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San Agustín de Hipona: Vida y Obra, Guías, Proyectos, Investigaciones de Filosofía

Biografía de san agustín de hipona, desde su infancia en numidia hasta su conversión y obras literarias, como 'las confesiones' y 'la ciudad de dios'. Exploramos su relación entre fe y razón, y su impacto en la iglesia católica.

Tipo: Guías, Proyectos, Investigaciones

2019/2020

Subido el 05/12/2020

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SAN AGUSTÍN DE HIPONA
I. INTRODUCCIÓN.
San Agustín nació en Tagaste, en la provincia de Numidia, en el África romana, el 13 de
noviembre del año 354. Era hijo de Patricio, un pagano que después fue catecúmeno, y de
Mónica, cristiana fervorosa. Esta mujer apasionada, venerada como santa, ejerció en su
hijo una enorme influencia y lo educó en la fe cristiana; aunque Agustín ingresó en el
catecumenado desde la infancia, no recibió el bautismo, de acuerdo con las costumbres de
la época; en su juventud se dejó arrastrar por los malos ejemplos y, hasta los 32 años, llevó
una vida desordenada, aferrado a la herejía maniquea; de ello habla en sus "Confesiones",
que comprenden la descripción de su conversión y la muerte de Mónica, su madre; dicha
obra fue escrita para mostrar la misericordia de Dios hacia un gran pecador. Mónica había
enseñado a orar a su hijo desde niño, y le había instruido en la fe, de modo que el mismo
Agustín que cayó gravemente enfermo, pidió que le fuese conferido el bautismo y Mónica
hizo todos los preparativos para que los recibiera; pero la salud del joven mejoró y el
bautismo fue diferido. El santo condenó más tarde, con mucha razón, la costumbre de
diferir el bautismo por miedo de pecar después de haberlo recibido.
A raíz del saqueo de Roma por Alarico, el año 410, los paganos renovaron sus ataques
contra el cristianismo, atribuyéndole todas las calamidades del Imperio. Para responder a
esos ataques, San Agustín escribió su gran obra "La Ciudad de Dios". Esta obra, es
después de "Las Confesiones", la obra más conocida y no es sólo una respuesta a los
paganos, sino trata toda una filosofía de la historia providencial del mundo. Luego de "Las
Confesiones" escribió también "Las Retractaciones", donde expuso con la misma sinceridad
los errores que había cometido en sus juicios.
II. DESARROLLO.
De niño había aprendido de su madre la fe católica; pero siendo adolescente había
abandonado esta fe porque ya no lograba ver su racionalidad y no quería una religión que
no fuera también para él expresión de la razón, es decir, de la verdad; su sed de verdad era
radical y lo llevó a alejarse de la fe católica; sin embargo, era tan radical que no podía
contentarse con filosofías que no llegaran a la verdad misma, que no llegaran hasta Dios, y
a un Dios que no fuera sólo una hipótesis cosmológica última, sino que fuera el verdadero
Dios, el Dios que da la vida. De este modo, todo el itinerario intelectual y espiritual de san
Agustín constituye un modelo válido también hoy en la relación entre fe y razón, tema no
sólo para hombres creyentes, sino también para todo hombre que busca la verdad, tema
central para el equilibrio y el destino de todo ser humano.
A los 32 años, san Agustín fue bautizado por san Ambrosio el 24 de abril del año 387,
durante la Vigilia pascual, en la catedral de Milán. Después del bautismo, san Agustín
decidió regresar a África, tras regresar finalmente a su patria, se estableció en Hipona para
fundar allí un monasterio. En esa ciudad de la costa africana, a pesar de resistirse, fue
ordenado presbítero en el año 391 y comenzó con algunos compañeros la vida monástica,
repartiendo su tiempo entre la oración, el estudio y la predicación. Quería dedicarse sólo al
servicio de la verdad; no se sentía llamado a la vida pastoral, pero después comprendió que
la llamada de Dios significaba ser pastor entre los demás y así ofrecerles el don de la
verdad. En Hipona, cuatro años después, en el año 395, fue consagrado obispo.
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SAN AGUSTÍN DE HIPONA

I. INTRODUCCIÓN.

San Agustín nació en Tagaste, en la provincia de Numidia, en el África romana, el 13 de noviembre del año 354. Era hijo de Patricio, un pagano que después fue catecúmeno, y de Mónica, cristiana fervorosa. Esta mujer apasionada, venerada como santa, ejerció en su hijo una enorme influencia y lo educó en la fe cristiana; aunque Agustín ingresó en el catecumenado desde la infancia, no recibió el bautismo, de acuerdo con las costumbres de la época; en su juventud se dejó arrastrar por los malos ejemplos y, hasta los 32 años, llevó una vida desordenada, aferrado a la herejía maniquea; de ello habla en sus "Confesiones" , que comprenden la descripción de su conversión y la muerte de Mónica, su madre; dicha obra fue escrita para mostrar la misericordia de Dios hacia un gran pecador. Mónica había enseñado a orar a su hijo desde niño, y le había instruido en la fe, de modo que el mismo Agustín que cayó gravemente enfermo, pidió que le fuese conferido el bautismo y Mónica hizo todos los preparativos para que los recibiera; pero la salud del joven mejoró y el bautismo fue diferido. El santo condenó más tarde, con mucha razón, la costumbre de diferir el bautismo por miedo de pecar después de haberlo recibido. A raíz del saqueo de Roma por Alarico, el año 410, los paganos renovaron sus ataques contra el cristianismo, atribuyéndole todas las calamidades del Imperio. Para responder a esos ataques, San Agustín escribió su gran obra "La Ciudad de Dios". Esta obra, es después de "Las Confesiones", la obra más conocida y no es sólo una respuesta a los paganos, sino trata toda una filosofía de la historia providencial del mundo. Luego de "Las Confesiones" escribió también "Las Retractaciones", donde expuso con la misma sinceridad los errores que había cometido en sus juicios. II. DESARROLLO. De niño había aprendido de su madre la fe católica; pero siendo adolescente había abandonado esta fe porque ya no lograba ver su racionalidad y no quería una religión que no fuera también para él expresión de la razón, es decir, de la verdad; su sed de verdad era radical y lo llevó a alejarse de la fe católica; sin embargo, era tan radical que no podía contentarse con filosofías que no llegaran a la verdad misma, que no llegaran hasta Dios, y a un Dios que no fuera sólo una hipótesis cosmológica última, sino que fuera el verdadero Dios, el Dios que da la vida. De este modo, todo el itinerario intelectual y espiritual de san Agustín constituye un modelo válido también hoy en la relación entre fe y razón, tema no sólo para hombres creyentes, sino también para todo hombre que busca la verdad, tema central para el equilibrio y el destino de todo ser humano. A los 32 años, san Agustín fue bautizado por san Ambrosio el 24 de abril del año 387, durante la Vigilia pascual, en la catedral de Milán. Después del bautismo, san Agustín decidió regresar a África, tras regresar finalmente a su patria, se estableció en Hipona para fundar allí un monasterio. En esa ciudad de la costa africana, a pesar de resistirse, fue ordenado presbítero en el año 391 y comenzó con algunos compañeros la vida monástica, repartiendo su tiempo entre la oración, el estudio y la predicación. Quería dedicarse sólo al servicio de la verdad; no se sentía llamado a la vida pastoral, pero después comprendió que la llamada de Dios significaba ser pastor entre los demás y así ofrecerles el don de la verdad. En Hipona, cuatro años después, en el año 395, fue consagrado obispo.

Al seguir profundizando en el estudio de las Escrituras y de los textos de la tradición cristiana, san Agustín se convirtió en un obispo ejemplar por su incansable compromiso pastoral: predicaba varias veces a la semana a sus fieles, ayudaba a los pobres y a los huérfanos, cuidaba la formación del clero y la organización de monasterios femeninos y masculinos. Tras su conversión, san Agustín escribió: fe y razón son "las dos fuerzas que nos llevan a conocer", son justamente célebres sus dos fórmulas con las que expresa esta síntesis coherente entre fe y razón: crede ut intelligas ( "cree para comprender" ) —creer abre el camino para cruzar la puerta de la verdad—, pero también y de manera inseparable, intellige ut credas ( "comprende para creer" ), escruta la verdad para poder encontrar a Dios y creer. La armonía entre fe y razón significa sobre todo que Dios no está lejos: no está lejos de nuestra razón y de nuestra vida; está cerca de todo ser humano, cerca de nuestro corazón y de nuestra razón, si realmente nos ponemos en camino. San Agustín experimentó con extraordinaria intensidad esta cercanía de Dios al hombre. Con una afirmación famosísima del inicio de las Confesiones, autobiografía espiritual escrita en alabanza de Dios, él mismo subraya: "Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto, hasta que descanse en ti". San Agustín vivió a fondo este itinerario intelectual y espiritual, supo presentarlo en sus obras con tanta claridad, profundidad y sabiduría, reconociendo en otros dos famosos pasajes de las Confesiones que el hombre es "un gran enigma" (magna quaestio) y "un gran abismo" (grande profundum), enigma y abismo que sólo Cristo ilumina y colma. San Agustín escribió en una carta dictada poco después de su conversión: "A mí me parece que hay que conducir de nuevo a los hombres... a la esperanza de encontrar la verdad", la verdad que es Cristo mismo, Dios verdadero, a quien se dirige una de las oraciones más hermosas y famosas de las Confesiones: "Tarde te amé, hermosura tan antigua, y tan nueva, tarde te amé. Y he aquí que tú estabas dentro de mí, y yo fuera, y fuera te buscaba yo, y me arrojaba sobre esas hermosuras que tú creaste. Tú estabas conmigo, mas yo no estaba contigo. Me mantenían lejos de ti aquellas cosas que, si no estuviesen en ti, no existirían. Llamaste y gritaste, y rompiste mi sordera; brillaste y resplandeciste, y ahuyentaste mi ceguera; exhalaste tu fragancia, la respiré y suspiro por ti; te gusté y tengo hambre y sed de ti; me tocaste y me abrasé en tu paz". III. CONCLUSIÓN. Cuatro años antes de morir, quiso nombrar a su sucesor; así, el 26 de septiembre del año 426, reunió al pueblo en la basílica de la Paz, en Hipona, para presentar a los fieles a quien había designado para esa misión. Dijo: “En esta vida todos somos mortales, pero para cada persona el último día de esta vida es siempre incierto. Sin embargo, en la infancia se espera llegar a la adolescencia; en la adolescencia, a la juventud; en la juventud, a la edad adulta; en la edad adulta, a la edad madura; en la edad madura, a la vejez. Nadie está seguro de que llegará, pero lo espera. La vejez, por el contrario, no tiene ante sí otro período en el que poder esperar; su misma duración es incierta... Yo, por voluntad de Dios, llegué a esta ciudad en el vigor de mi vida; pero ahora mi juventud ha pasado y ya soy viejo”. San Agustín dio el nombre de su sucesor designado, el sacerdote Heraclio. San Agustín tenía propósitos para su futuro: quería dedicar los años que le quedaban a un estudio más intenso de las sagradas Escrituras. De hecho, en los cuatro años siguientes llevó a cabo una extraordinaria actividad intelectual: escribió obras importantes, emprendió otras no menos relevantes, mantuvo debates públicos con los herejes —siempre buscaba el