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Este texto explora las manifestaciones sexuales de la infancia y revela probablemente los rasgos esenciales de la pulsión sexual, mostrando su desarrollo y las diversas fuentes que la componen. Se omite tratarse del desarrollo sexual en los escritos sobre el niño, por lo que el autor propone que la amnesia infantil es la responsable de que no se haya otorgado valor al período infantil en el desarrollo de la vida sexual. Se discute el período de latencia sexual de la infancia y sus rupturas, las exteriorizaciones sexuales infantiles, la meta sexual de la sexualidad infantil y las fuentes de la sexualidad infantil.
Qué aprenderás
Tipo: Guías, Proyectos, Investigaciones
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EL DESCUIDO DE LO INFANTIL. La pulsión sexual, la afirmación de que ella falta en la infancia y sólo despierta en el período de la vida llamado pubertad. No es este un error cualquiera: tiene graves consecuencias, pues es el principal culpable de nuestra presente ignorancia acerca de las bases de la vida sexual. Un estudio a fondo de las manifestaciones sexuales de la infancia nos revelaría probablemente los rasgos esenciales de la pulsión sexual, dejaría traslucir su desarrollo y mostraría que está compuesta por diversas fuentes. Cosa notable: los autores que se han ocupado de explicar las propiedades y reacciones del individuo adulto prestaron atención mucho mayor a la prehistoria constituida por la vida de los antepasados (vale decir, atribuyeron una influencia mucho más grande a la herencia) que, a la otra prehistoria, la que se presenta ya en la existencia individual: la infancia. Y eso que, según debería suponerse, la influencia de este período de la vida es más fácil de comprender, y tendría títulos para ser considerada antes que la de la herencia. Es cierto que en la bibliografía hallamos ocasionales noticias acerca de una práctica sexual temprana en niños pequeños, acerca de erecciones, de la masturbación y aun de acciones parecidas al coito. Pero se las menciona siempre como procesos excepcionales, como curiosidades o como horrorosos ejemplos de temprana corrupción. Que yo sepa, ningún autor ha reconocido con claridad que la existencia de una pulsión sexual en la infancia posee el carácter de una ley. Y en los escritos, ya numerosos, acerca del desarrollo del niño, casi siempre se omite tratar el desarrollo sexual. AMNESIA INFANTIL. Los autores a consecuencia de su propia educación, y en parte en un fenómeno psíquico que hasta ahora se ha sustraído de toda explicación. Aludo a la peculiar amnesia que en la mayoría de los seres humanos (¡no en todos!) cubre los primeros años de su infancia, hasta el sexto o el octavo año de vida. En efecto, se nos informa que, en esos años, de los que después no conservamos en la memoria sino unos jirones incomprensibles, reaccionábamos con vivacidad frente a las impresiones, sabíamos exteriorizar dolor y alegría de una manera humana, mostrábamos amor, celos y otras pasiones que nos agitaban entonces con violencia, y aun pronunciábamos frases que los adultos registraron como buenas pruebas de penetración y de una incipiente capacidad de juicio. Cuando tenemos fundamento para creer que en ningún otro período de la vida la capacidad de reproducción y de recepción es mayor, justamente, que en los años de la infancia. Podemos convencernos de la indagación psicológica de otras personas que esas mismas impresiones que hemos olvidado dejaron, no obstante, las más profundas huellas en nuestra vida anímica y pasaron a ser determinantes para todo nuestro desarrollo posterior. No puede tratarse, pues, de una desaparición real de las impresiones infantiles, sino de una amnesia semejante a la que observamos en los neuróticos respecto de
vivencias posteriores y cuya esencia consiste en un mero apartamiento de la conciencia (represión). La existencia de la amnesia infantil proporciona otro punto de comparación entre el estado anímico del niño y el del psiconeurótico. Ya encontramos un punto semejante cuando se nos impuso la fórmula de que la sexualidad de los psiconeuróticos conserva el estado infantil o ha sido remitida a él. En verdad, es algo más que un mero juego de ingenio enlazar la amnesia infantil con la histérica. Esta última, que se halla al servicio de la represión, sólo se vuelve explicable por la circunstancia de que el individuo ya posee un acervo de huellas amnémicas que se han sustraído a su asequibilidad consciente y que ahora, mediante una ligazón asociativa, arrastran hacia sí aquello sobre lo cual actúan, desde la conciencia, las fuerzas repulsoras de la represión. Sin amnesia infantil, podríamos decir, no habría amnesia histérica. En mi opinión, pues, la amnesia infantil, que convierte la infancia de cada individuo en un tiempo anterior, por así decir prehistórico, y le oculta los comienzos de su propia vida sexual, es la culpable de que no se haya otorgado valor al período infantil en el desarrollo de la vida sexual. Un solo observador no puede llenar las lagunas que ello ha engendrado en nuestro conocimiento. [1.] El período de latencia sexual de la infancia y sus rupturas Los hallazgos extraordinariamente frecuentes de emociones sexuales que se creían excepciones y casos atípicos en la infancia, así como la revelación de los recuerdos infantiles de los neuróticos, hasta entonces inconscientes permiten quizá trazar el siguiente cuadro de la conducta sexual en ese período: Parece seguro que el neonato trae consigo gérmenes de emociones sexuales que siguen desarrollándose durante cierto lapso, pero después sufren una progresiva sofocación; esta, a su vez, puede ser quebrada por oleadas regulares de avance del desarrollo sexual o suspendida por peculiaridades individuales. Casi siempre hacia el tercero o cuarto año de vida del niño su sexualidad se expresa en una forma asequible a la observación. LAS INHIBICIONES SEXUALES. Durante este período de latencia total o meramente parcial se edifican los poderes anímicos que más tarde se presentarán como inhibiciones en el camino de la pulsión sexual y angostarán su curso a la manera de unos diques (el asco, el sentimiento de vergüenza, los reclamos ideales en lo estético y en lo moral). En realidad, este desarrollo es de condicionamiento orgánico, fijado hereditariamente, y llegado el caso puede producirse sin ninguna ayuda de la educación. FORMACIÓN REACTIVA Y SUBLIMACIÓN. Probablemente a expensas de las emociones sexuales infantiles mismas, cuyo aflujo no ha cesado, pues, ni siquiera en este ‐ período de latencia, pero cuya energía en su totalidad o en su mayor parte‐ es desviada del uso sexual y aplicada a otros fines. Los historiadores de la cultura mediante esa desviación de las fuerzas pulsionales sexuales de sus metas, y su orientación hacia metas
placer que ahora aspira a renovar. Su primera actividad, la más importante para su vida, el mamar del pecho materno (o de sus subrogados), no pudo menos que familiarizarlo con ese placer" Diríamos que los labios del niño se comportaron como una zona erógena, y la estimulación por el cálido aflujo de leche fue la causa de la sensación placentera. Al comienzo, claro está, la satisfacción de la zona erógena se asoció con la satisfacción de la necesidad de alimentarse. La necesidad de repetir la satisfacción sexual se divorcia entonces de la necesidad de buscar alimento, un divorcio que se vuelve inevitable cuando aparecen los dientes y la alimentación ya no se cumple más exclusivamente mamando, sino también masticando. El niño no se sirve de un objeto ajeno para mamar; prefiere una parte de su propia piel porque le resulta más cómodo, porque así se independiza del mundo exterior al que no puede aún dominar, y porque de esa manera se procura, por así decir, una segunda zona erógena, si bien de menor valor. El menor valor de este segundo lugar lo llevará más tarde a buscar en otra persona la parte correspondiente, los labios. (Podríamos imaginarIo diciendo: «Lástima ‐que no pueda besarme a mí mismo».) No todos los niños chupetean. Cabe suponer que llegan a hacerla aquellos en quienes está constitucionalmente reforzado el valor erógeno de la zona de los labios. Sí este persiste, tales niños, llegados a adultos, serán grandes gustadores del beso, se inclinarán a besos perversos o, si son hombres, tendrán una potente motivación intrínseca para beber y fumar. Pero si sobreviene la represión, sentirán asco frente a la comida y producirán vómitos histéricos. Siendo la zona labial un campo de acción recíproca {Gemeinsamkeit}, la represión invadirá la pulsión de nutrición. [3.] La meta sexual de la sexualidad infantil CARACTERES DE LAS ZONAS ERÓGENAS. Es un sector de piel o de mucosa en el que estimulaciones de cierta clase provocan una sensación placentera de determinada cualidad. No hay ninguna duda de que los estímulos productores de placer están ligados a particulares condiciones; pero no las conocemos. Entre ellas, el carácter rítmico no puede menos que desempeñar un papel: se impone la analogía con las cosquillas. Por tanto, para la producción de una sensación placentera, la cualidad del estímulo es más importante que la complexión de las partes del cuerpo. El niño chupeteador busca por su cuerpo y escoge algún sector para mamárselo con fruición; después, por acostumbramiento, este pasa a ser el preferido. En esta neurosis, la represión afecta sobre todo a las zonas genitales en sentido estricto, las que prestan su estimulabilidad a las restantes zonas erógenas, que de otro modo permanecerían relegadas en la vida adulta; entonces, estas se comportan en un todo como los genitales. Las zonas erógenas e histerógenas exhiben los mismos caracteres. META SEXUAL INFANTIL. La meta sexual de la pulsión infantil consiste en producir la satisfacción mediante la estimulación apropiada de la zona erógena que, de un modo u otro, se ha escogido. Para que se cree una necesidad de repetirla, esta satisfacción tiene que haberse vivenciado antes; y es lícito pensar que la naturaleza habrá tomado seguras medidas para que esa vivencia no quede librada al azar.
La necesidad de repetir la satisfacción se trasluce por dos cosas: un peculiar sentimiento de tensión, que posee más bien el carácter del displacer, y una sensación de estímulo o de picazón condicionada centralmente y proyectada a la zona erógena periférica. Por eso la meta sexual puede formularse también así: procuraría sustituir la sensación de estímulo proyectada sobre la zona erógena, por aquel estímulo externo que la cancela al provocar la sensación de la satisfacción. Este estímulo externo consistirá la mayoría de las veces en una manipulación análoga al mamar. Pero si es cierto que la necesidad puede suscitarse también periféricamente, por una alteración real en la zona erógena, ese hecho armoniza a la perfección con nuestro saber fisiológico. Sólo parece un poco sorprendente que, para cancelarse, un estímulo requiera de un segundo estímulo aplicado al mismo lugar. [4.] Las exteriorizaciones sexuales masturbatorias No podrá sino alegrarnos sumamente el descubrir que, una vez estudiada la pulsión partiendo de una única zona erógena, no tenemos muchas más cosas importantes que aprender acerca de la práctica sexual del niño. Las diferencias más notables se refieren a los pasos que se necesita dar para obtener la satisfacción, que en el caso de la zona labial consistían en el mamar y que tendrán que sustituirse por otra acción muscular acorde con la posición y la complexión de las otras zonas. ACTIVACIÓN DE LA ZONA ANAL. La zona anal, a semejanza de la zona de los labios, es apta por su posición para proporcionar un apuntalamiento de la sexualidad en otras funciones corporales. Debe admitirse que el valor erógeno de este sector del cuerpo es originariamente muy grande. Por el psicoanálisis nos enteramos, no sin asombro, de las trasmudaciones que experimentan normalmente las excitaciones sexuales que parten de él, y cuán a menudo conserva durante toda la vida una considerable participación en la excitabilidad genital. Los trastornos intestinales tan frecuentes en la infancia se ocupan de que no falten excitaciones intensas en esta zona. Los niños que sacan partido de la estimulabilidad erógena de la zona anal se delatan por el hecho de que retienen las heces hasta que la acumulación de estas provoca fuertes contracciones musculares y, al pasar por el ano, pueden ejercer un poderoso estímulo sobre la mucosa. De esa manera tienen que producirse sensaciones voluptuosas junto a las dolorosas. En niños mayores no es nada rara una genuina estimulación masturbatoria de la zona anal con ayuda del dedo y provocada por una picazón de condicionamiento central o sostenida periféricamente. ACTIVACIÓN DE LAS ZONAS GENITALES. Tanto en los varones como en las niñas se relaciona con la micción (glande, clítoris), y en los primeros está dentro de un saco de mucosa, de manera que no puede faltarle estimulación por secreciones, que desde temprano son capaces de encender la excitación sexual. Las activaciones sexuales de esta zona erógena, que corresponde a las partes sexuales reales, son sin duda el comienzo de la posterior vida sexual «normal».
Causas internas y ocasiones externas son decisivas para la reaparición de la actividad sexual; en casos de neurosis, ambas pueden colegirse a partir de la conformación de los síntomas y descubrirse con certeza mediante la exploración psicoanalítica. En primer término, se sitúa la influencia de la seducción, que trata prematuramente al niño como objeto sexual y, en circunstancias que no pueden menos que provocarle fuerte impresión, le enseña a conocer la satisfacción de las zonas genitales; secuela de ello es casi siempre la compulsión a renovarla por vía onanista. Resulta evidente que no se requiere de la seducción para despertar la vida sexual del niño, y que ese despertar puede producirse también en forma espontánea a partir de causas internas. DISPOSICIÓN PERVERSA POLIMORFA. Es instructivo que bajo la influencia de la seducción el niño pueda convertirse en un perverso polimorfo, siendo descaminado a practicar todas las trasgresiones posibles. Esto demuestra que en su disposición trae consigo la aptitud para ello; tales trasgresiones tropiezan con escasas resistencias porque, según sea la edad del niño, no se han erigido todavía o están en formación los diques anímicos contra los excesos sexuales: la vergüenza, el asco y la moral. En esto el niño no se comporta diversamente de la mujer ordinaria, no cultivada, en quien se conserva idéntica disposición perversa polimorfa. En condiciones corrientes, ella puede permanecer normal en el aspecto sexual; guiada por un hábil seductor, encontrará gusto en todas las perversiones y las retendrá en su práctica sexual. PULSIONES PARCIALES. En lo demás, la influencia de la seducción no ayuda a descubrir la condición inicial de la pulsión sexual, sino que confunde nuestra intelección de ella, en la medida en que aporta prematuramente al niño el objeto sexual, del cual la pulsión sexual infantil no muestra al comienzo necesidad alguna. De cualquier manera, tenemos que admitir que también la vida sexual infantil, a pesar del imperio que ejercen las zonas erógenas, muestra componentes que desde el comienzo envuelven a otras personas en calidad de objetos sexuales. De esa índole son las pulsiones del placer de ver y de exhibir, y de la crueldad. Aparecen con cierta independencia respecto de las zonas erógenas, y sólo más tarde entran en estrechas relaciones con la vida genital, pero ya se hacen notables en la niñez como unas aspiraciones autónomas, separadas al principio de la actividad sexual erógena. Sobre todo, el niño pequeño carece de vergüenza, y en ciertos años tempranos muestra una inequívoca complacencia en desnudar su cuerpo poniendo particular énfasis en sus genitales. El correspondiente de esta inclinación considerada perversa, la curiosidad por ver los genitales de otras personas, probablemente se hace manifiesto sólo algo más avanzada la niñez, cuando el escollo del sentimiento de vergüenza ya se ha desarrollado en alguna medida. Bajo la influencia de la seducción, la perversión de ver puede alcanzar gran importancia para la vida sexual del niño. No obstante, mis exploraciones de la niñez de personas sanas y de neuróticos me han llevado a concluir que la pulsión de ver puede emerger en el niño como una exteriorización sexual espontánea. Puesto que la ocasión para satisfacer esa curiosidad se presenta casi siempre solamente al satisfacer las dos necesidades excrementicias, esos niños se convierten en voyeurs,
fervientes mirones de la micción y la defecación de otros. Sobrevenida la represión de estas inclinaciones, la curiosidad de ver genitales de otras personas (de su propio sexo o del otro) permanece como una presión martirizante, que en muchos casos de neurosis presta después la más potente fuerza impulsara a la formación de síntoma. La crueldad es cosa enteramente natural en el carácter infantil; en efecto, la inhibición en virtud de la cual la pulsión de apoderamiento se detiene ante el dolor del otro, la capacidad de compadecerse, se desarrollan relativamente tarde. Por tanto, gobierna una fase de la vida sexual que más adelante describiremos como organización pregenital. Niños que se distinguen por una particular crueldad hacia los animales y los compañeros de juego despiertan la sospecha, por lo común confirmada, de una práctica sexual prematura e intensa proveniente de las zonas erógenas; y en casos de madurez anticipada y simultánea de todas las pulsiones sexuales, la práctica sexual erógena parece ser la primaria. La ausencia de la barrera de la compasión trae consigo el peligro de que este enlace establecido en la niñez entre las pulsiones crueles y las erógenas resulte inescindible más tarde en la vida. Desde las Confesiones de Jean‐Jacques Rousseau, la estimulación dolorosa de la piel de las nalgas ha sido reconocida por todos los pedagogos como una raíz erógena de la pulsión pasiva a la crueldad (del masoquismo). Con acierto han deducido de ahí la exigencia de que el castigo corporal, que casi siempre afecta a esta parte del cuerpo, debe evitarse en el caso de todos aquellos niños cuya libido, por los posteriores reclamos de la educación cultural, pueda ser empujada hacia las vías colaterales. [5.] La investigación sexual infantil LA PULSIÓN DE SABER. A la par que la vida sexual del niño alcanza su primer florecimiento, entre los tres y los cinco años, se inicia en él también aquella actividad que se adscribe a la pulsión de saber o de investigar. La pulsión de saber no puede computarse entre los componentes pulsionales elementales ni subordinarse de manera exclusiva a la sexualidad. Su acción corresponde, por una parte, a una manera sublimada del apoderamiento, y, por la otra, trabaja con la energía de la pulsión de ver. Sus vínculos con la vida sexual tienen particular importancia, pues por los/psicoanálisis hemos averiguado que la pulsión de saber de los niños recae, en forma insospechadamente precoz y con inesperada intensidad, sobre los problemas sexuales, y aun quizás es despertada por estos. EL ENIGMA DE LA ESFINGE. No son intereses teóricos sino prácticos los que ponen en marcha la actividad investigadora en el niño. La amenaza que para sus condiciones de existencia significa la llegada, conocida o barruntada, de un nuevo niño, y el miedo de que ese acontecimiento lo prive de cuidados y amor, lo vuelven reflexivo y penetrante. El primer problema que lo ocupa es, en consonancia con esta génesis del despertar de la pulsión de saber, no la cuestión de la diferencia entre los sexos, sino el enigma: «¿De dónde vienen los niños?». Para el varoncito es cosa natural suponer que todas las personas poseen un genital como el suyo, y le resulta imposible unir su falta a la representación que tiene de ellas. COMPLEJO DE CASTRACIÓN Y ENVIDIA DEL PENE. El varoncito se aferra con energía a esta convicción, la defiende obstinadamente frente a la contradicción que muy
sexual. Normalmente, estas fases de la organización sexual se recorren sin tropiezos, delatadas apenas por algunos indicios. Sólo en casos patológicos son activadas y se vuelven notables para la observación gruesa. Llamaremos pregenitales a las organizaciones de la vida sexual en que las zonas genitales todavía no han alcanzado su papel hegemónico. Una primera organización sexual pregenital es la oral o, si se prefiere, canibálica. La actividad sexual no se ha separado todavía de la nutrición, ni se han diferenciado opuestos dentro de ella. El objeto de una actividad es también el de la otra; la meta sexual consiste en la incorporación del objeto, el paradigma de lo que más tarde, en calidad de identificación, desempeñará un papel psíquico tan importante. El chupeteo puede verse como un resto de esta fase hipotética {fiktiv} que la patología nos forzó a suponer; en ella la actividad sexual, desasida de la actividad de la alimentación, ha resignado el objeto ajeno a cambio de uno situado en el cuerpo propio. Una segunda fase pregenital es la de la organización sádico anal. Aquí ya se ha desplegado la división en opuestos, que atraviesa la vida sexual; empero, no se los puede llamar todavía masculino y femenino, sino que es preciso decir activo y pasivo. La actividad es producida por la pulsión de apoderamiento a través de la musculatura del cuerpo, y como órgano de meta sexual pasiva se constituye ante todo la mucosa erógena del intestino; empero, los objetos de estas dos aspiraciones no coinciden. Junto a ello, se practican otras pulsiones parciales de manera autoerótica. En esta fase, por tanto, ya son pesquisables la polaridad sexual y el objeto ajeno. Faltan todavía la organización y la subordinación a la función de la reproducción. AMBIVALENCIA. Esta forma de la organización sexual puede conservarse a lo largo de toda la vida y atraer permanentemente hacia sí una buena parte de la práctica sexual. El predominio del sadismo, y de la zona anal en el papel de cloaca, le imprimen un sesgo notablemente arcaico. Además, posee este otro carácter: los pares de opuestos pulsionales están plasmados en un grado aproximadamente igual, estado de cosas que se designa con el feliz término introducido por Bleuler: ambivalencia. Para completar el cuadro de la vida sexual infantil, es preciso agregar que a menudo, o regularmente, ya en la niñez se consuma una elección de objeto como la que hemos supuesto característica de la fase de desarrollo de la pubertad. El conjunto de los afanes sexuales se dirige a una persona única, y en ella quieren alcanzar su meta. He ahí, pues, el máximo acercamiento posible en la infancia a la conformación definitiva que la vida sexual presentará después de la pubertad. La diferencia respecto de esta última reside sólo en el hecho de que la unificación de las pulsiones parciales y su subordinación al primado de los genitales no son establecidas en la infancia, o lo son de manera muy incompleta. Por tanto, la instauración de ese primado al servicio de la reproducción es la última fase por la que atraviesa la organización sexual. LOS DOS TIEMPOS DE LA ELECCIÓN DE OBJETO. El siguiente proceso puede reclamar el nombre de típico: la elección de objeto se realiza en dos tiempos, en dos oleadas. La primera se inicia entre los dos y los cinco años, y el período de latencia la detiene o la hace retroceder; se caracteriza por la naturaleza infantil de sus metas sexuales. La segunda sobreviene con la pubertad y determina la conformación definitiva de la vida sexual.
Los resultados de la elección infantil de objeto se prolongan hasta una época tardía; o bien se los conserva tal cual, o bien experimentan una renovación en la época de la pubertad. Pero demuestran ser inaplicables, y ello a consecuencia del desarrollo de la represión, que se sitúa entre ambas fases. Sus metas sexuales han experimentado un atemperamiento, y figuran únicamente lo que podemos llamar la corriente tierna de la vida sexual. Sólo la indagación psicoanalítica es capaz de pesquisar, ocultas tras esa ternura, esa veneración y ese respeto, las viejas aspiraciones sexuales, ahora inutilizables, de las pulsiones parciales infantiles. La elección de objeto de la época de la pubertad tiene que renunciar a los objetos infantiles y empezar de nuevo como corriente sensual. La no confluencia de las dos corrientes tiene como efecto hartas veces que no pueda alcanzarse uno de los ideales de la vida sexual, la unificación de todos los anhelos en un objeto. III. [7.] Fuentes de la sexualidad infantil En el empeño de rastrear los orígenes de la pulsión sexual hemos hallado hasta aquí que la excitación sexual nace: a) como calco de una satisfacción vivenciada a raíz de otros procesos orgánicos; b) por una apropiada estimulación periférica de zonas erógenas, y c) como expresión de algunas «pulsiones» cuyo origen todavía no comprendemos bien (p. ej., la pulsión de ver y la pulsión a la crueldad). Ahora bien, la investigación psicoanalítica que desde un período posterior se remonta hasta la infancia, y la observación contemporánea del niño mismo, se conjugan para mostrarnos otras fuentes de fluencia regular para la excitación sexual. La observación de niños tiene la desventaja de elaborar objetos que fácilmente originan malentendidos, y el psicoanálisis es dificultado por el hecho de que sólo mediante grandes rodeos puede alcanzar sus objetos y sus conclusiones; no obstante, los dos métodos conjugados alcanzan un grado suficiente de certeza cognoscitiva. A raíz de la indagación de las zonas erógenas hemos descubierto que estos sectores de la piel muestran meramente una particular intensificación de un tipo de excitabilidad que, en cierto grado, es propio de toda la superficie de aquella. Por eso no nos asombrará enterarnos de que a ciertos tipos de estimulación general de la piel pueden adscribirse efectos erógenos muy nítidos. Entre estos, destacamos sobre todo los estímulos térmicos; quizás ello nos facilite la comprensión del efecto terapéutico de los baños calientes. EXCITACIONES MECÁNICAS. Además, tenemos que incluir en esta serie la producción de una excitación sexual mediante sacudimientos mecánicos del cuerpo, de carácter rítmico. Debemos distinguir en ellos tres clases de influencias de estímulo: las que actúan sobre el aparato sensorial de los nervios vestibulares, las que actúan sobre la piel y las que lo hacen sobre las partes profundas (músculos, aparato articular). La existencia de las sensaciones placenteras así generadas ‐merece destacarse que estamos autorizados a usar indistintamente, para todo un tramo, «excitación sexual» y «satisfacción». Es evidente que la compulsión a establecer ese enlace entre el viaje por ferrocarril y la sexualidad proviene del carácter placentero de las sensaciones de movimiento. Y si después se suma la represión, que hace que tantas de las predilecciones infantiles den un vuelco hacia su contrario, esas mismas personas reaccionarán en su adolescencia o madurez con náuseas si son mecidas o hamacadas, o bien un viaje por ferrocarril las
de estas fuentes de la excitación sexual, la cualidad del estímulo es sin duda lo decisivo, aunque el factor de la intensidad (en el caso del dolor) no es del todo indiferente. Pero, además, preexisten en el organismo dispositivos a consecuencia de los cuales la excitación sexual se genera como efecto colateral, a raíz de una gran serie de procesos internos, para lo cual basta que la intensidad de estos rebase ciertos límites cuantitativos. Lo que hemos llamado pulsiones parciales de la sexualidad, o bien deriva directamente de estas fuentes internas de la excitación sexual, o se compone de aportes de esas fuentes y de las zonas erógenas. Es posible que en el organismo no ocurra nada de cierta importancia que no ceda sus componentes a la excitación de la pulsión sexual. DIVERSAS CONSTITUCIONES SEXUALES. a) Así como antes vimos la posibilidad de basar las diversas constituciones sexuales innatas en la diferente plasmación de las zonas erógenas, ahora podemos ensayar eso mismo englobando las fuentes indirectas de la excitación sexual. Nos es lícito suponer que estas fuentes brindan su aporte en todos los individuos, pero que no tienen la misma intensidad en todos ellos; cabe admitir, entonces, que la plasmación privilegiada de cada una de las fuentes de la excitación sexual contribuye también a diferenciar las diversas constituciones sexuales. LAS VÍAS DE LA INFLUENCIA RECÍPROCA. b) Si abandonamos las expresiones figuradas que usamos durante tanto tiempo, y dejamos de hablar de «fuentes» de la excitación sexual, podemos arribar a esta conjetura: todas las vías de conexión que llegan hasta la sexualidad desde otras funciones tienen que poderse transitar también en la dirección inversa. Vaya un ejemplo: si el hecho de ser la zona de los labios patrimonio común de las dos funciones es el fundamento por el cual la nutrición genera una satisfacción sexual, ese mismo factor nos permite comprender que la nutrición sufra perturbaciones cuando son perturbadas las funciones erógenas de la zona común. Y una vez que sabemos que la concentración 'de la atención es capaz de producir excitación sexual, ello nos induce a suponer que, actuando por la misma vía, sólo que, en dirección inversa, el estado de excitación sexual influye sobre la disponibilidad de atención orientable. Una buena parte de la sintomatología de las neurosis, que yo derivo de perturbaciones de los procesos sexuales, se exterioriza en perturbaciones de las otras funciones, no sexuales, del cuerpo. Y esta influencia, hasta ahora incomprensible, se hará menos enigmática admitiendo que representa la contraparte de las influencias que presiden la producción de la excitación sexual. Ahora bien, esos mismos caminos por los cuales las perturbaciones sexuales desbordan sobre las restantes funciones del cuerpo servirían en el estado de salud a otro importante logro. Por ellos se consumaría la atracción de las fuerzas pulsionales sexuales, hacia otras metas, no sexuales; vale decir, la sublimación de la sexualidad. No podemos menos que concluir confesando que es muy poco todavía lo que sabemos con certeza acerca de estas vías, sin duda existentes y probablemente transitables en las dos direcciones.