edad, la restauración del tributo indígena colonial, bajo el nuevo nombre de contribución personal. “Indio” no era solo un término que identificaba étnica y racialmente a un grupo social sino era también una condición fiscal, que llevaba obligaciones tributarias. El sacerdote Bartolomé Herrera, sostuvo en su discurso que la expulsión de los españoles por las fuerzas patriotas debía ser considerada un paréntesis impuesto por Dios en la obra de unir a la nación bajo el catolicismo y la monarquía. El Perú debe ser dirigido por un gobierno fuerte asentado en Lima, investido por Dios. El sufragio selectivo debía apartar a los indios del voto. Tres años después del discurso de Bartolomé Herrera, el país cambió radicalmente su suerte cuando la exportación del guano de las islas permitió la súbita entrada de ingentes riquezas. La prosperidad del país creó las bases económicas para la consolidación de este proyecto político. En el interior, la debilidad del Estado central dio lugar a la privatización del poder y a la constitución de fuertes poderes locales que se encargaron de encuadrar a la población indígena a través de la violencia y de la imposición de la servidumbre, apoyándose en el racismo antiindígena colonial. Del Perú colonial al Perú republicano Continuidades y rupturas Hay elementos que han sido redefinidos en contacto con otras culturas y con nuevas experiencias, pero es posible identificar su continuidad histórica. En la condición de las poblaciones originarias las continuidades pesaron decisivamente. El tributo indígena colonial, abolido por San Martín el 27 de agosto de 1821, fue restaurado en agosto de 1826, con el nombre de contribución personal. Hacia fines de la década de 1820, su peso equivalía aproximadamente a la octava parte del presupuesto nacional, pero para la primera mitad de la década de 1840, representaba la tercera parte. Si hasta 1839 lo pagaban los indios y las castas, en 1840 los blancos y los mestizos fueron eximidos de esta obligación. Otra importante continuidad fue la persistencia de la utilización gratuita de la fuerza de trabajo indígena. Esta era regulada en la época colonial a través de la mita, que fue abolida por San Martín y Bolívar. Sin embargo, el servicio gratuito indígena volvió a ser establecido bajo distintas modalidades en cuanto se afirmó la República. La más importante en el Perú fue el "servicio a la República": la obligación de los indígenas de trabajar un número de días al año gratuitamente en las obras estatales. El Estado central era muy débil y con frecuencia este trabajo fue usufructuado por los grupos señoriales del interior en su propio beneficio. La última continuidad fue la del papel central de la Iglesia en la República, con su gran poder sobre las almas. Pero la base de su poder material no era solo su ascendiente espiritual. En el Perú ella tenía ingentes propiedades inmuebles, fruto de donaciones, diezmos, censos y capellanías, que constituían en esencia impuestos forzados sobre la producción agropecuaria, que se mantuvieron vigentes hasta mediados del siglo XIX. Las rupturas con relación a la situación anterior a la Independencia tuvieron su primera fuente en la disgregación de la economía colonial. Destruido el circuito mercantil que unía Potosí con las minas de Huancavelica y Lima, que constituía la columna vertebral de la economía colonial, la región andina se fragmentó en un conjunto de espacios económicos desarticulados entre sí. Un segundo terreno en el que se percibe una ruptura capital es la degradación del poder político al interior de las sociedades originarias. La proclamada igualdad formal de los indios ante la ley chocaba con la desigualdad real consagrada por las estructuras de dominación colonial subsistentes. La sociedad colonial era una sociedad estamental, donde el cuerpo social era concebido como un organismo vivo, que debían cumplir la función para la que habían sido creados, donde cualquier intento de modificar el “orden natural” provocaría el caos y la destrucción del equilibrio que garantizaba la salud social. En este panorama, la liquidación de los curacazgos andinos, representó una grave degradación de las estructuras de poder de las sociedades andinas originarias. La estructura curacal fue reemplazada por otra institución colonial, la de los alcaldes de indios. Este tránsito se realizó de diversas maneras, en unos casos con los antiguos caciques "convirtiéndose" a la nueva función y en otros a través del nombramiento de los alcaldes por la burocracia colonial, afirmándose durante la República la elección de los mismos por la comunidad. Pero la condición social del alcalde-vara no es equiparable a la del antiguo curaca. Este último basaba su legitimidad al interior de las sociedades originarias en su linaje noble, siendo el cargo hereditario. Los alcaldes de indios se vieron obligados a buscar nuevas fuentes de legitimidad, como desempeñar el rol de sacerdotes de los cultos ancestrales o a buscar esta legitimidad en el reconocimiento de los funcionarios del aparato estatal, luego de la Independencia. En la segunda mitad del siglo era ya usual que las autoridades indígenas tuvieran, como parte de sus funciones, la obligación de ir a laborar por turnos como sirvientes a las casas de las autoridades políticas y eclesiásticas. Asimismo, devinieron en simples auxiliares gratuitos del Estado, ubicados en el último peldaño de la estructura de poder. Varios subprefectos recomendaron al poder central “legalizar” la institución de los alcaldes-vara, pues estos cumplían una importante función como auxiliares gratuitos de la policía. El racismo supone algo más profundo que la discriminación étnica; es la negación de la humanidad del otro, que es considerado biológicamente inferior. Si la inferioridad étnica de los indígenas podía ser superada a través de los programas de “integración del indio a la nación”, su inferioridad biológica solo tenía dos soluciones posibles en el largo plazo: o el exterminio físico o la regeneración biológica gradual, a través de la mezcla racial con ejemplares de la raza superior, blanca. De allí que hablar de proyecto nacional durante el siglo XIX fuera

sinónimo de colonización, y esta, de inmigración blanca. De allí también que surgiera esa ideología que consideraba al Perú un “país vacío”, que era necesario poblar promoviendo la inmigración. La inmigración blanca era imprescindible para asegurar la superación de las taras raciales de la población no blanca, pero además debería cumplir la función de asegurar la hegemonía de la fracción europea de la población sobre todo el país. De aquí nacen las grandes paradojas de la historia republicana. La existencia de una república sin ciudadanos, donde una minoría se sentía la encarnación de la nación, con el derecho de excluir a las grandes mayorías. A diferencia de la historia europea en la que se inspiraron nuestros ideólogos republicanos, donde la fundación del Estado estuvo precedida por la creación de las naciones, en el Perú se fundó el Estado allí donde no había nación. Se sentaron así las bases para ese desencuentro, que no ha podido superarse hasta ahora. Nacionalismo positivo y negativo SURGIMIENTO DEL NACIONALISMO Y LA CONCIENCIA NACIONAL La formación de la conciencia nacional suele seguir dos caminos. Uno es el de la afirmación de los elementos que los habitantes del país tienen en común, que los constituyen como integrantes de una comunidad nacional. Esto es lo que se denomina el nacionalismo positivo. Las bases para la creación de tal nacionalismo, como se ha visto, eran inexistentes en el Perú de inicios del siglo XIX. El otro tipo de nacionalismo, el nacionalismo negativo, nace del conflicto, de la oposición frente a quienes son considerados los extranjeros, los enemigos de la nación. El Perú tiene fronteras con cinco países vecinos y se enfrentó en guerras contra cuatro de ellos. De estos conflictos, el más enconado fue la guerra con Chile (1879-1884). A lo largo de ese conflicto, se logró afirmar una conciencia nacional en vastos sectores sociales tradicionalmente marginados, como sucedió con el campesinado de la sierra central, que se movilizó masivamente contra la ocupación chilena durante la campaña de la Breña (Manrique 1981). Allí donde no existían las condiciones para la formación de un nacionalismo positivo, basado en lo que los peruanos tenían en común, surgió una conciencia nacional de la oposición frente los chilenos. Este proceso pudo abrir la puerta para la construcción de un nacionalismo positivo, que incorporara a la población indígena a la ciudadanía. El discurso de la "inferioridad natural" de los indígenas no se impuso sin resistencias. La grandeza del imperio de los incas planteaba serias interrogantes en torno a la “natural incapacidad” de los indios. Uno afirmó que los incas eran una raza distinta a los indios. Tal fue la explicación brindada por Sebastián Lorente, quien veía la solución del "problema del indio" en el mestizaje biológico con razas superiores, europeas. Lorente estaba convencido de que la superioridad racial europea iba acompañada de una mayor potencia genésica, que terminaría por blanquear definitivamente al Perú en unas cuantas generaciones, así que se difundiese el mestizaje biológico. Esta posición sería retomada y desarrollada a comienzos del siglo XX por el más importante ideólogo de la República Aristocrática, Francisco García Calderón, que opinaba que los incas eran una raza conquistadora, posiblemente proveniente da las riberas del Titicaca, que se había impuesto sobre los indios. Una justificación para el dominio EL RACISMO Y LA CUESTIÓN NACIONAL Las ideas racistas sirvieron para justificar la dominación de la fracción criolla, presentando las desigualdades sociales y económicas existentes como una consecuencia de la biología, de la existencia de razas "superiores" e “inferiores". Al ser presentadas las desigualdades sociales como consecuencia del orden natural, adquirían la apariencia de inmutables, como podrían serlo las catástrofes naturales, que, aunque son odiosas y generan sufrimiento no pueden ser controladas por los hombres, por lo que es necesario aprender a convivir con ellas. Las ideas racistas tuvieron su expresión más orgánica durante la República Aristocrática (1895-1919) en la obra de Francisco García Calderón quien elaboró un esbozo histórico de la historia del Perú en el cual las razas y su mezcla se constituían en un factor decisivo para explicar la naturaleza del país y sus problemas, y la forma de solucionarlos. Para García Calderón la combinación de las condiciones históricas y naturales hicieron de los indígenas una raza inferior. Las ideologías racistas han permeado los diversos proyectos de construcción de la nación elaborados desde el siglo XIX. Para la élite criolla y los sectores mestizos que compartían sus valores y su visión del mundo, la constitución de la nación pasaba, en unos casos, por la desaparición de los indios: su exterminio puro y simple. Para otros, debía promoverse la inmigración de individuos de "razas vigorosas", que permitieran superar las taras biológicas de los indígenas a través del mestizaje biológico. Aun a fines del siglo XIX el "desarrollo nacional" era sinónimo de inmigración, considerada esta como la importación de población europea, como lo consigna la Ley de Inmigración de 1893. Los cambios del imaginario VISIONES SOBRE EL INDIO, EL MESTIZAJE Y LA CUESTIÓN NACIONAL La categoría “indio” aparentemente tiene una base estrictamente biológica, pero en su construcción intervienen determinantemente elementos sociales y culturales. Una clara expresión de este hecho son los cambios en las percepciones de “lo indio" en el Perú. A inicios del siglo Manuel González Prada consideraba que ella constituía las nueve décimas partes de la población. Hacia fines de la década de 1920 los intelectuales creían que representaba las cuatro quintas partes. En la década de 1940 algo menos de la mitad de la población. Actualmente, de manera asaz impresionista se considera que constituye la tercera o la cuarta parte. Estos cambios expresan no tanto un incremento acelerado del mestizaje biológico sino más bien cambios en las percepciones de las diferencias raciales, derivados en buena medida del incremento del peso demográfico de la costa, a expensas de la sierra, y de las ciudades, a costa del campo. El campesino inmigrante en la ciudad se desindigeniza y se convierte en cholo. Como habitualmente se asocia la condición de indio a la de poblador serrano, rural y campesino, la reducción del peso de la población de la sierra, el campo y el medio rural se lee como una reducción del peso de lo indígena. En resumen, el Perú ha pasado, en el último medio siglo, de ser un país eminentemente rural, serrano e indígena, a ser un país costeño, urbano y mestizo en el imaginario de los peruanos.