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Tipo: Tesis
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Universidad de Chile Facultad de Filosofía y Humanidades Escuela de Postgrado
Tesis para optar al grado de Magíster en Estudios Latinoamericanos
Camila Fernanda Sastre Díaz
Profesora guía: Claudia Zapata Silva
Santiago de Chile, 2015
En esta tesis se investigó y analizó la relación que establece el relato de memoria del proyecto de Museo estatal “Lugar de la Memoria, la Tolerancia y la Inclusión Social” de Perú, que se hace cargo del periodo de violencia política que sufrió la sociedad peruana entre los años 1980-2000, con otras iniciativas de memoria que organizaciones de la sociedad civil han emprendido (específicamente el Museo de Memoria de Asociación Nacional de Familiares de Secuestrados, Detenidos y Desaparecidos del Perú – ANFASEP- en Ayacucho, y la Casa Memoria Yuyana Wasi en Huanta). A diferencia de otros casos del Cono Sur, la gran mayoría de las víctimas de la violencia política son campesinos quechua-hablantes, herederos de una larga historia de discriminación étnico-cultural en el Perú. El Estado ha sido construido en base a, y ha sido uno de los continuadores de, esta desigualdad. El Museo es una respuesta estatal que busca ser una reparación para las víctimas, y contribuir a solucionar el problema de la discriminación y reconciliar la sociedad peruana. Por ello, mi análisis estuvo centrado en cómo la heterogeneidad cultural existente en el Perú, y en particular la especificidad cultural de las víctimas de la violencia política, es recogida por el proyecto de Museo estatal y en el relato oficial de memoria. Haré hincapié en el ejercicio de ‘autoridad’ que tendrá la narración memorialística del Museo Lugar de la Memoria, determinando qué debe ser recordado y cómo debe ser recordado, sobre todo pensando en el impacto que este relato tendrá en repensar la narrativa nacional y el pacto social.
Van a ser más dos años desde que comencé esta investigación, tiempo que he dedicado a pensar, a leer, como también de noches en vela, días de aislamiento encerrada en mis ideas, sin quizá compartir con quienes me rodean día a día, y que en algunos casos ya no están conmigo (un beso Tere). Porque una investigación te arrebata muchos segundos, minutos, horas, meses, festividades, descansos, cumpleaños, celebraciones familiares y de amigos. Pero, a su vez, es uno de los placeres más grandes que puedo experimentar: la satisfacción del pensamiento y de la reflexión. Hace diez años desde que decidí dedicarme a esto y agradezco, en primer lugar, a mis papás Claudia e Iván por darme la confianza de elegir esta opción para el resto de mis días. Gracias por siempre. Este trabajo no ha sido nada de fácil. Me ha desafiado a pensar más allá de mi cotidianidad histórica, más allá de mi contemporaneidad y de mi Santiago, ciudad en la que nací y he crecido. Me he trasladado a la sierra peruana y al periodo de la violencia política para intentar entender qué es lo que ocurrió en el Perú durante sus últimas dos décadas del siglo XX. Y es así como han visto la luz estas páginas. Pero la tarea de escribir no fue nada de fácil. Con mi computador a cuestas y con mis libros bajo el brazo he ido de un lugar a otro buscando inspiración. Cada línea, cada párrafo han sido escritos en diferentes espacios: en pleno centro de Santiago, en cafeterías de Lima, bajo el parrón del patio de la casa de mis padres y abuelos, en la biblioteca mi Universidad, en la casa de la playa donde he descansado todos los veranos de mi vida, y ahora último, en el balcón de mi departamento. Escribir esta tesis también me ha permitido conocer a varias personas, a quienes agradezco infinitamente su buena disposición hacia conmigo. Agradezco a Javier Torres, Nelson Pereyra, Jeffrey Gamarra y Ponciano del Pino por su constante interés por apoyar mi trabajo. Especialmente, agradezco a María Eugenia Ulfe, por aceptar ser mi tutora en mi periodo de pasantía en Perú y, hasta el día de hoy, por su apoyo, interés, preocupación, las oportunidades para mi desarrollo académico y sobre todo su amistad. ¡Infinitas gracias! No puedo dejar de manifestar mi agradecimiento y cariño con dos personas importantes durante mi periodo de estadía, a quienes les debo esa preocupación por hacerme sentir como en casa durante aquellos meses limeños. Miles de gracias a Víctor y a mi querida Macarena. Los extraño. Agradezco a mis amigos y amigas, por su preocupación, como también por su distracción, por sus constantes cómo vas. Agradecimientos polietilenos arielísticos a Nicole, Matías y América. A mis compañeros y compañeras de Historia, amigos de los pastos, de las marchas, de noches dionisiacas. Gracias Enrique, Cinthia, Juan, Renato, Julián, Nicolás, Andrea. Abrazos y ¡Salud!
Páginas
Resumen…………………………………………………………………………............ 4
Agradecimientos…………………………………………………………………............ 5
Prólogo…………………………………………………………………………………... 9
Capítulo I: Introducción…...…...…………………………………………………….… 11
Capítulo II: Un contexto histórico cultural: un breve recuento de los años de violencia política………...………………………………………………………………………. 26
Capítulo III: El Periodo post-violencia política: memoria en el Perú y la Comisión de la Verdad y Reconciliación (2000-2013)……………………………………………..…. 43
Capítulo IV: De la muestra Yuyanapaq al Museo Lugar de la Memoria: genealogía y debates……………………………………………………………….… 65
Conclusión…………………………...………………………………………………. 157
Anexos……………………………………...………………………………............... 163
Bibliografía………………………………………...………………………………… 195
cuerpo, borrándole el sexo […]” (Buntinx s.f.: 4). Para su familia la muerte de Sarita se debe a una sobredosis de aceite de ricino. Sin embargo, la ciencia de la medicina atribuye la muerte al paludismo, una de las enfermedades comunes que sufrían los migrantes andinos durante la primera mitad del siglo XX. Más allá de las razones científicas, la densidad cultural de los mitos urbanos que explican la muerte de Sarita es digna de analizar. La violencia implícita que esos mitos narran, y por tanto la experiencia violenta que Sarita encarna, encuentra identificación en el mundo popular que la venera, aquel mundo marginado que una y otra vez a remozado la imagen de Sarita desde fines de los años sesenta, iluminándola y blanqueándola, porque […] casi nada en la imagen de Sarita es de por sí ‘original’, todo en ella proviene de fuentes ajenas, fragmentariamente apropiadas para componer una integridad nueva. Y propia como en la experiencia misma del migrante frente a la ciudad criolla y hostil que terminaría por hacer mestiza y suya. Collage, bricolaje” (Buntinx s.f.: 11, 12).
Hoy en Lima, en uno de los barrios acomodados de la capital peruana, se encuentran finalizando la construcción de una mole de cemento que mira al mar. Bajando por la costanera y cerca del circuito de playas Costa Verde se está concluyendo la edificación del Museo Lugar de la Memoria, la Tolerancia y la Inclusión Social, espacio que tiene como tarea recordar los violentos sucesos ocurridos en las décadas de los 80’ y 90’, cuando se desató la comúnmente denominada época del “terrorismo”^4. Si bien esta es un término común y muy usado, terrorismo no es la denominación que recibe este periodo. “Guerra civil”, “conflicto armado interno”, “guerra subversiva”, “violencia política”, “guerra popular”, son denominaciones que demuestran las variadas memorias, explicaciones y formas de enfrentar el complejo pasado reciente del Perú. La diversidad de memorias es bastante común en sociedades que han atravesado por procesos políticos socialmente desgarradores. Sin embargo, más allá de los colores políticos con los que se podrían identificar algunos de los relatos, a través de estas memorias del conflicto armado también se expresa una experiencia larga y profunda de discriminación étnica y cultural hacia ciertos grupos de la sociedad peruana. Del saldo oficial de 69. víctimas reportadas por la investigación de la Comisión de Verdad y Reconciliación (CVR), el 75% de las muertes eran sujetos que tenían el quechua como lengua materna, el 79% vivían en áreas rurales, el 56% trabajaban en actividades clasificadas como agropecuarias y el 68% de las víctimas tenía un nivel educativo inferior al secundario^5. Es por eso que, “A diferencia de los países del Cono Sur de América Latina, donde la violencia estatal se abatió principalmente sobre sectores urbanos educados y de clases medias, en el Perú la mayoría de víctimas fueron pobres, rurales, campesinos, especialmente indígenas y poco educados” (Degregori 2011: 36).
(^4) De preferencia, en este trabajo utilizaré los términos de violencia política y conflicto armado interno para referirme a los hechos ocu 5 rridos durante las décadas de ‘80 y ’90. Para contrastar estas cifras es interesante tener en cuenta los datos arrojados por el Censo de 1993, el cual indicó que sólo el 16% de la población total tenía el quechua como idioma materno, que el 29% de los peruanos vivían en zonas rurales, que el 28% de la población del país se desenvolvía en el sector económico agropecuario, y el 40% de la población nacional tenía un nivel inferior al secundario (Degregori 2011: 36-37).
decir que estos peruanos inexistían para la nación desde mucho antes de haber dejado de existir para la realidad […] La pobreza que los vio nacer tapó el agujero sin inmutarse (en Degregori 2011: 285). Actualmente, la sociedad peruana se encuentra viviendo un proceso de introspección. Partiendo por el Informe Final de la Comisión de la Verdad y la Reconciliación (IFCVR), otra serie de iniciativas han surgido en estos casi doce años después de la publicación del primero, y catorce años desde la huida de Alberto Fujimori, hecho que es considerado como el fin de la dictadura fujimorista, y última etapa del conflicto armado. Fundamentalmente, estas iniciativas hacían suya uno de los objetivos de la conformación de la CVR: “[…] no se puede […] ‘voltear la página’ de nuestra más reciente historia sin cumplir con el deber doloroso de leerla y aprender” (IFCVR 2003: Tomo I, 40). Sin embargo, la mayoría de estas iniciativas son privadas, de organizaciones de derechos humanos y agrupaciones de familiares de víctimas, mientras que sólo la conformación de la CVR, como el resultado de este trabajo (entiéndase el Informe Final y la muestra fotográfica Yuyanapaq: Para recordar ) y el actual proyecto museo Lugar de la Memoria, la Tolerancia y la Inclusión Social, pueden ser considerados como esfuerzos estatales por invitar a la sociedad peruana a repensar su pasado. Es por eso que he decidido centrarme en la trastienda de la construcción del Lugar de la Memoria, entendiéndolo como un proyecto memorialístico que condensa una serie de debates que han surgido en el periodo post-conflicto armado. Más aún, la condición del Lugar de la Memoria, en tanto proyecto museográfico oficial, le otorga al proyecto en sí un protagonismo mayor como impulsor de la reconciliación nacional, entendida como “[…] un proceso de reconstrucción del pacto social y político” (IFCVR 2003: Tomo IX, 33). Cabe señalar que el Lugar de la Memoria surge como un proyecto privado, de la agrupación Caminos de la Memoria, que hace suya una de las recomendaciones realizadas por el Informe Final de la CVR. Sin embargo, debido a un sin fín de “ires y venires”, finalmente terminó siendo un proyecto estatal. Es por eso que, debido a la condición de oficialidad del proyecto, el tratamiento que se tenga con las diversas memorias adquiere una crucial importancia, sobre todo la de las víctimas del conflicto armado. Por eso es que mi intención es enfocarme en el Lugar de la Memoria y el relato museográfico que será contenido en este espacio. Principalmente, de cómo el relato interactúa con otras memorias, contenidas en experiencias museográficas regionales y creadas por las propias agrupaciones
de familiares de víctimas. De una u otra manera, se trata de contrastar las memorias contenidas en las museografías. Es importante indicar que el interés por comparar estas experiencias se debe a que sus protagonistas, los impulsores de estos museos de memoria regionales son familiares de los sujetos víctimas, y por lo tanto son relatos que contienen la experiencia de marginalidad y marginalización debido a su condición socio-cultural. Aunque, como iré mostrando a lo largo del texto, la condición de oficialidad tanto del proyecto museográfico, así como también del Informe Final y de la muestra fotográfica Yuyanapaq , han sido puestas en entredicho. En varias oportunidades, autoridades de gobierno han expresado públicamente sus reservas sobre la construcción de un espacio de memoria. Y más que la construcción misma, su inquietud apunta a lo que narrará dicho museo sobre los años del conflicto armado. Lo anterior manifiesta la fragilidad, incomodidad y rareza del carácter oficial del Lugar de la Memoria, como también la tensión y susceptibilidades que provocan estos temas en la sociedad peruana post-violencia política. No obstante, como señalé con anterioridad, el Lugar de la Memoria ha sido un espacio en el que han convergido varios de los debates sobre la manera de enfrentar la historia y con ello las memorias de este pasado reciente. Por lo mismo, mi preocupación gira en torno a dos elementos; en primer lugar la especificidad cultural de las víctimas y, en segundo lugar, la heterogeneidad cultural existente en el Perú, sobre todo en relación con las diversas prácticas y formas culturales. La importancia de lo que haga el Lugar de la Memoria se encuentra en su rol como espacio que invite a repensar una narrativa nacional, que fue puesta en entredicho durante el conflicto armado interno, cuestionando la real existencia de una comunidad nacional verdadera, sin un reconocimiento de la diversidad cultural del Perú. En este contexto el desafío que tiene enfrente el Lugar de la Memoria no es menor. Y en este reto se encuentra mi hipótesis de trabajo. La narrativa museográfica del Lugar de la Memoria se ve enfrentada a la disyuntiva de, o volver a subalternizar las memorias de aquellos sujetos y sujetas indígenas quechua-hablantes, víctimas principales de la violencia política, o cuestionar la relación que históricamente ha tenido el Estado y un sector dominante de la sociedad peruana con estos grupos. Se trata de una posibilidad histórica de romper con cierta continuidad, sorteando el riesgo de volverse a convertir en un agravio para con las víctimas, debido a su condición étnica, y distanciándose del periodo histórico del que
Por lo mismo, es que me ocupo del proceso de construcción del Lugar de la Memoria principalmente^6.
Aunque esta investigación surgió a partir de ciertas interrogantes propias de la perspectiva de los estudios de la memoria, el resultado final tanto del proyecto de investigación, como la investigación misma, terminaron siendo un análisis del contexto socio-cultural y político donde tienen vida estas memorias. Porque no sólo se trataba de presentar y entender las diversas memorias colectivas que circulan entre los variados grupos sociales, sino también observar y describir los puntos de consenso y sobre todo los puntos de disputa de estas memorias. El perfil de las víctimas que dejó el conflicto armado interno peruano tiene ciertas particularidades que lo diferencian del que normalmente encontramos en los estudios sobre los pasados recientes traumáticos de las dictaduras chilena, argentina, brasileña y uruguaya. En estos casos, la represión estatal tuvo como objetivo central la persecución ideológica de militantes y simpatizantes de izquierda; es decir, la represión estuvo cruzada por una visión de la sociedad donde la rivalidad de clase era gravitante, viéndose afectados los sectores populares como obreros, campesinos y pobres de la ciudad. En ninguno de estos casos predominaba, de manera explícita, el carácter étnico-racial de los perseguidos. En el caso peruano la ruralidad, el quechua, lo indígena son características que se convierten en protagónicas y motivan a pensar en otras aristas. Más aún cuando las experiencias de violencia política se cruzan con las vivencias de discriminación cultural y racismo. Uno de los conceptos principales para este trabajo es el de memoria. Mieke Bal, crítica literaria e historiadora del arte, para definir dicha noción realiza una distinción entre diferentes tipos de memoria. Una primera denominación es la llamada memoria habitual, que funciona de manera automática y no exige ningún grado de reflexión, como si fuera un hábito condicionado. Otro tipo de memoria serían las narrativas que no necesariamente cuentan eventos de trascendencia social, sino que “[…] difieren de la rutina o memorias
(^6) La fecha de inauguración del Lugar de la Memoria viene siendo pospuesta a lo largo de los cinco años de construcción del espacio. Sin embargo, debido a la finalización de la obra gruesa y la inauguración de algunos de las áreas del Lugar –de los llamados “espacios abiertos”, como vienen siendo la terraza, la explanada y el auditorio-, hacen pensar en una pronta inauguración del total del edificio.
habituales […]” (Bal 1999: viii. Traducción propia). Un tercer y último tipo de memoria es aquella que se refiere a eventos de naturaleza traumática, que se caracterizan por tener una presencia persistente y controladora sobre los sujetos, y ser imposibles de integrar y/o narrar para quien los ha vivido. Los eventos traumáticos no son únicamente de carácter individual; también pueden ser sociales o colectivos: episodios bélicos, persecuciones violentas a grupos étnicos, religiosos o políticos, guerras civiles, genocidios a los cuales una sociedad se ve sometida y tienen un potencial traumático a gran escala, pudiendo comprometer a la sociedad en su conjunto. En palabras de Bal, Los recuerdos traumáticos permanecen presentes para el sujeto con una vividez particular y/o resisten la integración de manera total. En ambos casos, no se pueden convertir en narrativas, ya sea porque los eventos traumatizantes son mecánicamente recreados como drama en vez de ser sintéticamente narrados por el sujeto que realiza la acción de recordar, y que es ‘dueño’ de esos recuerdos, o porque estos recuerdos permanecen ‘fuera’ del sujeto (1999: viii. Traducción propia) El conflicto armado interno puede ser considerado un proceso traumático para la sociedad peruana, debido al grado de destrucción de los lazos sociales, y sobre todo por el grado de violencia a la que se vieron sometidos los sujetos, produciendo en ellos la incapacidad de narrar o integrar los eventos traumáticos. Sin embargo, las experiencias traumáticas, para el caso peruano, no son sólo vivencias individuales, sino que es una experiencia compartida por un vasto número de sujetos, convirtiéndose en una experiencia social y por tanto en un trauma también social. En este sentido, la edificación de un espacio como el Lugar de la Memoria es un intento por narrar y construir una memoria colectiva de ese pasado traumático. La importancia de este hecho se debe a la necesidad de legitimar e integrar narrativamente las memorias traumáticas para que así éstas “[…] pierdan su poder sobre el sujeto que sufrió el evento traumatizante en el pasado” (Bal 1999: viii. Traducción propia), como una acción terapéutica. El carácter social de la memoria es uno de los aportes realizados por el sociólogo Maurice Halbwachs. Para el autor la memoria es el proceso de recordar experiencias pasadas desde el presente, temporalidad que marca el ejercicio de reconstrucción del pasado. La rememoración del pasado es una construcción social, porque “[…] son los demás quienes nos los recuerdan, a pesar de que se trata de hechos en los que hemos estado implicados nosotros solos […]” (Halbwachs 2004: 26). Principalmente, lo anterior se debe porque, parafraseando a Halbwachs, realmente nunca estamos solos (2004: 26). No sólo por este
grupo social. Sin pasar por alto la “catástrofe” de la experiencia, la que según el autor se hizo evidente con la Gran Guerra, al regresar los soldados enmudecidos, sin ser capaces de relatar sus experiencias (Benjamin 2010: 60). La noción de narración y experiencia presentada por Benjamin tienen sentido para esta investigación. Las memorias y recuerdos de los años de violencia política que las comunidades andinas han plasmado en sus museos de memoria locales, son resultado de la acción de compartir las experiencias que cada uno de los sujetos ha vivido, intentando construir una memoria colectiva, con la que los miembros de la comunidad se sintiesen identificados^7. Sin embargo, uno de los grandes problemas que observaremos a lo largo de este trabajo es la imposibilidad de narrar las experiencias, y así también la capacidad de escuchar las vivencias de los otros, tanto debido a la devastación de la esencia de la experiencia, como otras experiencias que cruzan las formas de relación entre los diversos grupos sociales. En el contexto latinoamericano, luego de las dictaduras militares, se hizo necesario discutir respecto a qué ocurría con la memoria de los pasados traumáticos (Jelin 2001: 11). La mirada al viejo continente se hace imposible de obviar, debido a la amplia bibliografía desarrollada luego de la experiencia del Holocausto. Estas discusiones arribarán a Latinoamérica, donde son revisadas críticamente. Elizabeth Jelin ha sido una de las promotoras de las investigaciones sobre memoria en el Cono Sur. En su libro “Los trabajos de la memoria” (2001), una de las tantas cuestiones que se pregunta es averiguar qué es lo que un sujeto rememora u olvida y cómo se producen esas elecciones. En este sentido, centra su atención en los procesos de construcción de las memorias: cómo cada sujeto con su grupo social construyen su memoria colectiva, así como también qué es lo que deciden olvidar y silenciar. Esto “[…] implica dar lugar a distintos actores sociales (inclusive a los marginados y excluidos) y a las disputas y negociaciones de sentidos del pasado en escenarios diversos. También permite dejar abierta a la investigación empírica la existencia o no de memorias dominantes, hegemónicas, únicas u ‘oficiales’” (Jelin 2001: 22). Esta situación lleva a preguntarnos “¿Quiénes deben darle sentido [al pasado]? ” y “¿Qué
(^7) Estas memorias no sólo existen cuando nos encontramos con un museo de la memoria. La antropóloga Kimberly Theidon en su texto “Entre prójimos” (2004) hace mención de cómo en algunas comunidades andinas peruanas han consensuado sus memorias colectivas sobre sus vivencias en los años de violencia, generando silenciamientos de “memorias tóxicas” y exaltando sus recuerdos como sujetos resistentes contra los senderistas. Para poder llegar a construir estas memorias colectivas ha ocurrido un proceso de trasmisión, escucha, decantación de los recuerdos, para alcanzar un consenso entre la comunidad.
pasado?” (Jelin 2001: 33). Jelin centra su atención en uno de los puntos importantes para este trabajo. Cuando se decide analizar la memoria y el proceso social que está relacionada con ella, implica considerar las propiedades y características de quien narra y la institución que está detrás otorgando o negando legitimidad al relato, ya que “[…] la eficacia del discurso perfomativo es proporcional a la autoridad de quien lo enuncia” (Jelin 2001: 35). La recepción del relato de memoria depende de su legitimidad, que está íntimamente relacionada con el grupo que lo crea y el grupo al cual va dirigido. Por lo mismo, “La recepción de palabras y actos no es un proceso pasivo sino, por el contrario, un acto de reconocimiento hacia quien realiza la transmisión” (Jelin 2001: 36). La aceptación de tal o cual relato no sólo depende de la veracidad de la que goza, sino también está relacionado con la lucha de poder, reconocimiento y legitimidad, que tengan los actores sociales constructores de esa memoria. Estas condiciones impactan en el momento de “institucionalización” de una memoria oficial. Por eso es que, si pensamos en un museo como vehículo de memoria, como dice Jelin, la materialización de qué memoria o cuáles memorias adquiere relevancia, sobre todo si es un producto cultural ungido estatalmente. Para el historiador francés Pierre Nora un museo es un lugar de memoria, entendido como un espacio de cristalización (por excelencia) y refugio. La existencia de estos lugares se debe al desgarramiento de la memoria y su imposibilidad de encarnarse en el cuerpo social. Para Nora, coincidiendo con algunos de los puntos planteados por Benjamin, las hoy extintas sociedades de memoria aseguraban la conservación y la transmisión de las memorias de forma espontánea, ya que la memoria se encontraba integrada en la vida social, incluso organizándola, porque se hallaba enraizada “[…] en lo concreto, el espacio, el gesto, la imagen y el objeto” (Nora 2009: 21). La desaparición de las sociedades de memoria, de los ambientes de memoria ( milieux ) vino aparejado con la aparición de los lugares de memoria ( lieux ). La emergencia de éstos últimos demuestra la necesidad de la sociedad por anclar su memoria, debido a la imposibilidad de vivirla en su cotidianidad: “Los lugares de memoria nacen y viven del sentimiento de que no hay memoria espontánea, de que hay que crear archivos, mantener aniversarios, organizar celebraciones, pronunciar elogios fúnebres, labrar actas, porque esas operaciones no son naturales” (Nora 2009: 24). Es por esto que para Nora, la memoria no es más que un proceso de almacenamiento de recuerdos. Y los lugares de memoria serían parte de ese propósito.