Docsity
Docsity

Prepara tus exámenes
Prepara tus exámenes

Prepara tus exámenes y mejora tus resultados gracias a la gran cantidad de recursos disponibles en Docsity


Consigue puntos base para descargar
Consigue puntos base para descargar

Gana puntos ayudando a otros estudiantes o consíguelos activando un Plan Premium


Orientación Universidad
Orientación Universidad

Terapia para hombres violentos, Diapositivas de Psiquiatría

Terapia para personas que no regulan la ira

Tipo: Diapositivas

2020/2021

Subido el 19/04/2023

macaria-lopez-martinez
macaria-lopez-martinez 🇲🇽

17 documentos

1 / 183

Toggle sidebar

Esta página no es visible en la vista previa

¡No te pierdas las partes importantes!

bg1
pf3
pf4
pf5
pf8
pf9
pfa
pfd
pfe
pff
pf12
pf13
pf14
pf15
pf16
pf17
pf18
pf19
pf1a
pf1b
pf1c
pf1d
pf1e
pf1f
pf20
pf21
pf22
pf23
pf24
pf25
pf26
pf27
pf28
pf29
pf2a
pf2b
pf2c
pf2d
pf2e
pf2f
pf30
pf31
pf32
pf33
pf34
pf35
pf36
pf37
pf38
pf39
pf3a
pf3b
pf3c
pf3d
pf3e
pf3f
pf40
pf41
pf42
pf43
pf44
pf45
pf46
pf47
pf48
pf49
pf4a
pf4b
pf4c
pf4d
pf4e
pf4f
pf50
pf51
pf52
pf53
pf54
pf55
pf56
pf57
pf58
pf59
pf5a
pf5b
pf5c
pf5d
pf5e
pf5f
pf60
pf61
pf62
pf63
pf64

Vista previa parcial del texto

¡Descarga Terapia para hombres violentos y más Diapositivas en PDF de Psiquiatría solo en Docsity!

Juan Rojo Moreno

PSICOSIS

Delirios, alucinaciones,

paranoia, sectas y estigma

4.4.2. Las dos esferas de los grupos paranoides psicopatizados (GPP) 4.4.2.1. El pequeño grupo paranoide psicopatizado (PGPP) 4.4.2.2. Los grandes grupos paranoides psicopatizados (GGPP) 4.5. Evolución humana como ciberhumanos o tecnohumanos. ¿Existirá la paranoia?

5. Las alucinaciones. si veo cosas que no hay, ¿tengo alucinaciones?

5.1. Qué son las alucinaciones. las «alucinaciones» en el ser humano no enfermo. la aparición de la conciencia reflexiva crítica 5.2. Algunas alteraciones perceptivas que aparecen en sujetos sanos y no son alucinaciones 5.2.1. La imagen eidética 5.2.2. La imagen alucinoide o alucinoidia 5.3. Algunas alteraciones perceptivas que aparecen en pacientes psicóticos tras el consumo de drogas y no son alucinaciones 5.3.1. Distorsiones formales perceptivas 5.3.2. Escisiones perceptivas 5.4. Las pseudoalucinaciones 5.5. Las alucinaciones 5.5.1. Las alucinaciones auditivas 5.5.2. Las alucinaciones visuales 5.5.3. Las alucinaciones cenestésicas 5.5.4. Las alucinaciones cinestésicas 5.5.5. Las alucinaciones funcionales 5.5.6. Las alucinaciones mixtas

6. Las esquizofrenias y la psicosis maníaca

6.1. ¿Qué es la esquizofrenia y cuándo apareció? 6.2. ¿Por qué se habla de las esquizofrenias en plural? 6.3. Detección del inicio de la psicosis. ¿de la psicosis vengo, a la psicosis voy? 6.3.1. De la psicosis vengo 6.3.2. A la psicosis voy 6.4. ¿Se cura la esquizofrenia? ¿Son peligrosos los esquizofrénicos? Diferencia entre peligrosidad y riesgo 6.4.1. ¿Son peligrosos los esquizofrénicos? 6.4.2. Diferencia entre peligrosidad y riesgo 6.5. Tratamientos de la esquizofrenia 6.5.1. Tratamientos acompañantes y/o alternativos 6.5.1.1. Tratamiento psicosocial 6.5.1.2. Otros tratamientos 6.5.2. Tratamientos intramusculares de larga duración (de depósito) 6.5.3. El paciente psicótico y su tratamiento 6.5.3.1. Una perspectiva individual. Tratamiento teniendo en cuenta la historicidad y la cultura del paciente 6.5.4. El papel del psicólogo clínico, enfermería psiquiátrica y trabajador

social en el tratamiento 6.5.4.1. Psicología clínica 6.5.4.2. Enfermería psiquiátrica 6.5.4.3. Trabajo social 6.6. Resumen de los distintos tipos clínicos de esquizofrenia 6.6.1. Esquizofrenia simple 6.6.2. Esquizofrenia hebefrénica (predomina trastorno afectividad) 6.6.3. Esquizofrenia catatónica (predomina trastorno psicomotricidad) 6.6.4. Esquizofrenia paranoide 6.6.5. Otros conceptos clasificatorios 6.6.5.1. Esquizofrenia tipos I, II, trastorno esquizofreniforme y formas paranucleares 6.6.5.2. Trastorno esquizoafectivo 6.7. La psicosis maníaca (manía unipolar o fase exaltada del trastorno bipolar) 6.7.1. Un caso clínico 6.7.2. Síntomas 6.7.2.1. Sentimientos somato-sensoriales 6.7.2.2. Sentimientos psicovitales 6.7.2.3. Percepción, memoria, pensamiento 6.7.2.4. Conciencia, motórica, expresión 6.7.3. El mundo del maníaco. Análisis antropológico-existencial 6.7.4. Don Quijote, ¿un psicótico maníaco? 6.7.4.1. Los maníacos Quijotes de hoy 6.7.4.2. El Quijote que no llega a ser en las adicciones

7. Prejuicios y estigmatización de los pacientes psicóticos. Emigración y enfermedad mental

7.1. El estigma del enfermo mental 7.1.1. La individualización del paciente 7.1.2. «El estigma del enfermo psiquiátrico» 7.2. Emigración, exilio y enfermedad mental

8. Enfermedad mental y sufrimiento

8.1. El sufrimiento del enfermo psíquico 8.1.1. El sufrimiento en el trastorno por déficit de atención e hiperactividad (TDAH) 8.2. El sufrimiento de los familiares del enfermo mental 8.3. El sufrimiento del psiquiatra

Bibliografía

Créditos

PREFACIO

El delirio es una de las complicaciones médicas más frecuentes en personas hospitalizadas y en la vida común no es una enfermedad rara. Puede aparecer tanto relacionado con enfermedades psíquicas como con enfermedades somáticas (Alzheimer, infecciones, intoxicaciones, etc.). Cuando una persona sana se plantea que puede padecer una depresión o un trastorno de ansiedad o cuando ve a familiares o amigos con estas enfermedades hay cierta empatía con los síntomas. La ansiedad es entendida, erróneamente, como un fallo en el control, y la idea que subyace es «si me controlo bien, no tendré ansiedad», pero entendemos que todos tenemos algún día con mayor o menor nerviosismo ante diversas circunstancias. Algo parecido ocurre con la depresión, considerada equivocadamente un trastorno de la «voluntad». La idea que subyace es que con voluntad se pueden superar las malas etapas, aunque, cierto, siempre hay momentos y días que «estoy más o menos triste o apesadumbrado». Los síntomas que padecen los afectados por los trastornos de ansiedad y depresión se denominan homónimos, que quiere decir que una persona sana puede sentir que los vivencia algo: puede sentirse triste como el depresivo o nervioso como el ansioso. Algo muy distinto ocurre cuando hablamos de delirios y de pacientes psicóticos: «esto parece que está fuera de mi rango vivencial». El psicótico, el delirante, es considerado más como una persona con vivencias extrañas, a veces como un «loco», que está atrapado por sus delirios y cuya conducta no es fiable. Por esto se dice que sus síntomas son heterónimos. Nadie sano tiene «un poco» de delirio de envenenamiento o de delirio de persecución o un poco de delirio de Capgras, en el que se está seguro de que han sustituido a los padres por sosias. En anteriores obras ya tratamos la depresión y la ansiedad en un lenguaje accesible para cualquier persona que esté interesada en estos asuntos y, por supuesto, para

profesionales de psicología y de las ciencias de la educación y de la salud^1. En esta ocasión hemos querido acercarnos a explicar desde esta perspectiva los delirios y las psicosis. Un amigo sin formación en ciencias de la salud que había leído las obras anteriores, cuando le expliqué que tenía el propósito de escribir esta, me comentó que «eso era otra cosa». ¿Por qué es otra cosa? Me quedé meditando. Si, cierto, no es lo mismo decir que tu hijo, tu mujer o tu marido tiene depresión o ansiedad que decir que tiene una psicosis, una esquizofrenia o un trastorno delirante. El estigma de las enfermedades psíquicas abarca muchas categorías, pero desde luego los psicóticos son una de las principales. Y no es fácil cambiar esto; como dijo A. Einstein: «¡triste época la nuestra! Es más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio». Por supuesto que hemos tratado en este libro la historia y cómo empiezan y evolucionan los delirios, las alucinaciones y la concepción antigua del «loco», pero

también hemos querido acercarnos al problema de las sectas, del estigma y del sufrimiento, no solo de los pacientes, sino también de los familiares, que han de cuidar y convivir con ellos cuando la enfermedad se hace crónica, y de los psiquiatras, que han de tratar estas enfermedades. El problema de los medios de comunicación es también importante. Cuántas veces vemos que ante un hecho inexplicable realizado por una persona (que estrella un avión voluntariamente, realiza una matanza en un colegio, etc.) lo primero que se plantea en los medios de comunicación es que ha de tratarse de un enfermo mental: lo que no podemos explicar de forma razonada ha de ser por la enfermedad psíquica que lo justifica. Justifica el acto, pero a su vez lo carga de especial dramatismo, como señaló Peter Marzuk (1996): «de alguna manera es más tranquilizador saber que alguien fue asesinado a balazos en el robo a una tienda de comestibles que apuñalado hasta la muerte por un enfermo mental». Como ya escribí en otro lugar: «dejemos a los enfermos psíquicos en paz, que bastante tienen con su enfermedad, con el esfuerzo de curarse y con el sufrimiento de padecerla; no los mezclemos con todos estos majaderetas que lo único que consiguen, cuando los medios de comunicación los equiparan a los enfermos psíquicos, es degradar a estos últimos a niveles que no les corresponde». El enfermo psicótico, delirante, como un ser humano enfermo es como cualquier otro, un paciente sufriente, y comprender esta enfermedad es el primer paso que todos tenemos que hacer para así no asumirla como extraña y alejada de la persona. Esto subyace en el fondo de este libro: aumentar la información como fundamento del crecimiento formativo y cultural, que supone, como señaló S. Pufendorf, superar nuestro barbarismo original. Para terminar, muchas personas, amigos y compañeros me han apoyado para que siguiera con este proyecto de acercar en un lenguaje comprensible el mundo psicótico y delirante, pero especialmente quiero agradecer la revisión y correcciones del texto que han realizado María Adela Rojo, el psiquiatra Miguel Hernández Viadel, la profesora M. L. García Merita (que realiza el prólogo de esta obra) y la psiquiatra C. Valdemoro, que además de dar ideas y corregir errores, siendo mi mujer, me ha apoyado continuamente en todos los proyectos que he realizado. Escribir un libro al mismo tiempo que se realiza un trabajo asistencial y universitario docente y de investigación supone muchas horas que le privas a la familia, que siempre ha constituido mi constelación vital: Carlota, mi mujer, y mis hijos Miguel y Carlota.

JUAN ROJO

NOTAS

1 Comprender la ansiedad, las fobias y el estrés, Ediciones Pirámide, 2011, y La enfermedad depresiva: conocer y entender la depresión en lenguaje para todos. Editorial Albatros, 2008.

El segundo capítulo está dedicado a los delirios. Se centra en aquellos que no están relacionados con enfermedades infecciosas o metabólicas, sino que aparecen en las enfermedades mentales. Utilizando sus propias palabras: «la palabra delirio proviene del término latino de-lirare, que significa salir del surco cuando se labra la tierra. Ha tenido fundamentalmente dos derivas: una popular, que hace referencia a que la persona dice cosas raras o es una extravagante o no se ajusta a lo que se considera verdadero o adecuado, y otra en psiquiatría y en medicina que hace referencia a una enfermedad». Presenta aquí los tipos de delirios más frecuentes de forma muy amena y plagada de ejemplos que el autor ha vivido en primera persona en su dilatada trayectoria como psiquiatra. En el capítulo tercero explica cómo comienzan y evolucionan los delirios. Nuevamente en este apartado nos parece muy interesante la multitud de ejemplos con que nos clarifica este intrincado mundo que representan los delirios. Me gustaría destacar que el profesor Rojo no se queda adherido a la moda de los sistemas clasificatorios, moda que hace que si una enfermedad no está incluida en estos sistemas clasificatorios, no existe. Tal es el caso de las psicosis cicloides y los bouffées delirantes, con un mejor pronóstico que las esquizofrenias, y que, en el mejor de los casos, si es que no se han confundido con estas, los que las padecen sean clasificados de una manera marginal com o otros trastornos, de forma que el paciente quede marginado a recibir unos tratamientos poco adecuados. El autor hace mucho hincapié en lo importante que es un diagnóstico certero. Insiste en que para ello es necesario un profundo conocimiento de la psicopatología y contar con el tiempo suficiente de dedicación al paciente. Desgraciadamente ambas cosas son cada vez menos comunes en nuestros días. Dedica el capítulo cuarto al estudio de la personalidad paranoide, analizando los grupos de contagio paranoide, los movimientos mesiánicos, las sectas y el lavado de cerebro. Dice Juan Rojo que vivimos en un mundo que tiende, globalmente, a la paranoia y que, aunque se defiende de las sectas, no se da cuenta de que en pleno siglo XXI tiene

una tendencia global sectaria, explicando a continuación los motivos en que se basa para hacer esta afirmación tan categórica. No es demasiado frecuente el acercamiento que hace el autor al estudio de la personalidad paranoide. Normalmente, los manuales de psiquiatría dedican más espacio a la paranoia y a la esquizofrenia paranoide, mencionando muy de pasada la personalidad paranoide. Diferencia el autor entre una cierta tendencia personal o rasgo temperamental paranoide y la creación de un estado que facilita una actitud paranoide. Es en este segundo punto donde se va a extender más y de forma muy amena y documentada situará los aspectos más importantes de lo que él llama grupos de contagio paranoide, movimientos mesiánicos y sectas. Por último, en este capítulo dedica un apartado al lavado de cerebro. Nuevamente, nos sorprende gratamente la forma de abordar este importante aspecto tan olvidado en los manuales de psiquiatría y psicología. Subraya cómo las sectas y demás grupos mesiánicos realizan estas técnicas de una manera

encubierta. Termina este capítulo haciendo una incursión en el mundo de la psicopatía, ya que defiende que el resultado extraño que aparece en los casos paranoides y sectarios ocurre porque se juntan, y en cierto modo friccionan, dos tendencias básicas del ser humano: la tendencia paranoide, que proviene de la desconfianza existente aún entre nosotros, y la tendencia psicopática, que proviene de nuestro deseo primario de que los demás (y el mundo) se adapten a nuestras necesidades. Por ello presenta una introducción al modelo de desadaptación psicopático para terminar hablando de los denominados grupos paranoides psicopatizados, que se comportan de forma muy distinta, sean tanto los pequeños grupos como los grandes grupos, a como lo hacen los individuos paranoides y/o psicópatas. Puede percibirse en este capítulo la formación multidisciplinar de Juan Rojo, ya que se atreve a presentar una serie de preguntas que se hace y contesta sobre la evolución humana con sus posibles caminos: bien por medio de la ingeniería biológica, la ingeniería cíborg o mediante la ingeniería de seres no orgánicos. Termina el capítulo con unos sobrecogedores interrogantes: ¿es posible el salto del homo a un tecno-humano, a un ciberhumano, sin sistema creencial? ¿O solo lo será virtualmente engañado como el ejemplo Matrix? Porque si todos vamos a estar potenciados, si todos vamos a estar conectados a big data y desaparecidos de nuestra mismidad, ¿seremos todos iguales o la matriz de datos hará diferencias? Si la matriz de datos va a ser la estructura creencial, ¿el ser humano sin conciencia dejará que haya niveles o se rebelará? Pero si se rebela, ya tendrá conciencia. ¿Será entonces un paranoico? El capítulo quinto está dedicado a las alucinaciones. Las conceptualiza y explica lo que son, sus características, su historia y sus causas. Se remonta a la antigua Grecia y hace una revisión de acercamiento antropológico y cultural para estudiarlas. De hecho, afirma que el ser humano es neurocultural. Dedica todo un apartado a describir las alteraciones perceptivas que aparecen en personas sanas y no son alucinaciones, aquellas otras que surgen en pacientes psicóticos y, tras el consumo de drogas, no son alucinaciones, y describe las pseudoalucinaciones, ya muy patológicas, para terminar por fin con el estudio de las alucinaciones propiamente dichas. Nuevamente, este capítulo está plagado de ejemplos extraídos de casos reales que el autor ha tratado personalmente, que, insisto, hacen que la lectura de este libro sea muy amena y clarificadora. El capítulo sexto está dedicado a las esquizofrenias y a la psicosis maníaca. Realiza, en primer lugar, una revisión histórica del vocablo de forma similar a como lo hacen casi todos los tratados de psiquiatría para, luego, volver a poner su impronta antropológico-cultural también en este tema. En este intento de conceptualización, de conocer las relaciones con la genética, la biología, la bioquímica..., termina afirmando con contundencia, ante las pocas respuestas que tenemos sobre este desconocido mal: es más beneficioso tratar lo que sabemos que no acabamos de saber, que no tratar lo que es, aunque no sepamos exactamente qué es. Todo esto puede parecer un galimatías de palabras, pero de ellas deriva, a mi parecer, una de

comentarios y ampliaciones. El capítulo siete está dedicado a describir los prejuicios y estigmatización de los pacientes psicóticos. Presenta Juan Rojo sus opiniones bien argumentadas y hace un llamamiento a la buena praxis. Termina el capítulo hablando de la inmigración y sus posibles consecuencias para la salud mental y las dificultades con las que los profesionales de la salud se encuentran a la hora de atender a estos pacientes. Por último, el capítulo ocho se titula «Enfermedad mental y sufrimiento». Justifica el doctor Rojo la inclusión de un capítulo entero dedicado a este tema, dada la ausencia de su estudio en los manuales de psiquiatría. Es necesario, opina, hacer una referencia explícita a esta importante realidad del sufrimiento en la enfermedad mental. Lo esquematiza en tres apartados que vienen marcados por las características de marginación, aislamiento y desregulación. Pero no se queda solo en el sufrimiento del enfermo, sino que también analiza el sufrimiento de la familia y del propio psiquiatra. Son muy acertadas sus palabras cuando señala que el psiquiatra (yo diría que también el psicólogo) tiene que conseguir un equilibrio entre una serie de aspectos. Debe sentir empatía con la crisis personal e histórica del paciente, pero sin sentirse inundado por la misma, y ser consciente de que aplicamos esquemas científicos y técnicos sobre enfermedades, pero no podemos garantizar los resultados. No obstante, a pesar de lo dicho, el contacto continuo con las crisis vivenciales de los pacientes nos pone a prueba constantemente sobre nuestras propias crisis personales. Por otra parte, insiste Rojo, si hacemos una negación de esto, entonces nos hacemos fríos y distantes con el paciente y tendemos a cosificarlo, pero si, por el contrario, lo exageramos, entonces nos angustiamos excesivamente en la relación médico- paciente. En conclusión, estamos ante un libro de psiquiatría que aporta infinidad de aspectos y matices que no podemos encontrar en otros manuales. Su redacción está plagada de ejemplos reales que hacen más comprensibles los complicados temas que aquí se abordan, facilitando su lectura, especialmente a aquellas personas que no sean profesionales de la salud mental. A través de sus páginas puede detectarse cómo Juan Rojo no solo desmenuza con fluidez sus conocimientos psiquiátricos, sino que expone de manera viva aquello que él considera fundamental para todo psiquiatra (o psicólogo) que pretenda la curación de la enfermedad mental, especialmente cuando se trata del tipo de psicosis que se analizan en este libro. Porque, como constantemente insiste su autor, la curación no puede referirse solo a la eliminación de los síntomas, sino que también debemos tener presente la repercusión afectiva que está teniendo dicha enfermedad sobre el paciente e, incluso, la que en un futuro puede suponerle. Rojo se ha puesto muchas veces frente a la durísima prueba de enfrentarse con uno mismo, con nuestras inseguridades, con nuestros miedos..., en ese especial tipo de relación con el ser humano que sufre y que es donde se forja el verdadero espíritu de un psicoterapeuta.

MARISA GARCÍA MERITA

Catedrática Emérita de Psicopatología de la Universidad de Valencia

diferenciar muchas veces entre vivencias, que tiene y que son completamente subjetivas y no compartidas por nadie, con otras «normales» del mundo que le rodea, interpretando muchas cosas de forma anómala, paralela a la realidad. Aun así, insisto, hoy en día no hay locos, hay enfermos y veremos por qué.

1.1. LA ENFERMEDAD MENTAL EN LA ANTIGÜEDAD

Como dice Morales Meseguer, la historia de la psiquiatría es la historia de la interpretación de la locura desde la perspectiva de la medicina; por tanto, a lo que nos vamos a referir es a su concepción médica. Solo desde el siglo XVIII es cuando se

empieza a considerar al «enfermo mental» como algo diferente a la locura. Pero cuando hablamos de la antigüedad tenemos que hablar de la locura, pues de ahí viene ese concepto de incomprensión de la conducta, de alteración arcaica de la persona que tanta perplejidad producía en la sociedad. Eran locos, aunque en la antigüedad la coherencia que suponía la salud estaba unida, en general, a una especie de influencia en la que se mezclaban ideas de lo sobrenatural, de la religión, de la naturaleza y de la propia persona. Así, en Egipto, la vida se consideraba como un equilibrio entre lo que experimentaba la persona y su relación con el universo. En el tratamiento de las alteraciones mentales se hacían maniobras físicas y espirituales. En la cultura india, en el tratamiento de las alteraciones mentales, se cantaban canciones e igualmente se realizaban sacrificios y ceremonias expiatorias, así como rituales de ayuno y purificación o uso de sustancias naturales (Rauwolfia serpentina) o la solicitud a agentes divinos como el sol, el aire o el agua. En China, la conducta correcta estaba guiada por la piedad filial y la imagen social de la persona y las alteraciones de estos últimos factores eran consideradas como elementos muy importantes que originaban psicosis agudas capaces de conducir incluso al suicidio. Es probable que las personas enfermas mentales, si eran violentas, fueran abandonadas en el campo. En la cultura judaica, como señala Mora (1982), la palabra shiggayon significa locura, y etimológicamente se encuentra relacionada con meshuggai, que quiere decir hombre loco; y en el Talmud se encuentra como signos de desequilibrado mental a aquel que sale por la noche, duerme en los cementerios, rasga sus vestiduras y pierde lo que se le da. Son causa de locura los espíritus malignos, la herencia, los procesos fisiológicos, las relaciones sexuales excesivas o incorrectas y la pereza. A muchos de estos pacientes se les confinaba en su hogar, a otros se les abandonaba a su propia suerte y a otros se les asignaba un guardián. En Grecia, el gran avance de la medicina en relación con estas enfermedades fue de gran importancia, ya que las consideraron equiparables al resto de las enfermedades humanas y, por tanto, originadas por causas «somáticas», es decir, por alteraciones corporales. Y se hicieron detalladas descripciones de los trastornos psíquicos; por ejemplo, Sorano de Éfeso diferenciaba entre la locura «trastorno del entendimiento sin fiebre» (padecen de cólera, furor, se creen gorriones, vasos de arcilla, dioses, granos de trigo, el centro del universo...) y la melancolía (con

decaimiento, taciturnidad, deseo de morir y llanto). Evidentemente, pues, hay significativos avances en muchas ciencias, pero cuando hablamos de la actitud que tenían en relación con la locura, esta no es muy distinta a la antigua, aunque algunos grandes médicos y filósofos aportaran novedades importantes. Por una parte, existían conceptos populares, más evidentes en los tiempos primitivos griegos, que consideraban las alteraciones mentales debidas a causas sobrenaturales. Muchos pacientes eran abandonados simplemente a su propia iniciativa y eran objeto de burla, ridículo y mofa, y los violentos eran confinados en casa, a menudo con cadenas, esperando que los mismos dioses que los habían vuelto locos les curasen en algún momento. Una novedad interesante a nivel legal es que al considerar que su conducta era un castigo de los dioses, el criminal enfermo mental era perdonado de cualquier responsabilidad legal por sus acciones. Por otra parte, existían unos conceptos médicos (escritos hipocráticos, s. IV a. C.)

que se centraban en las interacciones de los cuatro humores corporales (sangre, bilis

negra, bilis amarilla y flema)^2. Alcmeón de Crotona (s. V a. C.) fue el primero en

considerar el cerebro como el centro de los sentidos y de la vida intelectual, e Hipócrates, cuando habla de la enfermedad sagrada (epilepsia), la considera como propia del sistema nervioso central, cuando dice «yo no creo que la enfermedad sagrada (epilepsia) sea más divina o sagrada que cualquier otra enfermedad, sino todo lo contrario; creo que tiene características específicas y causas definidas», e incluso afirma: «es a través del cerebro que nos volvemos locos y delirantes y tenemos miedos y los terrores nos asaltan..., todas estas cosas vienen de nuestro cerebro cuando ha perdido la salud». Siempre dentro de considerar la enfermedad mental como debida a alteraciones corporales, Sorano de Éfeso pensaba que se debía a un

exceso de contracción o relajación de los tejidos, y no a alteración de los humores^3. A los enfermos mentales se les daba en algunos casos una oportunidad de curación, como señala Mora (1982), pues las personas con enfermedad mental que presentaban conductas psicopáticas podían ser sentenciadas por el pueblo a una casa de corrección por un período de no menos de cinco años, pero cuando el plazo expiraba, el prisionero tenía que ser liberado si había mejorado, y si no, debía ser condenado a muerte. Vamos a seguir recorriendo de forma muy esquemática la historia, pero vemos cómo el enfermo mental, aunque con los griegos avanzó la idea de que era una alteración del organismo, no obstante, no es considerado como «los otros enfermos», pues detrás de esa concepción «natural» del enfermo, los dioses, espíritus, demonios, divinidades o entes desconocidos están influyendo en el comportamiento y en la conducta de esos pacientes que los hacen diferentes a «todas» las otras enfermedades que puede tener el cuerpo. Por esto en la medicina griega, hasta ahora la más avanzada, se les da una oportunidad de curación, y si no ocurre esto, se les abandona o se les mata. En la cultura romana, por supuesto que tenemos que nombrar a Galeno, que, influido por la doctrina de los cuatro humores (sangre, flema, bilis amarilla y bilis

hospital psiquiátrico de Adrianápolis había una atmósfera relajada con fuentes y jardines muy hermosos y con dietas especiales, baños, perfumes y conciertos en los que los instrumentos eran empleados de forma especial para que no molestaran a los pacientes, y las mismas posibilidades eran para los ricos y los pobres, que, al parecer, eran psicóticos y maníaco-depresivos. La raíz de esta actitud humanitaria se encontraba en la creencia musulmana, puesta de manifiesto por el profeta, de que las personas que han perdido la razón son amadas por Dios y escogidas especialmente por Él para decir la verdad. La diferencia entre la locura y la posesión era muy pequeña, y a veces fueron considerados por esto como si fueran santos. En la Baja Edad Media (siglo XIII), tanto Alberto el Grande (1193-1280) como

Tomás de Aquino (1225-1274) postularon que el alma no podía hallarse enferma, por lo que la locura era fundamentalmente una enfermedad somática, incluso los rasgos de carácter descritos por el primero de ellos, tales como timidez, arrogancia, resentimiento e impulsividad eran atribuidos a factores somáticos. Por estos conceptos, algunos historiadores han considerado a Santo Tomás de Aquino como el precursor de la escuela psiquiátrica llamada organicista, que se hizo prevaleciente durante la segunda parte del siglo XIX en Alemania. Ambos pensadores describieron

varios síntomas psicóticos y las alucinaciones; Tomás de Aquino describió la manía (ira patológica), la psicosis orgánica (pérdida de memoria) y la epilepsia, que la atribuyó al aumento de vapores en el cerebro; elaboró conceptos que corresponderían a lo que hoy denominamos personalidad psicopática, deficiencia mental y retraso intelectual. Aun así, ni Alberto el Grande ni Tomás de Aquino eran inmunes a las creencias de la época, por lo que tanto las causas como los tratamientos de las enfermedades mentales dependían de las influencias astrológicas sobre la mente y del poder maligno de los demonios.

1.3. EL AVANCE A «MEDIO GAS» DE LA PSIQUIATRÍA EN LOS SIGLOS

XV-XVI (RENACIMIENTO) Y XVII-XVIII

Si queremos explicar lo que ocurrió con la psiquiatría y la concepción de la locura en estos siglos, podemos figurarnos una metáfora. Imaginémonos primero el período de la Edad Media, tan poco favorable para la condición humana de los enfermos mentales, como un gran mar, por tanto, de agua salada y poco grata al sabor. Luego, estos siglos, desde el XV al XIX, podemos imaginárnoslos como una gran lengua de

agua dulce que penetra en el mar, a veces ancha y profunda, pero no acaba ni de quitarle el sabor salado al mar ni de dividirlo, ni por supuesto es capaz de hacer cambiar el mar salado por dulce. Con otras palabras, hubieron grandes aportaciones (el Renacimiento se ha denominado la época de los descubrimientos) y cambios importantes en relación con la Edad Media, pero los enfermos mentales no fueron hasta casi el siglo XIX tratados

mucho mejor que antaño. Vamos a ver unos ejemplos. Por una parte, Johann Weyer, considerado el primer psiquiatra (1515-1588), que

fue médico personal del duque William de Jülich, vio cómo este último enfermó mentalmente en su última época de la vida, y esto le sensibilizó bastante sobre este tipo de enfermedad. Rechazó la creencia en la brujería y condenó a los clérigos que la apoyaban, opinando que las que se consideraban hechiceras y los llamados posesos eran realmente enfermos mentales, y empezó un tipo de «psicoterapia» en la que buscaba la amabilidad con el paciente y la comprensión de este (lógicamente, el libro que escribió —1563— fue rechazado por todos los sabios de su época, ya fueran médicos, teólogos, filósofos, etc., y puesto en la lista de libros prohibidos hasta comienzos del siglo XX). Paracelso, médico suizo (1493-1541), postula que las

enfermedades que privan de la razón al hombre surgen de la propia disposición humana y no cree en las teorías que las atribuyen a seres espirituales o a otros espíritus, sino que se deben a mecanismos fisiológicos. Intentó clarificar cuadros como los que hoy denominaríamos maníaco-depresivos o la personalidad psicopática, y pretendía que la enfermedad era una desviación de la normalidad, por lo que había que buscar los factores causales y hallar la terapéutica que volvía al paciente a su estado original de salud. Por su parte, en España, Fray Juan Gilbert Jofré (conocido como el Padre Jofré) crea por primera vez en 1409 en Valencia un hospital para «locos e inocentes». Tras ver en una escena callejera que se burlaban y maltrataban a un enfermo mental (lo cual era frecuente en esa época) pidió ayuda a los feligreses para construir este hospital que por primera vez no tiene la misión de proteger a la sociedad de los locos, sino, al contrario, a los enfermos de la sociedad. A partir de aquí, siguiendo esta filosofía, entre 1412 y 1489 se construyeron cinco instituciones

similares en toda España^6 , y por la influencia española, el primer hospital mental en la ciudad de México en 1567. El avance en este período hizo que entre 1657 y 1700 se crearan las primeras sociedades científicas, y al descubrirse la circulación de la sangre (Harvey 1628) ya se abandona definitivamente la teoría de los humores y se estudian los microrganismos, las células y los compuestos químicos como constituyentes básicos del cuerpo humano. Se acuña la palabra Psicología por Göckel en 1590, y Paolo Zacchia (1584-1659), que es considerado como el padre de la medicina legal, afirma que solo el médico es competente para juzgar la condición mental de una persona. Se crean algunas instituciones mentales abiertas, mantenidas por grupos religiosos, principalmente en países católicos (St. Lazare, 1632, o la charité de Senilis, 1668) para cuidados de locos y de pacientes que hoy se denominarían delincuentes juveniles y trastornos de personalidad. En 1758, W. Battie publica A treatise of madness (tratado de la locura), que es considerado el primer manual de psiquiatría. En 1789, Vicenzo Chiaruggi, en Florencia, manifestaba específicamente «es un deber moral supremo y una obligación médica respetar al individuo loco en su característica de persona», y en 1793, Pinel, en París, libera a los enfermos de las cadenas que los ataban, y en su famoso Tratado sobre la manía (1801) señala cómo en el curso de los conocimientos de estos enfermos (enajenados del alma) hay que hacer lo mismo que lo que se hace en las otras enfermedades. Benjamín Rush, considerado el fundador de la psiquiatría norteamericana, escribe en 1799 cómo existe una «unión indisoluble entre la felicidad moral, la política y la